Traducido del catalán para Rebelión por Carlos Riba García
Justificación del traductor
Tal vez se podría pensar que ocuparse de un tribunal que tiene mil años -se dice pronto- no tiene mucho sentido, que es algo extemporáneo. Yo estoy convencido de que no es así. En estos tiempos, en los que crecen y se extienden la corrupción, la indignación y el consiguiente descrédito de las instituciones políticas, de la justicia y administrativas, echar una mirada al pasado, y sobre todo a un tribunal que durante tanto tiempo ha sabido mantener su prestigio y consideración, me parece del todo pertinente. Y tal vez nos ayude a creer que, entre otras cosas, otra justicia es posible.
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Desde hace siglos, los síndicos de las nueve acequias del río Turia son los encargados de resolver los conflictos entre agricultores de la huerta valenciana. No son jueces ni abogados pero integran el Tribunal del Agua, la institución de justicia más antigua del mundo.
Cada jueves a las 12 del mediodía decenas de personas se concentran delante de la Puerta de los Apóstoles de la catedral de Valencia. La mayoría son turistas que se preguntan qué hacen allí nueve hombres vestidos con una túnica negra en sus asientos formando un semicírculo, pero también hay algunos valencianos que se sorprenden cuando los ven. Muchos hacen fotos sin saber que aquellas personas forman el Tribunal del Agua de la Vega de Valencia, que se encarga de dirimir los conflictos que puedan surgir entre los agricultores de la huerta de Valencia. Su presidente, Enrique Aguilar, cuenta que mucha gente piensa que las sesiones son una farsa, pero recuerda que cuando el alguacil llama a los denunciantes de las acequias de Quart, Benàger i Faitanar, Tormos, Mislata, Xirivella, Mestalla, Favara, Rascanya y Rovella, si hay juicio, en ese momento comienza uno que acabará con un condenado y una sentencia.
–¿Qué es el Tribunal del Agua y desde cuándo existe?
-Es un tribunal que se dedica a impartir justicia en el mundo agrario, sobre todo en cuestiones relacionadas con el agua de riego. Es, además, la institución de justicia, que continúa en funcionamiento, más antigua de Europa, y por tanto, del mundo. No tenemos constancia exacta de cuándo empezó a funcionar, pero debe de ser más o menos hace unos mil años. Lo seguro es que el tribunal viene de la época de los árabes, aunque hay historiadores que sitúan su origen en la época romana, que es cuando aparecieron los primeros regadíos, por lo tanto, cuando podrían haberse producido los primeros conflictos por el agua.
–¿Cuáles son las particularidades de este tribunal respecto de otros?
-La primera de todas es que se rige por unas normas que se han mantenido prácticamente intactas durante siglos. Otra es que se trata de un tribunal oral. No se escribe nada, siempre se habla, y se ha hablado, en valenciano*, a pesar de que ha atravesado periodos muy adversos, como las dictaduras. Otra particularidad del tribunal es la rapidez; por ejemplo, un miércoles puede presentarse un problema entre dos regantes y al día siguiente ya está resuelto. Incluso puede alguien presentarse el mismo jueves para pedir justicia en ese mismo momento. Otra ventaja respecto de los tribunales convencionales de hoy día es que es gratuito.
–La falta de agua que padece Valencia genera muchos conflictos; ¿cuántos juicios celebráis cada año?
-En estos momentos, son unos 20 por año. Eso hace que muchas personas se decepcionen cuando se dan cuenta de que van a ver diversas sesiones de tribunal y no hay ningún juicio, pero no es que ahora haya muchos menos que antes. Un razón es que ahora hay presas y pantanos que controlan el agua, por lo tanto hay menos conflictos que antes, pero la razón principal es que este tribunal se basa en la mediación. Eso quiere decir que antes de acudir al Tribunal del Agua, el síndico de cada acequia intenta hacer de mediador y arreglar las cosas. Es así que el hecho de que no haya juicios para nosotros es un honor. Calculamos que el 85 por ciento de los conflictos se solucionan en el lugar de origen, en el campo.
–¿Cómo os arregláis para impartir justicia?
-En los casos que llegan al tribunal se hace como en cualquier otro juicio. Escuchamos las versiones del denunciante y del denunciado; si el caso no estuviera muy claro, también le damos la palabra al guardia de la acequia para que diga su versión de los hechos antes de dictar sentencia. El veredicto se basa en unas ordenanzas que durante siglos han ido recopilando las normas de cada acequia -que son distintas porque no todas riegan el mismo tipo de cultivo- y que recogen las sanciones que corresponde aplicar en cada caso. Las ordenanzas se han ido creando a partir del buen uso. Es decir, lo que funcionado en el campo ha acabado convirtiéndose en una norma.
–Le agrade o no, el labrador siempre ha de acatar la sentencia.
-Las sentencias son inapelables; no es posible recurrir a otro tribunal. Recuerdo que el primer juicio que tuve que presidir fue contra una multinacional que había comprado unos terrenos y ocupado una acequia de una comunidad de regantes. Hubo unos problemas y la empresa fue juzgada y sancionada con la obligación de hacer otra acequia. El representante de la empresa se marchó muy enfadado diciendo que el tribunal era una farsa, pero cuando la multinacional fue al Tribunal Supremo y este no aceptó tramitar el caso se dio cuenta de que la cosa era muy seria. Sabemos que no es la primera vez que ha ocurrido eso.
–Entonces, ¿a las empresas les cuesta más acatar las sentencias del tribunal?
-Sí, porque no conocen su funcionamiento ni tienen el mismo respeto que tienen los labradores, que durante generaciones han oído hablar del Tribunal del Agua como de una autoridad. El labrador sabe que cuando acude al tribunal ha de acatar y punto. Yo he visto a más de uno discutiendo, diciéndose de todo y llegando casi a las manos, pero cuando llega al tribunal y le dice «Usted es culpable y deberá compensar a esta persona con tanto dinero», lo acata y nunca lo discutirá.
–Aun siendo Patrimonio de la Humanidad desde 2009, cuando se habla de Valencia es poca la gente que piensa en el tribunal.
-Yo creo que en parte la culpa la tenemos nosotros. Nos hemos distanciado de la sociedad valenciana porque en los últimos 15 años, para protegerse, el tribunal ha desparecido de los medios de comunicación y, a los actos, solo iba a unos pocos, lo justo.
* (N. del T.) Valenciano, en el original de la nota. Aunque, a mi modesto entender, la lengua que se habla en Cataluña, las islas Baleares, la comunidad de Valencia, el Rosellón francés y en la ciudad de Alguer (Cerdeña), es el catalán. Es cierto que en Valencia se usan algunas palabras que no se emplean en Barcelona (apenas dos o tres en el texto de esta nota); sin embargo, las diferencias entre el catalán hablado en Alguer y el de Figueres son mucho más marcadas, pero para todo el mundo ambas variantes siguen siendo catalán. Creo que el hecho de marcar la diferencia entre el valenciano y el catalán tiene más que ver con la rivalidad entre comunidades y la política -aspectos en los que no entro ni salgo- que con la lingüística.