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El triunfo de Obama y las relaciones con Cuba

Fuentes: Progreso Semanal

La victoria de Barack Obama en las  pasadas elecciones de Estados Unidos ha animado nuevamente el debate sobre la  política de ese país hacia Cuba. Los pronósticos transitan desde los escépticos, los  cuales consideran que nada ocurrirá; hasta los entusiastas, que auguran  importantes avances en las relaciones entre los dos países. En mi caso, más […]

La victoria de Barack Obama en las  pasadas elecciones de Estados Unidos ha animado nuevamente el debate sobre la  política de ese país hacia Cuba.

Los pronósticos transitan desde los escépticos, los  cuales consideran que nada ocurrirá; hasta los entusiastas, que auguran  importantes avances en las relaciones entre los dos países. En mi caso, más que  tratar de «adivinar» lo que va a pasar, prefiero concentrarme en el entorno  político que condicionará estas decisiones.

Para comenzar, creo apropiado establecer el límite  de las expectativas. Cuando se habla de «normalización de relaciones» en un  conflicto tan antagónico como el existente entre Estados Unidos y Cuba,  probablemente a lo más que puede aspirarse es a establecer un clima de  convivencia, lo cual de por sí no resulta nada fácil dada la asimetría  existente y los patrones que caracterizan la política exterior norteamericana.  Sin embargo, si miramos la coyuntura actual, podremos observar que son muchos  más que antaño los factores que empujan en esta dirección y en esto radica la  potencialidad de los cambios.   

Devenida modelo revolucionario del Tercer Mundo e  importante factor en el balance de las fuerzas que determinaron la guerra fría,  Kennedy comprendió mejor que nadie la repercusión internacional del proceso  revolucionario cubano y su destrucción se convirtió en una de las prioridades  de su política exterior.

Bajo estas premisas se configuraron los aspectos  esenciales de una política que rige hasta nuestros días, a pesar que hace rato  desaparecieron los referentes internacionales que le servían de base. Cuba ya  no es el modelo revolucionario del Tercer Mundo ni se propone serlo, ni el  problema estratégico de Estados Unidos está determinado por la competencia con  la Unión Soviética.

Finalizada la guerra fría, tampoco se concretó la  pretensión de establecer un orden unipolar donde la Revolución cubana no tenía  cabida y por todos lados se observa el deterioro relativo de la hegemonía  norteamericana, hasta el punto que solo la fuerza militar es capaz de marcar la  diferencia. Como la utilización de este recurso no siempre es viable, en  ocasiones Estados Unidos aparece huérfano de una política que se adecue a las  transformaciones que tiene que enfrentar, lo cual se cumple de manera especial  en el caso de Cuba.

En estos momentos, quizás el único asunto de  carácter internacional donde Estados Unidos se encuentra totalmente aislado del  resto del mundo, incluso de sus propios aliados y países dependientes, es el  referido a la política hacia Cuba. Podría pensarse que el poderío  norteamericano le permite desconocer esta realidad, pero ello tiene un costo  que se concreta particularmente en América Latina, donde el caso cubano ha sido  una de las causas de la crisis del andamiaje panamericanista. Estados Unidos  puede intentar revertir los cambios ocurridos, enajenándose aún más del  concierto latinoamericano, pero si intenta adecuarse, tendrá que revisar su  política hacia Cuba.     

Otro aspecto que ha influido en la política hacia  Cuba, es la dimensión doméstica del tema cubano. Aunque este análisis pudiera  lucir anticuado, vale decir que aún pervive en ciertos sectores de ese país la  mentalidad que concibe a Cuba como un territorio destinado a pertenecerle  debido a leyes tan inexorables como la «gravitación política» o la voluntad  divina del «destino manifiesto». Solo esta visión explica la persistencia de  una obsesión fundamentalista que en muchas ocasiones se sobrepone al raciocinio,  poniendo en duda el «pragmatismo» que supuestamente caracteriza la política  exterior de Estados Unidos.

Esta dimensión doméstica se vio potenciada por el  establecimiento de una nutrida inmigración cubana. Concebida dentro de los  planes norteamericanos como la base social de la contrarrevolución, las  tendencias políticas predominantes han estado caracterizadas tanto por su  agresividad hacia Cuba, como por su imbricación con las corrientes más  conservadoras del espectro político estadounidense, influyendo tanto en la  política local del sur de la Florida, como en el diseño y la implementación de  la estrategia hacia la Isla.

No obstante, como lo demuestran los resultados de  las últimas elecciones, tal balance ha sufrido modificaciones al debilitarse la  extrema derecha cubanoamericana y los propios sectores ultraconservadores  norteamericanos que le sirven de sustento, facilitando iniciativas tendientes  al mejoramiento de las relaciones, las cuales pueden contribuir positivamente a  los intereses del Partido Demócrata en el sur de La Florida y otras áreas de la  vida política estadounidense, lo que refuerza la lógica de su conveniencia para  el actual gobierno.

A ello se suma el incremento de sectores económicos  interesados en hacer negocios en Cuba, potenciados dentro del contexto de la  crisis económica que vive ese país y las oportunidades que brindan las reformas  del modelo económico cubano. Por último, están las fuerzas que  tradicionalmente, ya sea razones ideológicas o criterios constitucionales,  exigen la eliminación de las actuales restricciones a los viajes y otras formas  de intercambio entre los dos países. Tales manifestaciones abarcan todo el  espectro político estadounidense, desde conservadores hasta liberales, lo que  induce la posibilidad de concretar un consenso que también favorecería la  política gubernamental, si este fuese su propósito.

En resumen, aunque el resultado electoral no  resuelve totalmente las contradicciones existentes y efectivamente existen  importantes escollos que salvar, como la existencia de la Ley Helms-Burton,  Obama cuenta con las facultades necesarias para promover cambios en las  relaciones entre los dos países y mejores condiciones que ningún otro  presidente anterior para concretarlas, toda vez que, a diferencia del pasado,  cuando planteárselo tenía más costos que beneficios, ahora le reportaría  ganancias a escala nacional e internacional y a todas luces se corresponde con  intereses y criterios mayoritarios en Estados Unidos.

En buena medida, lo que ocurra dependerá entonces de  la voluntad del presidente y la presión que ejerzan los grupos interesados en  los cambios, sobre los cuales también pueden influir iniciativas cubanas, como  lo demuestra el impacto que han tenido en la comunidad cubanoamericana las  recientes reformas a la política migratoria del país.

Cuba, además, ha propuesto oficialmente comenzar un  diálogo en este sentido y aunque las posiciones de ambos gobiernos aún parecen  demasiado distantes para imaginar un cambio radical, en el medio existen  innumerables puntos de posibles coincidencias que servirían para iniciar un  camino que, como dijo el poeta Antonio Machado, se hace al andar.

Fuente: http://progreso-semanal.com/ini/index.php/cuba/6258-el-triunfo-de-obama-y-las-relaciones-con-cuba