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El Trotsky del Bronx

Fuentes: Rebelión - Imagen: Trotsky en la portada del periódico socialista en idish "Forward", publicado en Nueva York.

En 1916, el buque ruso Askold amarró en el puerto de Marsella. Poco después, un motín a bordo terminó con el asesinato de un oficial, lo que obligó a las autoridades francesas a intervenir. En la inspección, se encontraron algunos ejemplares del periódico ruso Nashe Slovo (Nuestra Palabra), publicado por Trotsky y considerado literatura «antirrusa» por el régimen de Nicolás II. Interrogado por las autoridades francesas, Trotsky argumentó que los ejemplares habían sido plantados por los oficiales rusos.

En octubre, sin explicación alguna, las autoridades francesas entraron a su apartamento del 31 de la calle Pompe de París y se lo llevaron, dejando a su esposa Natalya y a sus dos hijos librados a su propia suerte. El detenido era sospechoso de estar contra la guerra. Lo llevaron a la frontera española y lo dejaron del otro lado, en el País Vasco. En San Sebastián fue detenido, otra vez sin una razón legal, y llevado a Madrid, donde pocos días después luego de una visita al Museo del Prado fue encarcelado y luego trasladado a Cádiz con el propósito de enviarlo a Cuba.

Para Trotsky no había dudas: las autoridades españolas respondían a las órdenes de las autoridades francesas que respondían a las órdenes de las autoridades rusas que respondían a órdenes de los bancos franceses que ya habían invertido demasiado en la dictadura de Nicolás II. En la cárcel, comenzó a estudiar inglés, a la espera de las gestiones de sus amigos (entre republicanos españoles y socialistas estadounidenses) que no veían otra solución a su carrera de exilios que el Nuevo Mundo. Finalmente, las gestiones dieron resultado y las autoridades aprobaron su viaje a Estados Unidos.

En el interrogatorio de rigor antes de abordar, respondió que no era anarquista, ni polígamo ni alcohólico ni retardado mental y que nunca había vivido en una casa de beneficencia. Condiciones necesarias, aparte de ser blanco, para las autoridades de inmigración de la época. Incluso mintió al decir que nunca había estado preso. Trotsky había estado en prisión muchas veces en la Rusia zarista, por escribir, por organizar sindicatos de obreros y por organizar la protesta contra la masacre de mil manifestantes en San Petersburgo en 1905.

También Natalya le mintió al oficial de inmigración: había estado presa por haber participado en una reunión de obreros en San Petersburgo para conmemorar el Primero de Mayo, la masacre de trabajadores en Chicago. Por entonces, la brutal dictadura del zar Nicolás II (emperador de Rusia, Rey de Polinia y duque de Finlandia) no sólo había perseguido todo tipo de disidentes sino que había dejado casi medio millón de muertos en la hambruna de 1891-92. Nicolás II, reconocido nacionalista y antisemita como sus antecesores, hubiese sido el principal aliado de Hitler, de no ser destronado por la Revolución de Octubre―o de Noviembre, según el calendario que se use. Probablemente fue este factor histórico lo que contradijo el pronóstico de Karl Marx: no sería una sociedad industrializada la que vería la toma del poder del proletariado sino una sociedad agrícola y medieval, como la rusa. El padre de Nicholas II había ejecutado en la horca al hermano mayor de Lenin y la Revolución de Octubre, liderada por Lenin, ejecutó a Nicolás II. Un siglo más tarde el zar y su familia serían canonizados por la Iglesia Ortodoxa de Rusia como santos mártires.

Trotsky había adoptado ese nombre de su carcelero en Siberia, en 1902, pero en 1917 logró viajar a Nueva York con su apellido original, Bronstein. Luego de 17 días de viaje, el vapor anunció la llegada a Nueva York a las 3:00 de la madrugada. Se detuvo en Ellis Island, parada obligada de los inmigrantes donde, bajo la mirada de la Estatua de la Libertad, los inmigrantes debían demostrar que eran sanos, que no disfrutaban del alcohol y, de ser posible, que eran blancos. Si además viajaban en primera clase, ni siquiera debían bajar a la isla porque los oficiales subían a sus camarotes. Fue el caso de la familia Trotsky. Aparte de Inmigración, la familia fue bien recibida por varios editores y miembros del Partido Socialista. El abogado del partido y teórico marxista, Louis Boudin, los llevó a cenar.

Mientras, Lenin seguía su exilio en los periódicos desde el suyo propio, en Suiza. Trotsky se había separado de Lenin en 1902 por razones ideológicas y personales. Según Trotsky, Lenin era un “terrible egocéntrico”. Según Lenin, Trotsky era un “judas”, un “tramposo evasivo”. Para Lenin no podía haber una revolución proletaria sin una vanguardia revolucionaria y un Estado centralizado que liderase una profunda reforma de la sociedad antes de ascender a niveles superiores de justicia social. Trotsky, menos pragmático, se aproximaba más a los anarquistas, rechazando una estructura vertical en favor de organizaciones populares de base, como los sindicatos y las asambleas populares―los soviets. Para Trotsky, la idea de Lenin sobre una “dictadura del proletariado y de los campesinos” más bien se trataba de una “dictadura sobre el proletariado y los campesinos”.

La idea o el principio que los unía era simple: las guerras son productos de las burguesías nacionales (como en la Edad Media eran productos de la nobleza, no de los campesinos, los peones del ajedrez) y son promovidas por los nacionalismos, como antes lo eran por otro elemento aglutinante: la religión. Por entonces, muchos socialistas y anarquistas entendían que la unión de los obreros del mundo anularía la principal causa de las mayores injusticias y tragedias del mundo donde los trabajadores y sus hijos marchaban para matar a otros trabajadores en nombre de una nación y en beneficio de las clases dominantes. La Primera Guerra solo fue una comprobación de esta tesis: los obreros de unos países se unieron contra los obreros de sus países vecinos gracias a un fanatismo nacionalista que no les produjo ningún beneficio sino muerte, destrucción y pobreza.

En 1917, Nueva York todavía era una especie de República anarquista. Se publicaban diarios y libros en decenas de idiomas, desde el español hasta el ruso. Las obras de teatro eran representadas con actores de varios países y para diferentes comunidades. El Novy Mir (Mundo Nuevo), semanario publicado en ruso en un modesto taller de 77 Saint Marks Place en Staten Island, era al mismo tiempo bolchevique y menchevique. Lenin solía leer el Novy Mir en su exilio de Suiza, por lo que supo del recibimiento de Trotsky en América. “De haber sido el rey de Inglaterra no me habrían tratado mejor”, comentó Trotsky.

Diferentes diarios anunciaron su llegada a Nueva York a bordo del Monserrat. La familia Trotsky había sido expulsada de Rusia, Austria, Alemania, Francia y, finalmente, de España a pedido de la red diplomática rusa y los diarios tomaron este dato anecdótico como titular. “Expulsado de cuatro países”, tituló el New York Times el 15 de enero en su segunda página. Por sus prédica antibelicista y antinacionalista, el mayor diario del país lo definió como socialista, marxista y “pacifista ruso” arribado con su esposa y sus dos hijos, Leon de 11 y Serge de 9 años. En la misma página, el New York Times informaba de una limpieza de progresistas en el gobierno ruso del zar, reemplazados por partidarios de la extrema derecha. El diario socialista publicado en idish, The Jewish Daily Forward, con un tiraje de más de 200 mil ejemplares por día, anunció a Trotsky en la portada del martes 16 de enero.

Trotsky se alojó dos meses en un apartamento de Wise Avenue, en el Bronx. El 4 de noviembre, cuando ya había retornado a Rusia, The Sun de Baltimore, describía a Trotsky como anarcosocialista y la segunda figura más importante de la Revolución rusa, después de Lenin. Unos meses después, en setiembre, el Bronx Home News titulará: “Un hombre del Bronx lidera la Revolución Rusa”.

En Nueva York, las tertulias eran el refugio de socialistas y anarquistas expulsados de Europa y, no pocas veces, juzgados y condenados en América. Por alguna razón, la derecha racista del Ku Klux Klan y de los poderosos empresarios de entonces (pocos años más tarde, nazis y fascistas; pocas décadas después, neoliberales; un siglo más tarde, libertarios) eran rara avis en estos ambientes de gente culta. La raza, la patria y el dinero fueron siempre bastiones de la derecha. La cultura y el pensamiento no comercial no. De ahí su tradicional obsesión con demonizar o eliminar las artes, las humanidades, las ciencias y las universidades sin fines de lucro.

Theodore Roosevelt fue de la creencia de que los anarquistas (extranjeros) estaban tomando el poder del país, o quiso que se creyera en esta teoría como clásica estrategia electoral, por lo cual ordenó un control cercano de todo sospechoso de ser anarquista. En 1908 se creó el Bureau of Investigation con el disimulado propósito de ser una policía ideológica antes que una policía federal de investigación del crimen. En 1924, Edgard Hoover se convirtió en el director del Bureau of Investigation, el que nueve años después se convertirá en el FBI. Hoover no dejará su puesto ni la obsesión de perseguir a todo tipo de individuos con ideas o sentimientos fuera del dogma nacional (socialistas y lesbianas por igual) hasta su muerte en 1972, casi medio siglo después.

En Nueva York, Trotsky descubrió su popularidad del otro lado del Atlántico. El diario socialista publicado en alemán desde 1878, el New Yorker Volkszeitung, recogió expresiones de Trotsky como: “Soy un apátrida y me alegro de haber encontrado un país que me ha aceptado dentro de sus fronteras”. De hecho, Trotsky se sorprendió de encontrar un ambiente político e intelectual abierto, sin censura y sin persecución. Es decir, las antípodas de lo que sería Estados Unidos unas décadas más tarde, colonizado por el fanatismo religioso y la obsesión protestante sobre la fe, la que se traduciría en el macartismo en los años 50 y en todo tipo de persecución ideológica por parte de los medios, del FBI de Edgard Hoover, de la CIA de Allen W. Dulles y otros, perfectos representantes de la policía ideológica de Estados Unidos.

La Revolución Rusa no hizo algo muy diferente con la libertad de presa. El mismo Trotsky que había reconocido este tipo de libertad en Nueva York, unos meses después fue el segundo líder más importante de la nueva URSS, después de Lenin. Fue Ministro de Asuntos Exteriores de un gobierno que prohibió periódicos no sólo conservadores sino, incluso, socialistas.

Siempre habrá excusas para limitar la libertad de expresión, pero la historia demuestra que es un lujo de los regímenes dominantes, aquellos contra la cual la crítica no tiene ninguna posibilidad de cambios efectivos, como fue el caso de los imperios británico y estadounidense, y como lo prueba su protección constitucional aún durante la esclavitud y la crítica antiimperialista dentro de estos imperios, como John Hobson en Inglaterra y Mark Twain en Estados Unidos, por citar solo dos.

(Capítulo del libro Historia de la izquierda estadounidense a publicarse en 2025)

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.