En abril de 1980 estábamos de recorrido por Nicaragua un equipo de periodistas de Juventud Rebelde integrado por Jacinto Granda de La Serna, el fotógrafo José Luis Anaya y el que suscribe. Hacía apenas nueve meses que se había producido el triunfo revolucionario en la Patria de Sandino. La solidaridad cubana comenzaba a manifestarse con […]
En abril de 1980 estábamos de recorrido por Nicaragua un equipo de periodistas de Juventud Rebelde integrado por Jacinto Granda de La Serna, el fotógrafo José Luis Anaya y el que suscribe. Hacía apenas nueve meses que se había producido el triunfo revolucionario en la Patria de Sandino. La solidaridad cubana comenzaba a manifestarse con el envío de miles de maestros, los cuales fueron desplegados por casi todos los rincones nicaragüenses para contribuir a la campaña de alfabetización. Nuestro equipo periodístico había recibido la orientación del Comandante en Jefe de reportar la tarea de nuestros compatriotas hasta el lugar más apartado donde estuvieran enfrascados.
José Luis Anaya y yo nos habíamos trasladado a la localidad de Waspan, ubicada en la frontera con Honduras, y por el río Coco navegamos hacia los asentamientos de los indios mizkitos. Tras varios días en la zona, emprendimos rumbo hacia Jinotega por el macizo montañoso de Wiwilí. En la mina de oro Rosita, que junto a las de Siuna y Bonanza, conformaban un conglomerado minero, nos encontramos casualmente que habían sido capturadas dos personas vinculadas a la emboscada en la que murió Carlos Fonseca Amador, el Comandante en Jefe de la Revolución Popular Sandinista, a quienes pudimos entrevistar, y de allí salió este reportaje publicado en Juventud Rebelde el 22 de mayo de 1980.
En homenaje a Carlos Fonseca, cuyo aniversario de su caída se cumple hoy, Granma reproduce aquel reportaje de Lázaro Barredo Medina.
La caída en combate del Comandante en Jefe de la Revolución Sandinista Carlos Fonseca Amador, en una emboscada preparada por una patrulla de la guardia somocista, se debió a una vil delación.
Así lo confirman los testimonios del campesino en cuya casa se alojara la guardia que con posterioridad preparó la emboscada y de un integrante de la patrulla somocista, ambos en entrevista exclusiva para Juventud Rebelde.
De acuerdo con la reconstrucción de los hechos, el Comandante en Jefe Carlos Fonseca al atardecer del 7 de noviembre de 1976 se dirigía hacia la zona montañosa de Zínica para sostener una importante reunión con varios dirigentes del Frente Sandinista de Liberación Nacional.
Al llegar a la zona conocida por Boca de Piedra, la reducidísima tropa que lo acompaña es interceptada por el fuego de la patrulla emboscada. El tiroteo es intenso. El Comandante es herido en las piernas y queda inmovilizado. Aún en la madrugada del día 8 de noviembre está con vida, pero al amanecer…
Ahora no hizo nada
Al llegar a la localidad minera Rosita y hacer indagaciones en el comando del Ejército Popular Sandinista sobre la ubicación de los maestros cubanos, por esas coincidencias que no se repiten dos veces, nos enteramos que estaban siendo interrogados un campesino y un exguardia somocista, ambos vinculados a los hechos de Boca de Piedra.
Hablamos con el jefe militar de la zona y fue permitida la entrevista con ambos individuos en cuyas palabras se puede apreciar la sádica actuación de la guardia con el cuerpo del destacado dirigente sandinista.
En la casa del campesino Matías López se alojó la patrulla aquella tarde de noviembre y posteriormente se preparó la emboscada. José Dolores, exguardia somocista, reconoce haber integrado la patrulla comandada por el entonces teniente y tres años más tarde mayor de la Guardia Nacional, José Enrique Munguía Berrios (quien después ante el tribunal reconoció su culpabilidad en estos hechos).
Dolores cínicamente asegura ahora que aunque estaba armado y a diez metros del lugar donde cayera Carlos Fonseca, él no hizo ni un solo disparo sobre los guerrilleros.
Es más, afirma con tremendo desparpajo que si Carlos hubiera pasado por su posición, él lo hubiera dejado pasar y se hubiera incorporado a la guerrilla.
José Dolores señaló que un oreja (chivato), llamado «El pinto» (en ese momento prófugo), había avisado a Munguía del movimiento de los guerrilleros y que hacia la casa del campesino Matías se dirigió la patrulla para sorprenderlos. Al atardecer tomaron posiciones de combate, y sobre las seis y media y las siete de la noche comenzó el tiroteo, prolongándose durante hora y media más o menos, pero que solo al amanecer fue que salieron de sus refugios y vieron a dos hombres muertos.
En la casa del campesino
El campesino Matías aún no sabe cómo a él y a su familia los dejaron con vida. Dice que por la tarde llegó la patrulla a su casa y le obligaron a que cocinaran para ellos, manteniéndose ocultos allí hasta el atardecer cuando se apostaron en una hondonada delante de la casa e hicieron a la familia esconderse en un cuarto, so pena de matarlos si salían de allí.
Sobre las siete empezó el tiroteo. «Yo tenía miedo y no me moví de aquel cuarto hasta la mañanita en que el teniente de la guardia me obligó a salir», nos comentó el campesino.
«Cuando salí, la guardia estaba dando un rodeo para entrarle por detrás a los dos hombres tirados en la tierra y luego disparó sobre ellos.
«El teniente me ordenó que buscara dos machos (mulas) para montarlos sobre ellos y llevarlos a la capilla de Boca de Piedra. Cuando fui a cargar al barbudo, hombre flaco, de espejuelos de metal, que después supe era Carlos Fonseca, su cuerpo aún estaba caliente por lo que parecía que hacía poquitico que había muerto; estaba chorreando mucha sangre por el pecho, una herida fresca, al parecer de los disparos en la mañana, y en las piernas tenía también manchas de sangre aunque ya secas.
«Ya en la capilla le cortaron las manos, le pelaron la barba, le sacaron el dinero de los bolsillos (unos 10 000 córdobas) y el teniente empezó a hacer paqueticos con los reales (pesos) para repartírselos a los guardias. También cogió algo así como una brújula y los espejuelos de metal…».
El campesino Matías narró por último que ya por la tarde llegaron unos helicópteros con varios altos jefes militares y se llevaron el cadáver.
Así fueron los últimos minutos del Comandante Carlos Fonseca Amador. Así pensaron acallar su espíritu combatiente. El comandante Tomás Borge recuerda que estando en prisión, un oficial somocista vino jubiloso a tirarle en la cara la noticia. Su respuesta fue contundente: Carlos es de los hombres que nunca mueren.
Y no ha muerto. Su pueblo victorioso lo recuerda, junto a Augusto César Sandino, en cada una de las tareas revolucionarias. Como dice una popular canción que todos los nicaragüenses tararean, Carlos es el tayacán vencedor de la muerte, novio de la patria rojinegra, al que Nicaragua entera le grita PRESENTE.
El novio de la Patria Rojinegra
Nació el 23 de junio de 1936 en la ciudad de Matagalpa. En 1950 matricula en el Instituto Nacional del Norte, donde empezó a desarrollar su conciencia revolucionaria y participa en la creación del Primer Comité Estudiantil de este colegio, vinculado con el débil movimiento obrero y con las escasas células marxistas de esa época.
Recibe su diploma de Bachiller con la distinción de «Estrella de Oro» al conseguir el primer puesto en el año 1955. En ese mismo año ingresa en el Partido Socialista y matricula Derecho en la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN).
Participa en el periódico El Universitario, que se distingue por su denuncia al imperialismo, convirtiéndose en un dirigente universitario.
Al siguiente año, y debido al ajusticiamiento de Anastasio Somoza García por Rigoberto López Pérez, se desata una represión que le llevó a conocer por vez primera la cárcel.
Al salir es trasladado a Costa Rica; de allí viaja como delegado a la URSS para asistir al VI Festival de la Juventud y los Estudiantes por la Paz y la Amistad, celebrado en Moscú y al VI Congreso de la Federación Mundial de la Juventud Democrática, realizado en Kiev, en el verano de 1957.
De regreso a Nicaragua es detenido y torturado. Al salir de la cárcel escribe Un nicaragüense en Moscú, donde recoge sus experiencias en este país.
Por sus actividades revolucionarias antisomocistas es expulsado en el 58, exilándose en Guatemala. Viaja a Cuba, donde continúa su formación política. Con la presencia de la Revolución cubana hay un resurgimiento de la lucha contra la tiranía somocista en forma guerrillera.
Durante la preparación de una invasión armada desde Honduras, junto con otros 53 compañeros, fueron cercados y de ese enfrentamiento sale con un balazo que le atravesó el tórax. Fue trasladado a la Habana y después de esa experiencia concluye que la lucha armada es el único camino que puede conducir a un cambio revolucionario en su país.
Vuelve a Nicaragua en 1960. Desarrolla una intensa actividad que cristaliza al siguiente año con la Fundación del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), organización independiente que prepara la lucha armada en Nicaragua.
Se dedica íntegramente al trabajo político, organizativo y militar hasta el año 64 en que cae preso durante seis meses. En el juicio se quitó la camisa y enseñando las cicatrices dijo: Así me he ganado el derecho de hablar en Nicaragua… Yo acuso a los Somoza de ser asesinos.
Estando en prisión escribe Desde la cárcel yo acuso a la dictadura. Deportado a Guatemala y después de variadas peripecias, regresa al país en 1966 siendo secretario general del FSLN.
Es detenido en Costa Rica y con posterioridad se establece en Cuba desde el 72 al 75, donde perfeccionó sus conocimientos, escribió artículos y recopiló sus experiencias.
Regresa a Nicaragua, donde cae en combate el 8 de noviembre de 1976.