El editor Ambrosio Fornet (Cuba, 1932) es fruto y semilla de una fábula del caribe revolucionario; ha trabajado verso a verso con Alejo Carpentier, Mario Benedetti, Roque Dalton, Gabriel García Márquez y Roberto Fernández Retamar, entre otros. Crítico literario, escritor y guionista de cine, puntualiza -en exclusiva- su laburo editorial y las polémicas de las […]
El editor Ambrosio Fornet (Cuba, 1932) es fruto y semilla de una fábula del caribe revolucionario; ha trabajado verso a verso con Alejo Carpentier, Mario Benedetti, Roque Dalton, Gabriel García Márquez y Roberto Fernández Retamar, entre otros. Crítico literario, escritor y guionista de cine, puntualiza -en exclusiva- su laburo editorial y las polémicas de las que ha sido testigo y protagonista, léase «El quinquenio gris» y la «Carta a Neruda» del 25 de julio de 1966.
Autor de A un paso del diluvio (1958); En tres y dos (1964); En blanco y negro (1967); Antología de cuentos cubanos contemporáneos (Ediciones Era, 1967); Poemas al Che (1969); Cuentos de la Revolución cubana (1970); Valoración múltiple de Mario Benedetti (1976); Cine, literatura y sociedad (1982); Alea: una retrospectiva crítica (1987); El libro en Cuba (1994); Las máscaras del tiempo (1995); Memorias recobradas (2000); Acerca de (2001); La coartada perfecta (2002) y Carpentier o la ética de la escritura (2006).
Ambrosio Fornet (Premio Nacional de Edición, 2000) comparte con los lectores de Clarín, entre congas, bongos y platillos, los pormenores de las bodas de oro en Casa de las Américas: la Feria Internacional del Libro de Cuba dedicada a Chile (FIL, 2009), coloquios, jolgorios, exposiciones, la edición de un catálogo artístico y la convocatoria para que la comunidad creativa e intelectual revisite la Casa y se asome por La Ventana: «esa extraña torre sin campanario que mira al mar, no es un simple edificio, es un centro de atracción e irradiación de la cultura latinoamericana, una especie de Aleph que contiene todos los rostros y las energías culturales, pasadas y presentes, de ese territorio vastísimo y multifacético que solemos llamar Nuestra América».
MC.- A lo largo de su trayectoria profesional como crítico, usted ha preparado numerosas antologías…
AF.- Sí, comenzando por la Antología de cuentos cubanos contemporáneos, que apareció en Ediciones Era, de México, en 1967, y por Cuentos de la Revolución cubana, que publicó la Editorial Universitaria de Santiago de Chile en 1970.
MC.- Y después, recuerdo, otras sobre Mario Benedetti y Roberto Fernández Retamar…
AF.-Ambas son compilaciones de textos críticos sobre sus respectivas obras. La primera, de 1976, forma parte de una colección de Casa de las Américas que conocemos como Serie Valoración Múltiple, en la cual hay estudios sobre autores y movimientos literarios, desde Andrés Bello hasta Juan Rulfo, desde Nicolás Guillén hasta Roque Dalton, y desde las corrientes de la vanguardia hasta la novela de la Revolución mexicana, o el más reciente, de 2007, Teorías hispanoamericanas de la literatura fantástica. La de Retamar salió en 2001 en una colección de la Editorial Letras Cubanas que se titula «Acerca de…» Dividí una y otra por secciones, o mejor dicho, por géneros. Qué había opinado la crítica sobre el Benedetti poeta, ensayista y narrador, sobre el Retamar poeta y ensayista. Son mosaicos reveladores, porque de pronto se descubre que hay vasos comunicantes, filtraciones que habían pasado inadvertidas… Por cierto, ahora tendría que añadir a la de Retamar otra faceta, la de lingüista aficionado, porque acaba de ser electo Director de la Academia Cubana de la Lengua.
MC.- Editó también a Gabriel García Márquez…
AF.- Ahí funcioné como Editor en el sentido anglosajón del término. García Márquez era uno de los fundadores y, de hecho, el Presidente del Consejo Director de la Escuela de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños y como tal se impuso la tarea de impartir cada año un Taller de Guión para jóvenes latinoamericanos. Yo «edité», es decir, convertí en libros, el material resultante de la transcripción de esos talleres, que eran las lecciones improvisadas del maestro, las intervenciones y debates de los alumnos, y, como resumen, las reflexiones colectivas. Un material muy sugestivo. Aparecieron dos volúmenes, correspondientes a los talleres de 1995 y 1997: Cómo se cuenta un cuento y La bendita manía de contar. Había un tercer volumen en perspectiva, pero no sé qué pasó…
MC.- Como autor de Carpentier o la ética de la escritura (colección de ensayos publicados en 2006) está considerado un especialista en la materia; si hubiera que reeditar las Obras completas de Carpentier, para perfeccionar -con anotaciones críticas, epistolario e inéditos- los 16 volúmenes de Siglo XXI, ¿a quién encargaría la edición?
AF.- Hay carpenterianos prestigiosos que pudieran encargarse de esa tarea, desde Alexis Márquez Rodríguez hasta Roberto González Echevarría, Klaus Muller-Bergh o Irlemar Chiampi, y en la propia editorial Siglo XXI, por ejemplo, el profesor y ensayista Federico Álvarez. Aquí mismo, en Cuba, hay conocedores como Leonardo Acosta y Leonardo Padura, con libros sobre Carpentier, pero yo me inclinaría por dos de sus más notables estudiosas, Graziella Pogolotti y Luisa Campuzano. La primera acaba de ser nombrada directora de la Fundación Alejo Carpentier y Campuzano será una de sus asesoras principales.
MC.- La primera edición de El libro en Cuba, su estudio sobre el movimiento editorial cubano en los siglos XVIII y XIX, apareció en 1994. ¿Prepara la continuación, que seguramente abarcará el siglo XX?
AF.- Sí, y me complace informarle que la investigación está bastante avanzada. No abarcará todo el siglo XX, sino sólo el período 1900-1958, porque la etapa de la Revolución es historia aparte. En la Revista Bimestre Cubana publiqué hace tiempo lo que pudiera considerarse una sinopsis de la estructura y el contenido del libro, la radiografía de una catástrofe y a la vez de un esfuerzo cultural en el que ciertos personajes -como Fernando Ortiz-desempeñan un papel protagónico.
MC.- Julio Cortázar decía: «…hay que abrir de par en par las ventanas y tirar todo a la calle, pero sobre todo hay que tirar también la ventana, y a nosotros con ella. Es la muerte o salir volando». ¿Cuál será la actividad cumbre de nuestra Casa de las Américas para conmemorar los primeros -parafraseando a Óscar Hahn-«Sin-cuenta años» de revolución? ¿Cómo tirarán la Casa por La Ventana?
AF.- Empezaría por decir que el problema, tal como yo lo veo, es que siendo la Casa una casa sin ventanas, abierta a todos los espacios culturales de América Latina y el Caribe, resulta muy difícil saberlo. El edificio de las calles Tercera y G, del barrio de El Vedado, en La Habana, donde radica la institución -esa extraña torre sin campanario que mira al mar–, no es un simple edificio, es un centro de atracción e irradiación de la cultura latinoamericana, una especie de Aleph que contiene todos los rostros y las energías culturales, pasadas y presentes, de ese territorio vastísimo y multifacético que solemos llamar Nuestra América. Ahora bien, aunque esto es cierto, no lo es menos el hecho de que la Casa sí tiene una ventana, un sitio en la red que lleva precisamente ese nombre, La Ventana, siempre abierta a la curiosidad del exterior y que permite, a su vez, escudriñar la Casa y sus rincones desde cualquier parte del mundo. Para la celebración del quincuagésimo aniversario están previstas exposiciones, mesas redondas, la edición de un catálogo ilustrado… La próxima Feria Internacional del Libro estará dedicada a Chile y a la Casa. Pero sobre todo, se espera que los colaboradores y amigos de la institución, en toda América Latina y el Caribe, se sumen al jolgorio con actividades que pueden ir desde coloquios hasta artículos en la prensa, desde mensajes electrónicos hasta la publicación, en algún suplemento literario, del poema o el cuento de un escritor alguna vez premiado en el concurso de la Casa. Ya eso sí sería, para seguirle la corriente a Cortázar, tirar la Casa por la ventana.
MC.- En 1969, debatió con Roque Dalton, Fernández Retamar y otros sobre el tema del intelectual en la revolución, a escala cubana y latinoamericana. Usted aseguró allí que los 3,650 días que transcurren en diez años lo cambian a uno por completo… «Nadie es ya lo que era antes…. Unos se vuelven locos, otros se vuelven gusanos y otros revolucionarios» en pleno 2008, ¿se puede decir lo mismo?
AF.- Supongo que sí, pero ahora yo me permitiría añadir otra categoría, diría: «Otros se vuelven cuerdos». Cuerdos, sin dejar de sentirse tocados por la locura de la revolución, que es simplemente el afán de justicia y la convicción de que, como suele decirse, un mundo mejor es posible.
MC.- A 80 años ¿El Che es uno de esos locos?
AF.- Llegue de incógnito a cualquier rincón de América Latina o el Caribe y pregúntele al primero que pase…
MC.- Hablando de polémicas, la revista argentina Nómada (núm. 4) y Casa de las Américas (núm. 246), publicaron su conferencia El Quinquenio Gris: Revisitando el término, un balance de ese triste período de la cultura cubana que se extendió de 1971 a 1976. ¿Acuñar un término para la censura es una forma de exorcizarla?
AF.- El Quinquenio Gris -que algunos de los afectados prefieren llamar Decenio Negro- no gira sólo en torno al tema de la censura sino, sobre todo, en torno a los temas de la homofobia (la homofobia institucionalizada, quiero decir) y el intento vergonzante de imponer el realismo socialista en la literatura (vergonzante porque nunca osó decir su nombre). Fue una política llevada a cabo por el Consejo Nacional de Cultura de la época, surgida del Congreso Nacional de Educación y Cultura, de triste recordación. En cuestiones de lucha por el poder, nombrar al adversario es identificarlo y, por tanto, una forma de exorcizar el peligro que representa, porque ese peligro no siempre es visible para todos.
MC.- ¿Qué efectos tuvo en Cuba su crítica al quinquenio gris?
AF.- Contribuyó a aclarar algunas cosas que fuera de nuestro medio estaban olvidadas y que en general no se conocían entre los jóvenes. Tuvimos el apoyo irrestricto del Ministerio de Cultura, lo que le facilitó al Centro Teórico-Cultural Criterios, que organizaba el debate, publicar un volumen con mi ponencia y las que le siguieron, un volumen de casi doscientas páginas titulado La política cultural del período revolucionario: memoria y reflexión.
MC.- Llevo cinco años estudiando la vida y poesía de Neruda… Comprenderá cuánto me interesa el incidente de la Carta que le dirigieron los intelectuales cubanos, en 1966. Estando en La Habana, Ángel Augier me dijo: «Creo que exageramos. La carta era muy respetuosa, pero al final se impusieron las diferencias entre los partidos comunistas de Chile y Cuba» (25/julio/2006) ¿Usted qué cree?
AF.- Estoy totalmente de acuerdo con Augier. Déjeme advertirle, por otra parte, que todos admirábamos al poeta. Sin ir más lejos: antes de cumplir los veinte años y cuando todavía no había salido de mi pueblo -Bayamo, en la que fuera provincia de Oriente-ya yo me había leído no sólo los Veinte poemas…–algunos de los cuales, como es natural, me aprendí de memoria-sino inclusive el Canto general, acabadito de salir…
MC.- ¿Alguna vez comentó el incidente con Carpentier?
AF.- No. En esa época yo trabajaba en la Editorial Nacional, bajo la dirección de Alejo, pero nunca comenté el caso con él. Por cierto, Neruda fue injusto con él, en sus memorias, cuando lo catalogó como políticamente indiferente o neutral. Alejo nunca fue neutral en política, ni siquiera en los años veinte, en los tiempos de la loca vanguardia…
MC.- Finalmente, ¿cuál es el panorama de las letras cubanas para el siglo XXI?
AF.- Ese plazo implica un pronóstico orientado, supongo, a los primeros diez o quince años del siglo, ¿no es así? De manera que puedo responder sin reservas que es un panorama sumamente alentador, porque las generaciones que nos sucedieron a nosotros han ido mucho más allá, como fenómeno colectivo, quiero decir, porque todavía no es hora de juzgar comparativamente las obras individuales… No hay un solo género en el que no haya media docena de autores y escritoras respetables, la mayoría, diría yo, entre los cuarenta y los cincuenta años, pero también muchos jovenzuelos, sobre todo entre los poetas y los cuentistas. Y me refiero tanto a autores que residen en el país como a los que forman parte de la diáspora. A editores extranjeros como Beatriz de Moura, de Tusquets, les debemos que algunos de ellos sean conocidos en el extranjero, pero la mayoría no lo son, y estoy seguro de que muchos lectores latinoamericanos y europeos se sorprenderían si los descubrieran de pronto. Si ese momento llegara alguna vez, acuérdense que se los dije.