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El viejo fantasma

Fuentes: Gara/Rebelión

Los neofranquistas dicen que el Gobierno se ha rendido a ETA; los socialdemócratas dicen que ETA, acorralada por el Estado de derecho, no ha tenido más remedio que agitar la bandera blanca. Y la verdad, como de costumbre, no hay que buscarla en el término medio, sino en el tercio excluso. Sencillamente, la izquierda abertzale […]

Los neofranquistas dicen que el Gobierno se ha rendido a ETA; los socialdemócratas dicen que ETA, acorralada por el Estado de derecho, no ha tenido más remedio que agitar la bandera blanca. Y la verdad, como de costumbre, no hay que buscarla en el término medio, sino en el tercio excluso. Sencillamente, la izquierda abertzale y el amplio sector del pueblo vasco que la apoya han demostrado que la represión no puede con ellos. No ha sido el Gobierno español quien ha desarmado a ETA con la brutal potestas de sus cuerpos represivos, sino la sociedad vasca con su serena auctoritas de pueblo soberano.

Cualquiera que se haya molestado en analizar la cuestión con un mínimo de objetividad, sabe que, hoy por hoy, eso que el poder llama «terrorismo» es invencible. Cualquier grupúsculo mínimamente organizado, sin necesidad de grandes recursos materiales ni humanos, puede hacer un daño incalculable y provocar la alarma social (sobre todo si hay políticos interesados en que la alarma cunda); y mientras no desaparezcan los factores que desencadenan reacciones violentas entre los disidentes y los oprimidos, esos grupúsculos surgirán de forma espontánea y se reproducirán sin necesidad de una estructura central sólida. El denominado «terrorismo islámico» solo cesará cuando cese el terrorismo judeocristiano (sin comillas), y ETA abandonará las armas definitivamente si y solo si sus miembros (actuales y potenciales) no vuelven a considerar necesario empuñarlas.

Somos muchos, dentro y fuera de Euskal Herria, los que estamos convencidos de que si la tortura no fuera una práctica sistemática e impune (es decir, sistémica), ETA habría desaparecido hace tiempo. Solo la (justa) ira y la desesperación que genera el terrorismo de Estado pueden alimentar las filas de la disidencia armada y darle el apoyo social necesario para subsistir material y moralmente. Por lo tanto, este alto el fuego (conseguido no gracias a las actuaciones policiales y judiciales, como pretenden hacernos creer, sino a pesar de ellas) lo que parece indicar es que, por fin, es el poder el que está dispuesto a renunciar a la violencia (a una pequeña parte de la violencia institucional, quiero decir). No podemos fiarnos: ante una Administración que miente sistemáticamente (sistémicamente) y que tantas veces ha demostrado su falta de escrúpulos, el recelo es inevitable; pero hay un hueco para la esperanza: al poder (a una parte del poder, al menos) le interesa el ato el fuego, y para lograr sus objetivos el poder es capaz de todo, incluso de hacer lo correcto.

Zapatero hará cualquier cosa para pasar a la historia (y lo que es más importante, a las próximas elecciones) como el presidente que acabó con ETA; y como la única manera de acabar con ETA es poner freno al terrorismo de Estado, Zapatero intentará mantener la violencia institucional por debajo del punto de ebullición. Pero no lo tiene fácil: en el Estado español hay varios millones de fascistas (para seguir apoyando al PP tras la invasión de Iraq hay que ser un fascista en el más estricto sentido del término), una oligarquía despiadada e inmensamente rica, una Iglesia tan poderosa como reaccionaria y un Ejército que, aunque ya no es lo que era, no ha roto del todo con su pasado golpista. Y puesto que para apoyar al PP hay que ser un fascista y un fascista es, básicamente, un burgués asustado, la estrategia del PP no puede ser otra que la de seguir asustando a los burgueses y azuzándolos contra el Gobierno. El espantajo del «terrorismo» perderá fuerza, pero hay otros fantasmas que, hábilmente conjurados, pueden dar mucho juego, y, en este sentido, las nuevas palabras-fetiche seguramente serán «nacionalismo» y «autodeterminación» (aunque incluso un término tan democrático como «referéndum», oportunamente manipulado, puede generar alarma). De ahora en adelante, oiremos hablar mucho de la amenazada unidad de España, del inaceptable precio político, del desprecio a las víctimas de ETA, de un Gobierno que cede al chantaje de los radicales…

Y reaparecerá un viejo fantasma. El fantasma del comunismo, que recorrió Europa a finales del siglo XIX y la península Ibérica a mediados del XX, volverá a recorrerlas (la península y Europa), cuando ya parecía definitivamente exorcizado, a comienzos del XXI. La derecha desaforada acusará a la seudoizquierda vergonzante de abrir la puerta, con la inevitable legalización de Batasuna, a un auténtico proyecto socialista; y esperemos que en eso tenga razón. Y esperemos que todas las fuerzas democráticas del Estado español hagan suyo ese proyecto, se agrupen a su alrededor en un nuevo Frente Popular, hacia una nueva República.