España debe de tener una propensión generalizada hacia el esperpento: Aznar se pasea por las calles de Melilla en defensa del maltrecho orgullo ibérico imperial, mientras el PSOE lo acusa de traición a la patria y la ministra Aído se manifiesta a favor del derecho de las mujeres policía a ser igual de represivas que […]
España debe de tener una propensión generalizada hacia el esperpento: Aznar se pasea por las calles de Melilla en defensa del maltrecho orgullo ibérico imperial, mientras el PSOE lo acusa de traición a la patria y la ministra Aído se manifiesta a favor del derecho de las mujeres policía a ser igual de represivas que los hombres. Es sencillamente esperpéntico.
Por eso, para dejar de ver tan distorsionado, nada mejor que empezar por una mirada a la prensa marroquí para ver como ven las cosas desde el otro lado el estrecho. Desde allí, las protestas en la entrada de la «ciudad autónoma de Melilla» poco o nada tienen que ver con el odio intrínseco de los marroquíes hacia los españoles ni con su desprecio por las mujeres blancas cristianas que los interrogan en los pasos fronterizos. El diario marroquí La Opinión señala que las protestas tienen su origen en dos incidentes del 16 y el 29 de julio del mes pasado. El 16 de julio -continúa el rotativo de Rabat- las fuerzas de seguridad españolas agredieron a cinco jóvenes marroquíes residentes en Bélgica por llevar una bandera de Maruecos con ellos. El 29 de julio un joven marroquí que cruzaba la frontera con su madre también es agredido y humillado. La gota que colma el vaso es un incidente del 2 de agosto. Mostapha Bellahcen es agredido físicamente por los agentes de seguridad españoles por llevar una bolsa con un kilo y medio de sardinas que supuestamente no reunían las condiciones de salubridad mínimas. El corresponsal de L’Opinion, Jamal Hayyam concluye con la siguiente reflexión:
«El carácter repetitivo de estos actos de violencia descarta de facto la posibilidad de un simple error de seguridad. Estamos, con toda la evidencia, delante de actos premeditados de racismo que cavan una enorme fosa entre la realidad sobre el terreno y los bellos discursos del vecino de norte sobre la política de ‘buena vecindad’ fundada en el respeto mutuo» [1]
Por su parte el corresponsal de Liberation, Mohamed Benarbia, que acusa a la Guardia Civil de ser cualquier cosa menos civil concluye, «esos energúmenos [la Guardia Civil] son aparentemente tan alérgicos a la bandera de su país vecino, Marruecos, como a unas sardinas cuyo único delito es que las llevaba un joven marroquí. La triste alergia va más allá de Marruecos para extenderse por todo un continente» [2].
Ni que decir tiene que estos eventos y el sentir de nuestros vecinos marroquíes con respecto al conflicto no aparecen nunca en los medios de comunicación o si lo hacen es de manera marginal y para ser inmediatamente descalificados, como hacía el diario El País en una nota reciente. En lugar de discutir las acusaciones de represión, violencia y racismo, los medios españoles se han centrado obsesivamente en el uso de mujeres policía españolas en los carteles de denuncia de la brutalidad policial. La narrativa ya está convenientemente armada: son hombres árabes protestando ergo deben de ser terriblemente machistas; no sólo no respetan a sus mujeres a las que obligan a ponerse un velo, sino que ahora encima se meten con «nuestras mujeres policias». Sin descartar completamente las posibles actitudes machistas de los activistas marroquíes, el problema es siempre el mismo: se escoge un aspecto concreto de una cultura para descalificar todas sus reivindicaciones sean éstas justas o no. ¿Es posible que los activistas marroquíes sean machistas y las mujeres policía racistas?
Sobre la misoginia de los rifianos no me puedo pronunciar, más allá de decir que lo peor de los carteles no me parece la inclusión de las mujeres policía -una representación en cualquier caso mucho más benigna que las sensuales y pornográficas imágenes orientales de mujeres marroquíes creadas por los europeos por siglos-, lo peor del cartel es que las mujeres están alrededor de un policía borracho que parece haber perdido el control sobre ellas. Pero sutilezas semióticas aparte, la atención que se le ha dado estos carteles es totalmente desmedida y sólo sirve para ocultar algo que sí sabemos: que las fuerzas de seguridad españolas en Ceuta y Melilla son intrínsecamente racistas y sistemáticamente represivas.
Si no creen a los periodistas marroquíes sólo tienen que revisar dos informes recientes de Amnistía Internacional. El informe «Frontera Sur» (2006) describe los graves incidentes que tuvieron lugar en las fronteras de Ceuta y Melilla en los que murieron 13 inmigrantes que trataban de cruzar la valla. Al año siguiente, Amnistía Internacional elaboró otro informe, «Ceuta y Melilla. Un año después» que se abre con las siguientes afirmaciones:
«Amnistía Internacional ha recibido y documentado informes de graves violaciones de derechos humanos contra migrantes y solicitantes de asilo que intentan cruzar la frontera entre Marruecos y España en los enclaves españoles de Ceuta y Melilla. Entre esas violaciones se encuentran homicidios de migrantes y solicitantes de asilo que trataban de cruzar la frontera, uso de fuerza excesiva por parte de funcionarios encargados de hacer cumplir la ley, expulsiones colectivas y violaciones del principio de no devolución (nonrefoulement)» [3].
Amnistía Internacional, como es costumbre, recomienda campañas educativas, investigaciones e informes, pero todos estos informes serán papel mojado y las campañas educativas serán inútiles si España no reconoce primero la influencia que su pasado colonial tiene en el racismo presente, porque, no seamos hipócritas, no sólo son las mujeres policías, es todo el país el que se refiere a «los moros» con tintes xenófobos. Empecemos por recordar, por ejemplo, que fueron nada menos que los Reyes Católicos quiénes ordenaron a Guzmán el Bueno que conquistara la ciudad de Melilla en 1497, que fue Melilla también la ciudad desde donde se reorganizó tanto la «reconquista» del Rif como la base de operaciones de Franco antes del Golpe de Estado (no hay nada extraño en la querencia de Aznar por Melilla, al fin y al cabo debe de seguir siendo el jovencito fascista que escribía cartas a Franco recordándole que no se desviara de sus ideales falangistas forjados también en las campañas de África).
Un imprescindible libro del historiador inglés Sebastián Balfour, Deadly Embrace. Morocco and the Road to the Spanish Civil War, reconstruye, utilizado archivos militares y fuentes orales, la aventura colonial de España en el norte de Marruecos. Balfour cuenta, entre otras cosas, como después de la derrota de España en Cuba y Filipinas en 1898, España se dividió con el imperio francés el actual territorio marroquí para rearticular su proyecto imperial. Hasta el desastre de Anual en 1921, la ocupación española de Marruecos contaba con escaso apoyo popular dentro de la península y era presa de una gestión colonial corrupta, ineficaz y violenta en los territorios ocupados. La decapitación de la población colonial, por ejemplo, era práctica común entre los oficiales africanistas. Sin embargo, a partir de la durísima derrota infringida por las tropas de Abdel Krim en Anual en 1921, el clima de racismo en la península aumenta y con él, de acuerdo con Balfour, el apoyo a una intervención militar armada para recuperar el territorio y el orgullo nacional perdidos.
No es éste el lugar de reconstruir esta compleja historia, pero sí el espacio para recordar que en este clima de patriotismo y racismo exaltados, los militares africanistas con el apoyo absoluto de Alfonso XIII empezaron a barajar la posibilidad de utilizar armas químicas -gas mostaza en particular- para eliminar a la población rebelde. Entre 1921 y 1930 España condujo una guerra colonial que combinó el avance por tierra del ejército colonial con los «ataques preventivos» con armas químicas para limpiar el terreno. Sólo en el Ajdir, cuartel general de los independentistas rifeños y cuna de su líder Andel Krim, la aviación española volcó 5.000 kilos de gas mostaza sobre la población civil para allanar el terreno a la Legión.
Los detalles de esta guerra colonial, los miles de muertos causados por el ejército español y la crueldad que siguió a la victoria son desconocidos para la mayoría de los españoles y sólo recientemente entran, con toda su intensidad, en la historiografía nacional. Y precisamente porque no lo recordamos o nunca lo supimos, el fantasma de estos muertos coloniales habita inconscientemente en nuestras cabezas racistas de hoy. Por eso, recordarlo tal vez sirva para entender el porqué de ciertos odios ancestrales, pero sobre todo para hacer empatía con nuestros vecinos del norte de Marruecos, pues al fin y al cabo el ejército africanista también marchó por la península Ibérica con los mismos ímpetus coloniales durante la Guerra Civil. Quizá entendiendo el sufrimiento ajeno y conectándolo con el propio podamos abrir un debate sereno y sosegado sobre la descolonización de Ceuta y Melilla. Mientras tanto me quedo con el deseo universal de descolonización y ciudadanía del músico subsahariano de reggae Tiken Jah Fakoly:
Habéis tomado nuestras playas
Y su arena dorada
Habéis metido al animal en una jaula
Habéis abatido nuestros bosques
Qué nos queda
Cuando tenemos las manos vacías
Nos preparamos para el viaje
Nos arrojamos al vacío
¡Abrid las fronteras
Dejadnos pasar!
Notas:
[1] Jamal Hajjam. Mellilia occupée, Point de passage ou de «tabassage» http://www.lopinion.ma/def.asp?codelangue=23&info=1081&date_ar=2010-8-18%2018:49:00
[2] Mohamed Benarbia. «L’Espagne: La plaindre ou l’envier?» http://www.libe.ma/L-Espagne-La-plaindre-ou-l-envier_a13122.html
[3] España y Marruecos. Falta de protección de los derechos de las personas migrantes: Ceuta y melilla un año después. http://www.amnesty.org/es/library/asset/EUR41/009/2006/es/7bc2419b-d3e6-11dd-8743-d305bea2b2c7/eur410092006es.html
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