A los que, de una forma u otra, estamos movilizados en este país contra el Poder Financiero Mundial y la clase política a su servicio; a los que el pasado 15 de octubre secundamos en cuerpo o espíritu la más importante manifestación anticapitalista a escala mundial que se haya dado en mucho tiempo, por más […]
A los que, de una forma u otra, estamos movilizados en este país contra el Poder Financiero Mundial y la clase política a su servicio; a los que el pasado 15 de octubre secundamos en cuerpo o espíritu la más importante manifestación anticapitalista a escala mundial que se haya dado en mucho tiempo, por más que nuestros medios de incomunicación, ocultación y adoctrinamiento hayan pretendido minimizar su eco; a los que somos conscientes de que la actual crisis mundial es responsabilidad directa de los dueños del capital financiero y por tanto son ellos quienes deben pagarla; a los que estamos convencidos de que las burbujas financieras que explotaron no habrían ni siquiera nacido sin la desregulación de los mercados y la amplia libertad para obrar a sus anchas bajo la doctrina del neoliberalismo económico que los gobiernos, cómplices o tolerantes, consintieron; a los que percibimos que tras la maleza de siglas que encarnan el arco parlamentario europeo, se llamen socialistas, socialdemócratas, democristianos, etc., no hay más que partidos neoliberales y un apéndice crítico que jamás se ha planteado cuestionar el Sistema; a los que nos sentimos insultados en nuestra inteligencia por la desfachatez e impunidad con que la clase política ha colaborado para convertir esta democracia en una farsa con clara vocación de dictadura; a los que, aspirando a una Democracia real, estamos en contra de la plutocracia económica que nos oprime; a todos los que, por todas estas cosas y las consecuencias que de ellas se derivan, invocando Justicia y el cumplimiento de los Derechos Humanos, somos -y a mucha honra- antisistema, se nos plantea un problema de cara a las elecciones del próximo 20 de noviembre.
¿Se participa o no se participa? Y si se vota, ¿qué o a quién se vota?…
Hagamos, antes de responder, ciertas consideraciones.
Lo que llamamos democracia no es más que una dictadura económica enmascarada. Quienes realmente dominan y mandan en el mundo jamás se han puesto al alcance de nuestros votos, y, hasta hace muy poco, tampoco de nuestras críticas, pues habían conseguido que nuestras miradas se detuvieran en, o no fueran más allá de, los partidos políticos que aparentemente dirimían en las urnas el rumbo de nuestros destinos. Hoy, espoleados por la crisis -que aprovechan para reforzar sus políticas neoliberales-, por el grado de corrupción, desvergüenza y apoltronamiento a que han degenerado -sálvese quien pueda- tanto los cargos políticos como las cúpulas de los sindicatos mayoritarios, y por la idiocia, sumisión y desinterés que, unos y otros, han logrado inocular en la ciudadanía, se sienten tan impunes que se han hecho visibles. Por eso hemos aprendido que los partidos, las elecciones, la pugna por recolectar votos, no son más que elementos de la tapadera que permite a los amos seguir haciendo y deshaciendo a voluntad mientras nos mantienen dentro de la olla enfrascados en una pugna inútil sobre Rajoy o Rubalcaba, el PP o el PSOE, o si dar los votos a IU, que tampoco ganará jamás con la Ley Electoral que propusieron a favor del bipartidismo y la alternancia, y que, en el colmo de la desfachatez, han vuelto a reformar, con los votos de PP, PSOE, CiU y PNV -póker beneficiario del sistema-, para blindar aún más sus prebendas parlamentarias y ahuyentar la posibilidad de que algún partido advenedizo se les cuele de rondón en alguna de las Cámaras.
Como consecuencia, si el Sistema no es lo que dice ser y si las elecciones no sirven para nada, prestarnos con nuestra participación a servir de coartada a sus patrañas, sería no sólo incurrir en una incoherencia, sino alejarnos de la posibilidad de comenzar a acabar con la farsa. Por lo tanto, nos negamos a participar en la partida de las cartas marcadas, en la ruleta del premio imposible. ¡No jugamos!
Ahora bien, si nos limitamos a no jugar absteniéndonos de votar, no hay duda de que nos van a hacer pasar por indiferentes y vamos a quedar asimilados a los que realmente no acuden a las urnas porque les importa un bledo la política, y ese no es nuestro caso. Nosotros no sólo estamos muy preocupados por lo que está ocurriendo, sino que, con la única arma legal que nos dejan -el voto- queremos subvertir el Sistema, queremos desestabilizar este parlamentarismo de pacotilla cuya función principal es proveer de mimetismo democrático a la dictadura de los mercados.
Si no vamos a votar a nadie ni vamos a abstenernos, las dos opciones que quedan es utilizar el voto en blanco o el voto nulo; pero el primero debe descartarse porque con él no haríamos más que favorecer a los partidos mayoritarios y obstaculizar la representatividad de los menos votados. Esto es así porque nuestro método de contabilización electoral -Ley D’Hondt- fija, para las elecciones generales, un mínimo del 3% del número total de votos para que un partido tenga representatividad parlamentaria, y como, en nuestro sistema, los votos en blanco se suman al número total de votos del escrutinio, un cuantioso número de aquellos contribuye a elevar considerablemente el número de votos necesarios para alcanzar el 3% exigido, con lo cual se estaría perjudicando a los partidos minoritarios.
Nos queda, pues, el voto nulo: un voto nulo emitido a posta; esto es: que no dé lugar a dudas de que se ha emitido así ex profeso. Para ello, deberíamos llevar de nuestra casa la papeleta confeccionada con un lema, por ejemplo: «No nos representáis«. Creo que es claro, rotundo y no deja lugar a interpretaciones sobre la intención de voto.
¿Qué lograríamos con esto?… Depende del número de votos nulos así emitidos. Si todos los que estamos indignados con los abusos que políticos y banqueros están haciendo con el pueblo, si todos los descontentos con la situación actual, tomáramos conciencia de la inconveniencia de seguir manteniendo el fraude que supone unas elecciones donde los que realmente deciden sobre nuestras vidas no figuran en ellas, y votáramos «No nos representáis» hasta lograr una cantidad considerable en el escrutinio, la bofetada que íbamos a darles en plena prepotencia a los políticos estoy convencido de que haría saltar cientos de pilotos de alarma. Que de todos modos iban a ocultarlo…, pues para eso estamos, para divulgarlo. Que de esa forma no conseguiríamos evitar que el PP o el PSOE ganen las elecciones…, bueno, de la otra tampoco; pero estaríamos diciendo a las claras que ya basta de engaños, que no creemos en la farsa electoral, que estamos exigiendo a los políticos que se ponga a nuestro servicio ¡ya!, que no vamos a participar en la pantomima mientras no cambie la Ley Electoral, y que no vamos a votar ningún partido mientras no se eliminen todos los privilegios de casta que hoy asisten a los parlamentarios y no veamos en su programa electoral las reivindicaciones ciudadanas que se han hecho explícitas en comunicados de las distintas plataformas en lucha. Cualquier cambio que consigamos en ese sentido, hemos de tomarlo como una victoria, no total ni definitiva, pero que nos acercaría a la meta, que no es otra que la de conseguir una democracia auténtica, donde los políticos representen realmente los intereses del pueblo y el pueblo decida su propio destino; ese es el objetivo a lograr, aunque para ello sea preciso abandonar este capitalismo en crisis.
Indignados, ya sabéis, el próximo 20-N, a emitir el voto de la subversión, a votar en masa «No nos representáis».
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