Uno acepta el tedio de la fila y el megáfono anunciando el mayor espectáculo del mundo. Uno acepta la entrada y el asiento, y que al aprendiz de pájaro se le acabe el trapecio y estrelle su vuelo en medio de la pista, que los payasos más muevan a la pena que a la risa, […]
Uno acepta el tedio de la fila y el megáfono anunciando el mayor espectáculo del mundo.
Uno acepta la entrada y el asiento, y que al aprendiz de pájaro se le acabe el trapecio y estrelle su vuelo en medio de la pista, que los payasos más muevan a la pena que a la risa, que al ilusionista se le pierdan los trucos en las mangas y que el conejo se asfixie en la chistera.
Uno acepta que el elefante aplaste, finalmente, la hermosa cabeza de mujer hasta volverla una sola lentejuela, que al malabarista se le caigan los alardes, que el bromuro se lo tome el domador y que maullen los tigres de Bengala.
Uno acepta que al contorsionista se le quiebre la estampa en un giro impensable e imposible, que los chimpancés no aprendan las piruetas y los camaleones no encuentren más embozos…
Uno, resignado por el tiempo y la costumbre, a estas alturas del circo, ya lo acepta todo… pero no me exijan que, además, celebre y aplauda tanta desvergüenza.