El Partido Popular revalidó su mayoría absoluta en las elecciones gallegas. Pese a ser un resultado poco sorprendente, sí que es cierto que la ciudadanía progresista gallega acudía a estos comicios con una gran esperanza de lograr un cambio político que, al final, no pudo materializarse.
Eso sí, el PP descendió en porcentaje de voto y en dos escaños, y el BNG obtuvo su mejor resultado histórico de la mano de Ana Pontón, reunificando a todos los sectores del nacionalismo gallego y concentrando la mayor parte de voto de izquierdas.
Por su parte, las diferentes izquierdas españolas obtuvieron unos resultados muy negativos. Los dos partidos del Gobierno español recibieron un duro varapalo. El PSOE descendió de manera brusca, quedando relegado a ser la tercera fuerza política aún más claramente de lo que ya lo fue en 2020. Y Sumar quedó fuera del Parlamento gallego por debajo del 2% del voto. El autodenominado “Gobierno progresista” español ha sufrido un serio aviso que debería interpretar de manera correcta. Y Podemos, que partía sin ninguna opción, confirmó esas expectativas al quedar como un partido absolutamente marginal en Galicia.
Las distintas izquierdas españolas nacidas del ciclo impugnatorio abierto el 15M están en una crisis profunda. Podemos parece acelerar hacia su desaparición. Y Sumar sigue confirmando que su proyecto no va más allá de ser un apéndice del PSOE creado y dirigido desde el Ministerio de Trabajo utilizado por Yolanda Díaz como lanzadera político-personal.
Lo que fue llamado “el ciclo del cambio” lleva ya años muerto. Pero si alguien tenía alguna duda, las elecciones gallegas han sellado para siempre su tumba. Aquellas nuevas izquierdas españolas no supieron leer este cambio de ciclo. Olvidaron la implantación territorial, la organización de base y la democracia interna en sus organizaciones, así como la importancia de apoyar la construcción de espacios sociales autónomos a los partidos que les sirvieran como base social a la vez crítica y de sustento.
Su proyecto autodenominado como “plurinacional” terminó siendo, en la práctica, un paracaidismo lanzado desde Madrid, ya sea desde una sede central, desde un Ministerio o desde un canal de Youtube. Una izquierda madrileña sumida de lleno en la hegemonía ayusista del “Madrid es España”, sin darse cuenta de que este está siendo uno de los motivos principales de su debacle.
Pero lo que es peor, en su debacle, están actuando conscientemente como un obstáculo para las izquierdas soberanistas de las naciones sin Estado que, aprendiendo de aquel ciclo del cambio (como el BNG aprendió de lo que sucedió en Galicia con el desgaje de la Anova liderada por Beiras y las Mareas), supieron adaptarse a la nueva realidad sin perder sus principios políticos ni su arraigo territorial en sus países. En los momentos claves, las izquierdas españolas siempre acaban siendo una herramienta de sostenimiento del Régimen del 78.
Estas izquierdas soberanistas son las que están ocupando el espacio que está dejando el desencanto político con la supuesta izquierda española plurinacional que lo quiso representar. Aquel espacio del cambio. Al contrario que esta, los soberanismos de las naciones sin Estado están construidas a fuego lento y sobre bases sociales potentes: sindicatos nacionalistas mayoritarios, amplio tejido socio-cultural, desarrollo teórico e intelectual endógeno con historia, etc., lo que garantiza que, hasta en los peores momentos, no estén en peligro de desaparecer y siempre tengan un colchón que las aguante para poder volver a levantarse.
Todo apunta a que puede producirse (si no está sucediendo ya) un efecto mímesis en muchos pueblos del Estado español que busquen organizarse en alternativas propias, apegadas al territorio y lejos de focos mediáticos contaminados por las guerras de la izquierda española. Esto es algo que me parece positivo. Sin embargo, por la cuestión identitaria en lo relativo a la adscripción nacional, también creo que será difícil que puedan ser exitosas en todas las Comunidades Autónomas de España. Y, allí donde esto no pueda darse, el espacio de la izquierda a la izquierda del socialliberalismo puede terminar desapareciendo, tal y como sucedió en Italia.
Aún conociendo esta dificultado, creo que debemos contribuir y apoyar de la manera en la que cada cual pueda o crea más oportuna a los proyectos autónomos que nacen y/o crecen en nuestras tierras. Y para explicarlo utilizaré mi caso personal. Pasé de la militancia en el soberanismo cántabro de izquierdas a la activa participación en aquella nueva izquierda española, pensando que la ventana de oportunidad política abierta entonces permitía construir espacios de ruptura democrática.
No fue posible y por ello volví al espacio político del que salí ayudando a la construcción de Cantabristas en un primer momento. Después, por discrepancias político-personales me aparté del proyecto. Pero esto no me impide ver que, a medio y largo plazo, si queremos que Cantabria tenga algún futuro más allá del resort turístico al que los tres grandes partidos nos tienen destinados a ser, es necesario apoyar la concreción política en Cantabria de estas izquierdas propias, apegadas a la tierra y alejadas de guerras construidas en Madrid. Y esa concreción, aquí y ahora, no es otra que Cantabristas.
Para finalizar, creo que las elecciones europeas, por su características, son las perfectas para construir una candidatura conjunta de los diferentes espacios soberanistas de izquierdas de todos los pueblos del Estado español que puedan volver a ilusionar al pueblo progresista desencantado y construir las bases del crecimiento futuro al margen de una izquierda española en decadencia. Este podría ser un buen objetivo para empezar. Y para contribuir a ello también desde Cantabria. Porque necesitamos que nuestra tierra esté presente en cada ámbito de decisión que afecte a nuestras vidas.
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