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Elecciones generales: una crítica a la ideología

Fuentes: Colectivo Germinal

Como consecuencia de la campaña electoral, los medios de comunicación informan sobre los acontecimientos relacionados con ésta, se publican encuestas con los posibles resultados electorales, y aparecen artículos opinando sobre las distintas tendencias demoscópicas existentes. Algunos de los que participamos en Colectivo Germinal estamos habituados al trabajo de investigación social y de mercados, y por […]

Como consecuencia de la campaña electoral, los medios de comunicación informan sobre los acontecimientos relacionados con ésta, se publican encuestas con los posibles resultados electorales, y aparecen artículos opinando sobre las distintas tendencias demoscópicas existentes. Algunos de los que participamos en Colectivo Germinal estamos habituados al trabajo de investigación social y de mercados, y por ello nos tomamos con interés los datos producidos por los medios. Sin embargo, por la misma razón, conocemos no sólo los límites epistemológicos de estos datos, derivados de una ideología que mistifica los procesos sociales que subyacen a ellos, sino que además, reconocemos que la crítica de estos límites epistemológicos es en sí una crítica a la forma que toma la democracia actual, de carácter electoral e institucionalista; y que se traduce en una crítica a la ideología.

Lo esencial de unas encuestas, como también lo esencial de unas elecciones, es que unas personas son preguntadas por el partido al qué piensan votar. En las elecciones la respuesta del voto se hace delante de las urnas, emitiendo un voto, que más tarde será contabilizado, y que si alcanza una acumulación suficiente, se traducirá en escaños. En las encuestas, la respuesta se da al encuestador. Si la encuesta está bien hecha, si es aleatoria, si las preguntas son claras y no demasiado largas, teóricamente ésta será representativa; e incluso existen formas para corregir los errores derivados de los fallos de la aleatoriedad.

En realidad sabemos por experiencia que esto no sucede nunca así. Es complicado hallar procedimientos aleatorios que sean efectivos, pero es que además aparece un problema, sobre todo cuando se trata de política, que hace que varíen los fundamentos de la teoría: las personas encuestadas dudan, mienten, no están seguras o sencillamente no están interesadas en el tema. Los analistas «vulgares» (independientemente de que sean buenos o malos) echarán mano de otras preguntas en la encuesta (o de otras encuestas) para poder estimar mejor estos datos, como puede ser la simpatía hacia un partido u otro, el encuadramiento ideológico de la persona entrevista, la memoria del voto en las últimas elecciones, el comportamiento de los electores en elecciones pasadas, etc.

Analistas más audaces pueden reducir el peso de estos los elementos cuantitativos antes mencionados, e intentar hacer uso de otras herramientas de investigación, denominadas cualitativas, para acercarse mejor a los resultados. Estas herramientas son los grupos de discusión, las entrevistas, y en algunos caso, la observación. La crítica que realizarán los analistas más audaces a los analistas vulgares (independientemente lo buenos que sean los primeros) es que éstos no tienen en cuenta que la encuesta es una metodología que por una parte atomiza al entrevistado, y por otra parte no le deja construir una solución propia por sí mismo, sino que le da las posibles respuestas ya cerradas. La suma de estos dos elementos, elimina la capacidad de percibir las tendencias latentes que atraviesan a la sociedad y a sus estratos. Tendencias que por otra parte si son aprehensibles analizando los discursos [1].

Cabría preguntarse acaso, ¿pero no sucede lo mismo cuando se vota? Sí y no. De hecho, toda aproximación cualitativa a la investigación supone siempre una crítica parcial a los procesos cuantitativos de investigación y también, de paso, a los modos de elección cuantitativos, como son unas elecciones, en tanto que el pensamiento social cualitativo percibe (mistificadamente, como intentaremos demostrar más tarde), que los electores no son individuos aislados, que pertenecen a un tejidos social, que están influidos por ese tejido social, y que por tanto la ideología es algo mucho más complejo. Ésta es de hecho un producto social que se mueve en una dirección u otra según cómo las clases, estratos, colectivos, territorios, edades, etc. interactúen con la realidad social. Todo analista cualitativo sabe mirar por ello a largo plazo, incluso cuando a veces mirar a largo plazo sea mirar de aquí a dos semanas, porque el tiempo de la vida social se puede quebrar, es alteridad radical (Luxemburgo, Castoriadis, Benjamin).

La crítica desde una perspectiva cualitativista al sistema electoral es, que este impide la construcción de respuestas, pues nos obliga a elegir por una opción. Sin embargo, es interesante mencionar que el grupo de discusión, si bien es una técnica de menos peso en la investigación política y de mercados, no por ello deja de ser utilizada y se considera que tiene bastante validez. A nivel de marketing político y mercantil, el grupo de discusión, que es el medio de investigación más común dentro de las técnicas cualitativas, puede ser usado para captar el sentir de distintos grupos, colectivo y estratos sociales. Lo normal es reunir a un grupo de personas que no se conocen de nada entre sí. Un moderador les propone un tema de conversación, y les deja hablar, dirigiendo laxamente la dirección del discurso. Más tarde analizará los datos producidos en las entrevistas, e intentará encontrar los elementos diferenciales y comunes entre los discursos de los distintos miembros, y de los distintos grupos realizados; así como también los elementos latentes en el discurso, es decir, aquellas cosas que no se dicen, pero que están de una u otra manera presentes, aunque sea preconsciente o inconscientemente.

A través de los grupos de discusión se puede llevar a cabo una estrategia de marketing dirigida a ciertos colectivos, y por tanto crear un mensaje que se adecue a sus expectativas y valores sociales.

Existe la idea de que estas técnicas sirven para manipular a las personas con los mensajes publicitarios, electorales, informativos de las distintas empresas, partidos y medios de comunicación, aunque los propios analistas cualitativos, al menos los más sensatos, saben perfectamente que esto es una exageración. Al contrario, lo esencial (y lo que nos trae de nuevo a la cuestión electoral) es que las metodologías cualitativas lo único que hacen es clarificar un discurso que es ya social, que existe en la sociedad. Elimina ciertos rasgos más particulares para plasmarlos en una opción «mercantilizable» en la sociedad de consumo.

Nos gustaría ahondar esta cuestión. Los discursos son siempre producidos socialmente, las técnicas cualitativas sólo los canalizan y las técnicas cuantitativas miden sus efectos a grandes rasgos a través de los (grandes) números. Y sin embargo, nuestra relación como ciudadanos hacia ellos es francamente compleja: nos reconocemos en ellos, pero presentimos una mano (¿invisible?) omnipresente que pudiera estar intantado manipularnos. La crítica a las técnicas cualitativas más coherente no es en realidad señalar su peligrosidad o su capacidad de manipulación, sino mostrar que habitualmente no hacen otra cosa que reproducir la ideología.

Los estudios cualitativos, al reunir a un grupo de personas que no se conocen, obligan a estas personas a mantener una conversación basada en lugares comunes: eso es la ideología, la capacidad de tener algo en común con alguien sin conocerle de nada. La ideología como puente, concretamente, como puente abstracto entre las distintas personas del grupo. Porque lo esencial es que la única razón por la que esas personas están allí es la de haber sido seleccionados por algún criterio común, como clase, género, edad, trabajo o consumo. Por no compartir no comparten ni el metro, ni el vecindario, ni nada. Su encuentro está mediado por la empresa que los contacta y es tan efímero como la duración de la reunión. El trabajo del grupo de discusión es un momento en que algo concreto (nuestras vivencias cotidianas) se convierten en un lugar común puro, es decir, en abstracción de un discurso. Por supuesto, ese trabajo no sólo es del propio grupo, sino también a posteriori el de los analistas.

Corre el mito de que Podemos nació de unos grupos de discusión conducidos por Carolina Bescansa hace unos años. El mito cuenta que de los grupos se podía entrever que existía la ventana de oportunidad (como tanto gusta decir ahora) para la construcción de un partido de nuevo tipo. El mito es la excusa que nos sirve a nosotros para señalar que la mayoría de las organizaciones que se presentan a las elecciones tienen que vender una mercancía para ser votadas. Lo esencial de los grupos de discusión es la producción de esa ideología. Pero no nos equivoquemos, ni los partidos ni los institutos de opinión, ni las asesorías son los que producen esa ideología. Esa ideología es producción social que sin embargo se nos escapa de las manos, del mismo modo que el control sobre nuestro trabajo se nos escapa, o de que el valor de la mercancía se constituye a espaldas de los productores. Y se nos escapa de las manos porque es ideología, porque es antitético a una organización de la vida por parte de los que producimos praxis y discurso cotidianamente, de todas y todos los que participamos de la vida social.

Nuestro modelo de sociedad se basa en la atomización, que se produce en todos los ámbitos de la praxis humana. La vida se organiza a través de la mercancía. Que la mercancía organice la vida significa que una ingente cantidad de cosas producidas, son concebidas como trabajo (o praxis) abstracta, reduciendo sus elementos concretos, los cuales desaparecen. La abstracción en el ámbito de la producción material es mediada por la acumulación de trabajo [2]. En el caso del discurso, Laclau [3] es el teórico más interesante para realizar una crítica de la ideología. Habría que decir de él, que como a Hegel, hay que darle la vuelta. La teoría del significante vacío es una clara demostración de cómo el sistema capitalista reduce el discurso concreto a un discurso abstracto. Laclau considera que, por ejemplo, las distintas demandas de los distintos movimientos, para alcanzar la hegemonía, deben ser representados por un significante en el que quepan la mayoría de sus demandas, pero por ello mismo, más ambiguo…vacío. Lo cual no significa otra cosa, que para alcanzar la hegemonía, hay que vaciar el discurso de contenido, indefinirlo, abstraerlo de las cuestiones concretas (que en definitiva es el único medio de construir un proyecto sólido), para alcanzar a más personas.

Los partidos políticos, ante la necesidad de alcanzar a amplias mayorías, viven en la necesidad de tener un discurso lo suficientemente abierto, lo suficientemente ambiguo. No se trata de que mientan, se trata sencillamente de movilizar al voto, ¿o alguien espera movilizar el voto con temas que si bien puede ser fundamentales, no despiertan interés? En este sentido, no basta sólo ver el poder de clase burgués promocionando a unos partidos sobre otros, sino que hay que mirar más lejos: nuestras condiciones de vida nos son tan ajenas, que somos tan incapaces de producir discurso concretos, proyectos alternativos, de organizar la vida social, que nuestras palabras se nos escapan, se organizan a nuestras espaldas, se convierten en ideología.

En realidad, la crítica de la ideología no hay que hacerla a un pensador vulgar y chato como Laclau. La crítica de la ideología debe empezar por Lacan y Althusser, y afecta, por supuesto a casi toda la izquierda radical. Es sorprendente que Lacan, Althusser, Schimdt y Hobbes compartan en sus construcciones teóricas la institución de un «significante» sobre el que el sujeto se reconoce como a través de un espejo. Así, Lacan considera que el niño se reconoce en el espejo (y al lado de la madre) y construye imaginariamente su figura. Althusser, sigue esta teoría, y allí donde Lacan [4] pone el espejo, Althusser pone la ideología. Pero es que es obvio [5] que Schmidt y Hobbes ponen al soberano (al Leviatán), como esos «espejos» en los cuales, los sujetos se constituyen como sujetos jurídicos, los cuales, viven en una relación de exterioridad con el soberano, el cual, los introduce en la relación jurídica [6]. En el caso de Laclau, esta teoría se reproduce de la misma manera cuando considera que son los representantes los que producen a los representados. Por tanto, según Laclau, no hay representados sin representantes. Y por supuesto, estas teorías suelen presuponer (¡ay!, el pensamiento burgués…) miembros separados, inconexos: ya sean los miembros del cuerpo, que se alcanzan su unidad imaginaria frente al espejo (Lacan), ya sean los ciudadanos en su estado de guerra pre-social (Hobbes), ya sea las demandas separadas que se agregan en el significante vacío (Laclau) [7].

La relación de los sujetos jurídicos con el Estado burgués, es por tanto una relación de separación. El Estado burgués se sitúa enfrentado a ellos. Esta condición se deriva de una de las dimensiones de que la propia fuerza de trabajo sea una mercancía. Como mercancía, la fuerza de trabajo es abstracta y por tanto atomizada, en tanto que es efecto de una producción privada preconcebida. Sólo a través de la abstracción la vida nuda (la fuerza de trabajo) puede insertarse en la producción, en tanto desvinculada de cualquier atadura, en tanto reemplazable por cualquier otra y en tanto capaz de producir valor como cualquier otra. Por supuesto (y este es un tema que habrá que tratar cuando hablemos de la reproducción [8]) la fuerza de trabajo en sus lugares de reproducción no está siempre (si no ha caído en la barbarie) tan atomizada. Pero este proceso de abstracción muestra que no dominamos nuestras condiciones de vida. La producción del discurso se nos escapa, y a espaldas nuestras, como efecto de nuestra atomización, se levanta un leviatán, un padre, un dios, un partido, un espejo, que refleja nuestros propios discursos, pero fuera de nuestras manos, cayendo en los procesos de revalorización y desvalorización que salvajamente muestran hoy en día las encuestas.

La transformación del mundo del trabajo del periodo fordista al actual que se traduce en una profunda descomposición de la clase obrera, efecto de la crisis del valor por parte del capital, acompañada de la desaparición de la fábrica como referente fundamental del paisaje social. Esto causa que los tejidos sociales producidos en el ámbito laboral se fragmenten, y con ellos, las productos ideológicos.

Así pues, la ideología es un producto de unas condiciones de vida en las cuales la fuerza de trabajo está separada de sus condiciones de existencia, mediada por la mercancía y atomizada. Esto por supuesto no implica que tengamos formas de relacionarnos con nuestras condiciones de vida que puedan ser también mistificadoras, pero no son necesariamente ideológicas. De hecho, es posible, que la ideología sea una condición necesaria para la conformación de la ciencia durante el nacimiento de la era burguesa [9].

Por último señalar que este análisis no es uno que llame a la abstención. Aquél que haya atendido bien entenderá que pueden existir partidos que emergen (Podemos) o han emergido (IU) de las aspiraciones populares. Y es que las aspiraciones de los estratos populares pueden ser reformistas, pueden aspirar a volver a lo que había antes, antes que de liberarse del capitalismo. Los límites de estos partidos, como también de los movimientos, son una muestra de que todavía vivimos sin proyecto político capaz de organizar nuestras vidas, por tanto, a merced de la ideología, escindida del debate político que construye soluciones entre todas y todos los que queremos acabar con el capitalismo.

Notas:

[1] Para una crítica de las técnicas cuantitativas, véase de Alfonso Ortí, por ejemplo, Cuando una vez más los electores son anexactos.

[2] Nos basamos aquí en los análisis del grupo Krisis.

[3] Véase de Laclau Hegemonía y estrategia socialista y La razón populista.

[4] Véase de Lacan, por ejemplo, El estadio del espejo como formador del yo [je] tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica.. En Escritos 1.

[5] Véase los análisis de Jorge Herrero sobre Podemos en nuestro mismo blog. Este texto es un intento de profundizarlos.

[6] Veáse Homo sacer I. La nuda vida de Agamben.

[7] Hay que reconocer a Althusser que no cayó en ese error… sencillamente porque consideró que el ser humano tenía una predisposición a imaginarse sus condiciones reales de vida. Althusser confunde la imaginación con la ideología. Véase Ideología y aparatos ideológicos del Estado.

[8] Trataremos más adelante de tocar otras dimensiones de la fuerza de trabajo como mercancía.

[9] Véase Objetividad inconsciente. Aspectos de una crítica de las ciencias matemáticas de la naturaleza de C. P. Ortlieb en el Absurdo mercado de los hombre sin cualidades.

Fuente: Elecciones generales. Una crítica a la ideología

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