El protagonismo de los paises periféricos, como Chile, recobra cierta importancia en el mundo cuando enfrentan un proceso eleccionario. Las elecciones aparentan ser el ejercicio último que los acredita como sociedades democráticas dentro de los parámetros del mundo occidental actual. Estos procesos eleccionarios se realizan en cualquiera circunstancia, como ejemplos tenemos a Irak y Afganistan, […]
El protagonismo de los paises periféricos, como Chile, recobra cierta importancia en el mundo cuando enfrentan un proceso eleccionario. Las elecciones aparentan ser el ejercicio último que los acredita como sociedades democráticas dentro de los parámetros del mundo occidental actual. Estos procesos eleccionarios se realizan en cualquiera circunstancia, como ejemplos tenemos a Irak y Afganistan, territorios invadidos, con miles de inocentes adultos y niños masacrados, en los que se ha destruido la mayor parte de sus infrastructura, e intituciones, y que sin embargo implementan elecciones. Aunque un bajo porcentaje de la población se atreve a votar, y los votos los cuentan los mismos mafiosos que gobiernan, títeres de los invasores, las elecciones se hacen igual. Honduras es otro buen ejemplo, en el que el imperialismo y algunos de sus hermanos latinoamericanos legitimizan elecciones a pesar del golpe de estado y mientras el presidente constitucional permanece refugiado en la embajada de Brasil en ese país. Ayuda a esto que durante semanas los comentarios en los medios capitalistas del mundo den relevancia a estos circos electoreros.
Próximo a sus elecciones presidenciales y parlamentarias, Chile no es escenario ni de guerra ni de invasión, aunque su pueblo, que no ha experimentado democracia política duradera acepte debates públicos de candidatos presidenciales que funcionan al estilo norteamericano, preparados, superficiales, irrelevantes. En Estados Unidos, la mayor parte de la población no ha participado nunca en decidir el destino de su nación y hablando de votación el porcentaje de votantes raramente ha pasado del 50% de la población habilitada para votar, el resto es indiferente, o porque no cree en el proceso o porque simplemente lo ignora. En el Chile «moderno» el planteamiento que se sigue es similar, se trata de engañar a los ciudadanos, de impedir por todos los medios que reclamen sus derechos, de que no se organicen para participar o para decidir un destino diferente entendiendo que viven en un país que es suyo, que les pertenece.
Desde hace 36 años Chile mantiene un sistema económico que favorece mecanismos de saqueo al país, beneficiando solamente a una minoría, y en detrimento del bien público y de la población general. Si en Chile no se alimentara una ideología dominante, que afecta cada rincón del país y cada aspecto de la vida de sus habitantes y que ha transformado a los chilenos favoreciendo el egoismo, la apariencia y exiliando la solidaridad, los que gobiernan serían llevados a juicio por traición a la nación. Pero la ideología sirve y aunque impuesta por la fuerza, la violencia y el crimen, justifica este sistema de despojo y que no se lo identifique como traición al interés nacional.
La Concertación de Partidos por la Democracia, que viene gobernando el país por casi veinte años con el apoyo de una mayoría de los chilenos, ha creado una democracia domesticada, tutelada, en extremo manoseada, y que se ha ocupado de mantener la Constitución golpista. Hemos llegado al desgaste de ese proceso. La Concertación (de oportunistas) está hoy en peligro de perder el poder presidencial -en parte debido a su propia descomposición y en parte por el brote que le salió que resultara en la candidatura de Marco Enríquez-Ominami (tercero en las encuestas y candidato por otras ambiciones al poder presidencial). Diferentes sondeos de opiniones muestran al candidato oficial del gobierno, el derechista Eduardo Frei Ruiz-Tagle, muy atrás de su contendor el otro derechista, Sebastián Piñeira Echenique, aunque Piñeira asuste.
La popularidad de la presidenta Michelle Bachelet, que casi triplica la del candidato por el gobierno, no se extiende a Frei. Esto, que parece una contradicción, se explica justamente por la exitosa manipulación de la imagen de Bachelet. Los artífices del pragmatismo que lograron separar tan bien a la presidenta de sus responsabilidades como primera autoridad del país, generando una imagen de mujer «sobria, especie de mamá blanca que irradia generosidad y buenas intenciones,» no lograron transferir a tiempo el éxito mediático de la presidenta al nuevo candidato. Frei no pudo capitalizar la «magia de Michelle.» Bachelet, con un discurso demagógico y vacío, dentro y fuera del país, ha representado al político amorfo y tan de moda, que en Chile se ha convertido en una verdadera idiotéz nacional. Chilenos y chilenas han separado a «Michelle» de toda responsabilidad política por la situación que vive Chile.
Esto aun cuando Bachelet ha apoyado a las corporaciones explotadoras de recursos y trabajadores en Chile -en especial en la minería y el mar. Cuando Bachelet es responsable de la grave situación en que se encuentra la salud y la educación, en un Chile que ha contado con recursos financieros. Y siendo que la miserable ayuda que el gobierno da a las familias más necesitadas, creadora de clientelismo, ha sido recomendada hasta por instituciones internacionales imperialistas (BM, FMI, BID) para controlar a la población y serían ofrecidas por cualquier derechista. Incluso siendo que Bachelet es responsable del crimen y opresión que hoy sufre el pueblo Mapuche y los muchos ciudadanos que se han manifiestado contrarios a sus políticas (trabajadores de varias áreas, profesores y estudiantes) la presidenta continúa figurando como sin culpa ni responsabilidad sobre los males que ha generado su gestión. Separada de su responsabilidad gubernamental se ha convertido en casi una «santita,» pero quizás por eso mismo no ha podido trasmitir su «aura» al candidato concertationista que la sucede.
Por el lado de la izquierda, esa que está más al centro y pone todos los huevos en el proceso electoral, partieron con entusiasmo inusitado cinco candidatos a las elecciones que lanzaron la voz de querer ser presidentes -aunque no tenían ni la más remota posibilidad de lograrlo porque solamente para inscribirse se necesitaban recursos económicos que no tenían y el apoyo real de numerosas firmas ciudadanas frente a un notario. Pronto estas candidaturas se transformaron en «zafarranchos de combate» -ejercicios de simulacro que se realizan en un barco en puerto o navegando en el que participa toda la tripulación. Al final del simulacro, como pasó con las candidaturas, todo vuelve a la normalidad.
Quedó un candidato en representación de la centro izquierda, el veterano socialista Jorge Arrate -quien aparentemente había abandonado a sus compañeros del alma de la Concertación y bajado al patio de los que han hecho posible su triunfo en dos oportunidades. Arrate, hace ya meses y junto a compañeros del Podemos (encabezado por el Partido Comunista), no tuvo empacho en anunciar que apoyaría totalmente al candidato oficialista Eduardo Frei en una posible segunda vuelta. Muchos de quienes comenzaron a victorear banderas diferentes habrán seguramente de seguirlo, convencidos del valor del embudo del feliz voto útil. Se trata al final de entusiastas «negociadores políticos de izquierda» que olvidan su historia. Olvidando también dos argumentos críticos fundamentales en conexión con la Concertación: el de Jorge Lavandero, ex-senador de la república, quien denunciara el saqueo del cobre y la complicidad del gobierno en este saqueo, y el del escritor Felipe Portales, quien denunciara el oportunismo y la corrupción de la Concertación en el poder.
La mayoría de quienes no votan aún cuando pueden hacerlo, son jóvenes, como sucede en muchas partes del mundo producto de la alienación que genera un sistema deshumanizado y opresor o del rechazo conciente a ser parte o colaborar con este viejo show. Pero están también los otros, quienes mantienen una posición histórica de izquierda y votan nulo o en blanco para demostrar su desconfianza por el Estado y el palacio del poder -que por casi 200 años y con un paréntesis de sólo tres, ha permanecido propiedad absoluta de la oligarquía chilena. Se trata de izquierdistas independientes u organizados que cuestional al Estado, su proceso electoral y su Constitución ilegitima con derecho.
Los entretelones de estas campañas electoreras son noticia del día, y estas crecen con la exitación a medida que se acerca la fecha del ejercicio «democrático» del voto. Una gran mayoría de chilenos, hoy apáticos y despolitizados, igual atienden al show que produce su efecto. El país vive de show a show. El nuevo gobierno elegido ha de contar con un festival que ha de extenderse por buena parte del próximo año, para culminar con un festín a toda máquina que incluirá la participación de Chile en el Mundial de Fútbol, en Sudafrica, y la celebración del Bicentenario de la Nación Chilena. Adelante nos espera el show a todo vapor y así el país lejano ha de ser noticia en el mundo, poniendo orgullosos nuevamente a muchos chilenos. ¡Que Viva Chile Mierda!