[…] los programas políticos de los modernos partidos obreros no buscan afirmar principios abstractos relativos a un ideal social, sino solo formular aquellas reformas sociales y políticas prácticas que necesita y exige el proletariado consciente en el marco de la sociedad burguesa para facilitar la lucha de clases y su victoria final. Los elementos de […]
[…] los programas políticos de los modernos partidos obreros no buscan afirmar principios abstractos relativos a un ideal social, sino solo formular aquellas reformas sociales y políticas prácticas que necesita y exige el proletariado consciente en el marco de la sociedad burguesa para facilitar la lucha de clases y su victoria final. Los elementos de un programa político se formulan pensando en objetivos concretos: dar soluciones directas, prácticas y factibles a los problemas más candentes de la vida social y política, que tienen que ver con la lucha de clases del proletariado; servir de líneas orientativas para la política cotidiana y sus necesidades; iniciar la acción política del partido obrero en la dirección correcta; y finalmente, separar la política revolucionaria del proletariado de la política de los partidos burgueses y pequeñoburgueses.
Rosa Luxemburgo: La cuestión nacional y la autonomía
[…] desde el punto de vista de la formulación de un programa y del establecimiento de una línea estratégica es de fundamental importancia definir correctamente el carácter de la formación social y de la sociedad en particular a la que tal programa se refiere y dónde se inscribe la estrategia […]
Tomás A. Vasconi: Gran capital y militarización en América Latina
[…] el pensamiento humano es conservador, y el de los revolucionarios, algunas veces, muy especialmente.
León Trotsky: Historia de la Revolución rusa
Existe en la actualidad la necesidad de que las organizaciones revolucionarias en Chile avancen en el esclarecimiento de sus lineamientos político-programáticos. Este es un vacío que hasta el momento las distintas experiencias de construcción no han logrado resolver satisfactoriamente.
Los esfuerzos de reagrupamiento de la militancia revolucionaria, así como de atracción de nuevas generaciones a sus filas, han estado basados fundamentalmente en la coincidencia ético-estética derivada de la pertenencia a una matriz político-cultural común antes que en una convergencia sentada sobre bases estratégico-programáticas. De ahí una de las causas de la fragilidad y rápido agotamiento que estos esfuerzos han mostrado.
Las consecuencias de esta situación es el «arrastre acrítico» de diversos elementos extemporáneos de la tradición revolucionaria que no guardan hoy correspondencia con la realidad. Estos terminan cristalizando en una estética (o «cultura») característica propia de este segmento de la izquierda; pero que, sin embargo, por si sola poco o nada dice a las actuales clases trabajadoras. Y, además -que es lo más importante a fin de cuentas-, no resuelve el problema de orientaciones tácticas que estas necesitan en sus luchas cotidianas, ni tampoco permite proyectarlas en un horizonte estratégico de mayor alcance.
Por otra parte, en ausencia de claridades político-programáticas los militantes revolucionarios que actúan en el seno de las organizaciones de los trabajadores y el pueblo quedan desorientados, construyen en el vacío. Al carecer de una vara para establecer objetivos previos y medir los éxitos y fracasos de sus esfuerzos, no saben bien qué se juegan en cada coyuntura. Esto los expone a la frustración, a la perplejidad frente las rápidos zigzags y reacomodos de las clases dominantes, y a que no pocos terminen dando crédito a los distintos atajos que desde los sectores pequeñoburgueses se levantan ante las demandas populares.
El vacío político-programático en la izquierda revolucionaria responde en lo fundamental a:
a. La profunda derrota político-estratégica sufrida por los trabajadores y sectores populares en la última mitad del siglo pasado; y
b. Las radicales transformaciones del capitalismo y la estructura de clases que se han producido a escala mundial y nacional, y de las que no se ha sabido dar cuenta adecuadamente ni en lo político ni en lo organizativo.
Así puestas las cosas, la elaboración lineamientos político-programáticos para la transformación social en las actuales condiciones no puede ser la simple reedición de lo que en su momento establecieron los sectores revolucionarios de la izquierda.
Esto porque la nueva fase del capitalismo chileno -producto del cambio del patrón de acumulación– inaugurada por la contrarrevolución burguesa reconfiguró el carácter mismo de la formación social. Esta última pasó de una capitalista articulada con formas precapitalistas a una capitalista plenamente desarrollada y extendida a la mayoría de las esferas de la producción social. Para la política revolucionaria el correlato necesario de un cambio en el carácter de la formación social es la formulación de un nuevo programa, y una evaluación de las líneas de acción estratégicas para llevarlo a cabo [1] .
Por su propio carácter, la discusión programática se presenta como un punto de articulación y condensación de una serie de aspectos que la política revolucionaria debe encarar. Explícita o implícitamente se encuentran problemas como:
i. La identificación de los focos de ruptura revolucionaria de la formación social en cuestión.
ii. Los actores y alianzas capaces de materializar la transformación revolucionaria de dicha sociedad.
iii. La vía o estrategia para hacer realidad dicha transformación.
iv. El tipo de organización revolucionaria adecuada para llevar a cabo las tareas que esta demanda.
v. La definición del tipo de sociedad con que se pretende reemplazar la existente.
A continuación, se propone un marco desde el cual abordar la elaboración de orientaciones político-programáticas, junto a una serie de cuestiones relacionadas. El objetivo es sentar una base de discusión sobre los elementos que un programa (y estrategia) de transformación socialista del capitalismo chileno actual debiese tener necesariamente a la vista.
1. Necesidad de lineamientos político-programáticos
En primer lugar, se requiere establecer qué se entiende por programa. Este no es una mera colección de demandas sectoriales. El programa es la expresión concreta, en determinadas circunstancias históricas, de la relación orgánica entre un sujeto social y su proyecto histórico. Lo enarbolan las expresiones políticas más avanzadas de dicho sujeto, pero solo se hace realidad cuando es asimilado y llevado a la práctica por este en su conjunto.
Para las actuales organizaciones de la izquierda revolucionaria en Chile avanzar en la elaboración de definiciones programáticas implica un salto cualitativo, en el sentido que permitiría:
i. Aunar política e ideológicamente a la franja de militantes y organizaciones que se reconocen en esta tradición; estableciendo además una base sobre la cual encauzar productivamente la discusión y sincerar las diferencias entre las distintas expresiones que la componen.
ii. Diferenciar de forma nítida y sin ambigüedades al campo revolucionario del resto de las expresiones de la izquierda; especialmente de aquellas que en el último tiempo han emergido en el seno de las clases medias, cuya ideología es el ciudadanismo y su caballo de batalla es el democratismo.
iii. Dirigir conscientemente los esfuerzos de inserción social en el movimiento de masas. Esto significaría un avance cualitativo en las iniciativas de construcción, superando la etapa en que la inserción se entiende como una mera revista de lo que la militancia lleva a cabo en los lugares en que la vida la ha llevado a desenvolverse día a día, para pasar a ser acciones con fines deliberados y encaminadas a obtener efectos determinados en sectores sociales específicos.
En lo anterior hay implícitamente una serie de elementos presupuestos que es necesario abordar y problematizar, más aún cuando estos conectan directamente con una serie de discusiones al interior de la teoría y la estrategia revolucionaria.
2. Focos de ruptura revolucionaria en el actual capitalismo chileno
En términos generales, toda sociedad erigida sobre el modo de producción capitalista, al estar fundada sobre la contradicción capital-trabajo, alberga en su seno la posibilidad de una ruptura revolucionaria de carácter socialista. Sin embargo, en el ámbito de la práctica política se necesita avanzar hacia un mayor nivel de concreción. Así, se introduce la idea de «focos de ruptura revolucionaria», entendidos –en lo esencial– como la forma históricamente determinada en que aquella posibilidad toma cuerpo en una sociedad burguesa específica. Dichos «focos» sirven de «pilares» para la elaboración de los lineamientos estratégico-programáticos de la organización revolucionaria, a los cuales las plataformas de lucha y líneas de acción deben subordinarse.
De esta manera, desde una perspectiva materialista, un programa revolucionario debe estar basado en un análisis previo de la formación social que se intenta subvertir. Es indispensable, por ejemplo, tener en consideración las características específicas que la acumulación capitalista toma y la dinámica del conflicto de clases que esta instala en la sociedad en cuestión; ya que es a partir de esto que es posible identificar las contradicciones particulares que eventualmente pueden abrir paso a una ruptura revolucionaria y salida socialista.
Después de décadas de su instalación, el desarrollo del patrón de acumulación «neoliberal» ha puesto en juego una serie de contradicciones en la base de la formación social capitalista chilena que podrían llegar a constituirse en eventuales focos de ruptura revolucionaria. Se identifican tres principales:
i. La reivindicación nacional-territorial del pueblo mapuche.
ii. Las consecuencias medioambientales de la gran explotación rentista de los recursos naturales.
iii. Las condiciones de sobreexplotación de la fuerza de trabajo sobre las que descansa la actual configuración de la acumulación capitalista en Chile.
Estos focos son revolucionarios en el sentido que no son solubles en lo inmediato en el marco del actual dominio del gran capital, requiriéndose previamente para su solución desde el punto de vista de los intereses populares la sustitución (derrocamiento) de la burguesía del poder.
Se identifican además como revolucionarios por cumplir la doble condición que le atribuye la concepción leninista a una situación en que el poder de la clase dominante es desafiado, con reales posibilidades de éxito para la clase revolucionaria. En efecto, en mayor o menor medida cada uno de estos focos, pero especialmente en su conjunto, pueden abrir escenarios que, por un lado, deriven en importantes vacilaciones en el seno de la burguesía chilena y enfrentamientos entre sus distintas fracciones, además de instalar un extendido malestar entre las clases medias de la sociedad que dificulten la gobernabilidad burguesa; y, por otro, que posibilitan también la constitución de actores sociales con capacidad de acción colectiva, en cuyo centro esté la acción autónoma [2] de las clases trabajadoras.
Estos focos además son una tribuna privilegiada para que las clases trabajadoras se dirijan al conjunto de los sectores populares de la población, aunándolos en torno a sí. Por lo mismo es indispensable que estas cuenten con las claridades políticas suficientes para llevar a cabo dicha tarea. Se trata en otras palabras de qué le dicen los trabajadores al resto del pueblo respecto de qué hacer y cómo resolver los «problemas más candentes de la vida social y política» (Luxemburgo), y a qué proyecto les convocan finalmente.
Algunas consideraciones y precisiones.
2.1. Relatividad histórico-social
El carácter revolucionario atribuido a los focos antes identificados es como todo en el ámbito histórico-social: relativo. ¿Significa esto que pueden existir soluciones burguesas (o sea, no revolucionarias) a dichas contradicciones? Sí, eventualmente las podría haber.
Son revolucionarias en el sentido de que en un horizonte de tiempo acotado y en un contexto social específico se requiere como condición necesaria para su resolución la sustitución previa de la burguesía del poder; ya que en caso de que su solución fuese encarada por el propio capital conllevaría cambios de tal naturaleza y magnitud en el seno del bloque en el poder que no podrían sino generar serias convulsiones, poniendo en riesgo la estabilidad del sistema de dominación. Sin embargo, en un horizonte de mayor alcance bien podrían, ya sea por una u otra razón, llegar a ser asimiladas por el capitalismo chileno por medio de una política reformista burguesa [3] .
Por ejemplo, en sí misma la reivindicación nacional-territorial del pueblo mapuche -base y razón del carácter revolucionario del conflicto- no tiene solución en el contexto político-social vigente [4] . Sin embargo el conflicto bien podría ser resuelto por la burguesía chilena por la vía reformista [5] . ¿Qué condiciones deberían cumplirse para aquello? Para que el reformismo burgués sea una opción factible en este caso se requiere que la resistencia del pueblo mapuche pierda su particular determinación de lucha. ¿Cómo puede alcanzarse aquello? La forma más duradera de lograrlo desde la perspectiva del mismo desarrollo capitalista es que el desarraigo del pueblo mapuche avance y se profundice de modo que, con el tiempo, la conexión de las nuevas generaciones mapuches con las comunidades de origen se debilite en tal grado que la reivindicación territorial deje de estar en el centro del conflicto. En dicho escenario la cuestión podría ser reducida a su aspecto «cultural» por la burguesía, haciéndola manejable en los parámetros de una democracia liberal moderna y bien comportada [6] .
El carácter relativo de las potencialidades revolucionarias de determinados conflictos es particularmente ilustrativo también en el caso de las reivindicaciones democráticas. Tanto el ciudadanismo y el reformismo tradicional de izquierda las levantan como eje de las luchas sociales, poniendo especial énfasis en el cuestionamiento de los llamados «enclaves autoritarios» de la institucionalidad política chilena. Sin embargo, estas no encarnan en la actualidad potencialidades de ruptura revolucionaria. ¿Por qué? ¿Qué hacía potencialmente revolucionarias en el pasado a las demandas democráticas?
En el pasado estas reivindicaciones estaban asociadas a la lucha contra la supervivencia de los resabios precapitalistas en el seno de las formaciones sociales burguesas. La falta de consolidación de instituciones democrático-representativas era expresión de una determinada alianza de clases que impedía el despliegue de los avances propios del modo de producción capitalista. En dicho contexto, el problema agrario y la cuestión nacional aparecían como reivindicaciones democráticas que debían ser encaradas por la clase trabajadora ante la incapacidad política de la burguesía para darles solución.
Sin embargo, hoy en Chile las relaciones capitalistas han penetrado extensa e intensivamente en el campo. Las viejas clases latifundistas han devenido en moderna burguesía agro-industrial, disolviendo los resabios coloniales (hacienda e inquilinaje) que predominaron en el campo hasta bien entrado el siglo XX. El campesinado ha desaparecido como clase social, siendo reemplazado por trabajadores temporeros sometidos a relaciones de explotación capitalistas. La consecuencia de esto es que las reivindicaciones democrático-burguesas asociadas a la modernización de la estructura agraria han dejado de ser un elemento de eventual ruptura revolucionaria.
En efecto, las demandas democráticas del antiguo movimiento campesino presentaban potencial de ruptura revolucionaria en la medida en que cuestionaban directamente el régimen de tenencia de la tierra vigente en ese momento. Cuestionarlo significaba al mismo tiempo poner en entredicho la alianza de clases sobre la que se sustentaba el bloque dominante compuesto por el gran capital nacional y extranjero y la oligarquía terrateniente [7] . En cambio, lo que actualmente aparecen como demandas «ciudadanas» en el seno de la sociedad chilena son más bien reivindicaciones liberales de las nuevas capas medias asalariadas, las cuales en sí mismas no plantean ningún desafío de fondo a la base de sustentación del poder del capital que pueda conllevar a una transformación revolucionaria del orden social.
Más aún, tal como algunos autores marxistas reconocen, la conducta de estos sectores sociales «no es de por sí intrínsecamente democrática […], sino ‘situacionalmente’ (oportunísticamente) democrática o antidemocrática» [8] . En Latinoamérica, sin ir más lejos, han mostrado una activa oposición a los procesos reformistas cuando estos han tomado un carácter marcadamente popular, como en los casos de Venezuela y Bolivia.
Cabe considerar también, respecto a las reivindicaciones democráticas, que en Chile no rige, ni el período pone a la orden del día, un régimen de excepción contra el cual sea pensable la articulación de una alianza con sectores burgueses privados de representación institucional. Por el contrario, rige uno democrático -con sus particularidades y elementos coercitivos propios de su naturaleza burguesa- que procesa los intereses de las distintas fracciones y expresiones políticas del capital, y que permite también la organización -naturalmente dentro de los límites del dominio del capital- y representación de sectores populares en su seno.
En este sentido, la crisis que ha experimentado la dominación burguesa en el último tiempo deriva, por una parte, de la incapacidad de las distintas fracciones del gran capital para formular un proyecto «no neoliberal» que encare las dificultades del proceso de acumulación y, por otra, de la caducidad e inadecuación de la institucionalidad política transicional para establecer una interlocución fluida con la «sociedad civil», encarnada en sectores acotados de la población (clases medias) descontentos con el funcionamiento neoliberal del capitalismo chileno, y que hoy reclaman su espacio en la política; más que del desafío del poder de las clases dominantes por un auténtico proyecto de transformación de las clases trabajadoras [9] .
Las corrientes reformistas tradicionales y el ciudadanismo sostienen que la contradicción fundamental de la actual configuración del capitalismo radica en el conflicto entre neoliberalismo y democracia [10] . En general, identifican la fase neoliberal con una suerte de «paréntesis histórico». Esta respondería en esencia a un curso específico de la conducción del capitalismo susceptible de ser cambiada en el ámbito del Estado -sin cuestionar su naturaleza de clase-, bastando con redefinir las políticas públicas impulsadas por este. Así, «más Estado y menos mercado» se ha constituido en la consigna levantada desde estas posiciones.
Sin embargo, el «neoliberalismo» debe ser entendido más bien como una forma orgánicamente enraizada en los cambios acaecidos en la dinámica de la acumulación capitalista y en la configuración de las clases sociales a nivel mundial y nacional, y no solo como un conjunto de «políticas pro mercado» y «enclaves autoritarios». Por esta razón no es factible la vuelta hacia regímenes de acumulación pasados, ni deseable tampoco educar a las clases trabajadoras en la añoranza de estos.
Más allá de los llamados «enclaves autoritarios», lo que hay en Chile hoy es la «democracia realmente existente» propia del capitalismo maduro. La Constitución de Pinochet-Lagos es un elemento circunstancial al cual la burguesía chilena puede eventualmente renunciar -tal como ya lo demostró con el sistema binominal-, sin que por ello vaya a cambiar sustancialmente el carácter de la democracia de «baja intensidad» que actualmente existe. Además, es ilusorio pensar que el conflicto de las clases trabajadoras con el capital se dirimirá en el marco establecido por las instituciones representativas, por más «democráticas» o «participativas» que estas puedan llegar a ser.
Finalmente, la cuestión nacional, la otra reivindicación democrático-burguesa histórica, tampoco presenta hoy potenciales de ruptura revolucionaria. La excepción es el conflicto mapuche, aunque este se encuentra acotado territorialmente a ciertas zonas específicas del sur del país, y no aparece como una contradicción transversal que pueda subvertir las bases de la sociedad chilena en su conjunto.
La dominación burguesa en Chile no toma la forma de un Estado colonial (o semicolonial), y por ende la burguesía nativa no es un títere a las órdenes de alguna potencia capitalista extranjera. Por el contrario, esta ha acumulado fuerza suficiente en el último tiempo como para promover líneas de acción propia en la región, aliándose con tal o cual bloque hegemónico mundial según sus propios intereses.
La correcta caracterización de la burguesía chilena y su régimen de dominación son de crucial importancia para la acción política de las clases trabajadoras. No se puede llevar a cabo una correcta práctica política en base a la caricaturización del enemigo que se enfrenta [11] .
En síntesis, en las condiciones actuales del capitalismo chileno, las reivindicaciones democráticas tradicionales no expresan contradicciones sobre las cuales se pueda desafiar las bases en las que descansa la dominación clasista, ya sea porque estas han perdido el sustrato material que las hizo revolucionarias en su momento o porque simplemente la dinámica mundial del capital no se basa en la relación entre Estados nacionales -sino en la de circuitos de valorización-, ni sus formas político-institucionales de dominación nacional responden a estructuras coloniales. Por el contrario, dichas reivindicaciones corren más bien el riesgo de constituirse en fórmulas escapistas del reformismo senil y corrientes pequeñoburguesas en el seno de las clases trabajadoras, que lo único que terminan por hacer es arrastrarlas hacia proyectos de recomposición de carácter abiertamente burgueses.
2.2. Transversalidad social y proyección nacional
Otra de las características de estos focos son su transversalidad social [12] y la escala nacional en que se proyectan, lo que conlleva dos consecuencias. En primer lugar, son una suerte de «pivote» para que las organizaciones revolucionarias puedan instalar la política de las clases trabajadoras en el escenario nacional. Y, en segundo lugar, las obliga a una constante interlocución con el movimiento de masas en pos de clarificar frente a los trabajadores los intereses en juego y las líneas de acción política a seguir, de modo de elevar sus niveles de conciencia, combatividad y organización, y que estos no terminen siendo remolcados por otros actores sociales.
En las consecuencias medioambientales causadas por la particular fisonomía de la acumulación capitalista en Chile es posible observar cómo toman cuerpo los elementos antes señalados. Esta contradicción cruza transversalmente a sectores del gran capital, clases medias y trabajadores.
En efecto, afecta a la burguesía en la medida en que el deterioro medioambiental causado por la acción del capital afincado en una determinada rama de la producción tiene potenciales repercusiones negativas sobre el negocio de los capitales asentados en otras. Esta dimensión específica del daño medioambiental podría ser una fuente de eventuales fricciones en el seno del gran capital, las cuales a su vez pueden constituirse en la base de nuevos arreglos institucionales burgueses [13] .
Este daño tiene resonancia también en las clases medias, especialmente entre sus estratos ilustrados. Su cercanía al aparato estatal, organismos internacionales, ONG’s y todo el entramado institucional que ayuda a definir las políticas públicas en las democracias burguesas contemporáneas, sumado además a su cosmopolitismo, las hacen receptivas a los temas de «sustentabilidad medioambiental». Su «capital cultural» las pone en la posición autoproclamada de representantes del bien común y de defensores de la «herencia de las futuras generaciones». De allí que se muestren particularmente sensibles y dispuestas a movilizarse «cuidadanístamente» en pos de dichas problemáticas.
Finalmente se encuentran las clases trabajadoras y extensos sectores populares, que se ven especialmente afectados tanto por el deterioro en sus condiciones inmediatas de vida, como por la pérdida de sus fuentes laborales y de sustento económico.
Así, siendo transversal, la misma contradicción posiciona, sin embargo, de diferente manera a las distintas clases sociales. Determinando además acciones diferenciadas acordes con dichos posicionamientos. Lo más probable es que las fracciones capitalistas actúen directamente sobre la institucionalidad para resolver sus intereses en pugna. Las clases medias, en tanto, probablemente se mostrarán más dispuestas a manifestarse masiva y espontáneamente en las calles de las grandes urbes y en redes sociales contra la construcción de grandes proyectos energéticos que alteran el paisaje natural del extremo sur del país que a acciones de otro tipo. Difícilmente se les verá sosteniendo episodios de desobediencia civil y formas más agudas de protesta que impliquen acciones como cortes de ruta, control territorial y enfrentamientos con las fuerzas del orden público. Para estas últimas acciones, propias de las que han puesto en juego determinados sectores populares, se requiere una determinación de lucha mayor que la dada por la mera «sensibilidad ecológica». Por el contrario, se requiere la capacidad de acción colectiva de las clases populares y la desesperación que el desastre ecológico les impone.
El carácter transversal que adquiere la cuestión medioambiental obliga a las organizaciones revolucionarias a intervenir en el movimiento de masas con definiciones político-programáticas. Se trata de esclarecer a ojos de las clases trabajadoras los distintos intereses en juego de forma que estas no terminen siendo usadas como elemento de fuerza por tal o cual proyecto burgués en pugna. Esto porque, ante la desorientación política de las clases trabajadoras y bajo la promesa de mayor empleo y mejores salarios, bien podría darse, por ejemplo, un escenario en que una parte de estas sean la fuerza de apoyo de un bloque «neoliberal-productivista» de la burguesía frente a uno «keynesiano verde» constituido por otras fracciones burguesas y clases medias. El objetivo aquí sería evitar que las clases trabajadoras se desgasten y dividan peleando en una guerra que no es la suya.
La transversalidad social y la proyección nacional de la contradicción también se encuentran presentes en las condiciones de sobreexplotación del trabajo. Esto debido a que no solo afecta a los sectores populares, sino también a las capas asalariadas de las clases medias. Por más que sus niveles de ingreso les permitan una mayor holgura económica, esta vive expuesta a la fragilidad de la precarización de las condiciones laborales [14] .
2.3. Categorización y jerarquización de los conflictos sociales
El capitalismo chileno se encuentra atravesado por una serie de conflictos que encarnan sus distintas contradicciones; mas no todas tienen potencialidades revolucionarias, ni menos socialistas. De ahí que la categorización de estas lleva implícita al mismo tiempo un criterio de jerarquización, asunto que resulta clave para la determinación de las líneas de acción de las organizaciones de izquierda y orientación de sus esfuerzos.
a. Posicionamiento de las clases trabajadoras
¿Significa que ante a la ausencia de carácter revolucionario las organizaciones de izquierda no deban posicionarse frente a los conflictos que derivan de dichas contradicciones? No. Es crucial que, si las clases trabajadoras pretenden ser un actor en la escena nacional, tengan un posicionamiento propio respecto de los temas que cruzan transversalmente a la sociedad, por más que no presenten potencial de ruptura con el régimen de dominación burgués. Esto es parte del aprendizaje político en su camino a constituirse en la clase hegemónica de la sociedad.
Así, por ejemplo, en temas de libertades y derechos civiles (despenalización del consumo de drogas, matrimonio igualitario, adopción por parejas homosexuales, reproducción y planificación familiar, política migratoria, etc.) y política exterior (salida al mar de Bolivia) es importante una posición clara desde la perspectiva e intereses de las clases trabajadoras. Posicionándose frente a temas así los trabajadores les imprimirían otro ritmo. Uno que rompa con el inmovilismo del conservadurismo y chovinismo del gran capital, y que también le apure el tranco a las clases medias y su miseria política
b. Proyecciones
La categorización de las contradicciones también acota las expectativas y proyecciones de los conflictos que de ellas se derivan. No todo conflicto en el capitalismo chileno es encarnación de contradicciones con potencialidades revolucionarias.
Es natural que las distintas clases recubran sus reivindicaciones particulares de todo un velo ideológico, presentándolas como la «madre de todas las batallas» (educación gratuita y de calidad, por ejemplo). Pero aquí es donde el análisis materialista y la perspectiva de los trabajadores deben primar en las organizaciones revolucionarias para separar serenamente el trigo de la paja.
c. Focos de ruptura revolucionaria de carácter socialistas
No se trata de derrocar a la burguesía del poder solo porque sí. Se trata de llevar a cabo esta acción previa porque resulta necesaria para un objetivo de mayor alcance, a saber: la transformación en un sentido socialista de las bases materiales sobre las que se sustenta la reproducción de la sociedad.
Si esto último -la transformación de las relaciones sociales de producción- fuese posible sin lo primero -el derrocamiento de la burguesía- la vía revolucionaria de cambio social no sería necesaria. Sería en el mejor de los casos una opción más entre otras, y en el peor un simple capricho de grupos exaltados sin conexión con la realidad social en la que se desenvuelven.
Sin embargo, por su propia naturaleza, el socialismo solo es posible hacerlo realidad por medio de la acción revolucionaria de un movimiento de masas basado en la acción colectiva de las clases trabajadoras.
Por estas razones, es necesario distinguir al interior mismo de las contradicciones revolucionarias del capitalismo chileno cuáles de estas no solo cuestionan el poder de la burguesía como clase dominante, sino también cuáles abren la posibilidad de una salida socialista [15] . Se tienen por tanto contradicciones revolucionarias de carácter socialista y otras no.
Así, son socialistas aquellas contradicciones revolucionarias que para su solución requieren -y llevan a- que la naturaleza capitalista del régimen de producción sea cambiada.
De las tres contradicciones revolucionarias identificadas, la reivindicación nacional-territorial del pueblo mapuche no es, por su contenido, socialista en sí misma [16] . En tanto que, las otras dos, el daño medioambiental y la sobreexplotación de la fuerza de trabajo, si poseerían dicho carácter.
En efecto, si bien la solución del conflicto mapuche requiere del establecimiento de un poder político que rompa decididamente con los intereses del capital; no se necesita, sin embargo, que la producción cambie de carácter [17] . Basta con que dicho poder ponga un freno inmediato a la gran explotación forestal, primero, y que la haga retroceder de forma significativa o la expulse, después, para que las tierras usurpadas al pueblo mapuche sean finalmente restituidas a las comunidades en lucha.
Naturalmente se trataría de una situación inherentemente contradictoria, cuyas proyecciones desbordarían rápidamente los límites del conflicto mapuche, ya que el único actor que aparece con real capacidad de desafiar exitosamente el poder de la burguesía y materializar una ruptura con sus intereses son las clases trabajadoras. El establecimiento mismo del poder de estas las enfrentaría a la enconada resistencia de la burguesía, cuyo único camino para ser quebrada exitosamente sería atacar la base material de su posición en la sociedad: la propiedad de los medios de producción, poniendo a la orden del día la necesidad del socialismo (si es que no lo estaba ya en el ascenso de los trabajadores al poder). Por ello la solución de la reivindicación nacional-territorial del pueblo mapuche debe ser vista en el marco del cuadro mayor de los conflictos que cruzan al capitalismo chileno en su conjunto, y en especial aquellos que animan sus clases fundamentales.
En contraste con la cuestión mapuche, tanto el daño ecológico causado por la explotación rentista de los recursos naturales como la sobreexplotación que enfrenta la fuerza de trabajo requieren que la producción adquiera una forma social distinta a la capitalista, específicamente una socialista. Por el actor involucrado, las clases trabajadoras, y por la solución que demandan, la socialización de los medios de producción, estos focos de ruptura revolucionaria tienen potencialidades directamente socialistas.
i. La cuestión «medioambiental» [18]
La particular fisonomía rentista que toma el capital en Chile pone en primer plano el daño medioambiental que su acción ocasiona. En efecto, ha sido la renta de los recursos naturales la principal fuente de las ganancias extraordinarias del capital que opera en el país -sea este nacional o extranjero, privado o estatal-, siendo además el fundamento del éxito económico exhibido por el capitalismo chileno en su fase neoliberal. Sin embargo, azuzado por las enormes rentabilidades, el capital acumuló a una escala y velocidad que terminó por erosionar las bases materiales de su éxito, con peligrosas consecuencias para el medioambiente y enfrentándolo directamente a extensos sectores populares afectados por estas.
El desastre ecológico mundial, en donde las consecuencias de la explotación rentista en Chile no son sino tan solo la expresión particular a escala nacional de dicho fenómeno general, ha dejado en gran parte obsoleto el programa desarrollista de nacionalización e industrialización levantado por la izquierda durante el siglo XX -y todavía sostenido por las corrientes tributarias del reformismo-. Ya no es la pobreza causada por la falta de desarrollo industrial capitalista, sino las consecuencias que este último ha impuesto sobre el medioambiente. Hoy ya no sirve que la producción de riqueza pase del capital privado al Estado, y que este a su vez emule al capital para sustituir a la burguesía como agente del desarrollo industrial en una suerte de «capitalismo sin capitalistas».
Por otra parte, en el caso específico de los capitalismos dependientes -entendida dicha condición como aquella en que el capital que opera dentro de las fronteras nacionales es incapaz de poner las premisas materiales de la reproducción ampliada de la acumulación- el desarrollismo burgués simplemente no constituye una opción ecológicamente viable. Los recientes procesos de industrialización de las potencias emergentes (China, India, entre otras) han demostrado que si estos verdaderos países-continentes replicaran el patrón de desarrollo de los capitalismos desarrollados las consecuencias medioambientales serían insostenibles. En la perspectiva ecológica, no resulta factible que los países dependientes monten individualmente una industria pesada propia a escala nacional a imagen y semejanza de la de los grandes centros de la acumulación capitalista mundial.
Se requiere, por el contrario, una solución socialista que aproveche los avances científico-técnicos aplicados a la producción. Una solución que despliegue al mismo tiempo patrones de producción y consumo racionales desde el punto de vista social y de los equilibrios ecológicos, despojándolos del estrecho y peligroso marco al que los constriñe el afán de valorización del capital. Se trata por tanto de la socialización de los medios de producción y su puesta en funcionamiento bajo un plan global.
Dicha racionalización de los procesos productivos y de consumo requiere además desde un principio una perspectiva internacional. Esta no podrá ser completa sino se lleva a cabo en un marco que rebase los límites de las fronteras nacionales, ya que puede alcanzarse únicamente sobre el presupuesto de una nueva división internacional del trabajo que aproveche racionalmente el desarrollo de las fuerzas productivas. Así, la cuestión medioambiental encontrará una solución factible y definitiva solo bajo la integración económica de los países sobre la base de la complementariedad socialista, en contraste con la actual integración basada en la competencia capitalista.
Por último, cabe destacar que la perspectiva socialista es diametralmente distinta al fetichismo tecnológico y a la idealización romántica de métodos arcaicos de producción. La ciencia por sí sola no solucionará el problema ecológico si esta no deja de estar sometida a los intereses del capital, ni tampoco la vuelta a formas de producción precapitalistas es una solución factible en el estado actual estadio de desarrollo alcanzado por la humanidad [19] .
ii. La sobreexplotación de los trabajadores
Finalmente, la sobreexplotación de la fuerza de trabajo es una contradicción que demanda también la ruptura con el capitalismo para su solución. Esto porque, si bien es una parte del problema -y expresión del mismo-, su causa última no radica en la institucionalidad que regula la relación capital-trabajo en Chile. En otras palabras, no es la legislación laboral vigente la que explica la sobreexplotación. Esta solo crea un marco institucional adecuado que la posibilita, legitima y resguarda [20] .
Es en el contexto de las exigencias de una economía capitalista globalizada basada en circuitos de valorización transnacionales donde radica su origen material. La sobreexplotación es expresión de la particular inserción internacional del capitalismo chileno y de las formas de organización de la producción que en función de esta pone en juego.
El grado de explotación del trabajo no puede entenderse hoy desconectado de la configuración material del capitalismo, ni ser redefinido sustancialmente al margen de las relaciones de propiedad de los medios sociales de producción. Esto porque la disminución de la explotación del trabajo atentaría directamente contra el fundamento de la ganancia capitalista, afectando negativamente la rentabilidad de las inversiones. Situación que, en una economía plenamente inserta en el mercado mundial como la chilena, significaría una merma de su atractivo relativo en el concierto internacional de la competencia inter capitalista.
Siendo la ganancia la razón de ser de la actividad económica bajo el capitalismo, lo único que este escenario terminaría generando es una pérdida de dinamismo de la producción. Esto fruto de la activación los mecanismos automáticos con que el capital cuenta para chantajear y doblegar los esfuerzos de los trabajadores y restaurar los equilibrios que le son propios a su régimen de explotación, tales como: cese del flujo de capitales, huelga de inversiones, alza de precios, escasez de bienes, etc. Todo lo cual derivaría finalmente en el aumento de la desocupación y caída de los salarios.
Para que en un primer momento sea factible mantener el funcionamiento económico bajo una nueva distribución de los ingresos e intensidad y duración de la jornada laboral favorables a las clases trabajadoras se requiere por tanto que la producción social sea sustraída previamente de la lógica capitalista. Solo de esta manera sería posible sostener una reproducción ampliada de las fuerzas productivas bajo condiciones de «rentabilidad» que para el capital simplemente no serían consistentes [21] . En tanto que para un segundo momento se requeriría un cambio de las estructuras productivas del capitalismo dependiente al interior del país, junto con la apertura de espacios de planificación supranacionales.
Por otra parte, la fragmentación de los procesos productivos hace que resulte imposible regular la jornada laboral en el lugar inmediato en que el trabajador se desempeña. La resistencia de estos puede ser quebrada con relativa facilidad por el capital, haciendo retroceder rápidamente los logros parciales obtenidos por estos en sus luchas cotidianas. Se requieren, por tanto, espacios superiores a los de la inmediatez de la fábrica para redefinir la jornada de trabajo, los que llevan directamente a un cuestionamiento global del control que el capital ejerce sobre la reproducción material de la sociedad.
3. Actor: fuerza motriz y carácter del cambio revolucionario
Tanto la elaboración político-programática como las definiciones estratégicas requieren la identificación de la fuerza motriz del cambio revolucionario.
En otras palabras, se trata no solo del qué (programa) y cómo (estrategia), sino también del quién (o quiénes). Hay que establecer por tanto cuáles son los actores sociales específicos que encarnan las contradicciones de la sociedad capitalista en un momento histórico determinado, y que a su vez son capaces de llevar a cabo la transformación revolucionaria de esta. Esto permite determinar el carácter que tomará dicha transformación.
Estando en presencia de un capitalismo plenamente desarrollado y maduro, este actor no puede ser sino otro que la clase trabajadora. Para el caso particular de la formación social chilena el problema fundamental es dilucidar la anatomía [22] que esta ha adquirido producto de las transformaciones y actual configuración de la acumulación capitalista, identificando las prácticas -potencialmente rupturistas- que los trabajadores van poniendo en juego y cómo estas quedan plasmadas en la conciencia a través de sus propias experiencias.
3.1. Anatomía
La contrarrevolución neoliberal llevó a cabo un profundo proyecto de refundación del capitalismo chileno que cambió radicalmente las bases materiales y arreglos institucionales sobre los que hasta ese momento este venía funcionando. La contracara necesaria de dicho proceso fue la reconfiguración -material y subjetiva- de la clase trabajadora.
Así, la actual anatomía de las clases trabajadoras chilenas es un producto directo de la fragmentación de los procesos productivos -mas no de su control por el gran capital- y la precarización de las condiciones laborales. Bajo este escenario de heterogeneidad el esfuerzo debe estar puesto en identificar sus sectores de avanzada y destacamentos más combativos.
Es importante delimitar bien el campo de las clases trabajadoras propiamente tal de el del resto de las capas asalariadas [23] . Esto porque hoy tanto los cuadros dirigentes del capital como los sectores medios aparecen precisamente como asalariados.
Otro aspecto del problema es la relación de la clase trabajadora asalariada con el resto de los sectores populares, especialmente con las capas pauperizadas de la sociedad. En muchos casos se establece una línea difusa entre ambos campos. La flexibilidad laboral impuesta por el régimen de capital hace que los trabajadores transiten constantemente de un campo a otro.
Las razones de este fenómeno son múltiples: la constante tendencia de la acumulación capitalista a la creación de un ejército de reserva, especialmente en los momentos de ralentización de la actividad en los ciclos económicos; la debilidad estructural de los capitalismos dependientes para absorber productivamente a la población en condiciones de trabajar; y la huida de segmentos de población trabajadora del régimen despótico y sobreexplotador de la fábrica, aun a costa de renunciar a mayores niveles de ingreso.
Finalmente, fruto del desarrollo tecnológico-informático se asiste en algunas ramas a un verdadero fenómeno de «autonomización relativa» del capital con respecto al proceso inmediato de producción. A través de este el capital logra alinear a sectores de la población trabajadora tras sus objetivos, convirtiendo parte de los bienes de consumo duraderos de esta (casas, automóviles, etc.) en un pequeño capital (el caso de Uber es paradigmático). El efecto social es el «pequeñoaburguesamiento» de ciertos segmentos de las clases trabajadoras, transfiriéndoles además la función de explotación del capital a ellos mismos (industria a domicilio).
3.2. Práctica y conciencia
Lo esencial a dilucidar es, dada su naturaleza fragmentaria y precaria y el estadio de desarrollo alcanzado por el capitalismo en Chile, dónde radica y cómo se expresa la capacidad de acción colectiva de las actuales clases trabajadoras. En dichas circunstancias es probable que esta no radique exclusivamente en el lugar inmediato en el que se desenvuelve la producción, sino que aparezca en otros ámbitos de la vida social de los trabajadores, tales como: vivienda, transporte, planificación urbana, salud, educación, etc. [24] . Todos ellos, por lo demás, convertidos hoy por hoy en esferas particulares de la producción capitalista.
La extensión, intensificación y complejización del proceso de acumulación capitalista, combinadas además con la escala y anclaje en la explotación rentista de recursos naturales que esta adopta en Chile, hace que los efectos del régimen de capital desborden las consecuencias inmediatas de este en el seno de la fábrica (bajos salarios, extensas y extenuantes jornadas de trabajo, precarias condiciones laborales, etc.). Este cuadro genera finalmente que los conflictos antes identificados sean hoy, junto a las reivindicaciones clásicas, parte orgánica de las luchas de los trabajadores [25] .
Respecto a las características de la conflictividad social del último tiempo se constata, según información recogida entre 2000 y 2012 [26] , un rol no menor jugado por los trabajadores. De hecho, las protestas de carácter laboral-salarial fueron las que ocuparon el primer lugar (36%) entre todas las acciones de protesta ocurridas entre 2015 y 2016 [27] . Esto a pesar de no contar con la misma cobertura mediática e incidencia en el debate público en relación a acciones llevadas a cabo por otros actores sociales, como por ejemplo la que han tenido los estudiantes.
Para el período 2000-2012, del total de acciones de protesta, los trabajadores ocuparon el segundo lugar (20,7%) entre los distintos grupos sociales que animaron estos eventos, prácticamente a la par con los estudiantes (20,9%), y seguidos muy de cerca por los pueblos originarios (18,5%). Detrás de estos últimos se situaron los pobladores (12,2%).
El principal blanco de los actos de protesta, independientemente del actor social detrás de estos, lo constituyó el Estado, seguido de la empresa privada. En cuanto a la masividad, más de las tres cuartas partes de estos actos convocaron a un número inferior a mil personas. Geográficamente, un poco más de la mitad se llevaron a cabo fuera de Santiago. Finalmente, en relación a los grados de represión desplegados por el Estado, en el 21,1% de los casos se registraron detenciones de manifestantes.
Cuando las protestas se dirigieron contra el Estado, la violencia por lo general estuvo ausente; no así cuando la empresa privada fue el blanco. Por otra parte, las protestas de trabajadores estuvieron generalmente asociadas a prácticas disruptivas del orden público. Esto en mucha mayor proporción que en las acciones impulsadas por otros sectores sociales, los cuales se inclinaron a este tipo de prácticas solo en presencia de demandas radicales. Por último, los mayores grados de violencia estuvieron asociados a eventos de pequeños grupos localizados fuera de la capital.
En el ámbito específico de los trabajadores, se detecta un ciclo de alza de la conflictividad laboral dado por una explosión de huelgas desde 2006 a la fecha [28] . Esta reanimación de la iniciativa de las clases trabajadoras toma la forma de una verdadera «guerra de guerrillas» laboral, en el sentido de que, junto a un crecimiento sostenido de eventos huelguísticos, estos se caracterizan por ser de corta duración e involucrar un número acotado de trabajadores en cada evento.
Otro elemento importante es la relevancia que cobran las huelgas extra legales. De hecho, en 2015 y 2016 el número de estas superó por primera vez desde 2003 a las legales. Junto con la mayor disposición de combate de los trabajadores, esto estaría dando cuenta de las limitaciones de la institucionalidad laboral vigente para procesar y encausar adecuadamente los conflictos surgidos en este ámbito, algo que se habría tratado de encarar parcialmente con la reforma impulsada por el gobierno de la Nueva Mayoría.
Son estas características -la mayor actividad y el desborde de los canales legales e institucionales- las que, entre otros elementos, explicarían el desgaste de la CUT como uno de los garantes «por abajo» de la dominación burguesa que esta ostentó en el período post dictatorial. La pérdida de ascendencia de la central sobre el movimiento de trabajadores priva a la burocracia sindical de su razón de ser dentro del bloque en el poder, terminando finalmente por desplazarla de él al no ser funcional para la dominación del capital.
No obstante lo anterior, se observa una alta heterogeneidad en la actividad huelguística de las clases trabajadoras, especialmente en el sector privado de la economía. Esta presenta características diferenciadas y distintos niveles de iniciativa dependiendo de la rama de la actividad en se lleven a cabo. Escasamente rebasan los límites geográficos de la región en que se realizan. En otras palabras, su alcance es local y raramente logran generar una articulación a nivel nacional. Así también, la actividad huelguística se encuentra fundamentalmente arraigada en las grandes empresas.
Por último, en el ámbito de la conciencia se observa aún un estadio de desarrollo pre-político -y para qué decir socialista-. Se trata fundamentalmente de reacciones instintivas a los abusos del capital, razón por la cual predominan las demandas salariales y por el mejoramiento de las condiciones inmediatas de trabajo, con escasa o nula presencia reivindicaciones de otro tipo.
Desde una perspectiva histórica, la actual conciencia de las clases trabajadoras es una suerte de amalgama fruto de la sedimentación de las experiencias y prácticas de distintas capas generacionales superpuestas; las cuales a su vez no son sino otra cosa que el reflejo consciente de las reconfiguraciones de las relaciones laborales y condiciones de vida que el capitalismo chileno ha impuesto en las últimas décadas, así como también de los procesos políticos por los que este ha atravesado.
En dicho sentido cabe distinguir y caracterizar las distintas generaciones que conviven al interior de las clases trabajadoras. Un contingente de esta clase, el más antiguo e inevitablemente decreciente, experimentó los finales de la configuración pre neoliberal de las relaciones laborales, el ascenso de las luchas obreras, el trauma de la reacción burguesa y la refundación del capitalismo chileno. La miseria la impulsó a asumir también la lucha anti dictatorial, para terminar finalmente en la frustración de la transición democrática de la administración civil del capitalismo. Este segmento representaría hoy, según lo que se puede deducir a partir de los datos de la estadística oficial y ya sea si considera el total de la fuerza laboral o solo la población asalariada dentro de aquella, entre un 25 y 20% de la clase trabajadora chilena.
Un contingente intermedio -mayoritario, pero igualmente destinado a decrecer en el tiempo- entró al mercado laboral y/o tuvo su despertar político en pleno proceso de reconfiguración de las relaciones capital-trabajo bajo el período contrarrevolucionario de la dominación burguesa, donde no hacía más que campear la miseria y la represión abierta sobre las clases trabajadoras y sus organizaciones. Al igual que el primero, pasó por la experiencia de la lucha anti dictatorial y la posterior frustración de la transición. Esta generación, hija del «neoliberalismo temprano», representaría el grueso de la clase trabajadora con alrededor del 50% de participación.
Finalmente, su contingente más joven, conformado por aquellos miembros nacidos desde la segunda mitad de los 80′ -o derechamente a partir de la década de los 90′ en adelante-, conoce exclusivamente la configuración neoliberal de las relaciones capital-trabajo. Además, solo ha visto el régimen político correspondiente a la administración civil del capitalismo. De esta manera, la coerción que ha experimentado corresponde a la «normalidad» de una democracia representativa sin más, y no a la de un régimen de excepción de la dominación burguesa como la dictadura militar.
Esta generación no ha sido más que ser educada -política y culturalmente- y disciplinada laboralmente por el capitalismo neoliberal en su plenitud, es su hija legítima. En este sentido, es un producto de un «neoliberalismo maduro», está moldeada a su imagen y semejanza. Hoy este contingente representa entre un 25 y 30% de los trabajadores, participación que irá ensanchándose progresiva e indefectiblemente a medida que el tiempo vaya pasando.
No puede dejar de mencionarse también el no despreciable contingente de población migrante, especialmente de origen afrodescendiente, que en el último tiempo se ha incorporado a las filas trabajadoras, nutriendo la conciencia de esta clase son elementos ajenos al devenir político-social del capitalismo chileno.
Un hecho característico, que viene dado sin duda por su propia experiencia, y que se ha revelado con fuerza en el último tiempo es la acentuada desafección del segmento más joven de las clases trabajadoras para con la institucionalidad política. No por casualidad los distintos estudios muestran que dicho fenómeno se encuentra especialmente arraigado en jóvenes de origen popular.
Su profundidad y extensión plantea la posibilidad -de la cual la izquierda revolucionaria debe sacar el máximo provecho político y organizativo posible- de constituir desde un comienzo un movimiento de trabajadores ideológicamente libre de cualquier fetichismo republicano e ilusión democrática; ideas en las que el reformismo educó sistemáticamente a la clase obrera durante el siglo pasado, y que hoy se levantan desde el ciudadanismo bajo la forma de una supuesta democracia «secuestrada» por los grandes intereses económicos y políticos corruptos al servicio de estos. Se abre así la posibilidad de acabar con el predominio histórico que el reformismo ha tenido en las organizaciones de trabajadores. Predominio que incluso en los momentos cruciales y de mayor ascenso del movimiento de masas las corrientes revolucionarias nunca pudieron revertir [29] .
En síntesis, en el ámbito de los trabajadores se aprecia una creciente actividad y toma de posición de nuevas generaciones en su interior que, a pesar de sus enormes potencialidades para la lucha político-social, aún requieren cristalizar política y orgánicamente para que estos ocupen el rol protagónico que les corresponde en la escena nacional.
Si bien los órganos y prácticas de lucha que vayan levantando y poniendo en juego las clases trabajadoras en pos de la defensa de sus intereses inmediatos, así como aquellas más avanzadas que desafíen abierta y directamente el poder de la burguesía, no pueden establecerse a priori ni ser decretados arbitrariamente [30] , el rol de la organización política revolucionaria es actuar con suficiente audacia y determinación en su interior, de modo de que cuando se levanten sean impulsados hacia estadios superiores, en el sentido de que las clases trabajadoras ganen mayores grados conciencia, cohesión y combatividad.
3.3. Carácter del cambio revolucionario
Estando los trabajadores en el centro de la transformación revolucionaria de la formación social chilena, o sea, siendo su fuerza motriz, el carácter de dicha transformación no puede ser sino socialista. Pero no solamente eso.
Tal como se plantea hoy, el problema de las fuerzas y el carácter del cambio revolucionario marca un contraste con la teorización clásica del siglo XX. Esto porque, tratándose de formaciones sociales en que el modo de producción capitalista coexistía con modos pre burgueses, el foco en esta estaba puesto en las alianzas inter clasistas que los trabajadores debían establecer en el seno del pueblo para llevar a cabo la transformación de la sociedad; en tanto que ahora de lo que se trata es principalmente de la identificación dentro de la misma clase trabajadora de sus prácticas potencialmente subversivas y los sectores de vanguardia de esta.
Uno de los grandes aciertos de la teorización leninista fue la visualización del potencial revolucionario que presentaban el problema agrario y la cuestión nacional. Gran parte de los conflictos sociales y de las rupturas con el capitalismo durante el siglo XX pasaron efectivamente por estas dos cuestiones, que en la práctica iban imbricadas entre sí. De allí que la visión estratégica leninista terminara por establecerse como la predominante al interior de las organizaciones revolucionarias.
El debate al interior del marxismo ruso de fines del siglo XIX y principios del XX, confirmado después por los hechos de la revolución, estableció que una de las precondiciones necesarias para el derrocamiento de la burguesía, y el ascenso del proletariado industrial al poder, era la sublevación de los campesinos pobres contra el régimen de propiedad vigente en el campo. Para sostenerse en el poder el proletariado debía asegurar una alianza con estos, adoptando las reivindicaciones campesinas en su programa y materializando las promesas incumplidas de la burguesía en cuanto a la eliminación de los vestigios pre capitalistas en el agro.
Así, a pesar de ser un actor cuantitativamente minoritario, el proletariado constituía la fuerza motriz del cambio revolucionario en Rusia, ya que su posición en la sociedad y su capacidad de acción colectiva independiente le otorgaban un papel cualitativamente superior al resto de las capas populares [31] . En cambio, siendo la inmensa mayoría de la población, el campesinado no era capaz de levantar una acción colectiva consistente que le permitiera ponerse a la cabeza de la revolución. Su papel era crucial, pero subordinado a la dirección del proletariado.
Con este esquema a la vista el paradigma leninista puede ser entendido como un programa de la revolución socialista en sociedades en que el capital no ha logrado extender plenamente el conjunto de relaciones que le son propias [32] . A partir de la experiencia rusa los continuadores del leninismo desarrollaron un esfuerzo sistemático de elaboración de una estrategia de conquista del poder -e incluso de construcción del socialismo- en formaciones sociales en que precisamente el proletariado industrial no era necesariamente mayoría, conviviendo con amplias capas explotadas no proletarias.
La convergencia de distintos actores sociales producto del atraso del desarrollo capitalista implicó que uno de los elementos claves del programa leninista, incluso en la versión permanentista de la revolución (Trotsky), fuera la diferenciación conceptual -aunque no necesariamente cronológica– de las tareas democráticas de las socialistas. El debate posterior entre las corrientes reformistas y revolucionarias era de si había cabida para una alianza temporal con la burguesía -o sectores de esta- para llevar cabo las primeras o, en cambio, desde un comienzo el proletariado debía ponerse a la cabeza de estas transformaciones.
La visión leninista fue innovadora en el sentido de que ciertos elementos inconclusos del programa de la revolucion burguesa -y por tanto no estrictamente proletarios- eran incorporados por el movimento socialista; con la particularidad de que dichas reivindicaciones no eran ya llevadas a cabo por la burguesía, sino por el proletariado y su partido.
Bajo las actuales condiciones del capitalismo y las transformaciones introducidas por este queda por evaluar la vigencia del conjunto y de los componentes particulares de la concepción leninista de la revolución, tales como: el programa de la revolución, el análisis del conflicto clasista que lo sustenta, la teoría de la organización, etc.
Hasta ahora el marxismo está en deuda en lo que al desarrollo de una estrategia revolucionaria para los países capitalistas avanzados respecta. No ha podido dar con una formulación semejante a la leninista que sirva de modelo para llevar a cabo exitosamente la revolución socialista en formaciones sociales en que el capital está extendido al conjunto de las relaciones sociales y ha eliminado las formas precapitalistas [33] .
En síntesis, por las características de la formación social y el actor involucrado, la transformación revolucionaria del capitalismo chileno no podrá ser sino directamente socialista. A excepción de la reivindicación nacional-territorial mapuche, no hay reivindicaciones democrático-burguesas, y actores que las encarnen, que signifiquen una potencial ruptura revolucionaria. La fase neoliberal ha realizado en la práctica en Chile el proyecto histórico de la burguesía, agotándolo. Se cierra así toda una época para la revolución socialista, abriéndose otra nueva [34] .
4. Desafíos de la izquierda revolucionaria: programa, estrategia y organización
El desafío en lo inmediato para las organizaciones de la izquierda revolucionaria chilena debiese ser la definición de una serie de lineamientos político-programáticos transversales en vista a la transformación revolucionaria del capitalismo nacional en una perspectiva socialista.
Este solo hecho constituiría ya de por sí un gran avance en relación al estado actual en que se encuentra el sector. Esto porque en la definición de lineamientos político-programáticos hay implícita una serie elementos presupuestos y otros que necesariamente se desprenden, los cuales además deben guardar coherencia entre sí.
En el primer ámbito, el de los presupuestos, se encuentran el análisis de la formación social que se pretende subvertir, la identificación de las contradicciones que la desgarran y los actores que las encarnan.
En tanto, en el de los elementos que se desprenden se encuentran fundamentalmente las definiciones en torno a la estrategia y al tipo de organización adecuadas para llevar a cabo los fines propuestos: el derrocamiento de la burguesía y el establecimiento de una sociedad socialista.
La lucha del pueblo mapuche es aleccionadora al respecto. Si bien descansa sobre unos presupuestos histórico-sociales distintos que la de las clases trabajadoras, puede ser tomada desde las organizaciones revolucionarias socialistas como experiencia modelo para ilustrar por analogía la problemática que se enfrenta.
Esquemáticamente, el núcleo programático de las organizaciones de avanzada mapuches lo constituye la demanda de autodeterminación nacional-territorial de este pueblo. De ahí que este sea en lo esencial un programa de liberación nacional. Dicho programa tiene además como fundamento el despojo territorial y sometimiento que históricamente el Estado chileno le ha infringido al pueblo mapuche.
El programa identifica como actor central al pueblo-nación mapuche.
El objetivo estratégico no es sino la expulsión de las fuerzas de ocupación del Estado chileno en territorio mapuche (Wallmapu). La vía adoptada para alcanzarlo es una política de recuperación de tierras usurpadas y de acciones de sabotaje económico al gran capital que opera en la zona.
Al atentar contra la propiedad privada del capital y los terratenientes, la estrategia impulsada es abiertamente ilegal. Esto pone inmediatamente al pueblo mapuche y sus organizaciones en un enfrentamiento directo con el Estado chileno, especialmente con sus aparatos represivos.
En consecuencia, y coherentemente, lo anterior no hace sino definir el carácter mismo que adoptan las organizaciones de avanzada mapuches. Por su propia dialéctica, no es posible sostener un programa y una estrategia de las características antes descritas sin una organización con un alto componente clandestino en su funcionamiento diario y que incorpore desde un comienzo el elemento armado-militar. Lo organizativo es siempre a final de cuentas una cuestión política.
Así, en un ejercicio análogo al realizado por las organizaciones de vanguardia mapuches, las organizaciones revolucionarias de las clases trabajadoras deben ser capaces de identificar los presupuestos sobre los que descansa una eventual transformación socialista del capitalismo chileno y establecer los lineamientos del programa político que mejor la expresa. Esto constituirá la base para avanzar en posteriores definiciones en otros ámbitos, tales como de estrategia política y orgánicos.
Santiago, marzo 2018.
* Documento destinado a la discusión y formación política del activo militante de las organizaciones de la izquierda revolucionaria chilena.
[1] Para un mayor detalle sobre los conceptos de formación social, fase y su relación con la práctica política revolucionaria véase Tomas A. Vasconi: Gran capital y militarización en América Latina, Ediciones Era, México, 1978, pp. 13-17. Para el concepto de patrón de acumulación véase José C. Valenzuela Feijóo: ¿Qué es un patrón de acumulación?, UNAM, México, 1990, pp. 60-65.
[2] Esto es, con conciencia de sus intereses específicos, permitiéndole afirmar su independencia de clase y levantar una agenda propia en la escena nacional.
[3] Por ejemplo. Si bien para Lenin la cuestión agraria, en la medida en que el cuestionamiento del régimen de propiedad vigente llevaba directamente al desafío del poder de la nobleza terrateniente, constituía un foco de ruptura revolucionaria en la Rusia zarista; esta, sin embargo, podía ser eventualmente resuelta en el marco del propio capitalismo. En efecto, según él había dos caminos posibles: «Los restos del feudalismo pueden desaparecer tanto mediante la transformación de las haciendas de los terratenientes como mediante la destrucción de los latifundios de los terratenientes, es decir, por medio de la reforma y por medio de la revolución. El desarrollo burgués puede verificarse teniendo al frente las grandes haciendas de los terratenientes, que paulatinamente se tornen cada vez más burguesas, que paulatinamente sustituyan los métodos feudales de explotación por los métodos burgueses, y puede verificarse también teniendo al frente las pequeñas haciendas campesinas, que por la vía revolucionaria extirpen del organismo social la «excrecencia» de los latifundios feudales y se desarrollen después libremente sin ellos por el camino de la agricultura capitalista de los granjeros.» V.I. Lenin: El programa agrario de la socialdemocracia en la primera revolución rusa de 1905-1907, Editorial Progreso, Moscú, s/f, p. 26.
En este sentido, el desarrollo de las relaciones agrarias en Chile se ajustaría a una variante de la primera de las vías identificadas por Lenin. Este desarrollo que se vio acelerado tanto por los sucesivos intentos de reforma de los gobiernos de Frei y Allende, como por la política de apertura comercial que llevaron a cabo la dictadura y las posteriores administraciones civiles del capitalismo chileno.
[4] Para un mayor desarrollo del tema véase «El conflicto mapuche y las definiciones estratégicas de la izquierda», Punto Final, Nº 879. Disponible en: http://www.veracirema.org/single-post/2017/07/26/El-conflicto-mapuche-y-las-definiciones-estrat%25C3%25A9gicas-de-la-Izquierda
[5] Naturalmente la otra solución burguesa es la abiertamente reaccionaria y represiva. Hoy por hoy la política burguesa en la Araucanía es una mezcla oscilante entre la vía represiva y la reformista.
Con tal de resguardar los intereses de la gran explotación forestal que opera en Wallmapu, la burguesía ha demostrado que, aun a costa de abrir una crisis al interior del propio Estado, no tiene empacho alguno en pasar a llevar el Estado de derecho. Esto es precisamente lo que quedó en evidencia con el actuar de los aparatos represivos que, en el marco de la bochornosa «Operación Huracán», optaron derechamente por la falsificación de evidencia para culpar a dirigentes mapuches, cuyo fin no era sino amedrentar al conjunto de este pueblo y doblegar su espíritu de lucha.
[6] Una tercera opción es que el pueblo mapuche desarrollara tal grado de capacidad militar que lograra derrotar y expulsar definitivamente a las fuerzas de ocupación del Estado chileno en Wallmapu. Tratándose, sin embargo, de unas fuerzas armadas modernas, equipadas con tecnología de punta y un contingente de población y territorio acotado, que dificultan las maniobras que demanda un esquema de guerra popular, este escenario resulta muy poco factible en la práctica.
[7] Precisamente teniendo a la vista la cuestión agraria en Rusia, Lenin en un principio reivindicaba en el programa de los bolcheviques la fórmula de «dictadura democrática de obreros y campesinos» como algo distinto y previo a la dictadura del proletariado. Esta sería sometida a análisis crítico por Trotsky, quien en oposición sostendrá la fórmula de «revolución permanente».
[8] Göran Therborn: «Las clases en el siglo XXI», New Left Review, 78, Enero/Febrero 2013, p. 26. Disponible en: http://newleftreview.es/78
[9] Para un intento de caracterización de la crisis política desde la perspectiva de la lucha de clases véase el documento de discusión «Las elecciones y el cambio de período en el capitalismo chileno», disponible en: http://www.cctt.cl/nuevocorreo/2017/12/21/chile-poselectoral-las-elecciones-y-el-cambio-de-periodo-en-el-capitalismo-chileno/ . También Rafael Agacino: ¿Dónde está el poder? Las anomalías del proyecto neoliberal y las opciones para un poder político-social emergente, 4/6/2013, disponible en: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=169063 .
[10] Esta formulación no es exclusivamente chilena, es de hecho sostenida por los ideólogos del progresismo latinoamericano. Así, por ejemplo, el sociólogo brasileño Emir Sader sostiene que: «Los dilemas centrales de nuestras sociedades se estructuran alrededor de la superación o no del neoliberalismo». Néstor, Lula y la segunda vuelta, 29/10/2015, disponible en: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=205023
Sin embargo, el eje de la política revolucionaria socialista no gira en torno a la «superación del neoliberalismo», sino sobre la sustitución (derrocamiento) de la burguesía del poder -pasando por la articulación de los eslabones intermedios para lograr dicho objetivo-. Establecer que el objetivo de las clases trabajadoras es la «superación del neoliberalismo» es decirles implícitamente que su tarea radica en el establecimiento de un capitalismo «no neoliberal». Es una perspectiva estratégica neo etapista de la transformación social (primero «antineoliberal» y después quién sabe qué) que termina por atarlas a proyectos de refundación burgueses de los capitalismos latinoamericanos.
No por nada en los últimos años se evidencia una profunda crisis política de los proyectos nacional-populares como formas de «superación del neoliberalismo», que no es sino reflejo en última instancia de la incapacidad de dichos proyectos para superar las estructuras sociales del capitalismo dependiente de la región. En el corto plazo esta situación ha derivado en un paulatino reemplazo de varios gobiernos progresistas, sembrando de paso confusión entre los segmentos de la izquierda que levantaron dichas alternativas como modelos a seguir.
[11] La idea que en Latinoamérica predomina una relación de dominación colonial ha sido uno de los elementos centrales en el discurso de los gobiernos progresistas de la región. El supuesto conflicto entre naciones explotadas y explotadoras está en la base de las constantes -y demagógicas- campañas antiimperialistas como forma de evadir y/o encausar convenientemente la lucha clasista interna. Esta idea también está fuertemente arraigada en ciertas expresiones de la izquierda chilena provenientes del reformismo tradicional. Véase por ejemplo Jorge Gálvez: Hacia un programa de gobierno radical y patriótico de liberación nacional, 21/7/2016. Disponible en: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=214678
Otra variante sobre las que se han justificado posiciones reformistas con la emergencia de la globalización es la supuesta dicotomía entre capital financiero y productivo. De este modo el neoliberalismo sería para estas posiciones una suerte «dictadura» de las finanzas y la especulación en detrimento de la producción.
De la síntesis de esta visión con la idea de países explotados y explotadores surge la concepción de la deuda como mecanismo dominación entre países. Así, la relación entre países deudores y acreedores reemplaza a la idea de explotación del trabajo como eje del análisis del capitalismo y base programática de la izquierda. En el caso de Argentina, por ejemplo, esta idea fue constantemente enarbolada por el kirchnerismo en sus «cruzadas antiimperialistas» contra los «capitales buitres» cada vez que tenía que renegociar la deuda externa.
[12] El conflicto mapuche es el que quizá menor grado de transversalidad social presenta.
[13] En la década de los 30′ del siglo pasado el keynesianismo fue un arreglo institucional adoptado por las burguesías metropolitanas -siendo el desarrollismo su adaptación latinoamericana- ante la necesidad de enfrentar los graves problemas de valorización que el capital enfrentaba en la base del proceso de acumulación en la crisis mundial. Este arreglo se basaba en el reconocimiento de que por sí sola la acción individual de los capitales no podía impulsar la actividad económica al ritmo y escala suficiente para sostener el pleno empleo. El manejo activo de la política monetaria y fiscal aparecían, así, como las herramientas de los Estados capitalistas para enfrentar dicha situación.
Una situación similar a la de los años 30′ podría estar instalando hoy en el seno del capital mundial el deterioro medioambiental. Solo que ahora no sería una cuestión de impulsar la actividad económica, sino de encausarla «sustentablemente». La escala alcanzada por los procesos productivos impulsaría la valorización de determinados capitales en desmedro de otros. La libre acción de los capitales individuales sería un obstáculo para la valorización general del capital, generando así la necesidad y forzando la adopción por parte de la burguesía de un nuevo arreglo institucional que reemplace al neoliberalismo por una suerte de «keynesianismo verde». Este keynesianismo, a diferencia del antiguo, tendría como objeto no tanto el manejo fiscal y monetario como la regulación y encausamiento de los procesos productivos mismos del capital en pos de la «sustentabilidad medioambiental», reposicionando nuevamente el rol del Estado en la actividad económica.
[14] Expresión de esto ha sido el movimiento No+AFP. Su resonancia y receptividad entre las clases medias le dio la masividad que en un comienzo mostró en las calles. Pero, así como le dio masividad y repercusión en la «opinión pública», le dio también inorganicidad, que desembocó finalmente en la disipación de su presencia en las calles.
La hegemonía de las clases medias en su interior le imprimió un carácter ciudadanista al movimiento. Su conducción pequeñoburguesa se esforzó por llevar la discusión al ámbito técnico, tratando de demostrar a ojos de la «ciudadanía» la factibilidad de un sistema de pensiones alternativo al vigente.
Las tácticas puestas en juego en general respondieron a la visión propia de dichas clases, privilegiando la marcha ciudadana por sobre la movilización de los sectores organizados de trabajadores, levantando demagógicas campañas de boicot de consumidores como los llamados masivos a cambiarse de fondo o a abandonar determinadas administradoras «corruptas». Se prometía con esas acciones fantasiosos colapsos del sistema financiero, que lo único que hicieron a fin de cuentas fue oscurecer el verdadero problema que enfrentaban los trabajadores y que perdieran el foco al cual su lucha debería haber apuntado.
En contraste con lo anterior, para las organizaciones revolucionarias de lo que se trataba era poner en el centro del movimiento a las clases trabajadoras, articulándolas como un actor colectivo que le saliera al paso al capital financiero y a los tecnócratas neoliberales. La tarea aquí es llevar la contradicción al terreno de la lucha de clases.
[15] Desde de la perspectiva histórico-materialista el socialismo no es solo un deseo de una sociedad mejor que basta con afirmarlo para que esta se establezca. Por el contrario, este es un ordenamiento social que presupone ciertas condiciones materiales bien precisas para su realización, las cuales no se reducen exclusivamente al nivel de desarrollo técnico-productivo alcanzado por la sociedad.
En la visión marxista es a partir de las propias contradicciones instaladas por el capitalismo que surge la posibilidad del establecimiento del socialismo, siendo la moderna clase trabajadora asalariada surgida de sus entrañas el actor consciente encargado de llevar a cabo la materialización de dicho proyecto.
[16] De hecho, las clases trabajadoras no están siquiera en el centro del conflicto, lo que no significa que no las afecte ni que no deban tomar posición frente a él.
[17] Es perfectamente factible pensar que en un eventual Wallmapu autónomo siga siendo el capitalismo el modo de producción predominante, o al menos que siga teniendo presencia importante en varias ramas de la economía.
[18] Se trata de una denominación provisoria a falta de otra mejor. Se reconoce, por tanto, lo inadecuado que podría ser el nombre aquí asignado a esta contradicción y lo incompleto de su abordaje. Respecto a esto último cabe consignar que esta no se reduce exclusivamente a los efectos de la acción del capital sobre la naturaleza, sino que también abarca una serie de problemas asociados, tales como desarrollo urbano y condiciones de vida de la población. En general, se trata de los efectos de la acumulación capitalista sobre esferas que desbordan los límites inmediatos de la producción.
[19] Véase Michael Löwy: Ecosocialismo. La alternativa radical a la catástrofe ecológica capitalista, Herramienta Ediciones/Editorial El Colectivo, Argentina, 2011.
[20] Es, por lo demás, una idea básica de la concepción materialista de que las relaciones jurídicas no hacen sino expresar condiciones económicas subyacentes, de la cual se desprende consecuentemente toda una determinada línea de acción política que contrasta con la ilusión legalista de transformar el capitalismo.
Este era el argumento de fondo esgrimido por Rosa Luxemburgo cuando, en su polémica con el reformismo, sostenía que «todas las relaciones básicas del dominio capitalista de clase no pueden ser transformadas por medio de reformas legales y sobre una base burguesa, por la sencilla razón de que estas relaciones no han sido consecuencia de leyes burguesas, ni estas leyes les han dado su fisonomía.» Rosa Luxemburgo: Reforma o revolución, Akal, Madrid, 2015, p. 81.
[21] Gran parte de la dramática situación por la que atraviesa la economía venezolana hoy en día radica en el problema descrito anteriormente. A pesar de la serie de medidas adoptadas por el gobierno bolivariano, como fijación de precios, reajustes salariales, control cambiario, entre otros, la burguesía venezolana, al controlar los principales medios de producción y distribución, termina apropiándose de la renta petrolera generada por el sector estatal. Todo esto a costa de desangrar al país mediante la fuga de divisas y el debilitamiento del aparato productivo, generando enormes padecimientos a las clases trabajadoras y extensos sectores del pueblo venezolano.
Se trata ya de un modus vivendi que la burguesía parásita venezolana ha establecido con sectores del chavismo, de otro modo no se explicaría la persistencia en el tiempo de esta situación.
[22] Véase Hacia una plataforma de lucha por los derechos generales de los trabajadores y la realización de una asamblea nacional programática, Colectivos de Trabajadores, CC.TT., 26/7/2001. Disponible en: http://www.cctt.cl/nuevocorreo/wp-content/uploads/2016/02/HPLDGT260701.pdf
[23] La investigación sociológica en Chile parece haber recobrado en el último tiempo un particular interés por el tema de las clases sociales y el conflicto asociado a ellas. Así, por ejemplo, para un análisis de la composición de clases en el Chile actual véase Carlos Ruiz y Giorgio Boccardo: Los chilenos bajo el neoliberalismo. Clases y conflicto social, Fundación Nodo XXI/elDESCONCIERTO.cl, Santiago, 2014.
Para una discusión de las «tesis estratégicas» presentadas por dichos autores, que en lo medular apuntarían a «nuevos pactos sociales reformistas dentro del sistema institucional», véase Franck Gaudichaud: Las fisuras del neoliberalismo chileno. Trabajo, crisis de la «democracia tutelada» y conflictos de clases, Quimantú/Tiempo Robado Editoras, Santiago, 2015.
[24] De su heterogeneidad y multidimensionalidad surgen también contradicciones en el seno de las propias clases trabajadoras. Algunas de larga data, tales como las fricciones entre trabajadores nacionales y los crecientes contingentes de población migrante; y otras nuevas, como la demanda por empleo y la necesidad de contar con un entorno y condiciones generales de vida aceptables.
Es aquí donde precisamente entra a jugar el rol pedagógico de la acción de los militantes revolucionarios en vistas a superar las estrecheces chovinistas o de otra índole inculcadas por las clases dominantes, y también la acción de la organización como espacio de síntesis de las nuevas tensiones y asegurar que estas sean procesadas en clave socialista en la conciencia de las clases explotadas.
[25] La complejización de la estructura social y la emergencia de las contradicciones del capitalismo chileno han generado la necesidad en la academia burguesa por abordar los conflictos asociados a estas. Este es el caso, por ejemplo, del Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (COES), del cual se puede extraer valiosa información para la caracterización y evaluación del estado de la lucha de clases en Chile.
[26] Rodrigo Medel y Nicolás Somma: «¿Marchas, ocupaciones o barricadas? Explorando los determinantes de las tácticas de la protesta en Chile», Revista Política y Gobierno, primer semestre de 2016.
[27] Conflicto social en Chile 2015-2016: Disputando mitos, COES, julio 2017.
[28] Informe de Huelgas Laborales 2016, COES-UAH, junio 2017.
[29] No obstante la acción del reformismo, la persistencia de las ilusiones en el sistema democrático burgués en la conciencia de las clases trabajadoras chilenas tiene un origen histórico-social más profundo. En efecto, la adopción de la forma republicana -con todos los defectos de su deformación oligárquica- del Estado en Chile es anterior al asentamiento definitivo del capitalismo como modo de producción dominante y al nacimiento de la moderna clase trabajadora.
Esta condición, y dada la alianza -y superposición- entre la burguesía y la oligarquía comercial-terrateniente que constituyó el núcleo del bloque en el poder durante gran parte del siglo pasado, daba pie a la ilusión de una institucionalidad «secuestrada» por determinados intereses ajenos a la democracia, bastando con cambiar a los personajes específicos que los encarnaban para restituir la «verdadera» democracia.
Desde su mismo nacimiento el socialismo en Chile fue presa de estas ilusiones, sosteniendo que él cumplía la misión «regeneradora» de la democracia (Jorge Navarro L.: Revolucionarios y parlamentarios. La cultura política del Partido Obrero Socialista, 1912-1922, LOM, Santiago, 2017).
La forma específica que adopta el Estado es una variable no menor al momento de determinar la conducta política de las clases trabajadoras. Así, por ejemplo, y en contraste con la chilena, la naciente clase obrera rusa enfrentaba a un Estado autocrático, cuyo rasgo característico era la ausencia completa de instituciones democrático-representativas. Fruto del régimen monárquico vigente, que por definición fusiona la cúspide del aparato estatal a personas determinadas, sus ilusiones estaban necesariamente atadas a la figura del zar (y no a instituciones). Cuando estas rápidamente se desvanecieron a raíz de los sucesos del «Domingo sangriento» (1905) quedó al desnudo a sus ojos todo el esquema de clases sobre el que el zarismo descansaba, abriéndose un proceso de ascenso revolucionario que culminaría con la toma del poder en 1917. En este trayecto los trabajadores rusos se vieron obligados por la necesidad de las circunstancias a levantar sus propias instituciones políticas (soviets).
[30] Respecto a la «intensificación considerable de la actividad de las masas», componente necesario de una situación revolucionaria, Lenin era enfático en señalar que este tipo de escenarios irrumpen al margen de la voluntad no solo de las organizaciones políticas, sino también de las mismas clases. Véase V.I. Lenin: La bancarrota de la II Internacional en Obras escogidas en doce tomos, tomo V, Editorial Progreso, Moscú, 1976, pp. 226-227.
De una opinión similar sobre la acción de las masas y el rol de la organización política era Rosa Luxemburgo (Huelga de masas, partido y sindicatos, Siglo XXI, Madrid, 2015).
[31] Así, evaluando la experiencia de la primera revolución rusa, Lenin establecía en 1907 que: «Se ha puesto plenamente de relieve el papel dirigente del proletariado, así como el hecho de que su fuerza en el movimiento histórico es inconmensurablemente mayor que su peso numérico en relación con el total de la población.» V.I. Lenin: El desarrollo del capitalismo en Rusia, Editorial Ayuso/Akal Editor, Madrid, s/f, p.19.
[32] Como se mencionó anteriormente, en la Rusia zarista, de hecho, ni siquiera existían las instituciones mínimas del sistema democrático burgués.
[33] Tal vez el mayor avance que registra en este ámbito -aunque sin lograr la misma hegemonía del leninismo- sean las reflexiones elaboradas por Gramsci.
[34] Esto es de importancia crucial, ya que cambia el presupuesto histórico-social sobre el que se formuló el programa y estrategia de la revolución socialista durante el siglo XX. Asociado a esto, uno de los aspectos que están en juego aquí es el carácter mismo de las organizaciones. Estas bien pueden asentar las definiciones de sus líneas de acción sobre un verdadero análisis materialista de la realidad, o bien ser meras sectas repetidoras de dogmas ya establecidos condenadas a la irrelevancia política.
El cambio programático es algo que no deja de ser controversial incluso en las organizaciones revolucionarias, pudiendo generar serias convulsiones en su interior. Este fue el caso del partido bolchevique cuando Lenin presentó las Tesis de abril. El episodio se encuentra narrado y analizado en detalle por Trotsky en el capítulo «El rearme del Partido» de su Historia de la Revolución Rusa (tomo I, Quimantú, Santiago, 1972, pp. 367-385).
También el Che expresaba una idea semejante al referirse a la trascendencia histórica de la Revolución cubana. Para él esta no se limitaba a una «rebelión contra las oligarquías», sino que a su vez constituía una rebelión contra «los dogmas revolucionarios» (Diario en Bolivia, LOM/Punto Final, Santiago, s/f, p. 198).
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