Según sus propias palabras, el ex Fiscal General, que siempre recibió las órdenes de Felipe González en posición de firmes, tiene en su conciencia una sucursal de dios en su persona, ¡quién nos lo iba a decir! Pero debe ser cierto, pues sólo alguien que se crea por encima del bien y del mal puede […]
Según sus propias palabras, el ex Fiscal General, que siempre recibió las órdenes de Felipe González en posición de firmes, tiene en su conciencia una sucursal de dios en su persona, ¡quién nos lo iba a decir! Pero debe ser cierto, pues sólo alguien que se crea por encima del bien y del mal puede considerar inocente al ex general Enrique Rodríguez Galindo, el carnicero de Intxaurrondo, condenado por el Tribunal Supremo a 71 años por los asesinatos de Lasa y Zabala. Sobre todo tras la resolución de aquella macabra ecuación de muerte y despejada ya la famosa incógnita X. Sin embargo, su arrepentimiento de «socialista español irremediable», que le da de tanto en tanto, lo corroe por no haberlo defendido públicamente en su momento y, descreído de la Justicia Española, pone sus esperanzas en no se qué instancias europeas negando, incluso, la participación de Galindo en la guerra sucia del Estado contra ETA al lado de Felipe González, Barrionuevo, Vera…No contento con esto, lamenta su claudicación cobarde en la defensa de «la extraordinaria labor profesional, no exenta, naturalmente, de errores, humanamente disculpables, vilipendiada injustamente, desempeñada por quien ha sido considerado, justamente, el azote de ETA» (sic).
Allá él con su desmemoria o sus delirios, pero no se le puede permitir que arremeta contra los que como Armando Quiñones y tantos otros nos preguntamos si alguien que escribe Al general Enrique Rodríguez Galindo, en agradecimiento a su sacrificio por la democracia española no hace apología del terrorismo de Estado, y eso sin hablar del mercadeo de muertes -43 asesinatos- que desvela Eligio en su artículo entre su venerado «estadista», Felipe González, con sus antecesores y sucesores en el poder. Si no aporta nada sobre la inocencia de su amigo y colaborador el ex general y ex guardia civil Rodríguez Galindo, sí afirma defender la libertad de expresión activamente amenazando con llevar a los tribunales a los que no piensan como él y así lo expresan.
Algunos afirman, maliciosamente, que el arrebato de Eligio es un efecto secundario-colateral de la ingesta de los factores 1 y 2 del catedrático Meléndez, aquellos milagreros polvos no legalizados por las autoridades sanitarias y que el ex fiscal general – magistrado en excedencia – litiga, desde su floreciente bufete de abogados con despachos en Las Palmas y S/C de Tenerife, para que el próspero negocio de los polvos de Meléndez no se vea frenado por no contar con el pertinente registro sanitario. Todo por la pasta, ¿No?
Aunque no lo conozca personalmente, su trayectoria descubre que Eligio Hernández es un convencional convencido: es socialista simplemente por ser militante del PSOE; es republicano, nada menos que vicepresidente de la Fundación Juan Negrín, pero paradójicamente al mismo tiempo rinde pleitesía a un rey impuesto por Franco con la excusa de su pretendido papel vertebrador en la convulsa transición; un humanista, dice, aunque proclive a limitar la entrada de extranjeros a las islas; un servidor público que por orden del «Número Uno», es decir, Felipe González, fue capaz de reunirse con el criminal de los GAL, José Amedo -el del secuestro de Segundo Marey- para trapichear su silencio con un indulto; un «hombre de izquierdas» que defendió la Ley Corcuera, la de la patada en la puerta, y persiguió con saña a los «peligrosísimos» insumisos a los que colocó en el punto de mira de la fiscalía al ordenar que se pidieran indiscriminadamente penas de cárcel para todos los casos; un fiscal tan independiente que ordenó a la fiscalía de Sevilla que no presentara cargos, a pesar de las evidencias, contra los acusados de infligir malos tratos a unos presos sevillanos incluidos en el Fichero de Internos en Especial Seguimiento (FIES)y que fue decisivo para que no se condenara a su compañero de partido Antonio Asunción, redactor de una circular cuando era Director General de Prisiones que, entre otras cosas, ordenaba a los alcaides la «inmediata inmovilización con esposas» de aquellos presos.
Entre sus andanzas caseras se recuerda el decidido apoyo a La Lanzadera de El Hierro-eso sí, por ser un hombre de Estado- mientras sus paisanos, hasta los de AHÍ, paseaban junto a los tinerfeños su rechazo frontal a la instalación del artefacto militar. O cómo siendo Delegado del Gobierno en Canarias no dudó en utilizar a la Guardia Civil para proteger con armas a los esquiroles -empleados de las agencias de viajes- utilizados para reventar una huelga de los empleados de tierra de Iberia en Fuerteventura. Quizás, en su interesada desmemoria, pretenda hacer creer que la intervención armada de la benemérita era necesaria para mantener un orden público que nunca se desordenó; pero en aquella ocasión le superó la valentía de un juez que, finalmente, desbarató el atropello a los derechos laborales aunque le costara un expediente del Consejo General del Poder Judicial.
En fin, con lo bien que queda con todos esos títulos y ex títulos que lo adornan – lástima que el Premio Canarias se le resista-, sentando cátedra en los pomposos cenáculos de la burguesía isleña, en los clubs de opinión de cuanto periódico se publica, formando parte de cuanto comité de expertos invente la esperpéntica política ultraperiférica, en la Academia Canaria de la Lengua y hasta en las tertulias de radios que se apropian de la portavocía del pueblo canario… Pero no, este prohombre también se nos ha colado en la trinchera -pardillos que somos los rojos- y, encima, algunos lo agasajan y adulan a pesar del GAL, de Roldán… y de que él mismo dio nombre a uno de aquellos famosos casos -el Caso Eligio Hernández- en el que la Sala Tercera del Supremo declaró ilegal su nombramiento como Fiscal General del Estado por no reunir los requisitos para ejercer el cargo.