Sin una pincelada de menos en su entintada cabellera el presidente de Francia, François Hollande, de impecable traje azul, parsimonioso y con una solemnidad tan hueca como descarada, rodeado de tinterillos y matones se presentó en las oficinas del semanario satírico Charlie Hebdo, pocas horas después del atentado. Engolado como un cantor de tangos en […]
Sin una pincelada de menos en su entintada cabellera el presidente de Francia, François Hollande, de impecable traje azul, parsimonioso y con una solemnidad tan hueca como descarada, rodeado de tinterillos y matones se presentó en las oficinas del semanario satírico Charlie Hebdo, pocas horas después del atentado. Engolado como un cantor de tangos en plena decadencia, vomitó lo esperado acerca de la libertad de prensa y las glorias y el destino manifiesto de la France y todas las obviedades que ningún politiquillo se iba a perder en momento tan trascendental.
Hollande no le hablaba a los franceses, ni al resto de los ciudadanos del mundo, como todos los de su laya le hablaba a «La Historia».
Claro, si hablamos de historia en serio, sabemos que con la justica que la caracteriza Clío, no lo ubicara ni lejos de Nicolás Sarkozy, ni lejos de Silvio Berlusconi, de Tony Blair, Benjamín Netanyahu, de la familia Saud, ni lejos de los Bush, que es decir ni lejos de Hitler. Quién crea que este cronista exagera, rememore las andanzas de la France a partir de la perpetración de la Primavera Árabe, donde fue factor preponderante a la hora de masacrar al pueblo libio, en la búsqueda obscena de su petróleo, piense en la France a la hora de armar a miles y miles de yihadistas que hasta hoy siguen marchando contra el pueblo sirio, lo que ha provocado un cuarto de millón de muertos y seis o siete millones de desplazados.
Nunca la gloriosa Francia ha hecho un mea culpa de su traición a la República Española, a los múltiples genocidios cometidos en sus ex colonias desde el sudeste asiático hasta el África subsahariana. Recuerde el lector los miles de argelinos asesinados en su lucha por recuperar su independencia. Alguna vez la France tendrá que dar cuenta de la masacre de argelinos llevada en las calles de París el 17 de octubre de 1961, en lo que se conoce como la «Masacre de Charonne», cuando cerca de cuatrocientos argelinos fueron muy democráticamente asesinados en las calles de la ciudad luz, y para que los cuerpos no molesten a los flâneur , fueron lanzados al romántico Sena, claro, todo esto con la distinción que caracteriza a la policía francesa.
Francia desde su derrota en batalla de Ðiện Biên Phủ en Vietnam en 1954, cuándo pierde su categoría de imperio, ha buscado desesperadamente revindicase otra vez como tal, y sin éxito lo ha intentado en cuanta crisis internacional le han permitido participar. Francia carga sobre sus espaldas el millón de muertos del genocidio ruandés de 1984, Francia es responsable directa del disloque de Medio Oriente cuando junto con el Imperio Británico negoció el espurio tratado Sykes-Picot, de mayo de 1916, que conformó ese difícil entramado con el que se dividieron los territorios de Oriente Medio. Francia es responsable de la guerra civil de República Centroafricana, que a lo largo del 2014 dejó cincuenta mil muertos. Francia tiene mucho que decir de la confusa y olvidada situación en el norte de Mali, una región históricamente reclamada por el pueblo Tuareg, pero su potencial en yacimientos de uranio la hacen innegociable para París. Francia ha tenido responsabilidad participando en las invasiones norteamericanas a Irak, en los bombardeos en Afganistán, Palestina, Yemen y Libia.
Por eso este canto hipócrita de Hollande ofende la consciencia de la humanidad y fundamentalmente la memoria de los hombres y mujeres asesinados en el ataque a la redacción de Charlie Hebdo.
De aquellos polvos a estos lodos
Los disturbios de que comenzaron en Clichy-sous-Bois, una barriada pobre al este de Paris en octubre 2005, y se extendieron rápidamente a muchos suburbios pobres de la capital francesa o banlieue como Aulnay-sous-Bois, Noisy-le-Grand, Neuilly-sur-Marne, Le Blanc-Mesnil y Yvelines, Sena y Marne, Val-d’Oise, y otras ciudades Lille, Dijon, Ruan y Marsella y otros países Bélgica, Dinamarca, Alemania, Grecia, Países Bajos y Suiza, sin duda han sido el preámbulo de lo que hoy se está viviendo en Francia.
Las declaraciones del entonces Ministro del Interior del presidente Jacques Chirac, el sionista Nicolás Sarkozy, no fueron un bálsamo para la situación tratando de «escoria» a los jóvenes árabes.
La situación de exclusión de miles de jóvenes de ascendencia musulmana los llevó a la búsqueda de una salida inicialmente religiosa replegándose sobre sus orígenes.
Al tiempo que las cárceles francesas comenzaron a llenarse de rateros y delincuentes de poca montan de origen árabe y allí, en esas cárceles, fueron donde comenzaron a ser cooptados por algunos fanáticos integristas. El resto de la historia es muy conocida, tras la Primavera Árabe, al igual que en otros muchos países europeos los jóvenes musulmanes se sintieron convocados a participar de la yihad contra el gobierno sirio de Bashar al-Assad, las autoridades europeas entendieron como una gran oportunidad de sacarse de encima a muchos, radicalizaron y les abrieron encantados las puertas de salida, operando además con Turquía para que les permitiera cruzar a Siria sin mayores inconvenientes.
Se estima que entre cinco y siete mil quinientos jóvenes europeos de origen árabe han participado de esta «aventura», de ellos cerca de dos mil son franceses, hay que tener en cuenta que en Francia se congrega la mayor comunidad árabe de Europa, ocho millones, de los cincuenta que son en todo el continente.
Los hermanos Said y Cherif Kouachi, que acaban de ser ejecutados en una imprenta en la zona industrial de Dammartin-en-Goele y su hermano de credo Amedy Coulaby, también asesinado, y que posiblemente haya sido quien ejecutó el jueves a una mujer policía y responsable de la toma de una tienda kosher en Vincennes. Responden al estereotipo perfecto del yihadista, despreciado en sus países de nacimiento, buscan en sus raíces culturales el destino y de allí al fanatismo, a la radicalización, a la búsqueda de una muerte digna ya que no hay posibilidades de una vida amable, salen de Europa, se entrenan como Said Kouachi, en países como Yemen, y están dispuestos a alcanzar el paraíso como mártires. ¿Quién detiene entonces a tanto desesperado?
¿Qué bombardear ahora Estados Unidos, con su armada brancaleone, Trípoli, otra vez, Bagdad, otra vez, Kabul otra vez, Mogadiscio, Saná, o la periferia pobre del este de Paris?
Hollande hoy, por un rato, podrá respirar con cierta tranquilidad, pero él, toda Francia, Europa y la ultra derecha como el Frente Nacional francés o Alternativa para Alemania, saben que lo que sucedió esta semana se va a repetir inexorablemente.
Tendrán que chequear en que falló la seguridad, en que falló la sociedad francesa. Mientras tanto a partir del martes, nadie en Europa, podrá sentarse en un café, entrar a un cine o subir al metro o al bus, sin entender que podría ser la última vez que lo hiciera.
De todos modos, no importa, Hollande los despedirá con un sentido discurso.
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