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Adiós a Antonio Gades

Elogio para un amigo

Fuentes: El País

Cuentan que un jovencito nacido en Elda, en la provincia de Alicante, en un año de cuyas cifras no quiero acordarme, hijo de un humilde soldado republicano, combatiente en la Guerra Civil española, llegó a convertirse, por su talento y esfuerzo, en una de las figuras señeras en el arte del baile, en la expresión […]

Cuentan que un jovencito nacido en Elda, en la provincia de Alicante, en un año de cuyas cifras no quiero acordarme, hijo de un humilde soldado republicano, combatiente en la Guerra Civil española, llegó a convertirse, por su talento y esfuerzo, en una de las figuras señeras en el arte del baile, en la expresión más auténtica de su pueblo y, por ello, en un artista aclamado en los más famosos escenarios del mundo. Lo que hizo posible que este bello relato fuera una realidad no se explica en breves palabras, ni con facilidad, porque detrás de una carrera de la dimensión artística y humana como la de Antonio Gades no está sólo el milagro de los dones, o la generosidad de la naturaleza, sino el triunfo de un carácter y, en consecuencia, una vida de dedicación, esfuerzo y voluntad. Antonio Gades tuvo una infancia angustiosa y pobre, porque fue hijo de un soldado derrotado. Ya en Madrid, con sólo 11 años, y durante toda su adolescencia, Antonio tuvo que trabajar en diversos oficios para poder vivir; y llegó a la danza -según ha afirmado- huyendo de la pobreza: «Por puro accidente», nos dijo un día. Sin embargo, hoy el arte agradece ese accidente, que ha permitido a la historia de la danza contar con un bailarín excepcional, una figura con luz propia que trasciende la tradición del baile flamenco o del folclore de los pueblos de España, para inscribirse en la danza universal. Una ocasión como la de hoy es propicia para el recuento y la memoria; por eso yo quiero recordar aquí algunos momentos de su vida artística. No referirnos a toda su intensa trayectoria, desde luego, ni siquiera a la totalidad de los momentos que pudieran considerarse trascendentales, sino a algunos que nos permitan ubicarnos en su órbita personal dentro de la danza. Así lo encontramos muy joven, en su brevísima permanencia en la academia de la maestra Palitos, y luego de variadas experiencias escénicas, arribar felizmente a la compañía de Pilar López, nuestra querida y admirada amiga. Con Pilar estuvo Gades nueve años, y de ella obtendría importantes principios artísticos y humanos. «Ella me enseñó la ética antes de la técnica». Y creo que eso constituyó un sólido punto de partida para aquel joven bailarín.

Luego vinieron sus estudios básicos en la técnica del ballet clásico, y sus experiencias internacionales, como aquellas con Antón Dolin, en la Ópera de Roma; en la compañía denominada Ballet de los Dos Mundos y en la Scala de Milán. Y desde luego, su múltiple y brillante trabajo en España, donde ha estado al frente, como bailarín, coreógrafo y director, en distintas agrupaciones bajo su guía e inspiración.

Si como intérprete Antonio Gades se distingue por su personalidad avasalladora, su técnica amplia y su teatralidad moderna y esencial, es preciso destacar, además, sus creaciones coreográficas, que se encuentran sin duda entre lo más valioso en su género que se haya hecho en España. Sus obras, de gran aliento e imaginación, conjugan con eficacia elementos del folclore, el teatro moderno y el lenguaje danzario internacional.

Pero por un regalo del destino, o una generosidad de la historia, Antonio Gades es, además de un gran artista, un extraordinario amigo. Y no sólo mi amigo personal, lo cual me enorgullece, sino también un amigo fiel de Cuba. Es preciso decir que para los cubanos que vivimos y trabajamos en este país asediado, esta posición de Antonio tiene, en nuestros días, un valor muy especial. La fidelidad de Antonio Gades, su presencia y cercanía, tanto en los momentos tristes como alegres, en las grandes dificultades o en los éxitos, es algo que no podremos olvidar, y que le asegura un espacio entrañable en nuestros corazones.

Desde luego, Antonio tiene también un lugar significativo en el Ballet Nacional de Cuba y este vínculo tiene su propia historia. En algún momento de su vida, este gran artista dudó de la conveniencia de continuar en las tablas. Su sensibilidad hacia los problemas del mundo contemporáneo lo llevó a ver un toque de vanidad personal en el hecho de recibir aplausos, para él siempre generosos, en los escenarios del mundo. Y aquí surgieron mis únicas discrepancias con Antonio, y me di a la tarea de convencerlo de que su fuerza para combatir a favor de los principios en que creía empezaba precisamente con su arte.

Así tuvimos la suerte de incorporarlo un tiempo como artista invitado del Ballet Nacional de Cuba, y a nuestra compañía hizo aportes de primera línea. Compartió conmigo la grata aventura del ballet Ad libitum. A priori, a algunos pareció descabellado unir en la escena a una bailarina clásica con un bailarín flamenco, pero entre Antonio y yo tratamos de probar que la danza es una sola. No sé si lo logramos, pero de lo que no cabe duda es de que nos divertimos muchísimo y creo que el público también. Luego fue un inolvidable Hilarión, en el romántico Giselle y quiero decir que hasta tal punto Antonio dio a este personaje un aire y una fuerza inéditos que todavía en nuestros días, cuando un joven se dispone a incorporar el personaje de Hilarión por primera vez, estudia el vídeo con la interpretación de Gades, como parte de su preparación.

Antonio Gades dijo una vez que «si un hombre se dedica a hacer una cosa, tiene que ser lo suficientemente honrado y honesto para proponerse llegar al máximo de sus posibilidades». Él lo hizo, él lo logró.