Como cada año al llegar estas fechas debo escribir este sermoncillo a mediados de julio para ser leído en setiembre, pues nuestra imprenta se toma unas merecidas vacaciones en agosto. Una tarea que, en los últimos años, resulta harto problemática, pues los acontecimientos se producen con tal celeridad que tal vez lo que se escribe […]
Como cada año al llegar estas fechas debo escribir este sermoncillo a mediados de julio para ser leído en setiembre, pues nuestra imprenta se toma unas merecidas vacaciones en agosto. Una tarea que, en los últimos años, resulta harto problemática, pues los acontecimientos se producen con tal celeridad que tal vez lo que se escribe hoy aquí resulte pasado y superado en mes y medio. Una celeridad geométrica, ciertamente, que corresponde a la aceleración que sufren los cuerpos cuando se precipitan en el vacío.
Y ahí estamos nosotros este julio: no en el borde del precipicio, como suelen repetir los medios, sino en caída libre, viendo como el suelo (llámese rescate, default o salida del euro) se acerca velozmente hacia nuestras narices. El topetazo es inevitable.
Aunque dada la testarudez de nuestro gobierno y la estulticia de los organismos europeos la cosa no tiene remedio, no viene mal mirar un poco hacia atrás -aunque sólo sea por dejar de ver durante unos instantes el suelo que sube disparado hacia nosotros- y pensar en algunas causas y efectos (principales y colaterales) que explican porqué estamos a punto de acabar estrellados (algunos, la mayoría, porque otros acabarán forrados). Y no es difícil llegar a algunas conclusiones:
Primera: que la prima vaya en ascensor y los intereses de la deuda sean desmesurados tiene explicaciones secundarias (las que aparecen corrientemente en los medios: el ataque especulativo, la inoperancia del BCE, etc.) y una principal (que los medios suelen ignorar, por lo menos hasta ahora): que la deuda es impagable. Así de sencillo. De modo que a ver quien presta nada a quien se sabe que tarde o temprano se declarará en bancarrota.
Segundo: la ineptitud del gobierno español ha superado todos los límites imaginables. Ha demostrado una falta de carácter, de inteligencia (política y de la otra), de iniciativa (porque ir aprobando reformas impuestas desde fuera no es tener iniciativa) que casi hacen bueno al desastroso gobierno Zapatero.
Tercero: El malestar de la ciudadanía es enorme. Resulta increíble que no haya una alternativa política organizada capaz de recoger ese malestar y darle la vuelta a la situación. Al parecer estamos condenados a acabar en un populismo de izquierdas (que todavía no se ve asomar por ninguna parte) o un populismo de derechas (del que cada vez se oyen más rumores).
Cuarto: La ofensiva miope que se está dirigiendo hacia el estado de las autonomías, en orden a su recentralización (aprovechando que la crisis pasaba por ahí), puede conducir a un crecimiento exponencial del independentismo en Cataluña y Euskadi. Y a ver cómo se come eso con la constitución vigente, que declara al ejército garante de la unidad del territorio. Yo no jugaría con las cosas de comer.
Quinto: La Unión Europea que conocíamos -y que no nos gustaba nada, esa es la verdad- ha muerto. Y no volverá. Lo que quede, si queda algo, se parecerá poco a lo que había. Ahí se abre la oportunidad de hacer las cosas bien, aunque sólo sea por una vez. Pero me da a mí que no.
Sexto: Cada vez es más evidente que ha acabado una época. Lo que nos depare el futuro dependerá de nosotros. Una cosa es cierta: el capitalismo, en su forma actual, ha llegado a su fin. Morirá o se transformará. En el primer caso se abre una incertidumbre; en el segundo el más negro abismo.
Séptimo: Históricamente, las grandes crisis se saldan con una guerra. De hecho «Occidente» lleva en guerras «menores» varios lustros. La pregunta del millón es: ¿se mantendrá así la situación o estallará una guerra de grandes dimensiones? Ojo a lo que pueda pasar en Siria e Irán, con Israel, Rusia, EEUU y la OTAN revoloteando por ahí. Los rumores apuntan a que la cosa se puede poner fea este otoño.
Séptimo: … ufff… más vale dejarlo aquí. Ante ti, lector, se extiende un setiembre que se perfila repleto de conflictos. Pero para mí se abre un agosto en el que -aún sin hacer vacaciones- aspiro a darme algún chapuzón. Quiero ser optimista: confío en que, al menos, nos dejen el mar.
Fuente: El Viejo Topo / 296 septiembre 2012