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Glosas sobre nuestra realidad a la sombra de la colonialidad

¿En Cuba nadie es racista?

Fuentes: Cuba Posible

«No somos racistas, porque, consecuentes con nuestro deber, levantamos nuestras voces para expresar que son muchos los casos en que se postergan y combaten a determinados individuos, sola y exclusivamente por razón del color más o menos oscuro de la piel». Inocencia Silveira (1929) Nuestro país y en resto del mundo se rinden ante el […]

«No somos racistas, porque, consecuentes con nuestro deber, levantamos nuestras voces para expresar que son muchos los casos en que se postergan y combaten a determinados individuos, sola y exclusivamente por razón del color más o menos oscuro de la piel».

Inocencia Silveira (1929)

Nuestro país y en resto del mundo se rinden ante el talento sin par de Alexis Díaz-Pimienta (La Habana, 1966). Es narrador, poeta, repentista, cantante e investigador. Tiene tantos libros publicados como premios recibidos aquí y allá. En nuestro contexto (hasta donde tengo entendido) no se le conocía públicamente por sus opiniones sobre la problemática racial hasta que a fines del año pasado salió publicado en el portal OnCuba un poema de su autoría titulado, en tono afirmativo, «En Cuba nadie es racista».

Se trata de una composición que reúne 12 estrofas escritas con versos octosílabos, o sea, en formato de décimas. Resulta atractivo escuchar la voz improvisadora de Díaz-Pimienta; pero ahora me atrae más leerlo sílaba a sílaba y, también, entre líneas para glosar sobre el cotidiano cubano minado por prácticas racistas, actitudes discriminatorias y gestos prejuiciosos contra los/as negros/as.

I – Dos espacios de tensión social: la familia y el trabajo en la cotidianidad

En las primeras tres décimas, Díaz-Pimienta presentó dos contextos claves en el cotidiano de cualquier sociedad: la familia (dos estrofas) y el trabajo (la tercera estrofa). Cuando habla del marco familiar, el repentista parece asumir una postura crítica afirmando que «en Cuba nadie es racista hasta que…» surge una relación amorosa entre una chica de piel blanca y un chico de piel negra (también podemos aplicar la expresión «y/o viceversa»). La frase «hasta que…» crea una situación dramática mostrando cómo la familia autodefinida como «white» no acepta al «negrito conquistador» que «peina pasa».

Dándole la vuelta a dicha imagen podemos observar que los miembros de ese «hipotético» núcleo familiar antes, durante y después de vivir un momento como ese suelen decir algo así como: «Yo no soy racista porque mis mejores amigos/as son negros/as» o «Yo no soy racista ya que me llevo muy bien con los/as negros/as». Dichas posturas sociales develan una doble moral insalvable de los/as blancos/as que (sin ánimos de generalizar) se expresan de una forma y actúan de modo diferente. En los espacios públicos los/as blancos/as interactúan con los/as negros/as; pero cuando dichos/as sujetos/as racializados/as se aproximan al espacio privado exclusivo ahí la cara les cambia e imponen como recurso defender la asimetría histórica que existe entre blancos/as y negros/as, que explica la colonialidad.

En el caso del ambiente laboral, las tensiones pueden ser de alto voltaje en dependencia de quién está en el comando: un hombre negro o una mujer negra. La herencia colonialista de la sociedad cubana continúa viéndonos como entes subalternizados y nacidos para obedecer sin preguntar por qué. La imagen del «jefe percusionista» es el mensaje de que los negros sólo saben tocar la tumbadora en espacios marginalizados y no están capacitados para dirigir a cualquier nivel; y la frase «¡negra tenía que ser!» es la negación al derecho que tiene un ser humano a equivocarse cuando toma una decisión desde una posición de alta responsabilidad. Tales ejemplos demuestran que algunos sectores de la sociedad cubana del nuevo milenio continúan poniendo en duda cartesiana la condición humana de los sujetos/as racializados/as como negros/as.

Las actitudes discriminatorias y los gestos prejuiciosos hacen causa común tanto en el entorno familiar como en el medio laboral. Discriminas al muchacho porque no tiene tu mismo fenotipo (del genotipo para qué hablar); y, sin conocerlo ni conversar dos palabras con él, muestras tus prejuicios acusándolo de pertenecer a una religión de patrón no cristiano tildada de brujería. O, tal vez, la envidia te corroe porque «te jode… que un[a] negro[a] tenga poder» en una empresa, por ejemplo. En este caso interpreto la palabra «poder» solamente como el ejercicio de cargos de dirección sin especificar el nivel de importancia.

II – La legalidad: el enfoque único sobre las actitudes discriminatorias

Según Díaz-Pimienta, en Cuba existe un «racismo extraoficial, [y] anticonstitucional». Estoy de acuerdo con él hasta cierto punto; aunque la legalidad no es clara sobre el término racismo. Me explico: en primer lugar, la Constitución de la República de Cuba de 1976 (reformada por segunda vez en 1992) en su sexto capítulo «Igualdad» -específicamente en el artículo 42- proscribe las actitudes discriminatorias basadas en motivos de raza, color de la piel, sexo, origen nacional, creencias religiosas y cualquier otra lesiva a la dignidad humana. Este documento ampara el sentido de los versos del repentista. No obstante, la idiosincrasia cubana hace muchos años que tiene deudas irreconciliables con el conocimiento profundo de la Carta Magna.

El segundo elemento esencial, que respalda el sentido de la afirmación de Díaz-Pimienta, está registrado en el Código Penal (Ley no 62 promulgada en 1987), en su octavo capítulo «Delito contra el derecho de igualdad», donde los artículos 295.1 y 295.2 (respaldando el sexto capítulo de la Carta Magna) prevén sanciones de seis meses a dos años de privación de libertad o multas de 200 a 500 cuotas (o ambas inclusive) para: los discriminadores, los incitadores a discriminar, los difusores de ideas de superioridad u odio racial, los que cometan actos de violencia o inciten a perpetrarlos por motivos de raza, color de la piel u origen étnico. Este tipo de texto también debería ser más conocido y estudiado por la población cubana para que no parezca una exclusividad de los juristas.

Y un tercer aspecto, y no menos importante, que apoya el sentido de la aseveración de Díaz-Pimienta está documentado en el nuevo Código de Trabajo (Ley no 116 aprobada en el 2013). En el primer capítulo «Disposiciones generales», sección primera, se observa una conexión (dia)lógica con la Carta Magna y el Código Penal pues argumenta los fundamentos y principios del derecho de trabajo en los sectores estatal y no estatal. El segundo artículo, inciso b, del presente documento apunta que todo ciudadano apto para trabajar no puede ser despojado de su derecho por actitudes discriminatorias sobre la base del color de la piel, las creencias religiosas, el origen territorial, género, orientación sexual, discapacidad y demás distinciones que lesionan la dignidad humana. Este documento contiene actualizaciones relevantes que se discuten a nivel social en el nuevo mileno y sería vital que los cubanos lo conozcan a fondo.

La Asamblea Nacional del Poder Popular nació de la Carta Magna y después aprobó ambos códigos vigentes desde 1988 y 2014 respectivamente. Resulta interesante que Igualdad es la palabra clave de los pliegos troncales de la legislación cubana, que citamos anteriormente. Ahora bien, si los cubanos tenemos iguales derechos y nos ocupan iguales deberes, entonces, ¿por qué razón continuamos conviviendo con prácticas racistas, actitudes discriminatorias y gestos prejuiciosos contra los/as negros/as? ¿Cómo es posible que los perpetradores de esas manifestaciones puedan caminar tan campantes por las calles sin recibir un castigo?

A pesar de los dictámenes legislativos, los/as negros/as continuamos viviendo en Cuba bajo el fuego de la discriminación, del prejuicio y del racismo también. Las principales normas legislativas cubanas sólo proscriben la discriminación porque es el fenómeno que consiguen visibilizar en mayor medida como delito. Muchas veces, el prejuicio es visto como un aspecto de carácter más subjetivo que compone el acto de discriminar y, quizás por eso, la letra de la ley lo coloca en el espacio de lo implícito para preservar y destacar la fuerza de lo explícito para el término discriminación. Entonces, ¿dónde queda la palabra racismo? Justamente, en el plano que marca la tendencia a su total invisibilización. Esa palabra es tan fuerte, que a veces da miedo pronunciarla. Mientras que en el mundo de hoy se habla del racismo como crimen y se legisla para contenerlo, en Cuba todavía hay un empecinamiento que expresa lo innecesario de promulgar una ley contra el racismo. Es decir, según la mentalidad de los legisladores, en Cuba no hay racismo. Por tanto, la recomendación es que si sufres como consecuencia de una actitud discriminatoria debes presentar tu denuncia a la Fiscalía General de la República o a la Policía Nacional Revolucionaria (PNR).

III – La vida cotidiana: el humorismo, el intelecto, la belleza… y la policía

En el mundo de las relaciones sociales entre cubanos, a pesar de que puedan existir tensiones entre blancos y negros, resulta difícil encontrar a alguien que se auto-declare como racista. Y eso nada tiene que ver con el conocimiento de la legislación vigente en el país. Es simplemente una práctica tradicional de la hipocresía cotidiana traducida -humorísticamente para algunos- con la frase «yo no soy racista; pero como odio a los negros». En este caso no aplica la sentencia que reza «el odio es cariño». Díaz-Pimienta nos sugirió pensar en algo clave sobre la operatividad del recurso «étnico-exclusivista» como algo «lógico» en el «nivel psicológico» o esquema mental de aquella gente que no se atreve a decir alto y claro lo que realmente piensa sobre los/as sujetos/as racializados/as.

El humorismo cubano tiene muchos matices, momentos de gloria y buen gusto; pero no está exento de manifestaciones patriarcalistas, machistas, androcéntricas, sexistas y falocéntricas, así como de actitudes discriminatorias y gestos prejuiciosos contra los/as negros/as. En las narrativas, que denominamos fundamentalmente como «chistes», observamos la subvaloración, la mofa y la ridiculización de los/as negros/as. Por ejemplo, si el tema es lo delictivo «[se] habla de robo y gallina» -como dijo Díaz-Pimienta-; si el asunto es de sexualidad, entonces los negros poseen un miembro reproductor con dimensiones de animal cuadrúpedo (cuyo tótem es el burro); y las negras siempre están dispuestas a fornicar porque son más ardientes que un volcán en plena erupción; cuando entra la interface amor y religión, en el humor musical podemos parafrasear a Ismael Rivera, a quien la negra Tomasa (linda y santa) le dio bilongo.

Cada chiste, como lugar de enunciación, tiene la capacidad de transmitir reproducciones de estereotipos de las personas que son concebidas como objetos de burla, hasta el punto de llegar a humillarlas. A Díaz-Pimienta no le faltó razón al decir que «[un] manjar para el humorista es el tópico racial». Precisamente, lo que en Cuba es definido como humorismo gana muchos adeptos (independientemente del color de la piel) que tributan con sus carcajadas cualquier narrativa grotesca y burlesca sobre los/as negros/as.

Cuando «el racismo se hace chiste» -al decir de Díaz-Pimienta- también es posible que aparezca una duda cartesiana sobre el intelecto de los/as negros/as. En el preuniversitario escuché por primera vez la frase «los negros no piensan». En aquella época me incomodaba mucho, sobre todo, porque quienes la proferían no tenían mejor rendimiento académico que yo. Entonces, demoré en conseguir una explicación precisa sobre lo que está detrás de ese enunciado, que a muchos les causaba risa. Por ejemplo, evitar por tantos años reconocer a Antonio Maceo por su cualidad como pensador y sólo maximizar sus dotes de jefe militar es una actitud muy parecida a la de aquellos/as que afirman que los/as negros/as sólo pueden ser deportistas estelares, o connotados músicos; pero nunca intelectuales con brillo propio para producir nuevos conocimientos. Cuando estudiaba en la Universidad de La Habana recibí la asignatura «Pensamiento Cubano» y en los temarios no fueron tenidos en cuenta pensadores/as negros/as. No obstante, ya circulaba el libro de Torres-Cuevas (1995) sobre el «Titán de Bronce», y después fueron editadas otras obras en esa misma dirección. De todos modos, aquella frase del «Pre» seguía y sigue vigente en el mundo académico, donde los/as negros/as continuamos siendo minoría.

El canon de belleza que impera en Cuba no es diferente al defendido por el mundo occidental: la persona de piel blanca, cabellos lacios (preferentemente rubios), de ojos claros y demás rasgos faciales que correspondan al denominado perfil griego definido por los escultores de la Antigüedad Clásica. Por tanto, aquellos/as sujetos/as colonizados/as en América (después de 1492) que no sean de origen caucásico, no tienen derecho a la belleza (incluimos a los africanos esclavizados trasladados al denominado Nuevo Mundo y a sus descendientes). Este precepto aún sigue operando en los tiempos actuales de la colonialidad. Eso explica algunas manifestaciones, que pueden ser tildadas de baja autoestima o de rechazo a su procedencia étnica y racial, de gentes no caucásicas cuando afirman que necesitan «adelantar la raza» y del «pelo malo». Díaz-Pimienta puso esas frases en la voz amenazante de los/as blancos/as; pero sabemos que también son dichas por negros/as que tienen esa idea en su cabeza.

No obstante, la belleza del ser humano no es sólo física, sino también moral, sentimental, espiritual. Es decir, lo que definimos como «ser bello por dentro». En mi adolescencia y mi primera juventud hubo quienes me dijeron algo así como «eres un negro con alma blanca». Demoré mucho para descubrir por qué no me sentía cómodo oyendo esa frase. Díaz-Pimienta destacó tres enunciados que tienen el mismo sentido del que acabo de citar: «Ay, qué negrito tan bueno»; «Parece blanco. Es decente»; «Negro, pero buena gente»; y acertó cuando afirmó que son «flechas directas al subconsciente». Entonces, el mensaje que todas ellas nos traen está subsumido en otro dicho que comencé a oír en la beca al inicio de los años 80 y no ha perdido su vigencia: «hay que hacer las cosas como los blancos». Es decir, el patrón de vida y acción a imitar es el eurocéntrico.

El ojo colonialista de ayer, y el de la colonialidad de hoy, tienen en común el desprecio por la belleza externa e interna de las mujeres negras y de los hombres negros porque son nociones diferentes de lo bello, que poseen varios tonos de originalidad. Ser una buena persona y ser decente no tiene nada que ver con el color de la piel, sino con varios factores que inciden en la vida de cada individuo. Es decir, nadie nace bueno o malo. Simplemente, cada quien va por la vida procurando su buen vivir y las circunstancias de todo tipo lo conducen a elegir el buen o el mal camino, como siempre decían nuestros progenitores.

Precisamente, el camino del mal (dígase, delinquir) puede colocarte frente a la policía. Pero en el tema que nos ocupa con los sujetos/as racializados/as como negros/as, la policía cubana tiene una actitud hostil que ha sido criticada y ridiculizada desde el humorismo. Sabemos que la policía es un órgano represivo, cuya función primordial es la defensa del orden interior. Pero también es notorio que los policías (sin distinción del color de la piel) son entrenados para establecer un marcaje a presión con los negros: «su carnet de identidad, ciudadano». Para nadie es un secreto que los negros constituyen la mayor parte de la población carcelaria de Cuba; pero eso no significa que los negros sean delincuentes por naturaleza. Ese estereotipo continúa con mucha fuerza actualmente; y el desempeño policial contribuye a solidificarlo sin tener en cuenta los factores sociales que provocan el incremento de esa nefasta estadística en el sistema penitenciario insular.

Respecto a las actitudes hostilizantes de la policía, Díaz-Pimienta se pregunta si eso se trata de un fenómeno «psíquico-racial» o de una «psico-antipatía». El factor psicológico es relevante; pero en esta discusión sería insuficiente si no se percibe lo que está detrás de las acciones de la policía en la calle contra de los/as negros/as. La mentalidad de la sociedad cubana y de sus máximas instancias de poder, continúan criminalizando y marginalizando a los/as negros/as para justificar cualquier represión hacia ellos. Si entendemos racismo como una ideología, cuyo caldo de cultivo está en las relaciones jerárquicas y de poder (que presentan al negro como un problema social), entonces la acción policial es un ejemplo de prácticas racistas. A día de hoy también se habla de racismo institucional cuando se piensa en las arbitrariedades de la policía.

La policía es la encarnación del poder estatal y sus acciones van más allá de simples actitudes discriminatorias y de parcos gestos prejuiciosos. Un policía se siente la ley que camina y, ser la ley, es tener poder. En este caso, los/as negros/as abordados por la policía en la vía pública o en cualquier lugar público (y sin haber cometido ningún delito) están siendo víctimas de racismo por causa marcadores raciales como: el color de su piel (factor jerarquizador por excelencia), la religión afro-cubana, el fenotipo (factor biológico), los hábitos culturales, las formas de vestir, y las maneras de relacionarse y de comportarse. Tal acción policial es mucho más que un mero abuso de poder, es claramente una práctica racista.

La huella de la colonialidad está en el universo del humorismo cubano (en los chistes los negros nunca ganan, son los payasos de turno y todo les sale mal); en la negación de la belleza de los/as negros/as (lo que no encaje en los patrones estéticos y comportamentales impuestos por los blancos no es digno de ser reconocido como bello: por eso se habla del «negro feo»); y en la actitud de la policía (sin distinción de color de piel, género y procedencia territorial) en las calles del entorno insular (la duda cartesiana indica que, por si acaso, los negros tienen que ser los sospechosos número uno y, a priori, no interesan las evidencias).

IV – ¿Una Raza Martiana? A propósito del pensamiento de José Martí sobre raza

Los/as negros/as dieron una contribución muy importante durante la lucha anti-colonialista en el siglo XIX y no siempre fueron debidamente reconocidos por eso. Nuestra historia nacional oficial hace grandes esfuerzos para invisibilizar el papel desempeñado por Juan Gualberto Gómez como principal organizador de la gesta de 1895 dentro del territorio nacional, porque se magnifica mucho más la labor política de su amigo José Martí en el exilio. Precisamente, uno de los textos publicados por Martí en el periódico «Patria» marcó el devenir de la discusión sobre la cuestión racial en Cuba, desde el siglo XX hasta hoy. Me refiero a «Mi raza» (1893).

Es cierto que Martí, sin dar tantos detalles, se pronuncia contra las teorías racistas y racialistas que en aquella época promovía el mundo occidental. Específicamente, criticaba los aires de superioridad racial enfocados desde la perspectiva del Conde Arthur de Gobineau y las manifestaciones de odio entre razas en el mundo colonial. Pero hay una frase clave que es muy controvertida hasta hoy: «[…] Hombre es más que blanco, más que mulato, más que negro. Cubano es más que blanco, más que mulato, más que negro […].» El lenguaje de Martí es de nivel humanista por la forma en que se refirió al ser humano en la primera oración; pero cuando aplicó su discurso a Cuba deja ver sus lagunas. Martí estaba procurando la unidad de los cubanos contra el colonialismo español; pero también él sabía que en las relaciones entre cubanos había prácticas racistas, actitudes discriminatorias y gestos prejuiciosos con trasfondo político. En ese dilema, él priorizó la primera cuestión en detrimento de la segunda, lo cual se repitió más veces en nuestra historia nacional.

Otro aspecto a ser destacado de ese ensayo es que Martí, cuando habla de «racista blanco» y de «racista negro», demostró ser uno de los tantos connotados intelectuales blancos de América que en aquella época, pese a defender un ideal antirracista, todavía no había interiorizado bien el significado profundo del término racismo (como una cuestión de poder) -algo que jóvenes intelectuales negros de Estados Unidos, como William Du Bois, comenzaron a ver con claridad en aquella década de 1890. El sentido de las palabras de Martí apuntaba a las actitudes discriminatorias y a los gestos prejuiciosos. Sin embargo, su fraseología política cayó en la misma trampa que caen hoy aquellas personas que piensan y afirman, a viva voz, la existencia del denominado «racismo a la inversa».

Las cosas dichas por Martí en el citado panfleto político fueron manipuladas y utilizadas contra los negros en la manigua redentora y durante más de un siglo de vida republicana. Él dijo que «en Cuba no habrá nunca guerra de razas […]»y fue lo que aconteció en 1912 cuando los negros defendían sus derechos civiles y políticos. Por mucho tiempo, la historia oficial no permitió que supiésemos el papel desempeñado en aquellos acontecimientos por su hijo José Francisco Martí Zayas Bazán (como Coronel y jefe del Estado Mayor del Ejército), que se trasladó a Oriente con el objetivo de sofocar el alzamiento a cualquier costo.

Esa tradición repetitiva de la fraseología política martiana sobre la raza llegó hasta Díaz-Pimienta, que afirmó -parafraseando al Apóstol- «raza hay una sola y todos tenemos ombligo». Esa sentencia de que sólo existe la raza humana es un criterio débil en el contexto cubano actual, donde el factor color de la piel sigue siendo más fuerte cada día. Por eso no creo -como afirma el destacado repentista- «que los racistas están en desventaja gregaria» en la Cuba de hoy, que presenta tantos problemas sociales y personas con pésimas condiciones de vida. Tampoco me convence la idea que él propone de cara al futuro de la nación: «incluir la asignatura Raza Martiana en primaria». Ese tipo de iniciativa de adoctrinamiento infantil no nos hará avanzar en la comprensión de la cuestión racial o factor color de la piel en nuestra historia nacional.

V – Los ardides de la colonialidad: lo que no dicen las décimas del repentista

Reclamar derechos civiles y políticos no es ser racista. Así pensaban los independientes de color, Inocencia Silveira y tantos/as otros/as pensadores/as negros/as de Cuba ayer y hoy. En su poema, Díaz-Pimienta recreó varios espacios de la cotidianidad insular: el ambiente familiar, el medio laboral, el sentido del humor, el intelecto humano, las nociones de belleza, la acción policial; pero también aludió a la legalidad socialista y al legado martiano. Pero el repentista forma parte de aquellos que aún siguen pensando la cuestión racial o el factor «color de la piel» como un aspecto netamente cultural. He aquí el constante inconveniente de pensar a los/as negros/as como sujetos políticos por la conveniencia de folclorizarlos siempre.

La utilización del término racista en las décimas de Díaz-Pimienta está marcada por una lectura de la dinámica nacional desde el punto de vista del argot popular y no desde una comprensión profunda del significado del racismo. Lo primero fue el objetivo del poeta; y lo segundo es el afán de un simple lector (un servidor) que está glosando sus estrofas. En Cuba se le sigue teniendo miedo a la palabra racismo. Y si viene con el adjetivo institucional aumenta el nivel cardíaco de la «mieditis». Las personas precisan comprender que ninguna institución estatal o cuerpo represivo de un país que se autodefina como democrático podrá auto-declararse racista a viva voz porque eso es extraoficial y anticonstitucional, como afirmó el talentoso repentista. Pero eso no significa que las instancias de poder dejen de desenvolver prácticas racistas. Por eso, es importante detectarlas y denunciarlas. Los ejemplos más conocidos han acontecido en la esfera del turismo y también en otros sectores que dan acceso a las riquezas materiales y a los capitales de tipo simbólico.

Entonces, ¿cómo es posible decirse antirracista sintiendo temor a proferir el término racismo, y/o peor, sin saber su significado a ciencia cierta? El racismo es un acto concreto proveniente del mundo de las ideologías homogenizantes que denigran el derecho a la diferencia desde una posición de poder (sea absoluto o no). Si decimos o afirmamos, como Díaz-Pimienta, «en Cuba nadie es racista hasta que…» es lo mismo que expresar «no somos racistas, pero…» – es decir, el controvertido «si; pero…» Esta marca colonialista sigue operando en Cuba en estos tiempos de la colonialidad donde el racismo es una ideología en constante reciclaje y pervive amén de las formaciones económico-sociales y de los sistemas político-ideológicos.

La colonialidad (del poder/ser/saber) deja en evidencia las relaciones intersubjetivas. Por eso, la mentalidad colonial está presente en el subconsciente tanto en los/as blancos/as y en los/as negros/as. En este contexto, debemos reconocer que en ambos grupos raciales, salvando las distancias, pueden ser observadas actitudes discriminatorias y gestos prejuiciosos por cualquier motivo. Pero al entender el racismo como una expresión de las relaciones de poder no es posible achacar a los/as negros/as cubanos/as la autoría de prácticas racistas, o sea, no pueden ser acusados de racismo «a la inversa» como muchas personas hacen actualmente cuando ven a los sujetos/as racializados/as defender sus derechos civiles y políticos; así como exigir políticas públicas para los sectores más necesitados y leyes concretas contra el racismo anti-negro.

Bibliografía

1. Díaz-Pimienta, Alexis. «En Cuba nadie es racista». 12/11/2016. En: <http://oncubamagazine. com/columnas/en-cuba-nadie-es-racista/>. Acceso: 13 abr. 2017.

2. Martí, José. «Mi raza». En: <http://www.josemarti.info/downloader/mi_raza.pdf>. Acceso: 12 jul. 2017.

3. Rivera, Ismael. «Bilongo». En: <http://www.musica.com/letras.asp?letra=1763056>. Acceso: 12 jul. 2017.

4. Silveira, Inocencia. «Lo que somos». En: Diario de la Marina, 10 de febrero de 1929, p. VI (3ra Sección).

5. Torres-Cuevas, Eduardo. Antonio Maceo, las ideas que sostienen el arma. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 1995.

Fuente: http://cubaposible.com/cuba-nadie-racista-glosas-nuestra-realidad-la-sombra-la-colonialidad/