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En el 65 aniversario de un filósofo marxista revolucionario

Fuentes: Rebelión

Francisco Fernández Buey, catedrático de Filosofía Moral y Política de la Universidad Pompeu Fabra 1 , escritor, profesor vocacional, filósofo de una pieza, marxista sin ismos, pensador (en serio) y luchador revolucionario (también en serio), cumple hoy 65 años. Déjenme que intente explicar brevemente algunos aspectos de su trayectoria y lo que creo que su […]

Francisco Fernández Buey, catedrático de Filosofía Moral y Política de la Universidad Pompeu Fabra 1 , escritor, profesor vocacional, filósofo de una pieza, marxista sin ismos, pensador (en serio) y luchador revolucionario (también en serio), cumple hoy 65 años. Déjenme que intente explicar brevemente algunos aspectos de su trayectoria y lo que creo que su obra y su hacer significan para varias generaciones de ciudadanos. Antes una reflexión del propio FFB que me parece central para entender el sistema operativo no privatista de su pensamiento, su acción y su estar en el mundo:

Yo no tengo un modelo de socialismo. La historia es y será siempre una obra abierta. Ni siquiera creo que sea necesario postular un modelo único de socialismo (…) Opino que es mejor definir los principios político-jurídicos generales por los que ha de regirse una sociedad de iguales y atender luego a las diferencias culturales a la hora de aplicarlos, pues estas diferencias condicionan en gran medida las necesidades preferenciales, sobre todo aquellas que rebasan el marco de las llamadas necesidades básicas. Tampoco creo que de lo que Marx escribió sobre estas cosas se deduzca un único modelo, ni en lo que hace a la organización económica propiamente dicha ni en lo que hace a la forma de organizar políticamente la comunidad resultante. Hay diferentes modos posibles de combinar mercado y Estado en una perspectiva socialista. Y hay tantas experiencias catastróficas de estatalización forzada con abolición parcial del mercado como del dejarlo todo al libre juego de las fuerzas del mercado, que se dice. Hoy en día hay mucha metafísica del mercado y convendría distinguir: no es lo mismo afirmar que la tendencia al intercambio entre humanos conduce necesariamente a alguna forma de mercado que convertir el mundo entero en un mercado o mercantilizar toda relación entre humanos, que es lo que está haciendo la ideología dominante (…) Al prefigurar los principios político-jurídicos de una sociedad socialista del futuro convendría hacerse a la idea de que los monstruos a los que hay que poner bozal, en la época de la globalización, son dos: el estado y el mercado mundial. Y que eso hay que hacerlo a la vez.

Francisco, Paco Fernández Buey, estudió bachillerato de Letras en el Instituto Jorge Manrique de Palencia. Tuvo allí dos profesores excelentes: José Rodríguez Martínez -uno de los intelectuales marxistas más interesantes que dio este país en los ’50, según el propio FFB- y Xesús Alonso Montero. Al primero le debe su afición a la filosofía. Su afición, su pasión más bien, tan viva ahora como entonces, irrumpió a los 16 años. De Alonso Montero adquirió su amor por la literatura castellana y también por la gallega. El curso que Alonso Montero dictó sobre Góngora a finales de los ’50 lo recordaba vivamente su alumno cuarenta y tantos años más tarde en una entrevista publicada en El Viejo Topo en 2000 2 de la que estoy sacando datos y reflexiones.

Francisco Fernández Buey, que estudió con una beca toda la carrera desde el Bachillerato, se trasladó a Barcelona en 1961. Fue una suerte, para él y, sin duda, para todos nosotros. Vivía aquí una hermana de su madre casada con un viajante catalán. Sus tíos acogieron a Charo Fernández, su hermana, y a él mismo en su casa de Badalona, una población trabajadora pegada a Barcelona, con una generosidad sin límites. Sin esta disponibilidad y apoyo familiar, FFB no hubiera podido cursar estudios de Filosofía en Barcelona.

Rodríguez Martínez le transmitió un sabio consejo de rojo y de filósofo (a un tiempo y sin contradicción). Le dijo que Barcelona era un buen sitio para estudiar Filosofía, entre otras cosas porque aquí daba clases Manuel Sacristán. Hacer caso de aquel sensato consejo fue decisivo en la formación intelectual, política y humana de Fernández Buey. Nunca lo ha olvidado.

FFB conoció a Sacristán en 1962, aunque hasta 1966, cuando éste ya había sido expulsado de la Universidad barcelonesa, sólo tuvo un trato esporádico con él. Abro un paréntesis para dar cuenta de este atropello según el recuerdo de Fabià Estapé 3 , presente en la reunión del rectorado donde se cocinó la expulsión universitaria de uno de los mejores profesores que han pisado el suelo y las aulas de la Universidad de Barcelona:

Sabíamos ya que en el despacho del rector García Valdecasas se perseguía extirpar ‘la mala yerba’. La expulsión del profesor Manuel Sacristán constituye una acción de fuerza que llevó a cabo el rector de la Universidad de Barcelona, Francisco García Valdecasas, persona capaz de recurrir a elementos políticos, religiosos y también tal vez a los Legionarios de Cristo Rey. Quien dominaba también los mismos elementos es un tal Marcial Marciel que en el final de su carrera tuvo algunos tropiezos con el Vaticano. En la expulsión de Manuel Sacristán tuvo también su papel Mario Pifarré, quien llevaba pocas semanas en el decanato y no podía permanecer en un plano secundario.

[…] Como supimos en seguida la finalidad del acto era, ni más ni menos, que la de expulsar al profesor Manuel Sacristán […] En el proceso se dio a conocer a todos los profesores asistentes (sólo los profesores numerarios) por parte de un decano exultante, Mario Pifarré, que estábamos ante dos aspirantes al encargo de cátedra en cuestión: el doctor Sanvicens de Filosofía y Letras y el doctor Sacristán. El acto era presidido por un rector que no cesaba de sacudir las manos.

Como catedrático más antiguo voté inmediatamente a favor de Manuel Sacristán; siguió Berini, que planteó su voto indeciso diciendo que era amigo de los dos, de Sanvicens y Sacristán; votó a favor de Sacristán el profesor Lasuén, y Lóbez votó a Sanvicens: fuimos muchos los que atribuimos este voto torticero al Festival de la Canción Económica… Cuando se entreveía ya el desenlace delante del rector e incluso del decano, el catedrático más joven, Salustiano del Campo, pronunció un vehemente alegato y dirigiéndose al decano Mario Pifarré le dijo que por veinte veces que le preguntara, veinte veces votaría a Manuel Sacristán. Habiendo escuchado a todo el mundo, el decano Pifarré se llevó todos los papeles y dijo que más tarde ya informaría de su decisión.

La decisión tomada finalmente, como es sabido, fue la no renovación del contrato laboral de Sacristán. El traductor de El Capital, el profesor, maestro, amigo y compañero de FFFB, se ganó la vida durante una década vertiendo al castellano unas 20.000 páginas escritas en francés, alemán, inglés e italiano.

Antes de la expulsión, Fernández Buey asistió a las clases de Lógica y Metodología de las ciencias sociales que Sacristán impartía en la Facultad de Económicas de la UB y a las numerosas conferencias que dictó en las facultades universitarias por aquellas fechas: sobre una medición de Galileo, en torno al proyecto existencial en Sartre, sobre la situación de los estudios de filosofía 4 … Según FFB, Sacristán era un profesor extraordinario: «tenía método, punto de vista propio en todos los temas que tocaba y una capacidad para la argumentación racional como no he vuelto a conocer otra; preparaba las clases minuciosamente y sabía adaptar muy bien forma y tono a ambientes diferentes. Era muy bueno como lógico y muy bueno como filósofo de los asuntos públicos».

Los que hemos sido alumnos de ambos podemos decirlo sin que la sombra del error pueda acechar con éxito en este nudo: será seguramente la existencia de algún meme cultural desconocido, pero lo señalado por FFB sobre Sacristán, mutatis mutandis (cambiando lo que deba ser cambiado, pero cambiando muy poco en este caso), se aplica como un guante hecho a medida a él mismo. Francisco Fernández Buey tiene punto de vista propio en todos los temas que toca; su capacidad de argumentación racional es mejor que magnífica; prepara las clases (también ahora) como pocos lo hacen; sabe adaptarse muy bien, en el tono y en la forma, a ambientes muy diferentes; es un excelente conocedor de los asuntos públicos, controvertidos o no, y, por si fuera poco, es un conferenciante inigualable. Ilustro mi afirmación -acaso apasionada, pero no exagerada- con dos ejemplos personales.

Como cabe imaginarse, he abusado de su generosidad todo lo que he podido y acaso un poco más. Varias veces lo he traído al Instituto de Bachillerato donde trabajo desde hace más de un cuarto de siglo. Una de las veces fue para hablar de Sacristán a un público que, prácticamente, nunca había oído hablar de él, ni de su filosofía ni de su compromiso político. Él lo hizo y consiguió que alumnos de nocturno del IES Puig Castellar de Santa Coloma de Gramenet 5 tuvieran interés en conocer la obra de un filósofo ya fallecido y que pasaran a leerle y a preguntar por él en clases, pasillos y encuentros. Algunos de estos estudiantes asistieron, años más tarde, a unas jornadas celebradas en la ciudad colomense sobre las tesis de Sacristán en torno al papel de la filosofía en los estudios superiores.

El segundo ejemplo. Mi hijo Daniel nació en 1992. Como no podía ser de otra forma, me dediqué intensamente a él durante los tres primeros años de su vida (más tarde también, pero con ayudas que han sido esenciales). Sólo una vez le traicioné, dejándole, eso sí, en manos amigas. Francisco Fernández Buey impartió en 1994 un curso de doctorado sobre «Ciencia y filosofía en la obra de Manuel Sacristán». ¡Paco hablando de Sacristán durante días y días! ¡Qué más se podía pedir! Aquel curso, los martes, de 16 a 18, con la presencia en algunas sesiones de Laureano Bonet, Jorge Riechmann y del fallecido maestro Juan-Carlos García Borrón, amigo de juventud de Sacristán 6 , fueron, siguen siendo, inolvidables. Casi todo lo que yo he podido escribir o decir sobre Sacristán lo aprendí entonces. Ni que decir tiene que la ayuda de Paco Fernández Buey, cuando Pere de la Fuente y yo mismo editamos aquel Acerca de Manuel Sacristán en 1996, fue imprescindible y de una generosidad infrecuente. Sin él, no hubiera existido «el tocho», como acostumbraba a decir Vera Sacristán.

(Dicho sea entre amigos, déjenme que les cuente un secreto. Para aquel libro entrevistamos a Francisco Fernández Buey durante cuatro tardes, en sesiones de 3 o 4 horas. Grabamos todas las sesiones. Cuando quisimos trascribirlo, el tiempo se nos echaba encima y las fuerzas, en mi caso, desfallecieron momentáneamente. Paco contestó finalmente por escrito. Es el texto que figura en el volumen. Tres años después yo mismo transcribí las conversaciones. Unas sesenta páginas llenas de ideas, de informaciones, de hipótesis interesantes, sobre temas conocidos y menos conocidos, sobre temas controvertidos y sobre asuntos más transitados. No he logrado convencer a Paco, hasta la fecha, para que revise y edite esas conversaciones. Si tienen tiempo y posibilidades, ayúdenme, no dejen de recordárselo. Entre todos podremos, entre todos podremos argumentar la importancia filosófica y política de un ensayo sobre Sacristán escrito por uno de sus más grandes discípulos) 7 .

Así, pues, conocer a Sacristán y Giulia Adinolfi, «que era una mujer tan sensible como inteligentísima», fue la tercera gran suerte de su estancia en Barcelona y Badalona. A ellos, junto a Neus Porta, su compañera, y Eloy Fernández Porta, su hijo, les dedicó años más tarde su Marx (sin ismos):

En recuerdo de Manuel Sacristán y Giulia Adinolfi, comunistas, a los que amamos y de los que aprendimos.

La fundación del SDEUB en 1966 fue un momento capital en la organización del movimiento antifranquista universitario en Cataluña. Tan importante como fue, en el ámbito del movimiento obrero, la creación de Comisiones Obreras. El papel de Francisco Fernández Buey fue esencial en esa movilización universitaria y ciudadana. Presentando uno de los recientes artículo de FFB sobre el mayo del 68 8 , alejados años-luz del sinsentido y desmemoria (o sesgada memoria) general, Antoni Doménech ha escrito:

El más destacado e intelectualmente autorizado dirigente del movimiento estudiantil de resistencia antifranquista escribe para SINPERMISO sobre mayo de 1968, cuarenta años después [cursiva mía].

Pocas veces algo tan ajustado se ha dicho en tan pocas líneas.

La acción estudiantil de mediados de los sesenta fue importante, muy importante. Puso de manifiesto, por una parte, que un amplio sector de los estudiantes barceloneses eran contrarios y estaban dispuestos a enfrentarse a la Dictadura franquista y, en segundo lugar, la fundación del sindicato, devenida en el encierro de la «Capuchinada», tuvo una fuerte y real repercusión ciudadana. Muchísimos más ciudadanos barceloneses se movilizaron a partir de entonces contra las instituciones franquistas y sus cuerpos policiales. Para Francisco Fernández Buey:

El SDEUB ha sido el movimiento social más intensamente democrático que he conocido en mi vida. Una experiencia, por tanto, inolvidable. Los cuadros y militantes del PSUC fueron una pieza clave en aquello. Sobre eso se ha dicho y escrito ya todo y más. Sólo podría añadir, porque a veces se olvida por politicismo, que el SDEUB no hubiera sido posible sin la ayuda generosa de muchas personas que no estaban ni en el PSUC ni en ningún otro partido y que se sentían identificadas con las reivindicaciones de los estudiantes. Sin esto último no se habría podido aguantar la represión franquista de aquellos tiempos.

El encierro tuvo también una importantísima derivada personal, la cuarta gran suerte de la que Paco Fernández Buey ha hablado en ocasiones. En aquel encierro conoció a Neus Porta, su compañera, su esposa, «con la que sigo viviendo y a la que debo por lo menos la mitad de lo soy».

Militante del PSUC hasta 1977 si no ando errado, fraternal amigo del actual PSUC-viu, FFB estuvo tres veces en la cárcel Modelo de Barcelona. Las tres poco tiempo, pero, aun así, el suficiente para que arraigara firmemente en él la creencia de que la cárcel es siempre una experiencia negativa.

Por entonces se decía en los ambientes politizados que la cárcel era, para los nuestros, algo así como una universidad. Euforias de épocas oscuras […] lo que vi alrededor en la cárcel me hizo pensar que de allí la gente no puede salir mejor ni aunque quiera. Y que esa es una asignatura pendiente en la historia de los derechos de la humanidad.

Después de salir de la Modelo, sin apenas transición, vino el servicio militar obligatorio en el desierto del Sahara. Dieciséis meses de dedicación intensiva «a barrer el desierto casi en el sentido literal de la palabra».

Mi mejor recuerdo de la mili fue la visita de Neus, durante unos días, en el Sahara. Lo demás, para el olvido. O para la reflexión: desde esa experiencia entendí mejor, con los años, los motivos de los jóvenes que se declaraban objetores o insumisos. Aquel concepto de la autoridad y la mezcla de ignorancia y de crueldad entre los que mandaban eran odiosos. La parte estimulante de situaciones difíciles, y hasta absurdas, como aquella mili es que al mismo tiempo descubres cuánta solidaridad puede haber entre personas jóvenes a las que apenas conoces.

FFB descubrió a Galvano della Volpe en torno a 1965, leyendo un par de obras suyas hoy muy olvidadas: Crítica del gusto y Lo verosímil fílmico. Por aquello años, él estaba muy interesado en la estética y la teoría del arte. Hablaba de todo ello con José María Valverde, en la Facultad de Filosofía, otro de sus maestros. Sacristán, que había traducido ya entonces la Crítica del gusto para Seix y Barral, le recomendó que leyera Lógica como ciencia histórica, una obra nada fácil que años después el mismo FFB traduciría al castellano (y que, por cierto, no vio aquí la luz nunca). De todos los marxistas de los ’70 Della Volpe, acaso con Ludovico Geymonat, era el que más atención prestaba a la teoría de la ciencia de tradición analítica. Tampoco Fernández Buey se mantuvo alejado de ese saber. Recordemos La ilusión del método y sus apuntes universitarios, no editados, sobre cuestiones de metodología y de historia de la ciencia.

Dialogando con Sacristán y Valverde, FF se metió en una tesis sobre Galvano della Volpe que, según sus palabras, «se me fue haciendo eterna». Cuando la empezó en 1965 era dellavolpiano; cuando la terminó, en torno al 79, le salió una crítica del marxismo cientificista «que es precisamente una crítica (respetuosa, eso sí) del punto de vista dellavolpiano y, sobre todo, de Colletti, que fue un marxista de salón». Publicacions i Edicions de la Universidad de Barcelona la editó en 1984: Contribución a la crítica del marxismo cientificista. En el tribunal de tesis, estaban entre otros, Manuel Sacristán, González Casanova, Francesc Goma y José Mª Vaverde. La abría una cita de Marx, un paso de la carta del joven Marx a Arnold Ruge de septiembre de 1843:

[…] nosotros no anticipamos dogmáticamente el mundo, sino que queremos encontrar el mundo nuevo a partir de la crítica del viejo. Hasta ahora los filósofos habían tenido lista en sus pupitres la solución de todos los enigmas, y el estúpido mundo exotérico no tenía más que abrir su morro para que volasen a la boca las palomas ya guisadas de la Ciencia absoluta. Ahora la filosofía se ha mundanizado. La demostración más evidente de ello la da la misma consciencia filosófica, afectada por el tormento de la lucha no sólo externa sino también internamente. No es cosa nuestra la construcción de futuro o de un resultado definitivo para todos los tiempos; pero tanto más claro está en mi opinión lo que nos toca hacer actualmente: criticar sin contemplaciones todo lo existente; sin contemplaciones en el sentido de que la crítica no se asuste ni de sus consecuencias ni de entrar con los poderes establecidos.

El paso en cursiva es, desde siempre, norma teórica y ética de su propio filosofar.

FFB siguió apreciando el esfuerzo que Della Volpe realizó en Italia por construir un puente entre marxismo y filosofía analítica. El lado flojo de su programa, apuntaba, era que Della Volpe no siempre distinguió bien entre filosofía analítica y positivismo lógico o neopositivismo

[…] pero ayudó, en un ambiente muy adverso, a que otros se interesan por la lógica formal. Y esto último tiene mérito: en los sesenta todavía había muchos marxistas que despreciaban olímpicamente la lógica formal en nombre de la «superior» lógica dialéctica.

Una ayuda semejante -cuya sensatez no siempre se ha aquilatado suficientemente en el marxismo hispánico ni tampoco en el ámbito analítico 9 – desempeñaron en nuestro país, salvando las distancias que haya que salvar, él mismo, Manuel Sacristán, Antoni Doménech y Miguel Candel, traductor, por cierto, del Organon aristotélico.

El papel de Francisco Fernández Buey fue también esencial en la lucha de los profesores no numerarios en los años setenta. La huelga, la larga huelga de estos profesores, con apoyo de sectores estudiantiles, a lo largo del curso 1974-1975, significó su expulsión de la Universidad por motivos políticos, junto con la de Miguel Candel, entonces profesor en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Barcelona. La postura del metafísico tomista (me abstengo de la adscripción política) doctor Canals fue esencial en ese atropello.

Reincorporado a la Universidad tras la muerte del dictador, la carrera universitario de Fernández Buey ha sido netamente exitosa. Profesor titular, catedrático de metodología de las ciencias sociales en la Facultad de Económicas de la UB, actualmente es catedrático de filosofía moral y política de la UPF. Sus numerosos artículos, su esencial papel en la fundación de las revistas Materiales y mientras tanto, sus trabajos periodísticos, sus reconocidos trabajos de traductor (Fourier, Colletti, Gramsci, Garretana,…), su papel en la edición de colecciones tan importantes para la ciudadanía de izquierdas como Hipótesis para Grijalbo o «Pensamiento crítico» para los Libros de la Catarata, por ejemplo; sus diversos temas de investigación y análisis y sus numerosos ensayos han sido y son alimento de todos nosotros. Entre sus numerosos libros cabe citar entre otros: Escritos sobre Gramsci, Conocer Lenin y su obra, Ni tribunos, Redes que dan libertad, Trabajar sin destruir (estos tres últimos escritos con Jorge Riechmann), Leyendo a Gramsci 10 , La barbarie de ellos y los nuestros, La gran perturbación, Albert Einstein. Ciencia y consciencia, Discursos para insumisos discretos, Marx (sin ismos), Ética y filosofía política, Guía para una globalización alternativa. Otro mundo es posible, La ilusión del método, Utopías e ilusiones naturales, etc, aparte de joyas a veces olvidadas como aquel excelente libro azul que fue el Proyecto de Manifiesto programa de Iniciativa -cuando Iniciativa era otra cosa muy distinta y formaba parte, por voluntad propia, del proyecto común de Izquierda Unida-, y sus presentaciones y prólogos de ensayos de Simone Weil, José Mª Valverde, Sacristán, Zinoviev y tantos otros (¿Para cuando un libro que recoja todas estas magníficas piezas dispersas? ¿Para cuando también otro libro que recoja sus entrevistas?) 11 .

De su marxismo sin ismo vale la pena destacar algunas de sus propias consideraciones. Todas ellas apuntan a una lectura singular, creativa y actual, que no oculta magisterios, del legado del clásico del que este año celebramos el 125 aniversario de su fallecimiento:

1. «Marx (sin ismos) se inspira, efectivamente, en Sacristán, Korsch y Rubel. Sacristán ha sido el mejor lector hispano de Marx. Eso lo sabía aquí toda persona culta hasta hace unos años (…) Karl Korch fue el marxista de la tercera generación que se atrevió a historizar la obra de Marx, es decir, a leer a Marx y lo que vino después con un criterio historiográfico que fue el del propio Marx. Por eso la obra de Korch fue condenada en seguida por el estalinismo. Y Maximilien Rubel ha sido un gran marxólogo, un estudioso sin igual de la obra de Marx y de la evolución de las ideas de éste (…) Un ismo no es simplemente un punto de vista en la lectura del clásico (cosa inevitable: sin lector no hay lectura); un ismo es la cristalización de una corriente que se inspira en las tesis que considera básicas de ese clásico».

2. «(…) Marx es un clásico interdisciplinar; es ya un clásico para los economistas y para los sociólogos serios y, desde luego, para los historiadores y para los teóricos de la política (…) En mi opinión, Marx debería ser un clásico para toda persona culta e ilustrada del siglo XXI, como debería serlo Maquiavelo. El que no lo hayan sido hasta ahora (ni el uno ni el otro) se ha debido a la policía política del pensamiento, que en el caso de Maquiavelo estuvo representada por la Inquisición (aunque no sólo por ella) y en el caso de Marx por la Santa Alianza que han formado los fundamentalismos del siglo XX. La función de los fundamentalismos en esto es poner etiquetas: se inventa algo llamado «maquiavelismo» y a partir de ahí se genera un prejuicio contra el auténtico Maquiavelo, contra el Maquiavelo histórico; se fabrica un maniqueo llamado «marxismo» (que es una burda simplificación de las ideas de Marx) y a continuación se induce a la gente a pensar que ya no vale la pena leer a Marx».

3. «La comparación que estoy haciendo obliga a introducir un matiz: el llamado marxismo-leninismo ha hecho tanto contra Marx como el otro fundamentalismo. Todas las personas que conozco que se formaron en el marxismo-leninismo como ideología de Estado reconocen que nunca leyeron a Marx en serio, lo mismo que aquí, con clases de religión católica obligatorias en el bachillerato, nadie leía en serio la Biblia. Supongo que no tendré que aclarar que esto que digo no es una diatriba contra todo marxismo. Es una sugerencia para que el marxismo se haga laico y lleve a cabo su propia Reforma. Si se me permite llevar la broma hasta el final diré que veo en Korsch, Sacristán y Rubel el embrión del buen Lutero colectivo que necesitamos los marxistas en el cambio de siglo«. 12

4. «(…) tal vez, en el siglo XXI, en la época de la mundialización del capitalismo y de la homogeneización cultural, el Marx que más se lea y que más interese sea «el Marx tardío», el Marx desconocido, el Marx que se vuelve hacia las otras culturas (hacia las culturas de aquellos pueblos de los que él mismo había dicho que «no tienen historia»), el Marx que se pone a estudiar ruso, a discutir de economía y de sociología con los populistas y de etnología con algún eximio liberal ruso al que llamaba «amigo científico». O sea: el Marx que nunca leyeron ni dieron a leer al pueblo los marxista-leninistas rusos. Algún indicio de que las cosas van por ahí se puede encontrar en Perú, en Brasil y en otros países latinoamericanos. Claro que de esa lectura no puede salir un catecismo, sino preguntas con intención y tentativas. Pero ya eso enlazaría bien con la idea de reforma laica a la que me refería antes.

5. «Marx fue un excelente teórico de todo lo macro: de la macroeconomía, de la macrosociología y de la historia como proceso universal. Se ocupó muy poco de lo que podríamos llamar microfundamentos de las conductas o comportamientos humanos. En su época, la psicología, como ciencia independiente, estaba muy poco desarrollada: se confundía a veces con la antropología filosófica. Además, Marx tampoco era muy bueno como «psicólogo espontáneo», que suele decirse. Creo que en todo lo que tiene que ver con el ámbito de la sensibilidad, de los sentimientos, Engels era mejor: sabía captar mejor que Marx las razones del corazón en las relaciones interpersonales, pero tampoco tematizó ese ámbito, aunque sí dejó dicho, por ejemplo, que el nivel de liberación de una sociedad hay que medirlo a partir del nivel de liberación de las mujeres. De modo que lo que se ha llamado marxismo nació ya con un déficit en lo psicológico. Y este déficit aumentó todavía más debido al politicismo que caracterizó tanto a la Segunda como a la Tercera Internacional. Los dirigentes (entre los que hubo personas muy sensibles, como Rosa Luxemburg y Antonio Gramsci) estaban tan convencidos de que cambiando la estructura básica de la sociedad cambiaría todo que apenas se preocuparon de la educación sentimental de las personas que tenían que cambiar el mundo. También en esto ha habido excepciones notables, como Erich Fromm, pero marginales en la historia del marxismo».

6. «Marx inaugura una forma nueva de filosofar. Su filosofar es filosofía de la praxis, filosofía mundanizada. Arranca de los problemas prácticos a los que tiene que enfrentarse el ser humano y a partir de ahí se pregunta qué cuestiones generales de naturaleza teórica hay que afrontar para resolver estos problemas prácticos. Al hacerse la pregunta sobre estas cuestiones generales (de metodología, concepción de la historia, antropología, etc.) Marx tenía que enlazar necesariamente con la historia de las ideas y con los grandes sistemas filosóficos. Y en ese enlace a veces es un ilustrado y a veces un romántico. Pero creo que puede decirse que a lo largo de su vida Marx acaba produciendo una cosmovisión propia, independiente, autónoma respecto de cualquier filosofía anterior. Marx no es, desde luego, un kantiano, pero tampoco un hegeliano en sentido estricto. Es un materialista radical que sigue creyendo hasta el final de su vida que el método de Hegel era el mejor de los disponibles. Si hay que decir eso con los rotulos académicos habituales se podría formular así: Marx empieza siendo un filósofo moral y acaba siendo un científico social. Pero como tocó muchas teclas en su vida también se puede decir que ha sido un filósofo de la historia y un filósofo de la política».

7. «No veo la necesidad de que la tradición marxista se vuelva hacia Kant, hacia Spinoza o hacia Russell, como tampoco veo la necesidad de acentuar el hegelianismo en el marxismo. Esto no quiere decir que no sea posible producir teorías interesantísimas poniendo a dialogar a Marx con Kant o con Spinoza (o con Freud). Algunos lo han hecho, y bien. Como otros lo han hecho poniendo a dialogar a Marx con Russell y con la tradición analítica. Todo eso es posible y hasta sugestivo; depende de dónde queramos poner los acentos: si en la dimensión ética, en la importancia de la consideración histórica o en la vocación científica. Lo que quiero decir es que la renovación de lo que se llama marxismo, si quiere hacerse en la línea de Marx, no vendrá por ahí. Vendrá, nuevamente, de la atención que se preste a los problemas prácticos de los hombres y mujeres de nuestro presente histórico (que ya no es el de Marx, ni el de Kant, ni el de Spinoza, ni siquiera el de Russell) así como de la capacidad teórica que se tenga para explicar esos problemas en términos materialistas y generar esperanzas fundadas en su resolución. No hay marxismo sin materialismo histórico, vocación científica e idealismo moral».

Por otra parte, Francisco Fernández Buey ha sido desde luego uno de los filósofos marxistas españoles que más ha contribuido a la difusión del pensamiento y el hacer de Gramsci en nuestro país y en el área latinoamericana. La primera noticia que tuvo de Gramsci fue leyendo la panorámica que Sacristán había escrito de las corrientes de la filosofía contemporánea para el Suplemento de Filosofía de la Enciclopedia Espasa a comienzos de los sesenta y que ha sido recogida en el segundo volumen de sus Panfletos y Materiales. De todos los marxistas allí tratados Gramsci fue el que más le tocó: un filólogo y hombre de acción que filosofa sobre los asuntos mundanos que más importan a las gentes desfavorecidas.

Gramsci era un joven filólogo y comunista al que las circunstancias convirtieron en filósofo civil. Desde 1968 pasé horas y horas dialogando con Manolo Sacristán sobre el programa de Gramsci y sobre su tragedia personal. En la obra de Gramsci casi todo es apasionante. Lo es su lenguaje como periodista en L´ordine nuovo; su descubrimiento de la importancia de Pirandello; sus opiniones sobre los futuristas; su reflexión sobre los consejos obreros en 1920; sus cartas de amor; su reflexión sobre el Sur italiano; sus juicios sobre la evolución histórica de los marxismos; sus apuntes sobre Maquiavelo y la política moderna; su manera de entender la relación entre ética y política; sus reflexiones sobre el lenguaje y sobre lo nacional-popular… Estas dos últimas cosas, o sea, su manera de entender la política como ética de lo colectivo y la importancia que dio a la reflexión sobre el lenguaje para que las ideas se conviertan en creencias populares es lo más me interesa hoy de Gramsci. Y la decantación de ese interés se la debo a Valentino Gerratana 13 , el autor de la edición crítica de los Cuadernos de la cárcel de Gramsci, al que conocí hace muchos años a través de Sacristán.

Lukács ha sido también otro de sus marxistas. Para FFB, el autor de la Ontología del ser social ha sido uno de los personajes más apasionantes de la historia del comunismo. En su maleta olvidada se ha inspirado para un excelente guión cinematográfico que espera director. Víctor Erice acaso, Lars von Trier si se pusiera.

El día que se escriba la gran novela de esa historia, o que se haga la película omnicomprensiva que falta, Lukács debería ser uno de los protagonistas principales. En su obra y en su personalidad está todo lo esencial de esa historia: su tragedia y su lado cómico. Algo de eso intuyó ya Thomas Mann cuando en La montaña mágica construye el personaje de Naphta a partir del modelo del joven Lukács. Pero eso no es más que un bosquejo: desde la época en que se publicó La montaña mágica hasta 1971 Lukács ha vivido de cerca todos los grandes acontecimientos del comunismo del siglo XX. Fue el superviviente por antonomasia: sobrevivió a la derrota de la república húngara de los consejos, toreó la crítica de Lenin al izquierdismo, se salvó, estando en Moscú, de las purgas de la época de Stalin, sobrevivió a la derrota de la revolución húngara de 1956, ganó el pulso a los burócratas de la época de la desestalinización, tuvo tiempo para enlazar con los dirigentes del movimiento estudiantil alemán del 68 (en particular con Rudi Dutschke) y aún se permitió disentir de los que por entonces recuperaban su gran obra juvenil, Historia y consciencia de clase.

FFB gusta de contar una anécdota del esbozo autobiográfico que Lukács escribió al final de su vida. En la gran casa que habitaban los Lukács en Budapest su madre tenía la costumbre de castigar a los niños encerrándoles en una leñera hasta que pidieran perdón por sus faltas:

El niño Lukács descubrió pronto que su padre regresaba puntualmente a casa todos los días a la una y media y que como la madre no quería que el padre viera que había problemas en el hogar les permitía salir de la leñera un cuarto de hora antes de la llegada del padre. De manera que el chaval se hizo la siguiente composición de lugar: si el castigo se producía antes de las 11 pedía perdón inmediatamente, pero si era más tarde esperaba pacientemente en la leñera y se libraba triunfantemente del perdón. Pues eso: así fue Lukács durante toda su vida, como el valeroso soldado-ideólogo Schwej de la historia del comunismo del siglo XX.

Del último Lukács, del Lukács de las Conversaciones con Abendroth, Holz y Kofler le interesan a FFB dos cosas especialmente. En primer lugar, su crítica en paralelo del estalinismo y del Estado de las (pseudo) democracias representativas realmente existentes. En segundo lugar, su diagnóstico sobre los movimientos sociales alternativos que entonces, en el momento de la entrevista, estaban en una fase incipiente particularmente en Alemania.

Hacia esa fecha Lukács había llegado a la conclusión de que la fase abierta por la revolución rusa de 1917 tocaba a su fin y postuló «un nuevo comienzo». Comparó la situación de quienes quieren «volver a empezar» (entre los que se contaba) con las vivencias de los revolucionarios anteriores a 1848 y se planteó la posibilidad de un «retorno a Marx». En ese contexto Lukács dice muchas cosas agudas que, efectivamente, tomaron cuerpo luego en las rebeliones estudiantiles de 1967-1969. Y, precisamente porque el concepto de alienación se había vuelto borroso, propone centrar el análisis en las nuevas alienaciones características del capitalismo tardío, relacionadas con lo que suele llamarse consumismo inducido. También apunta ahí lo que tenía en la cabeza cuando postulaba un retorno Marx: la elaboración de una ontología del ser social, que es, en efecto, una relectura global del programa teórico marxista.

*

En todo caso, siéndolo, Francisco Fernández Buey no es ni ha sido sólo un gran teórico marxista, un profesor de filosofía como hay muy pocos. Siendo mucho todo ello, FFB ha sido y es mucho más. Les hablaré ahora de mi porque creo que mi ejemplo puede ilustrar lo que, como mínimo, dos generaciones de ciudadanos barceloneses han podido aprender y sentir.

Como muchos otros jóvenes de mi edad, empecé a leerle a mediados de los setenta. Concretamente, sus trabajos publicados como prólogos y presentaciones en la colección Hipótesis que codirigía con Manuel Sacristán. Leí más tarde, con pasión comunista, sus artículos en El Viejo Topo y, con alguna incomprensión por mi parte por dificultad intelectual, en Materiales y, sobre todo, sus dos primeros libros que leí y releí: Conocer a Lenin y su obra y Escritos sobre Gramsci.

Fui alumno de él, sin matricularme oficialmente, en la Facultad de Económicas, donde era ayudante de Sacristán, y en la Escuela de Sociología de la Diputación de Barcelona. Lo vi en manifestaciones del primero de Mayo, lo vi en acciones del movimiento antinuclear catalán, estuve con él toda una tarde preguntándole por la invasión soviética de Afganistán y, desde 1991, desde que empecé a estudiar en serio la obra de Sacristán le he tenido como profesor, maestro, amigo, apoyo, consejero y mil cosas más. Si algo he hecho de bueno en este territorio, a él se lo debo.

Ni que decir tiene que Paco Fernández Buey fue siempre un referente político. Lo fue cuando militaba en el MCC y apoyó nuestra candidatura en las primeras elecciones autonómicas catalanas y lo ha sido cuando Iniciativa per Catalunya era algo muy distinto de lo que hoy es y cuando se formó Ezquerra Unida i Alternativa.

He estado en sus clases, en sus cursos, en sus conferencias, pero si quieren que les diga el día que más me ha impresionado (matizo con precisión positivista: uno de los días que más me ha impresionado) se lo cuento con gusto. Era en 1985, estábamos en la campaña antiotánica. Se había anunciado un miting en el Pueblo Español y estaba anunciado que iba a intervenir Sacristán. No pudo finalmente. Lo hizo Paco. No había visto hasta entonces a nadie -digo bien: a nadie ni a Nadie, si me permiten la broma carrolliana- hablar de esa forma. No he visto a nadie hacerlo así después de ello. Con pasión razonada, con fuerza admirable, con argumentos impecables, tocando la mente y el corazón, diciendo cosas básicas esenciales, sin retórica vacía, sin jalear tontamente los oídos de las gentes, dándoles energías para seguir combatiendo, sin ensoñaciones, sin ideologemas de tres al cuarto.

Este filósofo revolucionario de una pieza, este marxista documentadísimo, este comunista admirable que no ha cesado de criticar el estalinismo como algo totalmente ajeno al espíritu de la tradición, este maestro de tantos ciudadanos y ciudadanos, este Paco que en ocasiones se presenta como Paca Fernández Buey, cumple hoy 65 años. Muchos deseamos que cumpla 10 lustros más y que podamos seguir a su lado para aprender de él, para combatir con él y, si me permiten, para quererle.

¿Puedo decirlo con Cortázar? ¡Queremos tanto a Paco!

1 La Universidad Pompeu Fabra, como es sabido, es una universidad pública catalana.

2 «Retornar a Marx. Entrevista con Francisco Fernández Buey», El Viejo Topo núm 143, septiembre de 2000, pp. 10-21

3 LA EXPULSIÓN DE MANUEL SACRISTÁN. Fabià Estapé, La Vanguardia, 16/03/2008.

4 Los esquemas -y algunas transcripciones- de estas conferencias pueden consultarse actualmente en la carpeta «Conferencias» depositada en Reserva de la Biblioteca Central de la Universidad de Barcelona, fondo Sacristán.

5 Santa Coloma de Gramenet es otra población trabajadora muy próxima a Barcelona que dejará de tener estudios nocturnos de primero de bachillerato el curso que viene, si la movilización ciudadana, educativa y estudiantil no lo impide, por decisión política del conseller Ernest Maragall, miembro de un gobierno que se dice de izquierdas -¡por favor! ¡qué cosas!- compuesto por miembros de ERC, ICV-EUiA y PSC. El curso siguiente, 2009-2010, dejará de existir bachillerato nocturno en una ciudad trabajadora y joven de 125.000 habitantes.

6 Pueden verse las declaraciones de García Borrón en «Sacristán joven», dentro del conjunto de documentales dirigidos por Xavier Juncosa, «Integral Sacristán», El Viejo Topo, Barcelona, 2006. García Borrón participó en el equipo de traductores que vertió al castellano el Diccionario de Filosofía de Dagobert D. Runes, trabajo coordinado por el propio Sacristán.

7 Por lo demás, en lo ya publicado hay joyas que deben citarse. Cuatro de ellas: «El clasicismo de Manuel Sacristán», Un Ángel más, nº 5; la presentación que abre Manuel Sacristán, Seis conferencias, El Viejo Topo, Barcelona, 2005; el artículo de FFB -«Manuel Sacristán en el mundo de las ideas»- incorporado a El legado de un maestro. FIM, Madrid, 2007, y el prólogo que escribió (y en el que figuro como coautor pero en el que apenas puse un punto y dos comas) para Entrevistas con Manuel Sacristán. Los libros de la Catarata, Madrid, 2004.

8 Francisco Fernández Buey, «Tres pistas para intentar entender Mayo del 68». www.sinpermiso.info

9 Con los contraejemplos conocidos de Jesús Mosterín, Fernando Broncano y Luis Vega, cuyos trabajos sobre el papel de Sacristán en la introducción y consolidación de la lógica formal en nuestro país y en asuntos de filosofía de la tecnología son esenciales .

10 Editado por El Viejo Topo en 2001 contiene un ensayo imprescindible -que se abre con unos versos de García Lorca (cantados por Leonard Cohen) del Pequeño vals vienés-: «Amor y revolución «.

11 Si alguien estuviera buscando temas de tesis puedo sugerirle algunos títulos centrados en la obra de Francisco Fernández Buey. Estos por ejemplo: «El marxismo leopardiano de FFB», «Ciencia, ética y racionalidad en la filosofía y filosofar de Francisco Fernández Buey», «Clásicos marxistas y marxistas en la obra de FFB» y «La racionalidad sensitiva en la filosofía y filosofar de Francisco Fernández Buey».

12 El paso merece la cursiva que es mía.

13 Para la colección Hipótesis, Francisco Fernández Buey tradujo un libro de Gerratana: Investigaciones sobre la historia del marxismo. Son lo volúmenes 14 y 15 de la colección. Cartas de la correspondencia Sacristán-Valentino Gerratana pueden consultarse ahora en Reserva de la Biblioteca Central de la UB.