La escritora opina que la izquierda abertzale aún tiene mucho por hacer a nivel discursivo porque la nueva realidad política vasca requiere de «un nuevo sistema conceptual que articule los nuevos objetivos con los de siempre»
Seis años después de la entrada en la cárcel de Otegi, ¿qué crees que ha cambiado en la izquierda abertzale?
Para empezar, las consecuencias de la mal llamada crisis, causada por la ofensiva anarcocapitalista, empiezan a ser muy palpables, la población es más pobre en general y la juventud completamente precaria. Casi un 40% de jóvenes en el País Vasco está en paro cuando en 2008 el paro aquí era técnico. Es decir, los ejes de lucha se han modificado, las prioridades han cambiado, en especial para la gente más joven de la izquierda abertzale, y los repertorios contra dicha ofensiva neoliberal también han cambiado. Por ello vemos abrirse pequeñas grietas entre generaciones dentro de la izquierda abertzale, que tras el alto el fuego permanente de ETA está por otro lado flexibilizando y democratizando sus estructuras internas de funcionamiento.
En ese sentido, se han dado pasos adelante en la dirección que Otegi y sus compañeras marcaron antes de su encierro. Entre ellos está el tema de la paz y la reconciliación, la confrontación por medios únicamente democráticos, la justicia transicional y el desarme (esto último bloqueado). A nivel discursivo queda mucho por hacer, ya que los últimos acontecimientos, así como los nuevos intereses y prioridades que han generado en grandes sectores de la izquierda abertzale, requieren de un nuevo sistema conceptual que articule los nuevos objetivos con los de siempre, y las nuevas formas de lucha con la sabiduría de prácticas combativas y subversivas previas.
¿Cómo ha influido la entrada en gobiernos municipales de las candidaturas abertzales? ¿Ha ‘envejecido’ su propuesta con el desgaste institucional?
A mi entender, donde mejor lo ha hecho es en el ámbito municipal. Mucha gente de base y proveniente de movimientos sociales se presentó por primera vez en las listas de EH Bildu debido a la ilegalización de la izquierda abertzale, y eso ha traído un aire fresco y una manera diferente de hacer política institucional, mucho más apegada a la calle.
No creo que sea un problema de desgaste, el PNV lleva 40 años gobernando… Lo que quizá ha habido es un desfase o un desencaje entre política municipal, efectiva y democrática en general, y el nivel macro o nacional, que es donde se percibe un desgaste discursivo, que no se debe al trabajo institucional sino a la mochila que la izquierda abertzale tiene a diferencia de otros partidos, como Podemos, que nace impoluto, no tiene historia como organización, no tiene heridas de guerra ni de emancipación.
En estos seis años, ¿hay una normalización en la calle tras la etapa de conflicto? ¿Cómo revierte eso en la solución de otros como la precariedad o la desigualdad?
La palabra normalización es muy peligrosa, ya que se refiere usualmente a que unas violencias (hegemónicas) se normalizan y otras (las practicadas desde la subalternidad) son neutralizadas. Pero es cierto que hay más espacio ahora para hablar de otros tipos de violencia, como la precariedad y la desigualdad. De todas formas, en lo más duro de la lucha armada contra el Estado, en las crisis económicas de los años 80 y 90, la lucha contra la precarización nunca paró. Hubo movilizaciones muy grandes y continuas.
Podemos fue la fuerza más votada en la CAV en noviembre. ¿Cómo ha crecido este vector de la población? ¿Cómo puede cohabitar con la izquierda abertzale?
La aparición y el crecimiento de Podemos, aunque no inevitable, me parece que se inscribe dentro de la necesaria reestructuración de la izquierda o la socialdemocracia española (y que está ocurriendo también en Europa, un ejemplo es el Plan B). La cohabitación será en principio muy diferente dependiendo del territorio (no es lo mismo Bizkaia que Nafarroa) y del perfil ideológico de los círculos de Podemos en cada territorio.