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Entrevista a Miguel Riera, editor de la revista “El Viejo Topo”

«En España no existe hoy debate cultural, se impone la ley del mercado»

Fuentes: Rebelión

En la revista «El Viejo Topo» y en los libros publicados por la editorial -denominada de igual manera que la revista- se difunden contenidos que según su página Web «inquieten», «inquieran» e «inciten» a la reflexión y, como consecuencia, a la acción. La revista vio la luz en 1976 y concluyó su primera etapa en […]

En la revista «El Viejo Topo» y en los libros publicados por la editorial -denominada de igual manera que la revista- se difunden contenidos que según su página Web «inquieten», «inquieran» e «inciten» a la reflexión y, como consecuencia, a la acción. La revista vio la luz en 1976 y concluyó su primera etapa en 1982. Tras una década en barbecho, inició un segundo periodo en 1993. Este mes de octubre ha salido a la venta el número 333 de esta publicación de izquierdas, que acoge en sus páginas análisis y debates de fondo. Artículos como «La izquierda y el euro: liquidar, reconstruir», de Fréderic London; «¿Intervendrá Rusia en Siria?», de Eduardo Luque o «Giovanni Arrighi y el largo siglo XX», de Luis Roca Jusmet figuran en el último número. En el «Sermón» que publica habitualmente en la revista, el editor y director de «El Viejo Topo», Miguel Riera, recuerda que aunque el final del Estado Islámico pueda atisbarse y Occidente pueda rubricar un pacto con Bashar Al-Assad, «habrá quedado un país (Siria) destruido, decenas de miles de muertos y centenares de miles de expatriados». Riera subraya que muchas de estas cuestiones se hurtan al debate público en el estado español. «Hoy en España no existe prácticamente debate intelectual, ni cultural, ni tampoco literario, ámbitos donde se impone la ley del mercado».

-En una entrevista publicada en la revista «Pueblos» (diciembre de 2004), afirmabas que, más que editor, te considerabas un activista que se dedicaba a la publicación de revistas. ¿Es posible ser un activista a partir del trabajo editorial?

Sí, por ejemplo en la elección de los títulos que se editan y en la preocupación por las temáticas. En «El Viejo Topo» publicamos muchos libros que sabemos son minoritarios, pero pensamos que son importantes desde un punto de vista político y social. Por eso los publicamos. Tenemos muchos títulos que se han vendido muy poco, pero creemos que han ejercido alguna influencia.

-¿Qué espacio les queda a las revistas de análisis y reflexión política en un mundo presidido por el impacto, el vértigo informativo y las redes sociales? En alguna ocasión te has referido a este tipo de revistas como de formato «largo» y «pesado»…

En esto he cambiado un poco de opinión. Ahora la situación es distinta a la de hace una década, por la presencia de Internet. La red permite una lectura liviana, rápida, de enunciados… Creo que actualmente los artículos más de fondo que publica, por ejemplo, «El Viejo Topo», donde se ofrecen claves para comprender en profundidad lo que ocurre, son un complemento perfecto para esa lectura más ligera de Internet. Hoy apuesto por artículos más largos, en contradicción con lo que decía hace una década.

-¿Puede haber cultura sin pensamiento crítico? Dicho de otro modo, ¿pueden incluirse en el concepto de cultura obras que no critiquen la sociedad de las que forman parte, sea una novela de Flaubert o un soneto de Shakespeare?

En toda obra que sea innovadora hay pensamiento crítico, aunque sea simplemente por la voluntad de innovación. Las obras que tienen voluntad artística se presentan, siempre, frente a lo que se ha hecho hasta el momento. Además, el pensamiento crítico existe en el arte, en la literatura y en la obra de creación, aunque no sea política. De hecho, el pensamiento crítico no tiene por qué ser estrictamente político. Por ejemplo, la pintura de Rothko no tiene una apuesta política, pero hay un pensamiento crítico detrás. Por el contrario, en las obras de arte de Jeff Koons, que pasan por arte, hay solamente mercado. Hay también pensamiento crítico en las pinturas y grabados de Lucian Freud…

-¿Existe el riesgo de incurrir en un cierto elitismo? Es decir, que el acceso a la cultura requiera tanta preparación previa que quede reservada a poca gente, muy formada. ¿Y en cuanto a la cultura popular?

Yo siempre he defendido la cultura «de élite» o «alta cultura», obviamente al lado de la cultura popular. Pero no soy de los que denigra la cultura «de élite». Creo que es muy importante en un país, y me parece bien que existan esos contenidos, aunque sólo haya una minoría de gente que pueda acceder a los mismos. En caso contrario, no tendríamos filosofía ni pensamiento. Si Foucault se hubiera encontrado con «barreras» de este tipo, hoy no conoceríamos su obra. Yo soy defensor de la cultura «de élite» pero sin menoscabo, por supuesto, de la cultura popular.

-¿Es políticamente incorrecto defender la «alta» cultura en el estado español? ¿Hay países donde esté mejor considerada?

En los viajes que empecé en los años 70 por América Latina me sorprendió el altísimo nivel cultural de las burguesías latinoamericanas. A través de buenos colegios, familias que se preocuparon por la «alta» cultura y una buena formación, las burguesías tuvieron acceso a la cultura de «élite». Hay países en los que ciertamente el pensamiento está reconocido. Hoy en España, por el contrario, no existe prácticamente debate intelectual. Es cierto que hay un debate político, sobre cuestiones muy concretas, pero en ningún caso un debate cultural. Tampoco lo hay, o al menos con cierta repercusión, de carácter literario (en este ámbito se imponen las leyes del mercado), ni artístico, ni cinematográfico o sobre un proyecto de país. En Francia, por ejemplo, los círculos intelectuales llevan años debatiendo sobre el euro, y hay muchas posiciones enfrentadas. Pero en nuestro país no existe un debate en torno a la moneda única… es asombroso. En España el debate intelectual y la «alta» cultura no tienen prestigio.

-¿Qué alcancen tienen en España las discusiones de carácter literario, artístico o cinematográfico?

En España, aunque suene desagradable esta afirmación, el 95% de las familias cuando cenan con sus hijos de lo que hablan es de los programas del corazón, de los acontecimientos cotidianos o del partido de fútbol. Difícilmente se habla de una exposición o de un libro, tal vez en alguna ocasión de una película. Eso tiene que ver con un programa educativo muy deficiente, que es el que tenemos en este país.

-El lector puede acceder hoy a publicaciones de izquierda como «Sin Permiso», «Le Monde Diplomatique», «Mientras Tanto», «Viento Sur» o «Rebelión», entre otras». También a «El Viejo Topo», que vio la luz en 1976. ¿Qué diferencias observas entre el panorama comunicativo actual y el de hace cuatro décadas? ¿Es más complicado lanzar proyectos?

Es evidente que la sociedad es distinta y las circunstancias históricas también. Nosotros no teníamos Internet ni acceso a la televisión y a la radio. Sólo teníamos la octavilla clandestina y la publicación impresa. En aquella época, éramos jóvenes de menos de 30 años, nos juntábamos tres personas en un bar y lanzábamos algún proyecto aunque el 80% fracasaran a los cuatro días. Muchas veces empezábamos con un préstamo y, ciertamente, la gente demostraba una gran capacidad para sortear obstáculos. Después, durante muchos años, la gran iniciativa cultural fue la «movida» madrileña, con la que he sido muy crítico. He echado en falta la capacidad de iniciativa que se tenía en los años 70, y que tal vez ahora se encuentre en Internet y las redes, que tienen enormes ventajas pero también algún inconveniente, como la volatilidad. Desde la transición hasta hace aproximadamente cinco años, me ha parecido ver falta de iniciativa en las generaciones jóvenes, sin embargo, creo que la situación ha cambiado en los últimos cinco-ocho años y ha vuelto ese empuje que existía entonces. Antes de la irrupción del 15-M ya se empezó a notar un cambio, que se concretó en más iniciativas en el mundo cultural y la irrupción de nuevos colectivos.

-¿Cómo fueron los inicios de «El Viejo Topo?

La revista empezó de una manera absolutamente fortuita. Surgió de una conversación en un pasillo, en un centro de enseñanza para adultos de Barcelona, con el profesor de Filosofía del centro, Josep Sarret. Habíamos tenido previamente una experiencia con una pequeña editorial de textos filosóficos, «La Mandrágora», que se mantuvo con vida durante tres años. Le comenté que, a la vista de la situación de las izquierdas, que se estaban machacando entre sí, ¿por qué no hacer una revista en la que todas las izquierdas pudieran debatir y exponer su punto de vista? Le pareció una buena idea. Esto ocurrió a principios de 1975. Como yo provenía del campo de las ciencias y Josep Sarret de las letras, se lo dijimos a un amigo que procedía del ámbito de la contracultura, Claudi Montañá. Y así, sin pensarlo, nos pusimos a hacer la revista…

-¿A qué dificultades se tuvo que enfrentar la revista?

Inicialmente tenía que ser semanal, en papel de periódico y recordando la estética de la revista «Rolling Stone». En aquella época no se podía editar legalmente una revista sin un número de registro que concedía el Ministerio de Cultura. Pero el ministerio no nos los concedía, estaban preocupados porque pensaban que con la revista «Ajoblanco» les habían «colado» un buen tanto. Nosotros llegábamos después y nos estuvieron entreteniendo prácticamente durante un año. Al final, se nos permitió salir con la condición de que el precio de venta al público fuera de una cantidad exorbitante para la época. Pensamos que no podíamos salir con una revista semanal hecha en papel de periódico a ese precio. Así pues, reconvertimos la revista en mensual y le incluimos color. Ésa fue la primera época, entre 1976 y 1982. La segunda etapa, a partir de 1993, vino a raíz de la decepción que algunos tuvimos respecto al gobierno del PSOE, sobre todo por la corrupción y el GAL.

-¿Observas actualmente una fractura entre una izquierda más intelectual y reflexiva, y otras más dada al activismo, sobre todo en los movimientos sociales, que prioriza ante todo la acción directa?

Observo que hay una izquierda que, a pesar de lo que se diga, no lo es en la práctica. Hay a mi juicio una «línea roja» muy clara para delimitar lo que entendemos por «izquierda», que es la defensa de la propiedad colectiva, y no estoy hablando de expropiar a la gente. Es difícil llamarse de izquierdas por el mero hecho de tener algo de conciencia social. La Democracia Cristiana posterior a la segunda guerra mundial, en países como Italia y Alemania, la tenía. Puede que el PSOE esté a la izquierda del PP, pero eso no significa que se sitúe en la izquierda, según la línea de demarcación que señalaba.

-Uno de los contenidos recurrentes en los últimos números de «El Viejo Topo» son los análisis sobre el conflicto de Siria. ¿Cuál es tu opinión?

Creo que las vidas humanas tienen mucho valor, sea en Siria, en Libia, en Afganistán o en cualquier otro país. Es verdad que Gadafi era un dictador y que ejercía la represión sobre el pueblo libio, pero la gente vivía mejor y más segura que hoy. Después de los ataques y las bombas, tenemos un país destrozado y miles de muertos. Igual que en Siria. Yo no votaría a Bashar Al-Assad, aunque Siria me parece más democracia que Arabia Saudí. Antes de cualquier ataque militar o de coacción a un país, hay que pensar en las consecuencias -¿cuál es el precio que se ha de pagar?- y sobre todo en la vida de las personas.

-La revista incluye habitualmente reflexiones sobre el euro y la editorial «El Viejo Topo» ha publicado asimismo libros sobre la moneda única. ¿Eres partidario de la ruptura?

Era partidario de que España saliera del euro, y creo que aún lo soy. Pero cuanto más se avanza, el proceso se vuelve más complicado. Si hubiéramos salido del euro hace cinco años, creo que la economía española se hallaría en una mejor situación, a pesar de los costes elevados de abandonar la moneda única. El euro es el instrumento de dominación que los poderes financieros ejercen sobre nuestro país, y que nos conduce a una economía con poca actividad industrial y agrícola, refugio de turistas y jubilados de otros países. Un país que tiende a un modelo de economía «tercermundista» -Por último, la línea editorial de «El Viejo Topo» es muy crítica con el independentismo catalán. ¿Qué opinión te merece la CUP, una formación independentista, de izquierdas y netamente anticapitalista?

Nosotros hemos sido respetuosos con el independentismo, aunque no compartamos sus ideas. Hace ya muchos años, cuando los problemas no tenían la magnitud actual, que planteamos la República Federal. Parto de la premisa de que la independencia es imposible por múltiples razones, económicas y geopolíticas (en el marco de la OTAN), pero también porque, como se vio en las elecciones del 27 de septiembre, la mayor parte de los catalanes no son independentistas. Eso no quiere decir que no me identifique con prácticamente todos los planteamientos de la CUP, salvo la independencia. A eso hay que añadir el precio que Cataluña está pagando, con un gobierno que ha practicado unos recortes brutales y que no se preocupa por la educación y la sanidad públicas, porque sólo habla de independencia. Por otro lado, el proceso de independencia siempre es pacífico cuando la parte que quiere abandonar el país es la más pobre. Ocurrió en Checoslovaquia, cuando los checos estaban muy satisfechos por desembarazarse de Eslovaquia, un territorio que era receptor de renta. La soberanía es hoy muy limitada. Además, independizarse para continuar dependiendo de Merkel o del mismo gobierno corrupto, porque no gobernará la CUP, no merece la pena.