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En las movilizaciones de Colombia brilló el exceso de la fuerza pública

Fuentes: Rebelión

El impacto seco del disparo, el grito a lo lejos y el cuerpo que se fue desvaneciendo como si se tratara de una escena en cámara lenta, acompañaron el drama del joven Dylan Cruz, herido por el Esmad en una de las tantas manifestaciones pacíficas que se han realizado en Colombia desde el pasado 21 […]

El impacto seco del disparo, el grito a lo lejos y el cuerpo que se fue desvaneciendo como si se tratara de una escena en cámara lenta, acompañaron el drama del joven Dylan Cruz, herido por el Esmad en una de las tantas manifestaciones pacíficas que se han realizado en Colombia desde el pasado 21 de noviembre y que expresan una inconformidad represada por años, que desbordó la capacidad de aguante de millares.  

En redes sociales varios de los manifestantes transmitieron imágenes del momento exacto en el que el joven era reanimado por los organismos de emergencia.

Hoy libra una batalla sin cuartel por su vida, en el Hospital San Ignacio, en Bogotá.

Los padres y demás familiares del muchacho no entienden por qué uno de los agentes decidió accionar el arma cuando se trataba de una movilización sin violencia como otras que se han realizado en la céntrica Plaza de Bolívar, y que la policía ha dispersado con gases lacrimógenos y balas aturdidoras.

¿Acaso no constituye la conjunción de dos elementos: una abierta provocación y una agresión que lesiona un principio constitucional que consagra la protesta social? Sin duda que sí.

Pero ahora, quienes protestan como Dylan, le salieron a deber a la fuerza pública. No de otra manera se puede entender que el comandante de la Policía Metropolitana de la capital de la República, Hoover Penilla, señalara ante los medios de comunicación: «Lamentamos profundamente la situación, pero pido que entiendan que el policial es una persona que está cumpliendo con una tarea, con un deber y el responde ante toda la sociedad, a la institución y su propia familia«.

Preguntas que asaltan a los colombianos

Caben entonces varias preguntas: ¿Quién ordenó arrojar el artefacto que tiene al borde de la muerte a Dylan? ¿Por qué se arremetió contra una concentración no violenta? ¿Qué garantías se ofrece a los colombianos para protestar cuando hay un antecedente tan vergonzoso como éste? No se puede negar que en todas las jornadas de protesta han brillado el exceso y desmanes de la fuerza pública.

Podría tratarse de su hijo o del mío, de ahí que resulte inaceptable que el general Hoover Penilla, trate de equiparar el estado grave en que se encuentra Dylan con la irracionalidad de un agente-de quien es apenas previsible que no se revele su nombre-movido por órdenes que no se sabe de dónde provenían, para acabar con la concentración a como diera lugar.

Lo que hizo la fuerza pública riñe abiertamente con lo que dijo el mismo alto oficial en el sentido de que la Policía no sale a la calle para agredir a las personas, pues está para proteger a los ciudadanos. ¿Es así como cuidan a los ciudadanos, disparándoles? Eso solo ocurre en el país del realismo mágico, donde las arbitrariedades se amparan con argumentos lastimeros para que las víctimas terminen convertidas en victimarios.

La otra cara de la moneda

Acerca de la agenda de movilización social en Colombia no se ha dicho toda la verdad. Los medios de comunicación que monopolizan y manipulan a la opinión pública, le han hecho el juego al gobierno nacional informando sólo sobre lo que llaman «brotes de vandalismo». Mezclan lo que han sido las protestas con las actividades vandálicas de unos cuantos desadaptados. Pero no todo es como lo pintan.

Muchas de las marchas, en todo el país, han sido dispersadas a la fuerza. Eran pacíficas pero se convirtieron, en cuestión de segundos, en ríos humanos huyendo de los gases lacrimógenos y las bombas de aturdimiento, como ha ocurrido varias veces en el centro de Bogotá.

Lo que sí ocupan los titulares, son los hechos protagonizados por quienes, ajenos a la convocatoria original, terminaron aprovechando la ocasión para destruir estaciones del transporte masivo, negocios y los ventanales de centros comerciales. No hay una relación entre uno y otro salvo el interés de desprestigiar la legítima protesta social.

Dylan se ha convertido en un símbolo nacional de solidaridad contra los abusos de la fuerza pública. Reafirma la necesidad de avanzar en el desmonte del Escuadrón Móvil Anti Disturbios (Esmad), y deja sentado el convencimiento de que las cuotas de sangre en jornadas como las que vive Colombia, se salen de las manos cuando son producto de las arremetidas contra el derecho a opinar, a protestar.

Y la reflexión final: ¿Cumplirá el presidente Iván Duque su anuncio de abrir un diálogo nacional, para escuchar al pueblo?

Si no lo hace y sus peroratas televisivas han procurado únicamente bajarles el tono a las marchas y demás actividades de inconformidad, lo más probable es que verá de nuevo a millares de colombianos en las calles… más emberracados que nunca.

Blog del autor www.cronicasparalapaz.wordpress.com

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.