En el contexto de la publicación de su nuevo libro, La montaña que debemos conquistar: reflexiones acerca del Estado, el filósofo marxista húngaro István Mészáros concedió una extensa entrevista a Leonardo Cazes para el periódico O Globo, en la cual se refirió a algunos aspectos centrales de su obra, como su concepción de Estado, de […]
En el contexto de la publicación de su nuevo libro, La montaña que debemos conquistar: reflexiones acerca del Estado, el filósofo marxista húngaro István Mészáros concedió una extensa entrevista a Leonardo Cazes para el periódico O Globo, en la cual se refirió a algunos aspectos centrales de su obra, como su concepción de Estado, de la democracia y de la crisis estructural del capital, a la luz de algunas de las protestas y movilizaciones políticas que se venían produciendo en el mundo. El resultado fue publicado parcialmente en febrero de 2015 en el artículo «Filósofo István Mészáros analiza ascenso de nuevos partidos en Europa como Syriza y Podemos». El material completo, con todo, supera en más de tres veces el espacio disponible por el diario. A pedido del autor, el Blog de Boitempo publicó una versión integral de la entrevista, revisada por el traductor Nélio Schneider. También a pedido de Mészáros, la entrevista deberá incluirse como apéndice de las próximas ediciones ampliadas de La montaña que debemos conquistar: reflexiones acerca del Estado.
Pregunta: ¿Por qué usted, en el título de su nuevo libro, comparó al Estado que se debe conquistar, a una montaña?
Respuesta: En el sentido más simple y directo, porque el camino que debemos seguir para garantizar nuestra sobrevivencia y nuestro avance está bloqueado por un obstáculo gigante -muchos Himalayas, uno encima de otro-, representado por el poder global del Estado. Y no podemos dar vuelta a esa montaña, ni pasar por encima de ella. El peligro de hecho consiste en que algunos pocos Estados nacionales tienen el poder de destruir la humanidad entera, un poder celosamente defendido por ellos como su «seguridad» y «autodefensa» en sus confrontaciones, reales y potenciales, de unos con los otros. Y, en cuanto los Estados y su necesaria rivalidad sobrevivan, la inmensa mayoría de la humanidad no puede hacer absolutamente nada contra eso. Nada puede ser más importante.
La idea de que, en la tentativa de superar las desigualdades estructuralmente arraigadas y repararlas de una forma duradera, las personas podrían usar la «sociedad civil» contra el poder del Estado, es extremamente ingenua, para decir lo menos. Tal como la presunción de llamar ONGs», esto es, «Organizaciones No Gubernamentales», a esas organizaciones patéticamente limitadas que dependen para su financiamiento y funcionamiento, de los recursos concedidos por el Estado. Esas mitologías auto-contradictorias no pueden ofrecer soluciones para nuestros peores problemas. El Estado es una estructura política global de comando del sistema del capital en cualquiera de sus formas conocidas o concebibles. En las condiciones actuales no puede ser de otra manera.
Es por eso que el orden social reproductor del capital es antagónico en su núcleo y necesita de una problemática función correctiva del Estado para transformar en un todo cohesionado, las partes constitutivas en conflicto del sistema, en su incurable centrifugalidad. Hubo un tiempo en que ese tipo de corrección no era solo defensivo, sino que traía consigo un avance histórico que conquistaba todo. Hoy, entretanto, la otrora bien-sucedida función correctiva del Estado falla en funcionar de forma duradera, en la medida en que la profunda crisis estructural del sistema del capital queda cada vez más clara. El resultado es una destrucción aún mayor, no sólo en incontables guerras, sino también de la naturaleza. Es por ello que la famosa frase de Rosa Luxemburgo, «socialismo o barbarie», necesita ser reformulada para nuestro tiempo en: «barbarie, si tuviéramos suerte». La aniquilación de la humanidad es nuestro destino si fallamos en la conquista de esa montaña que es el poder destructivo y autodestructivo de las formaciones estatales del sistema del capital.
Pregunta: En el mundo actual, los Estados nacionales parecen tener cada vez menos poder ante los organismos financieros internacionales al igual que ante las organizaciones políticas interestatales, como la Unión Europea. Así pues, ¿cuál es ese Estado que se debe conquistar?
Respuesta: La difundida reducción del poder de los Estados-nacionales es una gran exageración alardeada por diversos gobiernos con el objetivo de justificar sus fracasos en promover las limitadísimas reformas sociales solemnemente prometidas por ellos. Los hechos muestran lo contrario. Cito apenas algunos ejemplos: Syriza, respaldado por amplio margen de votos, está intentando hoy afirmar los intereses griegos contra el FMI y la Unión Europea. En el Reino Unido, en las elecciones generales de mayo próximo, el partido que debe tener el mayor crecimiento porcentual en número de votos es el Partido Independiente del Reino Unido (UKIP, por su sigla en inglés). Además de eso, el Partido Conservador (del Primer ministro David Cameron) está amenazando dejar la Unión Europea en el caso que no ocurran cambios que atiendan los intereses del país en el bloque. A propósito, no se puede excluir la posibilidad de que la propia Unión Europea se acabe.
Aún más representativo fue el plebiscito, realizado meses atrás, sobre la independencia de Escocia. El porcentaje de electores que apoyaron la independencia llegó a la impresionante suma de 45%, lo que probablemente llevará a su realización cuando ellos puedan votar sobre ese asunto nuevamente. Al mismo tiempo, Cataluña, en España, está intentando afirmar sus intereses en el mismo sentido, como mostraron las votaciones recientes. En Bélgica, tenemos contradicciones parecidas, en algunos casos con manifestaciones violentas, y también en Italia, en la región del Alto Adige, hay un fuerte movimiento presionando por independencia. Y no debemos olvidar que, en Europa Central, no hace mucho tiempo, Eslovaquia se separó de la actual República Checa.
Así, en realidad no hay una eliminación de las aspiraciones de los Estados nacionales, sino, el super calentamiento de un caldero de peligrosos antagonismos y contradicciones en varios niveles, todos situados entre los actuales Estados nacionales y aquéllos que aspiran a volverse Estados nacionales, e inclusive en las estructuras creadas para solucionar los antagonismos interestatales como la Unión Europea -que está muy lejos de ser unificada. La crónica falta de solución para esos problemas ofrece grandes peligros para la sobrevivencia de la humanidad. ¿O acaso, debemos olvidar el hecho de que los Estados Unidos están amenazando armar a Ucrania contra Rusia, con consecuencias potencialmente serias e incalculables? ¿A dónde fueron a parar los días de gloria en que los líderes políticos mundiales alardeaban en voz alta y buena música «el fin de la guerra fría»? Y, además de la confrontación entre EUA y Rusia, ¿qué pensar del antagonismo, en el horizonte no muy distante, entre EUA y China -los más poderosos Estados nacionales- en disputa cerrada por los recursos naturales del planeta? Se trata de un antagonismo aún limitado, pero con una innegable tendencia a intensificarse. Estados nacionales rivales son totalmente incapaces de ofrecer una solución a esos antagonismos. Ninguna organización financiera internacional, ni las bien-intencionadas organizaciones políticas interestatales consiguen siquiera arañar la superficie de problemas tan graves.
La gigantesca falla histórica del capital fue -y continúa siendo- su incapacidad de constituir el sistema del capital como un todo, en cuanto irresistiblemente proclama los imperativos de su sistema como las determinaciones materiales directas del orden reproductivo del capital en escala global. Esa es una enorme contradicción. Antagonismos interestatales en una escala potencialmente autodestructiva -un presagio fueron las dos guerras mundiales del siglo pasado cuando aún no habían sido completamente desarrolladas las actuales armas de autodestrucción total- son la consecuencia necesaria de esa contradicción. Por tanto, El Estado que debemos conquistar para la sobrevivencia de la humanidad es el Estado tal como nosotros lo conocemos, llamado Estado en general en su realidad existente, como fue articulado en el largo curso de la historia, y capaz de afirmarse apenas en su modalidad antagónica, tanto internamente como en sus relaciones internacionales.
Pregunta: Usted anota que el Estado tal como lo conocemos está fundado en un determinado orden socio metabólico capitalista. ¿Es preciso conquistar el Estado para transformar ese orden? ¿O solo la transformación de la sociedad creará las condiciones para la transformación del Estado?
Respuesta: El Estado en sí no puede rehacer el orden social reproductivo del capital porque es una parte integrante de él. El gran desafío de nuestra época es la necesaria erradicación del capital de nuestro orden socio metabólico. Y eso es inconcebible sin erradicar, al mismo tiempo, las formaciones estatales del capital históricamente constituidas en conjunción con la dimensión de reproducción material del sistema e inseparable de ella.
El hecho de que el Estado, como una corrección necesaria para la centrifugalidad incurable del capital, se puede imponer a las partes constitutivas, siempre en nocivo conflicto, de determinado orden social, no significa que el Estado pueda imponer arbitrariamente cualquier cosa imaginada por las personificaciones del capital. Por el contrario, la imposición correctiva del Estado, es objetivamente orientada por el imperativo auto expansionista del orden reproductivo material del capital. Un orden completamente incapaz de reconocer algún límite a su auto expansión, generando entonces una contradicción fatal. La insustentabilidad final de esa contradicción es revelada por el hecho de que, lo que es internamente en el ámbito nacional un requisito, y una conquista auto expansionista de tendencia internacional se vuelve problemática y potencialmente autodestructiva. La realidad represiva del imperialismo monopolista y de sus guerras no es comprensible sin esa perversa dinámica auto expansionista instituida por los Estados más poderosos.
Así, para que la toma de decisiones globales en el proceso socio metabólico sea radicalmente alterada, es necesaria la eliminación de la ya mencionada contradicción fatal entre la dinámica interna de la reproducción productiva del sistema y la tendencia represiva internacional inseparable de ella, como se ha vivido en el orden social del capital salvaguardada y defendida por el Estado.
Pregunta: Algunos intelectuales ven la crisis financiera iniciada en 2008 como una crisis del capitalismo. Para salvar los bancos, hubo un endeudamiento gigantesco de los Estados. ¿Esta crisis del capitalismo es también una crisis del Estado?
Respuesta: Sin duda, la crisis de que estamos hablando es también una crisis profunda del Estado. Los defensores del sistema pasarán a promover la ilusión y el autoengaño de que el Estado resolvió la crisis, entregando fondos astronómicos de trillones de dólares en el barril sin fondo del capital quebrado. Pero, ¿de dónde vienen esos trillones astronómicos? El Estado como inventor de esos fondos no es productor de ninguno de ellos, aunque finja ser el distribuidor soberano con sus dispositivos, más o menos abiertamente cínicos, de «quantitative easing [flexibilización cuantitativa]», etc. Mientras tanto, la amarga verdad es que la aplastante mayoría de los Estados está quebrada -la cuantía llega a 57 trillones de dólares de acuerdo con las cifras más recientes-, sin importar, cuánto consigan disimular su magnitud.
Hace muchos años, en un artículo escrito en 1987 y publicado por primera vez en Brasil en 1989, en la revista Ensaio, cité una entrevista del entonces Presidente de la Reserva Federal (el Banco Central norteamericano) en Financial Times, Robert Heller, defendiendo que el déficit anual de US$ 188 billones en el balance comercial norteamericano representaba «la saludable continuación de la expansión económica actual». Y yo comenté eso, con estas palabras: «Si US$ 188 billones de déficit en la balanza comercial, junto con los astronómicos déficits presupuestarios, pueden ser considerados la continuación saludable de la expansión económica, es aterrador pensar lo que serán las condiciones no saludables de la economía cuando nos enfrentemos con ellas».
Ahora estamos muy próximos a eso. Así, la respuesta ya está lo suficientemente clara, indicando el endeudamiento catastrófico y el fracaso velado de las más poderosas economías capitalistas, siendo los Estados Unidos responsables por 20 trillones de dólares de esa cuenta, que continúa creciendo inexorablemente. Eso continuará, sin importar cuántas veces los presidentes de los Bancos Centrales aún vengan con la cantinela de lo que llaman «condiciones saludables de expansión».
Pregunta: En su libro, usted parece creer que la llamada «desaparición del Estado» es inevitable. ¿Qué lo que lo lleva a creer eso?
Respuesta: En este caso no se trata de algo inevitable. Decir que la «desaparición del Estado» es necesaria significa apenas que se trata de una condición vital exigida para la solución de los problemas en cuestión. Pero eso no significa que esa exigencia va a realizarse inevitablemente. Por el contrario, aumenta el peligro de que el Estado, con su gigantesco poder de destrucción, dé un fin catastrófico a todo el esfuerzo de transformación y emancipación, lo que contraría toda ilusión de la llamada «inevitabilidad histórica».
No puede haber algo como «inevitabilidad histórica» en dirección al futuro. La historia es un destino abierto para bien o para o mal. Resaltar la necesidad de la «desaparición» del Estado fue, en primer lugar, un medio de contestar la ilusión anarquista de que el «derribamiento del Estado» puede resolver los problemas en disputa. El Estado en sí no puede ser «derribado», teniendo en cuenta su profunda imbricación en el metabolismo social. Las relaciones capitalistas de propiedad privada de determinado Estado pueden ser derribadas, pero eso por sí solo no es una solución. Todo lo que puede ser derribado puede también ser restaurado, y así ha sido, como el destino de la «Perestroika» de Gorbachov lo demostró ampliamente. Capital, trabajo y Estado están profundamente relacionados en un todo orgánico de metabolismo social históricamente constituido. Ninguno de ellos puede ser derribado solo, ni puede ser «reconstituido» separadamente.
El cambio exigido requiere una transformación radical del metabolismo reproductivo social en su totalidad y en todas sus partes profundamente interconectadas que lo constituyen. Y eso solo puede ser hecho en sintonía con las circunstancias históricas en cambio, dentro de los límites de nuestro planeta. Ese es el significado de la alternativa socialista al orden socio-metabólico del capital, ahora peligrosamente sobrecargada de manera perdurable. Esa alternativa no es una cuestión de «inevitabilidad». Lo inevitable debe ser dejado para la ley de la gravedad, según la cual las piedras lanzadas por Galileo desde la torre inclinada de Pisa caerían al suelo con toda certeza. Es por eso que, en la conclusión de mi libro, escribí que «aquello es por lo cual esa alternativa socialista clama y es una exigencia tangible de sustentabilidad histórica. Y eso también es ofrecido con el criterio de que puede ser un suceso viable. En otras palabras, la prueba de validez en sí, es definida en términos de su viabilidad histórica y sustentabilidad práctica.» [p. 111-2].
Pregunta: Una de las principales críticas a la concepción marxista de la historia es que ella sería muy teleológica. ¿Esta concepción de que el colapso del Estado es inevitable no sería también un tanto teleológica?
Respuesta: Solo los marxistas dogmáticos mecanicistas argumentarían en esos términos. Marx nunca dijo eso. Además, siete décadas antes de «socialismo o barbarie» de Rosa Luxemburgo, él escribió que la alternativa por él defendida era necesaria a los seres humanos «para salvar su propia existencia». En otras palabras, si un pensador claramente afirma, que la acción humana autodestructiva en curso -que proviene de los antagonismos internos y de las contradicciones peligrosas de cierto sistema de reproducción social, establecido por los propios seres humanos- puede poner fin al desarrollo histórico, eso es negar la creencia en una misteriosa teleología de la inevitabilidad histórica, y no su defensa.
De cualquier forma, indicar la creciente probabilidad de colapso o de implosión, es siempre mucho más fácil que proyectar en términos concretos algo como un mero esbozo de un resultado positivo viable. Porque este último depende de una gran multiplicidad de factores que interactúen entre sí, colocados en movimiento por esfuerzos humanos más o menos conscientes, confrontándose unos a otros en circunstancias históricas confusamente complicadas y de cambios en las relaciones de fuerzas. Es por eso que es tan importante el desarrollo de una conciencia social en el ámbito de sistemas de valores rivales, junto con sus requisitos educacionales. No pasaría de una ilusión autodestructiva esperar un resultado positivo que apareciera a través de una agencia supra-humana ficticia de alguna teleología histórica cuasi mesiánica preexistente.
Pregunta: Usted es bastante crítico de la «democracia representativa», pero tampoco demuestra entusiasmo por la así llamada «democracia directa». En vez de eso, propone una «democracia sustantiva». ¿Cuáles son las bases de esa democracia sustantiva y cómo funcionaría?
Respuesta: La defensa hecha por Rousseau de algo parecido a la democracia directa, abrazada en la fase inicial de la Revolución Francesa, tiene una precedencia histórica sobre la democracia representativa. Esta última fue concebida más como una reacción que como una forma original sustentable de control político. Además no debemos olvidar que el gran filósofo liberal/utilitarista Jeremy Bentham comenzó su carrera intelectual como opositor de la Revolución Americana, al calor de los acontecimientos. La democracia representativa fue convenientemente adoptada por muchos Parlamentos, pero produjo resultados muy limitados. Se trata de una forma de control muy problemática, hasta en sus propios términos de referencia y en las conquistas que reivindica para sí. La crítica hecha por Hegel fue certera cuando él escribió en su «Filosofía de la historia» que, en esa forma de administración política, «los Pocos suponen ser los diputados, pero ellos son casi siempre apenas los explotadores de muchos». Él podría haber apuntado también, que los Muchos no son simplemente los «Muchos», sino simultáneamente también, los «Todos». Aunque los Muchos pueden ser verdaderamente representados por el Partido temporalmente dominante, aun así excluiría una buena cantidad de los «Todos», lo que hizo a Hegel reflexionar en la tiranía de la mayoría sobre la minoría. Pero es claro que él no pudo ir más allá, dado su propio horizonte de clase y su concepción económica adaptada de la economía política de Adam Smith, con su combinación de bendición y maldición, orientada hacia el capital.
A pesar de sus méritos relativos en comparación con la democracia representativa, la idea de la democracia directa es también muy problemática. Al colocarse como alternativa a la democracia representativa en el dominio político, ella aún está muy lejos de comenzar a percibir la gran tarea histórica de la transformación radical del metabolismo social en su totalidad. Por eso no sorprende ni un poco que, incluso su contraejemplo institucional extremamente limitado de los «delegados revocables», en vez de los «diputados representativos» ahora electos por el sistema político, se ha comprobado como totalmente incompatible, en los dos últimos siglos, con el orden de reproducción social establecido.
Además de eso, la sugerencia bien intencionada de pagar a esos delegados lo mismo que se paga a los trabajadores de fábrica no resultó en nada, no obstante haber sido defendida apasionadamente por Lenin en su libro Estado y revolución y también después de la victoriosa Revolución de Octubre. En las sociedades capitalistas occidentales, hemos oído hablar de la virtud de la propuesta de tener trabajadores y hasta consejos de trabajadores participando directamente del proceso de decisión de las empresas, como un elemento de democracia directa, esperando así una gran transformación de la sociedad como un todo, con el tiempo. Eso es como la zorra de la fábula, al pie del árbol, diciendo al cuervo, -que tiene en el pico un enorme pedazo de queso-, que su canto es hermoso y pidiendo que cante, en la esperanza de que abra el pico y deje caer el queso. Pero el cuervo no es tan estúpido para alimentar a la zorra y quedar con hambre. La cuestión de la democracia sustantiva es un caso de procesos decisorios vitales en todos los dominios y en todos los niveles del proceso de la reproducción social, con base en una igualdad sustantiva. Y eso exige la alteración radical en el metabolismo social como un todo, sustituyendo su carácter alienado y la super imposición alienante de todo el proceso de decisión política del Estado sobre la sociedad. Ese es el único modo en que la democracia sustantiva puede adquirir y mantener su significado.
Pregunta: En Europa, en Asia y en América Latina, las calles fueron ocupadas por protestas contra el poder establecido, sean dictaduras o democracias. ¿Cómo evalúa usted esos movimientos? ¿Ellos pueden ser el motor de un cambio fundamental de la sociedad capitalista?
Respuesta: Sin duda alguna, estamos asistiendo a las más notables demostraciones de protesta en todo el mundo en los últimos años. Al mismo tiempo, ya que las demandas de las personas en estas protestas de masas no fueron atendidas, difícilmente se podrá dudar que ellas reaparecerán en todo el mundo y hasta más intensamente si continúan siendo frustradas. Con todo, sería imprudente saltar a una conclusión optimista teniendo en cuenta la inmensa dimensión de movimientos de protesta mundiales. No obstante, sería muy prematuro ver en ellas ya, el motor de un cambio fundamental de la sociedad capitalista. Esos movimientos de protesta son ciertamente preludios de un necesario cambio fundamental. La magnitud de ese cambio fundamental exigido es indicada no solamente por las demostraciones de masas que inequívocamente dicen «no» a la perpetuación de múltiples injusticias, sino también por la subsecuente expresión de simpatía y solidaridad de las masas que aún no están en las calles. Una palabra de cautela es necesaria, entretanto, porque es siempre más fácil decir «no» a lo que existe de perjudicial, que elaborar una alternativa positiva a ello. Si tomáramos la sustentabilidad histórica como criterio y medida de la alternativa exigida, debemos aplicarla también a los movimientos de protesta de masas emergentes. Ellos aparecerán por todo el mundo en general de forma espontánea en una gran variedad de formas, relacionadas a la multiplicidad de las quejas particulares. En algún punto del futuro, entre tanto, ellos deben unirse en una fuerza históricamente sustentable, en el caso que quieran transformarse en lo que usted describió correctamente como «el motor de un cambio fundamental de la sociedad capitalista». Sólo podemos apoyar para que esa cohesión estratégica se manifieste rápidamente, antes que sea demasiado tarde.
Pregunta: En Europa se está dando un ascenso de nuevos partidos de izquierda, muchas veces calificados como «radicales». Syriza venció en las elecciones en Grecia y Podemos ya es la segunda fuerza política en España. ¿Usted cómo ve esos nuevos partidos? ¿Qué tipos de cambios son posibles por dentro de las estructuras actuales? <
Respuesta: Syriza y Podemos son buenos ejemplos de respuesta necesaria a la imposición de crueles medidas de austeridad a Grecia y España por las autoridades financieras y estatales e internacionales, agravadas por la sumisión servil de sus respectivos gobiernos nacionales. Pero además de en esos dos países, las medidas de austeridad deshumanizantes se están haciendo visibles e intolerables en muchas partes del mundo capitalista, incluyendo aquellos países que una vez pertenecieron al puñado de privilegiados del «Estado de bienestar». Lo que vuelve a esos partidos particularmente significativos no es solo que nacieron en la esfera de una izquierda adormecida, sino que también lograron una gran masa de apoyo en un período muy corto de tiempo. En ese sentido, ellos claramente subrayan la insustentabilidad del orden de reproducción social establecido que recurre a crueles medidas de austeridad hasta en la Europa del capitalismo avanzado, después de prometer por tanto tiempo -y totalmente en vano- la difusión del bienestar universal en todos los lugares del mundo. La expectativa de sucesos de movimientos mundiales de protesta, mencionados en la pregunta anterior, puede ser bastante reforzada por el desarrollo de esos partidos. Pero también a ese respecto, una concepción global estratégicamente viable elaborada por ellos, en busca de una alternativa al orden existente, que sea históricamente sustentable, continúa siendo un requisito necesario.
Pregunta: Después de más de 20 años del fin de la Unión Soviética, ¿por qué usted cree que la alternativa socialista no es solo posible, sino también necesaria?
Respuesta: En términos históricos, 20 años es un período muy corto. Eso es un hecho, especialmente cuando la magnitud de la tarea que se presenta es una necesidad de cambio radical del metabolismo social reproductivo como un todo, de un orden de desigualdad sustantiva, a otro de igualdad sustantiva. Y el desafío histórico para garantizar un orden de igualdad sustantiva no es una cuestión de las últimas décadas. La demanda por ese cambio fue elocuentemente afirmada por Babeuf y sus camaradas de la «Sociedad de los Iguales», no hace 20 años, sino hace exactamente 220 años, cuando ellos insistieron en que: «No necesitamos solo de igualdad de derechos inscrita en la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano; necesitamos de ella en nuestro medio, sobre el techo de nuestras casas». Su demanda era totalmente incompatible con el orden del capital en consolidación, y ellos fueron ejecutados por eso. Pero el desafío histórico no murió con ellos, ya que envuelve a toda la humanidad. Y ninguna solución parcial o su fracaso, pueden eliminar esa condición.
Los factores que llevaron a la implosión del sistema soviético tienen raíces muy profundas. Para citar muy rápidamente apenas dos: las contradicciones explosivas, heredadas de los zares, de un imperio multinacional que reprimió a sus minorías nacionales y la proclamación del «socialismo en un solo país», en un contexto en que de hecho prevalecía el sistema del capital pos revolucionario. En lo que se refiere a la primera contradicción fatídica -cuyas reverberaciones peligrosas pueden ser oídas hasta hoy-, Lenin defendía para las minorías nacionales el «derecho de autonomía hasta el punto de secesión», y criticó incisivamente a Stalin como un «nacional-socialista» arbitrario «valentón de la Gran Rusia», cuando Stalin redujo a las minorías nacionales al estatus de «región de fronteras» indispensables para el mantenimiento del «poderío de Rusia». En relación a la segunda deformación fatídica, Stalin y sus seguidores afirmaron «la completa realización del socialismo en un solo país», en total contradicción con la visión de Marx de que un orden social alternativo «sólo es posible como un acto de los pueblos dominantes de una sola vez y simultáneamente, lo que presupone el desarrollo universal de las fuerzas productivas en la interrelación mundial a él vinculado».
Babeuf y sus camaradas trágicamente subieron al palco de la historia antes de la hora, con su demanda radical. En aquel tiempo, el capital aún tenía el potencial de expansión a través de la conquista del mundo, de la misma manera que su modo de operar, nunca había podido superar las características problemáticas de aquello que hasta sus mejores defensores en el campo de la economía política describieran como destrucción creativa o productiva. Pues la destrucción siempre fue parte integrante de eso, teniendo en cuenta el creciente desperdicio inseparable de la inexorable tendencia auto expansiva del capital, en la misma fase de ascenso de su desarrollo histórico. La mayor y más grande ironía de la historia moderna es que, la otrora incesante «destrucción productiva» se convirtió, en la fase descendente del desarrollo sistémico del capital, en una producción destructiva aún más insustentable, tanto en el campo de la producción de mercancías, como en el dominio de la naturaleza, complementada por la amenaza definitiva de destrucción militar en defensa del orden establecido. Es por eso que la alternativa socialista no solo es posible -en el sentido ya mencionado de su sustentabilidad histórica-, sino que también es necesaria, en interés de la sobrevivencia de la humanidad.
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István Mészáros es autor de una extensa obra, ganador de premios como el Attila József, en 1951, el Deutscher Memorial Prize, en 1970, y el Premio Libertador al Pensamiento Crítico, en Venezuela, año 2008. István Mészáros se afirma como uno de los más importantes pensadores de la actualidad. Nació en el año de 1930, en Budapest, Hungría, donde se graduó en filosofía y se convirtió en discípulo de György Lukács en el Instituto de Estética. Dejó el este de Europa después del levantamiento de octubre de 1956 y se exilió en Italia. Fue catedrático en diversas universidades en Europa y en América Latina y recibió el título de Profesor Emérito de Filosofía por la Universidad de Sussex en 1991. Entre sus libros se destacan: Más allá del capital – rumbo a una teoría de la transición (2002), El desafío y la carga del tiempo histórico (2007) y La Crisis estructural del capital (2009), La obra de Sartre y El concepto de dialéctica en Lukács. Murió el 1º de octubre de 2017.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.