Entre las muchas razones aducidas para justificar la OPA de Gas Natural sobre Endesa, no podía faltar la de la globalización. Hace algunos días que un artículo en el diario El País, con el título de «Estúpidos, es la economía global», perseguía tal finalidad. La OPA, según el autor, se justifica en la necesidad de […]
Entre las muchas razones aducidas para justificar la OPA de Gas Natural sobre Endesa, no podía faltar la de la globalización. Hace algunos días que un artículo en el diario El País, con el título de «Estúpidos, es la economía global», perseguía tal finalidad. La OPA, según el autor, se justifica en la necesidad de construir grandes gigantes empresariales nacionales que estén blindados frente a la acción bucanera de los colosos empresariales extranjeros.
El artículo parte de algunos hechos ciertos y acude a determinadas observaciones perspicaces, pero cae en importantes contradicciones que terminan volviendo del revés la tesis que pretende defender. Es correcto, sin duda, afirmar que con la competencia ocurre como con el libre cambio, que todos hablan de ella, mostrándose sus defensores furibundos en la teoría; pero, en la práctica, son muy pocos los que no intentan violentarla. La Unión Europea se constituye como mercado único e integrado alrededor de un único dogma, el de la libre competencia; sin embargo, los mandatarios internacionales, en cuanto salen de Bruselas y vuelven a sus respectivos países, caen en la herejía, procurando reservar sus mercados a las empresas nacionales y poniendo todo tipo de inconvenientes a que éstas puedan ser absorbidas por las foráneas, al menos en sectores que consideran claves.
Concretamente, en el sector de la electricidad y el gas, tres gigantes empresariales (EDF, EDP y Enel) monopolizan los mercados de Francia, Italia y Portugal, respectivamente; y en Alemania son dos grandes sociedades (RWE y EON) las que controlan todo el mercado, constituyendo un gigantesco duopolio. Quizás sea este último modelo, el del país germánico, el que persigue con la OPA el Gobierno español. Puede tener su lógica; pero lo que carece de ella es que se afirme que esto es la globalización. No, esto no es la globalización, es, más bien, su negación, el intento de huir de ella, de establecer diques a un vendaval que nosotros solos hemos desatado.
Es totalmente comprensible que los diferentes Estados pretendan resguardar los sectores considerados estratégicos y eviten perder sobre ellos el control. Pero entonces, ¿por qué nos hemos introducido en ese laberinto llamado globalización para renegar de sus consecuencias tan pronto se producen? Primero privatizamos, y después queremos nacionalizar; sólo que esta nacionalización ya no es estatal sino privada, y cuando se trata de empresas privadas es difícil estar seguro ya de su nacionalidad y mucho menos de sus intereses.
Hemos seguido el peor camino posible. Constituir en un mercado tan estratégico e imprescindible como el del gas y la electricidad un duopolio privado tiene, en primer lugar, consecuencias desastrosas para los consumidores, que estarán inermes frente a estas grandes sociedades. Cosa bien distinta es cuando se trata de empresas estatales, al fin y al cabo los gobiernos siempre tienen la limitación de las urnas. Pero es que, además, con empresas privadas -por muchas ingenierías financieras que se pretenda hacer- nunca se podrá estar seguro de que permanezcan en manos españolas. Ahí está el caso de Repsol, la operación de La Caixa para hacerse con su control no ha garantizado nada; ha bastado que desapareciese la acción de oro del Estado para que comiencen las especulaciones sobre una posible OPA por parte de alguna multinacional extranjera. Por otra parte, la nacionalidad del capital con libre circulación siempre es difusa y, en cuanto a los gestores, uno no sabe muy bien si a los ciudadanos les importa mucho que sean nacionales o extranjeros. Lo único cierto es que se crean estructuras de poder, carentes totalmente de mecanismos democráticos, que terminan imponiéndose incluso por encima de las estructuras políticas y de los gobiernos y amalgamándose con ellos.
La OPA de Gas Natural sobre Endesa no es, desde luego, la globalización y ni siquiera está hecha en términos de nacionalización, españolización. En el mejor de los casos, es una operación provinciana incrustada en toda esa estrategia de las élites catalanas por hacerse con el poder. Como parece que afirmó el portavoz socialista: «No quejaos, que la OPA equivale a medio Estatuto».