¿Qué pasa con los hombres para que encuentren en la derecha radical un nicho de confianza? ¿Qué dice o hace la ultraderecha para conectar con un votante masculino?
El perfil del votante de Vox parece estar relacionado con edades medias, clases pudientes y con estudios superiores. Hoy nos interesa para profundizar en la relación que existe entre el auge de discursos conservadores y la crisis de valores de la masculinidad.
Los hombres ya no tenemos tan claro qué se supone que tenemos que hacer en el mundo: el papel del «ganapán» proveedor ha quedado en entredicho por la precarización sistemática de lo laboral y por la incorporación de la mujer al mundo del trabajo. La figura del «padre protector» se tambalea cuando aparecen los nuevos modelos de paternidad y el viejo modelo del padre fuerte y dominante se muestra como más bien violento. También la figura del «hombre exitoso en lo sexual» se pone en el punto de mira al evidenciarse los elementos patriarcales y potencialmente agresivos del cortejo masculino. Así, los modelos antiguos se quedan vetustos y, cuando lo viejo (parece que) muere y lo nuevo no termina de aparecer, aparecen los monstruos.
Con esto no se trata de decir que es por culpa de los hombres que la ultraderecha avance. Sin embargo, algo específico pasa con los hombres para que un partido de ultraderecha obtenga dos tercios de su voto de este perfil. Es necesario entender correctamente cómo un fenómeno Vox puede construirse sobre el voto masculino y qué relación tiene con la crisis de la masculinidad.
Los hombres y el feminismo
La presencia del antifeminismo en el discurso de Vox no es secundaria: es uno de los los tres pilares del partido de ultraderecha, junto al anticatalanismo (más que nacionalismo ya que se basa en el odio más que en un modelo de país claro) y la antiinmigración. Después de que Ciudadanos retirase de su programa la reforma integral de la LVG y de que el PP comulgase con parte del discurso contra la Violencia de Género (aunque Casado sea crítico con «la ideología de género»), se queda el campo libre para que Vox se apropie del marco crítico, hipertrofiando el discurso que acusa al feminismo de «culpar a los hombres por el hecho de ser hombres».
No obstante, Vox no inventa nada en esta materia. Existe un malestar masculino, del cual se han escrito ya muchas páginas, proveniente de una crisis de los modelos de género ligados a unos contextos de cambio e inseguridad vital que han difuminado las reglas sobre lo que consiste ser hombre.
Por suerte, ya no estamos en el mundo del honor, la dignidad y el mérito. Ya no consiste todo en sacrificarnos estoicamente por nuestra familia y recibir la medalla del padre/marido/hijo del mes. Sin embargo, si ya no podemos ser «hombres de verdad», ¿qué se supone que debemos ser? Ante esta pregunta surge la crisis de masculinidad donde los valores asociados a un rol masculino tradicional ya no estipulan cuál es nuestro lugar en el mundo.
El malestar que surge de esta crisis es muy volátil y es fácilmente convertible en un enfado indeterminado. Michael Kimmel, en su obra Angry White Men (Hombres blancos cabreados), vaticinando el auge de Trump habla de cómo lo que hay en el fondo es un enfado masculino dirigido a todo. Hombres cabreados con sus jefes, con las mujeres, con los inmigrantes, los políticos, con todos.
El votante de Vox, masculino, de clase acomodada y estudios superiores, proviene de un colectivo clásico que puede estar percibiendo el cambio como amenaza
Es un malestar sin forma, generado por una sensación de incertidumbre generalizada: esto puede ser aplicado al perfil de votante de Vox, masculino, de clase acomodada y estudios superiores. Este votante proviene de un colectivo clásico que puede estar percibiendo el cambio como amenaza, relacionando esta amenaza a los colectivos sociales que van mejorando poco a poco su situación. «Si ellos mejoran yo empeoro», por lo que pasan a ser enemigos que vienen a «robarnos el país». «Para la izquierda, no tenemos derecho a tener un país», dicen en Vox apelando a este sentimiento de «nación arrebatada».
La derecha tiene gran facilidad para encarnar las formas más masculinas de la política: la agresividad, la bravuconería, la política «con dos huevos». Abascal representa al Macho Ibérico cuando aparece a caballo declarando el comienzo de La Reconquista, la guerra a catalanes, inmigrantes y feministas. Y si alguien duda de lo tremendamente masculino del discurso de VOX, que vea cualquier entrevista a su líder: los valores del hombre heterosexual y de estatus digno están presentes en todo momento. Desprende dignidad, honor y mérito. Una apelación a la visión romántica del hombre haciendo «cosas de hombres».
Este cabreo no es marca propia masculina. Las mujeres también pueden adscribirse a la ultraderecha, racista, xenófoba, anticatalana y machista. Al fin y al cabo, sigue habiendo un 33% de votantes de Vox que no son hombres. Las mujeres también pueden estar cabreadas. Pero creo que en las mujeres este cabreo no está ligado a su feminidad: no están cabreadas en tanto mujeres (salvo en perfiles que buscan la vuelta de los roles femeninos tradicionales relacionados con lo doméstico, los cuidados y la maternidad). Sin embargo, en los hombres este cabreo es históricamente una válvula de escape legítimamente masculina: es enfado masculino en tanto que se basa en la sensación de un «rol perdido» y un malestar de género.
El enfado masculino y los media
Respecto al cabreo, éste es especialmente vulnerable a los rumores y a las fakenews, ese flujo de informaciones sin contrastar y noticias tendenciosas que crean un clima donde sentirse estafado está más que justificado. Todas hemos oído noticias y chismes con la forma de «yo he visto cómo niegan ayudas a familias españolas y se las dan a familias de magrebíes», las historias de «tengo un amigo que fue acusado falsamente por su mujer y ella se quedó con los niños», los mensajes de «en este vídeo se ven a unos catalanes arrancando banderas de España y gritando ‘muerte al Rey'». Así, ¿cómo no sentirse enfadados contra la Anti-España, contra la puerta abierta a la inmigración, contra esos políticos que «son una panda de ladrones» y contra «la ideología de género» y esas mujeres que denuncian al hombre «por ser hombre»? Contrastar todo esto es secundario, prima el sentimiento a la razón. No puede entenderse Vox sin el resentimiento y el enfado. Y este enfado, aparentemente mayor en los hombres, se torna fácilmente en rabia y victimismo.
No puede entenderse Vox sin el resentimiento y el enfado. Y este enfado, aparentemente mayor en los hombres, se torna fácilmente en rabia y victimismo
En cuanto a la rabia, ésta se alimenta a través de una serie de aparatos, entre los que está el aparato Losantos, un sistema mediático que silba al miedo, la rabia y la prepotencia a base de sensacionalismo y clickbait; el aparato Podemos, formada por una izquierda ensimismada y sin ideas que ya aburre; y el aparato PSOE, atravesada por el desprestigio, la imagen mafiosa y los casos de corrupción. Pareciera que ya no hay nada en lo que creer, salvo en un enfado hacia todo y hacia todos.
En cuanto al victimismo, este se basa en una noción de los derechos sociales como un juego de suma cero: si los demás tienen más derechos, yo tendré menos. Así, inevitablemente este hombre rabioso ve la mejora de la situación de la mujer, de los inmigrantes o las disputas soberanistas como un ultraje personal donde es su bienestar el que está en juego.
En el caso del machismo el victimismo se ve claramente: según este discurso, el verdadero perjudicado por la violencia de género es el hombre ya que «no hay presunción de inocencia», los hombres son «juzgados por ser hombres», a los que se les robará la custodia de sus hijos, y todo por una más que segura denuncia falsa (porque aunque las cifras de denuncias falsas ya han sido desmentidas cientos de veces, todos conocemos «un amigo al que le ha pasado»).
Real pero no verdadero
Es necesario aproximarse a este malestar masculino y tomarlo como real. Es tan real que se encuentra en la base del comportamiento político de muchos hombres. Sin embargo, Kimmel nos hace al respecto una distinción valiosa: el malestar masculino, si bien es real (en tanto que existe en el mundo) no es verdadero (en tanto que está apoyado en informaciones contrastadas). El malestar del hombre existe y no va a desaparecer: la situación de descomposición social, política y cultural hace que caigan las certidumbres y esto, en un contexto de un fortalecimiento del feminismo y una fractura de los valores tradicionales de la masculinidad, crean una crisis de valores muy importante.
Es necesario aproximarse a este malestar masculino y tomarlo como real. Es tan real que se encuentra en la base del comportamiento político de muchos hombres
En los próximos meses nos esperan retos importantes: la ultraderecha ha vivido su momento de enunciación colectiva. Ha dicho «estamos aquí y nos quedaremos». Esto tendrá varios efectos: jugar a despertar la rabia ha demostrado ser eficiente y van a usar la carta hasta gastarla. Y con una ficha nueva en el tablero el resto se reacomodan. Está en riesgo que más partidos comiencen a jugar a politizar los sentimientos más infames creando un clima de intolerancia, miedo y rabia que puede hacer que el centro político se desplace hacia la derecha.