TVE cumple medio siglo de existencia y lo festeja con una campaña publicitaria en la que se vanagloria de haber estado «50 años enseñándonos el mundo». Es una muestra perfecta de la realidad de España. En primer lugar, de la confusión mental y real que sigue existiendo entre los instrumentos del franquismo y los del […]
TVE cumple medio siglo de existencia y lo festeja con una campaña publicitaria en la que se vanagloria de haber estado «50 años enseñándonos el mundo».
Es una muestra perfecta de la realidad de España. En primer lugar, de la confusión mental y real que sigue existiendo entre los instrumentos del franquismo y los del régimen parlamentario.
Mucha gente joven desconoce cómo era TVE hace no ya cinco décadas -por entonces estaba al alcance de un sector mínimo de la población, económica y geográficamente muy selecto-, sino incluso hace cuatro. A la casa de mis padres en San Sebastián llegó por los primeros 60, cuando ya llevábamos algún tiempo recibiendo la señal de la televisión pública francesa. Eso nos ayudó a apreciar las diferencias.
En aquella época, TVE emitía de vez en cuando algún programa interesante, pero la norma era la propaganda fascista más exacerbada. Cualquiera de mi edad con memoria -un atributo que muchos consideran hoy en día de mal gusto- recordará los mítines que soltaban todos los días los Jesús Suevos de turno a cuantos habíamos logrado sobrevivir emocionalmente al garrote vil periodístico del telediario. TVE estaba repleta de propagandistas de las maravillas del franquismo, que competían en fervor fascista (ahora pretenden que fingido: peor me lo ponen) en las más diversas materias, desde la política pura y dura a la tauromaquia, el fútbol o la música.
TVE defendió durante los años 60 y 70 las causas más abyectas que se le pusieron por delante, en España y en el mundo. Todavía recuerdo las crónicas del que ejercía de corresponsal en Lisboa en los tiempos de la Revolución de los Claveles, contándonos cómo las «hordas marxistas» derribaban los restos del «hermano» régimen salazarista. «¡Enseñándonos el mundo»!
Al cabo de los años, no pocos de aquellos agentes del agit-prop franquista se pasaron con armas y bagajes (micrófonos, cámaras, despachos, coches oficiales, etc.) a la causa del Estado reconvertido por la Transición. Y siguieron medrando, por supuesto.
Que ahora se pueda montar este espectáculo bochornoso del cincuentenario, que mira hacia atrás no sólo sin ira, sino incluso con un punto de nostalgia condescendiente, es posible en razón de esa pequeña tontería de la que algunos irreductibles cascarrabias seguimos hablando: que aquí nunca se llevó a cabo una ruptura real que marcara un antes y un después, nítido, tajante, entre la dictadura y la democracia.
Han sido cinco décadas sin solución de continuidad. Sin solución.
No podría haber mejor telón de fondo para esta carnavalada de la desmemoria que el desmantelamiento de la radiotelevisión pública, para mayor loor y gloria de la manipulación privada.
Habría sido todo perfecto si hubieran cambiado una sola letra en el verbo de su lema. En lugar de «enseñándonos», deberían haber puesto «ensañándonos».