Lamento, cómo no, la muerte de la soldado Idoia Rodríguez en Afganistán. Es una desgracia que ha sobrevenido como resultado de un riesgo calculado. El propio Rodríguez Zapatero ya reconoció en su momento que se trataba de una zona altamente conflictiva (no tanto como Irak -dijo-, pero muy problemática, en todo caso), lo que comportaba […]
Lamento, cómo no, la muerte de la soldado Idoia Rodríguez en Afganistán. Es una desgracia que ha sobrevenido como resultado de un riesgo calculado. El propio Rodríguez Zapatero ya reconoció en su momento que se trataba de una zona altamente conflictiva (no tanto como Irak -dijo-, pero muy problemática, en todo caso), lo que comportaba peligros graves, como el que se materializó anteyaer al estallar una mina al paso del convoy militar español en el que viajaba la soldado Rodríguez.
Nadie ha pretendido que las tropas españolas estén en Afganistán para ayudar a las viejecitas a pasar la calle, como insiste en decir Mariano Rajoy haciendo gala de un sarcasmo de dudoso gusto. El Gobierno reconoce que se trata de una misión militar. Pero se apresura a precisar que esa acción, aunque militar, persigue una finalidad no belicosa. Ayer mismo, el ministro de Defensa, José Antonio Alonso, insistió en ello: si España está allí, es para ayudar a la reconstrucción de Afganistán.
No es verdad.
«España» -el Estado español, porque es del Estado de lo que hablamos en este caso- no participa en un programa civil de reconstrucción de Afganistán, sino en una misión bélica de la OTAN cuya finalidad no es el bienestar de la población afgana, sino el control político y militar de una zona geoestratégica de primera importancia. De primera importancia, en primer lugar, para los Estados Unidos de América, que son los que decidieron la invasión de Afganistán, misión que realizaron con el plácet del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, cuyos integrantes participaban de su temor por el poder de los talibán. Washington lleva muchos años empeñado en mantener bajo su férula toda la larga franja que se extiende desde el Mediterráneo hasta el Tibet, convencido de que el control de ese gran espacio es clave para el dominio del mundo entero.
Todo eso está muy bien -o muy mal, que a estos efectos da lo mismo- pero, visto desde la perspectiva de la ciudadanía afgana, en lo que se concreta es en la ocupación de su país, que se ha visto despojado manu militari de su soberanía y convertido en un protectorado estadounidense. De modo que, cuando los unos, los otros o los que sean se oponen al invasor por los mismos medios que éste utiliza para lograr su sometimiento, lo que se produce no son actos de terrorismo, sino de resistencia irregular. De guerra de guerrillas, en suma.
La guerra de guerrillas -incluido su nombre- la inventaron los españoles que se levantaron en armas contra las tropas invasoras francesas en 1808 sin obedecer a más autoridad ni dictado que los suyos. Se dice que las fuerzas armadas estadounidenses y su complemento de la OTAN entraron en Afganistán con el visto bueno de ciertas autoridades locales. Las francesas invadieron la península con las bendiciones del rey de España, que estaba tan en las manos de Napoleón como los actuales dirigentes afganos en las de Bush. ¿Que la coalición euro-norteamericana quiere un porvenir mejor para Afganistán? Recordemos que José I también quería para España un futuro regido por los ideales de libertad, igualdad y fraternidad, muy superiores al oscurantismo retrógrado que reinaba a la sazón por estos lares.
Los franceses decían que los guerrilleros españoles eran bandoleros, y a fe que no pocos lo eran. Pero eran también, y sobre todo, resistentes. Entonces no se usaba el término «terrorismo» pero, de entrar en la terminología de la época, de eso habrían sido acusados quienes ahora son llamados por aquí «mártires del 2 de Mayo» y «héroes de la Patria».