ETA ha tardado 50 dolorosos años en darse cuenta de que sólo jugando a la política, es «posible» conseguir la independencia y la soberanía de Euskalerria. Por eso ETA ha dejado definitivamente de tirar de gatillo. Y lo ha hecho porque era consciente de que estaba prostituyendo al gran imaginario vasco. Fanatizando una sociedad en […]
ETA ha tardado 50 dolorosos años en darse cuenta de que sólo jugando a la política, es «posible» conseguir la independencia y la soberanía de Euskalerria. Por eso ETA ha dejado definitivamente de tirar de gatillo. Y lo ha hecho porque era consciente de que estaba prostituyendo al gran imaginario vasco. Fanatizando una sociedad en su contra. Pero su apuesta y la de esa izquierda abertzale, que ha entendido durante tantos años su esencia y su presencia, ha sido y es la independencia de Euskalerria. Y cuando ésta dice que todavía no se ha resuelto el problema, es verdad. Porque ahora emerge el conflicto sin la presión de los gatillos. Y eso sí que es diferente.
Este nuevo escenario exige demostrar la verdadera voluntad democrática de quienes van a participar en la gestión de esta nueva etapa. De todos. De la izquierda abertzale y de los partidos unionistas. De momento, Rubalcaba amenaza sutilmente «les hemos quitado las bombas y, partir de hoy, tenemos que quitarles los votos». Los votos a la izquierda abertzale, gusten o no sus planteamientos, ya han sido secuestrados durante años mediante procedimientos de dudosa legalidad.
Pero este tiempo va a estar marcado por dos tensiones, la ética y la política. El final de ETA está generando mucha crispación ética. Porque todavía resuena la melodía oculta del dolor. Y no podía ser de otra manera: víctimas, perdón, expiación, presos, rendición, justicia reparatoria, memoria, disolución; son algunos de los conceptos sobre los cuales pivota el gran relato ético dominante actual. La elaboración de esta narración explicativa no puede ni debe obviarse porque es absolutamente útil y necesaria. Porque forma parte de lo más íntimo que han sufrido las víctimas, todas. Y todas, sin equidistancias, necesitan procesarla y explicarla para enfrentar su actual posición en el mundo. Porque este relato se juega en el terreno de las emociones y porque forma parte de la sanación, de los duelos y de los ajustes psicomorales de una época brutal que ha dejado dolores de todos los colores. Y esto hay que afrontarlo y gestionarlo bien. Rechazarlo, manipularlo o comerciar con ello debilitará la calidad de los futuros acuerdos entre los agentes sociales y políticos.
Pero este relato no puede ni debe disociarse del otro gran relato, el político. Porque si sólo elaboram os la narración moral, estaremos trampeando el presente. Por eso, el relato político debe empezar a plantearse en paralelo. Y este, guste o no, debe contemplar ese casus belli , la aspiración de una parte de la sociedad vasca, no tan minoritaria, que desea un nuevo marco político -soberanismo independentista- en un contexto libre de coacciones y de armas.
Estos dos procesos sociales requieren de una estrecha cohesión entre ellos. Quizás requieran sus tiempos, pero no pueden articularse sin mutua retroalimentación. Porque son transversales. Priorizar uno sobre otro nos llevará a nuevos fracasos en la gestión de un tiempo que, definitivamente puede ser histórico.
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