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Entre la transición agotada y el fascismo que viene: la continuidad que abre el camino a Kast

Fuentes: Rebelión

La ilusión del “cambio” fue administrada, no encarnada, y en esa administración se trazó el puente que hoy sostiene la irrupción de Kast como opción de poder.

La posibilidad real de que José Antonio Kast llegue a La Moneda en marzo de 2026 no es un accidente histórico ni una anomalía ideológica. Es, más bien, la consecuencia lógica de un proceso político donde los gobiernos de Sebastián Piñera y Gabriel Boric, leídos desde su distancia discursiva, comparten, sin embargo, una continuidad estructural que ha permitido el avance progresivo de un orden autoritario. La ilusión del “cambio” fue administrada, no encarnada, y en esa administración se trazó el puente que hoy sostiene la irrupción de Kast como opción de poder.

Rodrigo Karmy, al analizar la relación Piñera–Kast, señaló que Piñera gobernó bajo una “gramática contrainsurgente” que, más que contener el estallido, lo interpretó como una amenaza interior, la ciudadanía convertida en enemigo. La violencia estatal, las mutilaciones oculares, la doctrina del enemigo interno y la militarización territorial fueron los pilares desde los cuales, dice Karmy,  se gestó la legitimidad para que Kast emergiera como “el que dice sin pudor lo que Piñera ya hacía sin nombrarlo”. Kast fue, desde ese punto de vista, la explicitación fascista del proyecto que Piñera ejecutó bajo ropaje democrático.

Pero la continuidad no se detuvo con el fin del ciclo piñerista. Aquí entra Boric.

El gobierno de Boric, que nació de la promesa de romper esa gramática, terminó reproduciéndola. Lo hizo por convicción de Estado, por cálculo institucional o por miedo al desorden, la razón es secundaria, pero lo decisivo es el efecto político, la contrainsurgencia dejó de ser excepcional para convertirse en normalidad progresista. El estado de excepción permanente en la Macrozona Sur, el fortalecimiento del TPP-11, el orden público convertido en eje transversal, la criminalización del movimiento estudiantil y la renuncia programática frente al modelo consolidaron lo que Karmy advertía, el autoritarismo no llega desde afuera, sino desde la administración “razonable” del consenso neoliberal.

De Piñera a Boric, lo que se erosionó no fue solo la confianza en las élites, sino la posibilidad misma de representar una alternativa real. La izquierda institucional dejó de disputar el sentido común y pasó a custodiarlo. Allí, precisamente, se abre el espacio histórico para Kast.

La tesis de la continuidad no se trata de equiparar a Piñera, Boric y Kast en su ideología, sería un error, sino de comprender que los dos primeros habilitaron las condiciones para que el tercero aparezca como una solución coherente a la crisis del modelo. Piñera mostró que se puede reprimir sin pudor. Boric mostró que incluso quienes prometen transformarlo todo terminan administrando el mismo orden. Kast aparece entonces como la síntesis “eficiente”, la promesa de orden sin culpa, el Estado fuerte sin vacilaciones, el capitalismo sin progresismo moral.

No es que Chile “se volvió de derecha”. Es que la transición y su continuidad desgastada dejaron de ofrecer horizonte. El vacío político fue llenado por la derecha dura porque la centroizquierda y la izquierda administrativa renunciaron a disputar el conflicto estructural que define la vida social chilena, la desigualdad como régimen de poder.

Lo que se viene, si no se asume este diagnóstico, no es solo un gobierno autoritario. Es la cristalización del fascismo social, un país donde el conflicto se gobierna como crimen, donde la protesta se interpretaba como insurrección terrorista, donde el neoliberalismo deja de requerir la cobertura retórica de la democracia liberal.

Kast no llegó inesperadamente. Fue permitido, preparado y normalizado por los gobiernos que lo precedieron. El desafío no es solo resistir su eventual administración, sino entender por qué su figura expresó mejor que cualquier otra la crisis terminal de la política chilena.

La pregunta que queda es si esta vez el país será capaz de construir una alternativa que no vuelva a entregar el poder, por acción u omisión, al mismo orden que dice combatir.

Imagen, Pixabay