¿En qué punto se encuentra la complicada restauración de La Habana Vieja? Es difícil responder. Está en el punto en que ya existe una conciencia pública -que fue lo más difícil de alcanzar- de la importancia de la preservación del patrimonio cultural. No fue una labor mía, sino de muchos precursores; una labor de la […]
¿En qué punto se encuentra la complicada restauración de La Habana Vieja?
Es difícil responder. Está en el punto en que ya existe una conciencia pública -que fue lo más difícil de alcanzar- de la importancia de la preservación del patrimonio cultural. No fue una labor mía, sino de muchos precursores; una labor de la nación, que, en un momento de crisis profunda, en 1994, cuando ya nosotros llevábamos muchos años trabajando, consideró que en medio de esas circunstancias lo más importante era salvar el patrimonio de Cuba. Y se le dio a la Oficina del Historiador todo un conjunto de atribuciones que, catorce años después, arrojan como resultado lo que está a la vista. Hay un treinta por ciento del centro histórico que se ha restaurado. Si reuniéramos todos los elementos dispersos en que hemos actuado, lo reparado sería mayor que la zona restaurada de San Juan de Puerto Rico, la de Santo Domingo; mayor que la de Cartagena de Indias en su parte fundamental. La monumentalidad de La Habana es extraordinaria. Y el gran problema no es lo que se ha hecho sino lo que falta por hacer. Harían falta mil millones de dólares sólo para dar un primer golpe de impulso a un buen proyecto de rehabilitación de toda la ciudad, con sus redes de servicios, pavimentación e iluminación.
¿Cuántos tiempo puede tardarse en completar la restauración?
Cuando comencé mi trabajo, para mí lo histórico era lo remoto, lo antiguo; casi lo arqueológico. Después comprendí que toda La Habana era maravillosa y que ese hechizo de la ciudad, esa capacidad de deslumbramiento -a pesar de una decadencia que nadie puede negar- aparece cuando se rasga el velo que la cubre. Es el esplendor de una ciudad cuyo urbanismo no ha sido modificado. Si hay una fortuna en esta situación complicada es que, cincuenta años después, y contemplada en el contexto de las ciudades latinoamericanas, La Habana aparece intacta. Lo está porque hace medio siglo la revolución detuvo la especulación inmobiliaria que venía avanzando resueltamente por todos los costados. Basta ver la imagen de La Habana Vieja. Ahora bien, hay otros problemas. En esos cincuenta años la mirada no fue introspectiva; se miró hacia otras direcciones pensando que La Habana podía esperar. Hoy estoy en condiciones de opinar que ha sido un error estratégico. Porque ésta es la masa construida más importante no ya de Cuba sino del Caribe. En justificación de eso que podríamos considerar equivocado está la enorme batalla que hemos vivido, la cual ha requerido recursos infinitos para forjar una educación y un sistema de salud preventivo, para reordenar y recrear la cultura nacional. A ello se suma el imperativo de la naturaleza, que este año ha dado un golpe que nos afecta en la medida en que todos los recursos del país tienen que ir a restañar las heridas de lo que con razón se definió como un golpe nuclear. Tres ciclones en 30 días, casi tres millones de desplazados… Es muy difícil para nosotros, los restauradores, reclamar prioridad cuando incluso parte del patrimonio de la Humanidad y reservas de la biosfera del interior del país han quedado dañadas. Para que sea haga una idea, los huracanes derribaron un cuarto de millón de palmas, el árbol nacional de Cuba. Ante eso, nuestro trabajo se hace más largo, arduo y difícil… Pero lógicamente ya no será tarea mía.
Usted ha dicho que necesitaría dos vidas…
Y tres, y cuatro.
Y sugiere que La Habana ha estado abandonada durante estos cincuenta años. ¿Qué ocurriría si un ciclón golpeara directamente la capital?
No quiero decir que La Habana haya estado abandonada; ha permanecido en ese estado de espera antes de hacerse con ella lo que requería y sigue requiriendo. Si infortunadamente nos tocara un ciclón, la situación sería muy difícil. Nos hemos preparado. Lo hacemos permanentemente. Pero no cabe duda de que un golpe aquí sería algo excesivamente fuerte.
En cuanto a los recursos, ustedes tienen un sistema sui generis basado en autofinanciación y las subvenciones. Pero ¿cabría y convendría abrirse al patrocinio privado?
La ley permite la asociación con el capital extranjero cuando se considera necesario. El edificio en que estamos (Lonja de Comercio) fue un empeño de una sociedad de capital en la cual la Oficina del Historiador, en representación de la nación, tiene una parte mayoritaria. También el hotel Saratoga es resultado de una empresa mixta. Pero siempre se pensó, y lo sustento firmemente, que lo que hiciéramos aquí tenía que ser un empeño de la nación. Y que teníamos que conservar la propiedad del suelo y de lo edificado para evitar que esto pudiera ser objeto nuevamente de la especulación. Por eso se creó una entidad que demostrara capacidad de un esfuerzo institucional sostenido, que fuera transparente y auditable en todo momento y que pudiera reinvertir en desarrollo social, como hace. Tenemos un departamento de cooperación internacional y favorecemos mucho esas colaboraciones, que sin embargo no son nunca determinantes en lo que hacemos. En cuanto a los patrocinios, hay muchas personas e instituciones que hacen donaciones y no quieren aparecer. Les estoy enormemente agradecido. Ahora, a veces también nos ofrecen pequeñas contribuciones a cambio de colocar el nombre de la entidad al lado del escudo de la nación o de la Oficina. A eso me niego en redondo. Porque creo que no estamos en la necesidad de pagar ese precio. No desprecio esas ofertas, pero más bien prefiero que sirvan para auspiciar la publicación de libros, exposiciones o conciertos, como ya se hace. De todos modos, quienes nos ayudan tienen generalmente la discreción de no hacernos exigencias dramáticas.
¿Qué lugar ocupan las instituciones españolas en la financiación?
Antes de que la cooperación fuera suspendida nació, por ejemplo, la escuela-taller Melchor Gaspar de Jovellanos, que es nuestro orgullo. Hay otras tres que se han hecho con los apoyos del País Vasco, la ciudad de Toledo y el Principado de Asturias. Hemos tenido una colaboración muy intensa de las universidades, de algunos ayuntamientos… En La Habana Vieja hay una lápida del alcalde de Torrelavega José Portilla (fallecido), que fue un gran amigo apasionado y sincero de Cuba.
¿Espera que la mejora en las relaciones con España incida en las ayudas a los trabajos en La Habana Vieja?
No me interesan tanto las contribuciones como las relaciones. De los políticos podemos prescindir; de España, no. En su diversidad, España es muy importante para nosotros, que no somos hijos de la conquista sino de la inmigración. Nicolás Guillén habló del «mundo que España trajo consigo, y a ella misma, que está con nosotros». Puede asegurarse que, desde la tumba o la mesa, todavía gobierna en nuestras casas un padre gallego, asturiano, catalán, cántabro, vasco, canario. La sangre llama, pero la cultura determina. No podemos entender a Cuba en su rebeldía, su resistencia, en esta guerra que libramos y que España no concluyó con victoria. Nosotros queremos que sea más honroso el fin de esa batalla que se perdió en el 98 pero que no ha terminado todavía.
Su intervención en el reciente congreso de la UNEAC todavía se recuerda. Habló de la eliminación de prohibiciones, que entonces acababa de arrancar y que muchos creímos que continuaría en breve. Pero parece un tanto frenada…
Somos un país asediado, eso no puede olvidarse nunca. Ahora se da una especie de conjunción astral en la cual parece que no será decisivo sólo lo que hagamos aquí, sino lo que ocurra en el mundo… Sin que Cuba haya cedido en sus principios, la Unión Europea ha restablecido relaciones tras comprender que no se puede presentar a Cuba como la mujer adúltera, omitiendo cosas espantosas en muchos otros rincones, porque hay ciertos presos que lo están por actividades que conocemos bien. Y no ocurre nada porque se celebre una reunión de la Sección de Intereses de Estados Unidos en Cuba para votar por McCain. Pero, siguiendo con la conjunción astral, tenemos a Obama de presidente: lo imposible ha ocurrido. Acaba de declarar que cerrará la infame prisión de Guantánamo: esa última afrenta contra Cuba en la que convierten territorio ocupado en un GULAG, un centro de tortura. El mundo vio eso, Abu Graib, los vuelos secretos de la CIA…, y pienso que en el corazón de los hombres honrados que hay en todas partes no puede levantarse un dedo para juzgar a Cuba y decir: «He aquí a la pecadora universal». También España rompió el maleficio de la infame política de Aznar hacia Cuba. Nuestras relaciones con el mundo quedaron proclamadas una vez más en la votación en Naciones Unidas contra el bloqueo. Se solucionaron los problemas en las relaciones con México. Es un momento favorable. Pero no estamos detenidos; aquí se sigue trabajando. Tal vez algunas cosas no trascienden, pero se va estructurando la necesaria transformación de aquello que ayer fue conveniente y ahora no es prudente; de lo que hasta era útil y ya no lo es. Ya en el concepto de revolución acuñado por Fidel, en el pensamiento que nos ha legado al respecto, está resuelto y amparado lo que tengamos que hacer. Cuba es libre porque ha resistido más allá de toda expectativa.
¿Pero esa conjunción y ese amparo no deberían traer pronto cambios sustanciales?
El general presidente Raúl Castro es el hombre más capaz y preparado para llevar adelante la tarea que le ha tocado realizar. Juntos se formaron -él y Fidel- en la misma realidad de la casa del emigrante que llegó a Cuba como leñador. Juntos fueron a la escuela y después vinieron finalmente a la gran ciudad. Juntos asumieron los riesgos de la revolución y de la sociedad cubana de la época. El más pequeño, Raúl, fue el último en bajar del yate Granma junto con el Che; el único que regresó a Cinco Palmas con las armas completas a encontrarse con Fidel; el fundador del Segundo Frente; también el estructurador del Ejército, esa fuerza tan organizada, probada en mil batallas y capaz de romper la espina dorsal del apartheid a otro lado del mundo; de abrir la celda de Mandela. Raúl enfrentó lo más difícil, que fue ser el dos y no el uno. Fue el más fiel ejecutor y el hermano más fiel a una fraternidad de ideas. Durante largo tiempo tuvo en una cama a su esposa y a otro lado a su líder, jefe y hermano. Y estuvo en los dos lugares. Cuando el pueblo vio la imagen del entierro de Vilma (su esposa), vio a un padre con su familia, a un hombre sensible, capaz de inclinarse y besar una caja de cenizas. Entonces fue menos temido y más amado. Él es el hombre. Hasta sus propios enemigos han reconocido que es el único capaz de conducir este momento de Cuba. Lo que sí está claro es que nunca hará nada que Fidel no haya considerado una necesidad. Ahora bien, en el concepto de revolución está explicada esa posibilidad: hacer en cada momento lo que en cada momento sea necesario. Eso es, a mi juicio, lo que resulta clave. Y es lo que se está haciendo ahora. Lo que ocurre es que todo hay que hacerlo paso a paso. Los ejemplos que tenemos en otras partes del mundo nos demuestran a qué lleva el corre-corre: a la disolución y destrucción de naciones. La destrucción de la Unión Soviética y el campo socialista, los bombardeos de la OTAN, la destrucción de Bosnia-Herzegovina… Además, somos un pueblo hispano.
«Recordemos que Obama no es un revolucionario. No va a cambiar el sistema en lo sustancial; viene a salvarlo. Lo que ocurre es que es un hombre diferente en todo, no es superficial, está preparado y es elocuente; tiene una ética. Quizá puede recordarnos lo que significó Carter para América Latina, con sus intentos sinceros de mejorar la relación con Cuba o los tratados con Torrijos para entregar el canal a Panamá. No puedo albergar sino esperanza. Nosotros trabajamos para cambiar y transformar todo lo que sea posible. Creo que, de hecho, se ha avanzado mucho. Sabemos todo lo que tenemos que hacer. Pero no podemos, bajo ningún concepto, dar un paso en falso. Todo se hará como se tiene que hacer. De lo que estoy seguro es de que Cuba se salvará.
En aquella intervención ante la UNEAC usted habló de los hijos que están fuera. Pero no todos pueden salir. ¿Qué opina de esas restricciones para viajar? Hubo un momento en que pareció que se levantarían…
Hay intelectuales con una opinión más espontánea y pueden expresarse bajo su propia responsabilidad. Yo soy miembro del Comité Central Partido Comunista y no puedo anticipar opiniones porque soy un hombre del partido y de su disciplina. Pero ya que me tienta, le digo que lo que afirmé en la UNEAC es lo que pensaba y lo que pienso; lo mismo que figuras tan importantes como Silvio Rodríguez y otros muchos cubanos. Pero el problema no está sólo en las restricciones que hemos impuesto como resultado de un período de violencia en las relaciones internacionales; se trata también de las restricciones que imponen otros. Conozco aquí a decenas de muchachos que quieren salir inmediatamente y no pueden porque no tienen una visado. Quizás Obama modifique todas esas cosas. Mi hija está en Estados Unidos y no podrá volver a Cuba hasta dentro de tres años. O cuatro, cuando esas leyes infames se derrumben. Pero opino que la revolución, y son palabras de Fidel, solamente puede construirse desde la ideas y la cultura; siempre será una realidad creada por hombres y mujeres libres. Nadie puede estar haciendo a la cañona la revolución, el socialismo o cualquier sistema social. El que quiera irse, que se vaya. Eso es muy importante. Lo que ocurre es que desde fuera no quieren llevarse a todo el mundo, sino a los arquitectos, a los médicos, a los ingenieros, a todo el que este país ha capacitado. Eso también es muy amargo. Cuando mis hijos dijeron que querían abrirse un camino en el mundo, no me opuse; sentí el dolor de que no me acompañaran en mi batalla aquí, pero me siguen acompañando en la distancia. Lógicamente, no me avergüenzo de ellos.
«Obama ganó en la Florida porque ya los jóvenes cubanos allí no piensan como los que se fueron de aquí inicialmente, que no lo hicieron por razones económicas sino por un gravísimo y sangriento compromiso político con el pasado; que sembraron un odio que aún florece pero será derrotado. Al final, los cubanos se abrazarán y se alegrarán todos de tener una patria que ha merecido el respeto del mundo. Lo que pasa es que algunos que han instaurado la filosofía de que ese sueño es inviable; de que ese orgullo nacional que nos viene en gran medida de la sangre española es falaz; quien cree que esta isla está condenada a ser una república bananera, una estación de gasolina en medio del Caribe; que esta isla fue una invención de José Martí; que no tenemos que aspirar a quedar en el puesto 12 o 13 de la Olimpiada. Pero cuando se leen los índices de Naciones Unidas sobre educación, salud, longevidad o mortalidad infantil, uno se pregunta «¿qué ha pasado aquí». Hay quien dice que los cubanos lo critican todo; nosotros somos nuestra propia oposición. Nunca hay un ala derecha y un ala izquierda, como algunos quieren interpretar. No sé en qué ala yo estaría. Porque cuando soy tentado por usted parezco de la extrema izquierda, ja, ja.
Tampoco es para tanto. Pero interpreto que usted defiende que Cuba abra más la puerta.
Lo que creo es que, ya que hemos luchado tanto por la unidad, tenemos que luchar por la pluralidad. Y, sobre todo, por respetar al máximo la diversidad. Creo en el derecho a ser singular; lo soy y trato de serlo, pero dentro de la lealtad. E insisto: cuando la base espuria de Guantánamo sea retirada, cuando se derrumben las anticubanas leyes de Helms-Burton y Torricelli; cuando los cubanoamericanos puedan venir libremente a su tierra y enviar a sus familias lo que les venga en gana del dinero de su trabajo; cuando salgamos de la lista de países que supuestamente favorecen el terrorismo, cuando podamos tener relaciones normales con un país con el que nos ligan tantas relaciones… Cuando eso ocurra, todo será posible. Porque habrá terminado la guerra injusta que libramos. Podemos preguntarnos si (Estados Unidos) no tienen relaciones con Cuba porque somos un país comunista mientras que con China o Vietnam no hay ese problema. Nosotros no tenemos las manos manchadas de sangre norteamericana. No hemos matado soldados de ese país. No tenemos por qué sentirnos orgullosos de que un candidato a la presidencia de EE.UU. cayera prisionero porque derramara la sangre de cientos de miles de vietnamitas lanzando toneladas de bombas sobre una sociedad abierta y en un pueblo que triunfó y con el que ahora tiene relaciones armónicas pero dejó allí sesenta mil tumbas. En Cuba, no; ni una sola. Con los norteamericanos compartimos una Historia en gran parte común, la música, el deporte. Recuerdo aquel gran partido de béisbol al que fuimos invitados. Fue en un gran estadio y a mí me recordaba al teatro romano, con los senadores viendo a los gladiadores traídos de la isla. Y, sin embargo, ganamos.