Miembro de la Fundación Joxemi Zumalabe, una asociación acusada en la vista de estar a las órdenes de la banda, siempre se ha mostrado crítico con los atentados.
Sabino Ormazabal (San Sebastián, 1953) lleva más de 25 años profundamente implicado en el campo de la filosofía y la acción política no violenta. Sin embargo, ha sido condenado a 9 años de cárcel por colaboración con ETA dentro del sumario 18/98, el llamado ‘caso Kas-Ekin-Xaki’. Actualmente está en libertad bajo fianza.
¿Cómo has vivido la sentencia?
¡Nueve años! Todo es kafkiano, porque no sólo estoy en contra de ETA, sino que tengo un camino antagónico desde hace muchos años, el de la no violencia.
¿Por qué has sido juzgado en este proceso?
Soy miembro del patronato de la Fundación Joxemi Zumalabe y se nos ha acusado de haber desarrollado la desobediencia civil por órdenes de ETA. Adjudicaron al documento -presentado por sus autores en unas jornadas apoyadas por la Fundación- nuestra ligazón con ETA, porque dicen que un ejemplar del mismo fue encontrado en manos de un miembro de esa organización. Básicamente, lo que la Fundación ha hecho (y sigue haciendo, porque no la han ilegalizado y sigue funcionando) es contribuir al asociacionismo ciudadano.
¿De dónde arranca ese camino de la no violencia?
Se trata de una evolución personal, fruto de la acumulación de sufrimiento a mi alrededor. De pronto ya no puedes seguir diciendo lepoan hartu eta segi aurrera (cárgalo a tu espalda y sigue adelante) como un autómata. En los colectivos antimilitaristas y ecologistas de los que provengo me he ido fraguando en la no violencia como práctica más adecuada para abordar los conflictos si no quieres que impliquen a su vez nuevas injusticias, si pretendes construir algo basado en formas horizontales de relación, respeto y convivencia. Por ello, aparejar una práctica no violenta como la desobediencia civil a ETA, como ha hecho esta sentencia, supone una criminalización muy grave.
¿Fue tu compromiso no violento desde donde criticaste públicamente el atentado de Irene Villa en las mismas páginas de ‘Egin’ en 1991?
En aquella ocasión me publicaron un artículo que generó un importante debate en ese periódico, donde trabajaba. En él expresé mi denuncia y mi dolor por lo sucedido y escribí que «no me resigno a ver los acontecimientos desde la barrera. Creo que se tiene que hacer lo imposible para evitar más sangre. Quiero que se sepa lo que pienso, no quiero ocultarlo». La lógica militarista y autoritaria no puede cegarnos.
¿Y por eso escribiste ‘Mapa inacabado del sufrimiento’?
Hay mucho sufrimiento a nuestro alrededor que no es tenido en cuenta, porque cada mundo conoce únicamente lo que le pasa a los suyos. Mi labor consistió en recopilar una serie de datos utilizando las fuentes más diversas, tratando de reflejar la foto más completa posible de la realidad del sufrimiento de motivación política desde 1968 en el País Vasco. No hay víctimas de primera y de segunda. Es algo que me parece básico si pensamos en un futuro compartido.
¿Qué haces en la actualidad con respecto a ese sufrimiento?
Trabajo en un proyecto sobre víctimas y organizamos cada año las Jornadas de No Violencia Activa, a las que trajimos el año pasado a la inglesa Jo Berry y al irlandés Pat Magee. Éste, miembro del IRA, había matado al padre de Jo en un atentado, pero ahora ambos se esfuerzan en transmitir un mensaje de futuro, no vengativo, en el que tratan de escucharse, entenderse y dialogar.
Además, con personas de diferentes movimientos sociales nos concentramos en el Bulevar cada primer y tercer jueves de mes. Nuestra expresión son las sillas en círculo y la fuerza del silencio, junto a una banderola que dice «Abramos camino a la paz». Al sentarnos en un mismo espacio queremos manifestar el hastío ante la situación y mostrar nuestra disposición activa a compartir un lugar común. De la misma manera, quisiéramos que lo hicieran quienes tienen responsabilidades para reiniciar un nuevo proceso en búsqueda de paz.
¿Te sientes una pieza sacrificada en el tablero político?
Si seguimos la secuencia cronológica, el juicio de Jarrai y el del 18/98 se desarrollan en periodo de tregua y de conversaciones. En diciembre, ETA atenta en la T-4 y a los pocos días el Supremo aumenta de 3 a 6 años las penas de cárcel para los jóvenes. En marzo, el fiscal del 18/98 solicita en nuestro caso penas de 7 años por colaboración. Tras la ruptura de la tregua en junio, las peticiones llegan hasta 9 años en nuestro caso, 525 en el conjunto del sumario. Cada cual hace sus movimientos y nosotros somos los daños colaterales.
¿La sentencia te hace replantear tu opción de no violencia?
Rotundamente, no. Refuerza mis convicciones. La cárcel no es desconocida para el activismo no violento. A ella fue a parar Thoreau, considerado el primer desobediente civil, que, por cierto, y viene al caso, declaró que «no deseo que se me considere como miembro de ninguna sociedad a la cual no me haya unido».
¿Y ahora?
Ahora cabe el recurso de casación ante el Tribunal Supremo. Y luego ante el Constitucional, Estrasburgo… Si voy a la cárcel, he solicitado ser considerado preso de conciencia por Amnistía Internacional. Pero mientras esté en la calle, seguiré en mi empeño por extender la no violencia, el diálogo y la participación ciudadana para conseguir la paz, todos los derechos para todos y la justicia social.
Razones para nueve preguntas (Opinión)
En el relato mediático dominante, el nombre de Sabino Ormazábal sólo es una pieza dentro de un aparato dentro de un frente dentro de un entorno. Desde mi relación de amistad con él, esta entrevista trata por el contrario de que se pueda escuchar una trayectoria de vida impregnada por el compromiso con la noviolencia.
Una vida atrapada ahora en el tablero de ajedrez político donde juegan todos los que acumulan poder con el dolor de los demás. La potencia de la noviolencia estriba precisamente en que no acepta las reglas de ese juego. Pero eso también la hace vulnerable: ningún ejército monocolor cerrará filas en torno a ella en los momentos difíciles. Para tejer redes de complicidad y apoyo, sólo cuenta con la autenticidad de una voz propia y la fuerza de su verdad.