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Ernest Hemingway. Bohemia, guerra y desolación en una sola persona

Fuentes: Tercera Información

El 2 de julio del 2011 se cumplen 50 años del suicidio de uno de los escritores más relevantes, tanto por su obra como por su personalidad

Hay autores que han cosechado su fama y reconocimiento más propiciado por su propia vida o por todo lo que la ha rodeado que como consecuencia de ser leídos de una manera profusa. Ernest Hemingway, del que se cumplen 50 años de su muerte el próximo 2 de julio, es uno de ellos, del que además se suele obviar su lado como poeta y principalmente el de escritor de relatos cortos, probablemente la especialidad en la que muestra toda su talento y con mayor plenitud da vía libre a su visión de la vida.

Desde muy joven, el escritor norteamericano no ampliará sus estudios y se decide por el periodismo, su verdadera vocación y a la que se dedicará en consecuencia con sus propias características personales, es decir, con riesgo y buscando estar en primera línea. Como resultado de esta personalidad según estalla la I Guerra Mundial opta por tomar parte en ella aunque sus limitaciones físicas le llevan a desempeñar funciones de enfermería.

Hemingway personifica a la perfección ese tipo de creadores en que vida y arte es la misma cosa. Tanto es así que muchas de sus novelas están inspiradas en sus propias vivencias. Así, tras acabar herido en Italia y mantener un «affaire» amoroso con una enfermera que no tendría continuación una vez acabada la guerra, será el germen de la novela, «Adiós a las armas», que publicaría en años posteriores.

A su llegada tras la contienda bélica el escritor continuará con su trabajo de periodista y muy pronto se irá a vivir a París. Estamos sin duda ante el momento decisivo de su vida y donde se construye tanto en el plano personal como artístico su figura. En su estancia en la capital francesa, donde vivió en condiciones nada lujosas, descubrió a escritores como Ezra Pound, James Joyce, Gertrude Stein, o Scott Fitzgerrald. Algunos de ellos serían agrupados bajo el nombre de la «Generación perdida», colectivo que aunaba en su escritura el sentimiento de la crisis económica mundial y los horrores sufridos en la guerra.

De todo lo transcurrido en esa época se nutre su primera novela, que no libro, «Fiesta», que por fin le supuso el éxito que hasta ahora no le había llegado. Dicha obra narra las vivencias de unos personajes que viajan entre Pamplona (lugar por el que sentirá predilección) y París y que deja traslucir una forma de vivir dada a los excesos y que carga con la rémora de la Gran Guerra. Con ella dejará sentadas las bases de su estilo, una forma concisa y sin adornos de narrar lo que no le impide hacer descripciones minuciosas ni un tono general ágil. Pocos años después se publicaría la ya mencionado «Adiós a las armas» también de carácter autobiográfico.

Será en 1928 cuando comienza su «relación» con Cuba y que se irá prolongando a lo largo de los años. Tiempo más tarde escribirá «Tener y no tener», una novela ambientada en la isla y obra que marca el inicio de una época con mayor tono social. Esta sensación se hace todavía más presente en cuanto a su implicación con la Guerra Civil Española. En un principio lo que iba a ser una visita periodística para narrar lo que allí sucede se convierte en una activismo y posicionamiento claro a favor del bando republicano. Su cercanía con las Brigadas Internacionales sirvió para las crónicas que escribe al llegar a Estado Unidos y para, por medio del material fotográfico recopilado, crear junto a John Dos Passos el documental «Tierra española». La novela «Por quién doblan las campanas» también se basa en esta experiencia Su compromiso con la II Guerra Mundial también sería ostensible, a pesar de llegar allí como reportero tomó parte activa en las batallas.

Sus últimos años los pasaría establecido en Cuba, allí mantiene buena relación con Fidel Casto y por lo tanto con la revolución socialista que vive la isla. Su última gran obra, por lo menos en cuanto a reconocimiento se trata, será «El viejo y el mar», en la que un viejo pescador vive su ocaso navegando por el océano. En esos años es galardonado con el premio Pullitzer y más tarde con el Premio Nobel de Literatura.

Pero la obra de Hemingway, aunque así lo parezca, no se limita a sus novelas. Su creación poética (en la que se dan cita el dramatismo, la guerra, la desolación, la sensualidad e incluso la ironía) y de relatos también se encargan de conformar el perfil del escritor, y en el caso de la segunda modalidad, le hace mostrar todas sus virtudes en grado máximo. No hay que olvidar que su primera incursión en el mundo de la literatura lo haría con esos géneros. Sus cuentos han sido admirados e influencia para autores tan dispares como Borges o Carver, de hecho el tan alabado en la actualidad minimalismo norteamericano tuvo en él su predecesor. Escritos como «Asesinos», » Las nieves del Kilimanjaro», «Padres e hijos», «La capital del mundo» o «El mar cambia» son buena muestra de su temática habitual y su estilo parco y conciso.

Ernest Hemingway se despidió de la vida (se disparó con una escopeta) de la misma forma que la gastó, sin concesiones. De él nos queda un legado que abarca su peculiar «modus vivendi» en el que reunía un gusto por el disfrute y una desesperación palpable. Elementos palpables en su obra, que en toda su extensión, deja una amplia galería de personajes en los que se trasluce la visión de toda una época, apasionante pero también repleta de sufrimiento.

Fuente: http://www.tercerainformacion.es/spip.php?article26548