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Entrevista a Xavier Diez sobre L’anarquisme, fet diferencial català (I)

«Es evidente que Cataluña no posee el monopolio de haber tenido un gran movimiento libertario, en todo el estado hubo núcleos relevantes»

Fuentes: Rebelión

Xavier Diez es un historiador catalán especializado en anarquismo. La conversación se centra en la última de sus aportaciones, publicada por la editorial Virus en 2013. *** ¿Por qué el anarquismo es un «fet diferencial» catalán? ¿No ha habido anarquismo en otros países, en otros territorios? En primer lugar, el título del libro es una […]

Xavier Diez es un historiador catalán especializado en anarquismo. La conversación se centra en la última de sus aportaciones, publicada por la editorial Virus en 2013.

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¿Por qué el anarquismo es un «fet diferencial» catalán? ¿No ha habido anarquismo en otros países, en otros territorios?

En primer lugar, el título del libro es una provocación intelectual deliberada. La «historia oficiosa catalanista», que en muy buena medida proviene del proyecto cultural y político novecentista, y que es reconstruido a mediados de los cincuenta por historiadores como Vicens Vives, destacan las virtudes de la Cataluña burguesa y obvian el hecho de una larga tradición revolucionaria entre la cual, el anarquismo tiene un gran protagonismo. El título del libro, pues, tiene la intención de ser una enmienda a la totalidad a una visión tradicional de Cataluña claramente incompleta y reivindica la ocultada historia de una sociedad rebelde, de espíritu igualitario y libertario.

Es evidente que Cataluña no posee el monopolio de haber tenido un gran movimiento libertario. En el estado, tanto Andalucía, como Aragón, como Valencia, Menorca, Asturias y zonas del País Vasco, Galicia y Madrid tenían núcleos relevantes. También países como Argentina, Italia, Estados Unidos, Cuba, Francia o Rusia han tenido movimientos libertarios de gran influencia. Pero, a diferencia de los demás, en Cataluña ya existe una tradición previa de igualitarismo social y radicalidad democrática, a menudo exitosa (es el caso del movimiento Remensa o la revolución contra la monarquía absolutista borbónica en el siglo XVII). Y también, a diferencia de la mayoría de movimientos anarquistas coetáneos, enlaza con una tradición asociativa que lleva a la CNT (una central teóricamente estatal, pero cuyos afiliados catalanes llegan a representar hasta tres cuartas partes del total) a ser capaz de construir una «contrasociedad», un modelo autogestionario que permite el éxito de la revolución de 1936, que es quizá la principal aportación histórica de Cataluña al mundo durante el siglo XX.

El subtítulo del libro es: «Influencia y legado del anarquismo en la historia y sociedad catalana contemporánea». Aunque me imagino la respuesta por lo que acaba de decir: ¿ha sido muy influyente el anarquismo en la Cataluña contemporánea? ¿Lo sigue siendo?

Como ya sugería en la anterior pregunta, este libro tiene un componente reivindicativo importante. Cuando estudiaba historia en la universidad entre la década de los ochenta y los noventa, el movimiento anarquista era sistemáticamente obviado o difamado. Los anarquistas (mayoría entre la generación de nuestros abuelos de clase trabajadora), eran presentados con una mezcla de violencia e ingenuidad: unos «rebeldes primitivos» en términos del historiador Eric J. Hobsbawm. En el momento en el cual uno decide investigar, utilizar fuentes primarias, incluso las fuentes coetáneas de sus detractores, descubre que el movimiento anarquista es capaz de tejer un potente universo paralelo, desde premisas antagónicas a las dominantes: es decir, desde el igualitarismo, desde ideas de libertad, de desprecio hacia los fanatismos.

Cuando hablamos de anarquismo es necesario distinguir entre el explícito (el más claramente militante) y el implícito (el que asume de manera inconsciente buena parte de sus postulados ideológicos y prácticos). El primero, sigue siendo estigmatizado y considerado por una mayoría social como potencialmente peligroso, de manera que su influencia es más bien limitada. El segundo, en cambio, forma parte del inconsciente colectivo. Y su sombra está entre nosotros, aunque no seamos capaces de distinguirlo. La ideología es como el agua para los peces. Nos movemos en ella, pero no somos conscientes de su existencia. Creencias, prácticas y concepciones morales que nos llevan a apoyar al 15-M, a la PAH, o a tomar decisiones mediante el formato de asambleas es un ejemplo de esta influencia en el subconsciente colectivo.

¿Cuál es el principal legado de la tradición que comentamos?

A pesar de todas las críticas y tópicos, Cataluña es una de las sociedades más abiertas y tolerantes del mundo. Uno de los lugares en los que más se practica el nudismo (ya se hacía a principios del siglo XX), donde surgen movimientos potentes en defensa de la libertad sexual, se considera de mal gusto la ostentación, existe una práctica religiosa prácticamente marginal y superficial, una manera de relacionarse muy horizontal, una gran animadversión contra la pompa y la circunstancia, un odio feroz ante instituciones como la monarquía (representación sagrada y simbólico del poder absoluto), y una profunda cultura antiautoritaria. También somos muy estirnerianos, en el sentido que nos reímos sin problemas de lo más sagrado. Uno de los personajes simbólicos más emblemáticos que tenemos el «caganer», un personaje escatológico del pesebre que representa a un payés, con barretina y pipa, defecando al lado del nacimiento de Dios. Es una muestra sarcástica de cómo los catalanes no nos dejamos impresionar por lo más sagrado.

¿Por qué la CNT, como señala en el libro, ha sido el sindicato de clase de orientación anarquista más importante del mundo?

Podríamos hablar de unos números espectaculares, con una proporción que hacía de la CNT una fuerza sindical hegemónica, sin discusión, entre 1910 y 1939. Pero no se trata tanto de dimensión como de filosofía. A diferencia de los sindicatos de orientación marxista y laborista (que entienden el sindicato como un apéndice de una fuerza política) la CNT es auténticamente un «universo paralelo». Es un espacio formativo, de sociabilidad, de participación en igualdad de condiciones, de integración, de generación de ideas y debates, un espacio de comunicación y cultural, y de construcción de un mundo sin capitalismo. Se trata de una verdadera contrasociedad que está llevando a la práctica un mundo sin capitalistas, en las que las personas se autoforman como seres libres en una economía y sociedad sin diferencias de clase.

En la presentación del libro -«Una memoria incómoda»-, tomando pie incluso en Cervantes, habla usted del carácter indómito, insumiso y rebelde de los catalanes. ¿Estas virtudes con esenciales, transhistóricas, únicas, singulares de la ciudadanía de Cataluña en todo tiempo y lugar? ¿Son algo así como «el carácter nacional» de los catalanes?

Yo soy muy crítico ante este tipo de argumentos. Aceptar que existen «caracteres nacionales» resulta, académicamente hablando, poco serio. Además, también existe un problema. El mismo Vicens Vives define a Cataluña como una «Tierra de paso», y es cierto. Los catalanes somos el resultado de una agregación de personas que provienen un poco de todas partes. También ahora. Pero sí que acabamos dando respuestas colectivas ante circunstancias históricas difíciles. La proverbial rebeldía catalana, que recogen los textos del siglo XVI, XVII, XVIII se corresponde a la manera de reaccionar ante la presión a la cual nos someten dos grandes imperios: el francés y el castellano. Dos imperios que pretenden incorporar «y reducir a las leyes de Castilla» a un territorio heterogéneo. Ante ello, las instituciones se resisten (y ante la resistencia, los ejércitos reales matan y saquean). No hay nada que despierte una conciencia nacional como un ataque exterior, y eso es lo que se va produciendo a lo largo de la edad moderna: la creación de una sociedad resistencialista, cohesionada en base a la agresión exterior, y necesitada de autoafirmación constante. Todas las naciones, como expone Benedict Anderson, son inventadas. Y los catalanes, ante la presión externa, se reinventan conscientemente, modulando las respuestas en función del contexto.

En cierta manera, lo que sucede en Cataluña no es demasiado diferente a lo que sucede a Suiza: una agregación de personas de diferentes orígenes que se juntan para resistir a la presión de grandes imperios. En la actualidad, lo que sucede tampoco es demasiado diferente. España todavía pretende asimilar a los catalanes para reducirlos a una manera de ser uniforme, en castellano, y sin identidad propia. Y a medida que aparece gente como Franco, Aznar o Wert, más antipáticos nos volvemos (desde la perspectiva imperial, por supuesto). Y más se cohesiona Cataluña, por muy diferentes que seamos internamente.

Apunta también que los hombres del Noucentisme, en base a los historiadores de la Renaixença, trataron de establecer una interpretación del pasado coherente «con determinados intereses de clase». ¿Ese sesgo clasista es inevitable? Si fuera así, ¿desde qué posición construye usted su historia sobre el anarquismo catalán?

Como apuntábamos en la respuesta anterior, todo colectivo trata de dotarse de una identidad. Cada nación, busca crear un relato propio. Lo que sucede es que dentro de cada pueblo, hay grupos con influencia asimétrica, capaces de establecer narrativas diferenciadas que acaben siendo hegemónicas, de acuerdo con sus intereses de grupo. Los hombres de la Renaixença, y también los del Noucentisme, reivindican un pasado idealizado (como sucede por toda Europa en la ola nacionalista asociada al Romanticismo). Pero es un pasado tamizado por su mirada del presente. Y en ese presente, se proyectan sus principios y prejuicios de clase. Los hombres del Noucentisme y de la Renaixença están vinculados a una emergente clase burguesa, y por tanto los rasgos identitarios que destacan son aquellos que defienden sus valores: trabajo, orden, progreso, imperialismo, religión,… Incluso la idea construida por Vicens Vives en su «Notícia de Catalunya», en la que destaca el «seny» como característica fundamental del presunto carácter catalán, es en realidad la proyección de los ideales del Opus Dei, que en esos momentos el historiador gerundense defiende, de la misma manera que defiende la intervención de las élites catalanas en el gobierno franquista, y que llevará a parte de las mentes más brillantes (y colaboracionistas) a participar en el Plan de Estabilización.

En mi libro, trato de desmontar estos mitos, explicando lo que son, una construcción artificial al servicio de un proyecto. Y propongo que la historia silenciada del movimiento obrero catalán (que hasta 1939 es hegemónicamente libertario) sea también uno de los elementos que participan de la construcción de la identidad de nuestro país. Al fin y al cabo, yo mismo (soy hijo de un metalúrgico) como buena parte de los historiadores provenientes de la clase trabajadora, nos dedicamos a participar en la construcción de un imaginario nacional alternativo al de las élites y acorde con otros valores, en mi caso, más proclive a la igualdad social.

¿Qué historia oficial niega la existencia de Cataluña como sujeto histórico? ¿Quiénes abonan esa historiografía?

Creo que está bastante claro. El ministro Wert, una de los brazos intelectuales del postfranquismo, parece obsesionado a recrear una historia oficial que niega la pluralidad y reivindica los mitos de la historia española más rancia. La que niega la pluralidad en la historia de España. La que reivindica la «obra evangelizadora» del imperio, muy del estilo de los fastos del V Centenario. La que defiende la Real Academia de la Historia. La que redacta manuales infames como García de Cortázar. La que usa la historia como instrumento político para negar la evidencia. La que veta el acceso de forenses a las fosas comunes y a los historiadores investigar el holocausto español. La que impide el acceso a los historiadores de fuentes primarias y archivos oficiales. Un ejemplo es la reciente decisión del Ministerio de Asuntos Exteriores de impedir el acceso a la documentación oficial… ¡hasta de papeles del siglo XVI!

Permítame que señala que Wert, como usted sabe, no es historiador y sus aportaciones históricas son nulas. Y, como usted sabe también, esa perspectiva histórica, que usted señala y crítica con razón, está absolutamente desprestigiada entre la comunidad científica de historiadores. Prosigo. ¿Cree usted entonces que la memoria libertaria ha sido marginada en la historia escrita sobre Cataluña? ¿Por qué, por quiénes?

De hecho, mi libro, mi provocación intelectual, viene motivada para acabar con esta marginación interesada. Ya he comentado el hecho que, en mi formación universitaria convencional, el anarquismo no existía prácticamente… si no era para desacreditarlo sin que se ofrecieran demasiados detalles. Se puede decir que, prácticamente se negaba su existencia. Fruto de ello era que desde los estamentos académicos apenas había investigación realizada desde aquí. Cosa curiosa, la primera tesis doctoral que tuvo el anarquismo como sujeto de investigación fue a finales de la década de 1950… por parte de un religioso, Casimir Martí. En varias presentaciones me he referido a una anécdota repetida en varias ocasiones. Cada vez que buscaba documentación en el Ateneu Enciclopèdic Popular, me encontraba con varios historiadores británicos, italianos o franceses que sabían mucho más sobre el anarquismo español y catalán que colegas de mi nacionalidad.

Existía, por tanto, una ocultación deliberada. ¿Por quién? Por parte de aquellos quienes habían constatado, gracias a la Revolución de 1936, que las élites políticas, económicas, culturales, eran del todo prescindibles. Que las personas comunes eran capaces de gobernarse por sí mismas. Que las diferencias sociales son más un estorbo que una necesidad.

Por tanto, las élites fueron quienes trataron de desacreditar la experiencia y el legado libertario. Muchos historiadores ofrecían una caricatura del movimiento y las ideas libertarias, o asociaban sistemáticamente a los anarquistas con la violencia. Esto sucedía con los más conservadores, pero sobre todo con los marxistas. En primer lugar, y hasta los noventa, la guerra fría cultural seguía considerando al anarquismo como una imperdonable herejía (consideraban que los sindicatos obreros debían estar sometidos a la acción política de las élites), pero en segundo lugar, por muy de izquierdas que se reivindicasen muchos historiadores, seguían manteniendo los prejuicios de la clase de la cual procedían, que seguía siendo la dominante. La actuación posterior de buena parte de estos académicos durante la Transición (con sus inquietantes quiebros sociales e ideológicos) acabó por confirmar esta actitud hostil contra un conjunto de ideas que cuestionaban las jerarquías sociales, pero también las intelectuales.

Sitúa usted el sustrato histórico de la nación catalana en el feudalismo del siglo XV y habla también de la tradición de instituciones participativas como Diputación y el Consell de Cent. ¿En qué sentido eran participativas? ¿Quiénes podían participar en ellas?

Todo esto hay que valorarlo respecto al propio contexto histórico. Cataluña, durante el siglo XIII es una de las sociedades más feudalizadas de Europa. Pero en el siglo XV, agitados por motivaciones morales y por la crisis demográfica y económica del XIV, acaban rebelándose contra una estructura de poder tan sagrada como la feudal. Esto representa una verdadera revolución psicológica. La idea que la libertad en el campo debe ser conquistada por los propios campesinos, aunque para ello deba pactarse con el poder real. Y precisamente este pactismo, del cual hablan Ferran Soldevila y Vicens Vives, es lo que permite una cultura política participativa. Una participación por supuesto restrictiva, también presente en las revoluciones inglesas del XVII, excluyéndose a mujeres y a personas sin patrimonio ni condición de ciudadano (como por otra parte, también sucedía en la antigua Atenas). Pero este ensanchamiento de la base política entra en contradicción con la deriva europea hacia el absolutismo y la concentración del poder central y genera una cierta cultura democrática, de apego a instituciones participativas, que chocará con una concepción divina y centralizada del poder.

En este sentido, tampoco soy demasiado original. El mismo Kropotkin teorizó a menudo sobre las prácticas protodemocráticas de los municipios y los gremios, enfrentados a menudo ante el poder feudal y el real, y basados en una gestión, de acuerdo con estándares coetáneos, bastante democráticas, y que podrían servir de modelo alternativo al capitalismo del XIX.

Le pregunto ahora por el presidente republicano Pi y Margall

De acuerdo.

Salvador López Arnal es miembro del Frente Cívico Somos Mayoría y del CEMS (Centre d’Estudis sobre els Movimients Socials de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona; director Jordi Mir Garcia)

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.