Cuando un país pierde el sentido de la estética, de la calidad de vida y de la propia dignidad es que su situación es realmente preocupante. En aras de un liberalismo trasnochado, esa fuente de anarquía que repele cualquier regulación e intervencionismo para que las hordas de turistas o constructores sin alma destrocen las ciudades […]
Cuando un país pierde el sentido de la estética, de la calidad de vida y de la propia dignidad es que su situación es realmente preocupante. En aras de un liberalismo trasnochado, esa fuente de anarquía que repele cualquier regulación e intervencionismo para que las hordas de turistas o constructores sin alma destrocen las ciudades o las costas, España ha logrado hoy degradar gran parte de las grandes ciudades, y destrozado buena parte del litoral.
La falta de regulación efectiva sobre el turismo de masas ha logrado destrozar costas y ciudades
Esta supuesta fuente de riqueza, básicamente para unos cuantos conglomerados hoteleros, es cierto que supone alrededor de un 12% del PIB, aunque probablemente más por la cantidad ingente de dinero negro que mueve este sector: Pero a la vez destruye mucha riqueza en forma de tejido empresarial en las grandes y medianas ciudades, riqueza paisajística y especialmente la capacidad de muchos vecinos de poder disfrutar en paz de su propia ciudad. Los casos más sangrantes, sin duda, pueden encontrarse en las Islas Baleares, Palma de Mallorca es un buen sitio para observar el sumun liberal: las noches en Magaluf son una perfecta anarquía. Pero hay otros ejemplos de cómo ciudades otrora centros de buen gusto urbanístico que han sucumbido al turismo de masas, como puede ser Barcelona, pero no es la única.
La excusa de la riqueza y el tamaño del sector provocan el deterioro de las ciudades afectadas
Esta falta de autoestima viene derivada de la incapacidad de un país para crecer y crear riqueza sin necesidad de albergar esta suerte de turismo de borrachera y balconing, tan apreciado por hosteleros y representantes de tiendas de souvenirs. Estas bandas generan casi toda la caja del año para un buen número de establecimientos, lo que les otorga patente de corso para acabar con la paz y concordia de los vecinos que lo sufren y que, al final, tienen que seguir pagando impuestos aunque sus ciudades presenten un aspecto lamentable. La pregunta es si esto mismo es consentido, de la misma forma, por otros países que también tienen en el turismo una fuente importante de negocio. Estoy pensando en Francia, Italia o Suiza.
La falta de un modelo de crecimiento alternativo ha desencadenado el éxito del turismo de borrachera y balconing
España ha apostado, sin duda, por este tipo de negocio masivo ya que carece de otras fuentes de empleo masivo, que pueda absorber toda esta mano de obra poco cualificada y sumisa que, año tras año, vagan por España cobrando salarios de miseria, jornadas de trabajo inhumanas, y en muchos casos sin contrato y con parte del salario en sobres. La inexistencia de planificadores, tan denostados por los liberales, nos ha llevado hasta aquí. Se ha dejado a la mano visible de los lobbys de la construcción el diseño de nuestras costas, con el beneplácito de alcaldes y Comunidades Autónomas, y en aras del negocio, se ha dejado sin regular un sector que hoy pide a gritos que alguien lo haga, simplemente para poder filtrarlas externalidades que tiene dejar hacer a todos los agentes involucrados.
Los grandes lobbys del sector han presionado para que este modelo no se modifique
Un ejemplo de este marasmo alegal en el que se ha convertido parte del turismo masivo son los mal llamados apartamentos turísticos. Esta oferta no regulada está ejerciendo una presión sobre los precios de los inmuebles en ciudades como Barcelona que está causando la expulsión de muchos barrios populares de población que ve como es incapaz de acceder a un bien básico como es la vivienda. Los grandes fondos inmobiliarios están adquiriendo este tipo de vivienda, en muchos casos degradada, para relanzar zonas deprimidas, donde al final los propios vecinos ya no pueden disfrutar de su propio barrio, generando ciudades fantasmas donde gran parte de la población es flotante en forma de turistas de ida y vuelta.
El daño de los pisos turísticos está expulsando y empobreciendo a una parte importante de las grandes ciudades
Una forma de medir esta distorsión es la ratio entre turistas y vecinos que habitan en una determinada ciudad o zona geográfica. La media mundial está en 6 puntos. En Londres la media es tres, en Amsterdam es doce y Barcelona nueve, algo por lo que la nueva corporación está intentando regular el enorme impacto que ya tiene la ciudad condal este turismo desbocado y sin control. Otro aspecto colateral del turismo de masas es la transformación del comercio de proximidad. Barrios enteros dedican ya gran parte de su tejido comercial a satisfacer los deseos y gustos del turista, es decir tiendas de ropa simétricas al del resto de capitales europeas, comida rápida o souvenirs, notándose poco a poco la desaparición de comercios básicos, como carnicerías o incluso farmacias, de uso exclusivo de vecinos del barrio. En realidad, las ciudades están siendo diseñadas para el deleite y disfrute de visitantes efímeros, degradándose la calidad de vida para el ciudadano y vecino que paga sus impuestos y no puede disfrutar realmente de su ciudad.
Los nuevos gestores públicos que han intentado revertir o parar este modelo serán defenestrados por las buenas o por las malas
Lo más triste es que cuando alguien se plantea que esta masacre hay que pararla, que el ladrillo no es la única solución para las ciudades, como pasa en Madrid o Barcelona con las operaciones urbanísticas diseñadas para nuevos pelotazos de grandes constructoras, llueven las críticas y las mofas. Este complejo de inferioridad que no se nos quita, y que antepone cualquier elemento de racionalidad al beneficio de la hostelería y la construcción, debería hacer reflexionar a la ciudadanía y la parte de la clase política no contaminada con estos sectores depredadores. Por supuesto que un turismo que cree de verdad riqueza y que mantenga el ecosistema y no rompa el equilibrio vital entre ocio y calidad de vida de los habitantes de la zona es deseable. Lo malo es que este tipo de turismo huye del espanto que hemos construido gracias a la dejadez social y la permisividad política y administrativa que prefiere el laissez faire de facto, antes que molestar a estas hordas. La buena noticia para hosteleros y lobbys del sector es que cada día hay menos alternativas en el mundo, gracias al terrible azote del terrorismo. Por tanto, no hay masa crítica suficiente para poder cambiar de modelo productivo en este país, y los vecinos que quieran volver a sentirse parte de una comunidad o barrio deberán emigrar a sus puebles de origen o simplemente hacerse hosteleros.
Fuente: http://vozpopuli.com/blogs/7484-ainurrieta-es-hora-de-parar-el-turismo-masivo