La pavorosa situación en que se encontraban los esclavos y su ineludible liberación, a fines del siglo XIX, se convirtieron en un motivo reiterado de la literatura romántica escrita por mujeres. Son ellas las que deben de llevarse el mérito de haber denunciado tal ignominia
En los manuales de Historia moderna y contemporánea que se han estudiado en España tanto en el Bachillerato como en la Universidad ―incluso en la carrera específica de Historia― lo normal era silenciar el tema de la esclavitud. Nunca los estudiantes oímos una palabra a ningún profesor sobre la esclavitud y la abolición en mi país. He preguntado a personas de mi generación y tienen asociada la esclavitud a Estados Unidos, porque nos la mostró la literatura y más tarde la televisión y el cine; y los más jóvenes tampoco la estudian.
Personalmente, recuerdo el asombro que me causó, en el año 1971, leer en un legajo del XVIII en la Notaría de La Rambla (Córdoba), dos documentos de manumisión de esclavas, que el Notario me enseñó, después de uno con la firma de Cervantes, porque pensó que me podrían interesar; le sigo agradecida porque me abrió los ojos a un tema, por lo visto, tabú.
De lo que sí disponemos hoy es de bibliografía que aún no ha llegado a las aulas. Entre los múltiples trabajos, me centraré en aquellos que se refieren a las escritoras del XIX que denunciaron el esclavismo y han sido rescatadas del olvido gracias a investigadores como Mª del Carmen Simón Palmer.
LA IMAGEN DE LA MUJER EN EL ROMANTICISMO
El culto al sentimiento frente a la razón ―una de las manifestaciones del Romanticismo en el XIX― favoreció a las mujeres, ya que la cultura burguesa las asociaba con la emoción y la sensibilidad, por lo que pudieron intervenir en la creación de un lenguaje capaz de expresar las propias experiencias, al tiempo que la ideología romántica garantizaba ―como señala Susan Kirkpatrick― «un determinado tipo de autoridad femenina». Y dado que el Romanticismo enaltecía el hogar como refugio seguro, se produjo la construcción de la intimidad, lo que facilitó a las mujeres la lectura, la reflexión y como resultado de ello, la dedicación a la escritura.
Pero la misoginia se vio acrecentada en el período romántico, debido al desarrollo de la interpretación del cuerpo femenino llevada a cabo en el siglo XVIII por Rousseau y sus seguidores. En la literatura y la prensa del XIX, a partir de 1840, va tomando cuerpo la imagen burguesa de la mujer como «ángel del hogar» y quedan muestras de esta construcción ideológica y de cómo era tachada de inmoral toda mujer que aspiraba a realizar alguna actividad no considerada «femenina».
Por otra parte, la curiosidad de los científicos románticos por territorios desconocidos, llevó a algunos a la investigación de esa otra terra incognita que era para ellos la naturaleza femenina. Es entonces cuando nace la ginecología que estudia «un cuerpo patológico». Freud calificó a la psique de las mujeres de «enigma de la naturaleza femenina».
De esta forma, el modelo de vida al que se somete a las mujeres en esta época entra en contradicción con la esencia misma de lo romántico: la libertad como lema supremo. Las fronteras establecidas tradicionalmente para las mujeres han sido el zaguán ―orilla del encierro― y la ventana ―linde hacia el mundo vedado de lo público, franqueable solo con la vista y la imaginación―. Es significativa la confesión que hace la poeta romántica tardía Rosalía de Castro (1837-1885) en una carta a su marido: «Si yo fuese hombre, saldría en este momento y me dirigiría a un monte […] tengo sin embargo que resignarme a permanecer encerrada en mi gran salón».
Las salidas al espacio público estaban restringidas a la iglesia o a hacer visitas, actividad que se institucionalizó precisamente en el siglo XIX; aunque las mujeres de la burguesía disfrutaban de cierta autonomía; sin embargo, no podían evadirse de la presión psicológica sobre su conducta. A este respecto afirma Carolina Coronado (1821-1911):
¡Libertad! ¿pues no es sarcasmo
el que nos hacen sangriento
con repetir ese grito
delante de nuestros hierros?
Las mujeres románticas esgrimieron el ansia de libertad para convertirse en ciudadanas de pleno derecho. Fue una labor incesante y enfrentada a la sociedad patriarcal, en la que grupos de mujeres instruidas y valientes abrieron brechas, aprovechando los tímidos avances que les proporcionaba la ideología liberal del momento. Uno de estos avances fue la creación de escuelas de niñas, ya que a los poderes públicos les preocupaba que la ignorancia de las madres no era conveniente para la educación del ciudadano.
ESCRITORAS ABOLICIONISTAS
Y fue en este siglo cuando, por primera vez en la historia, las mujeres dispusieron de foros de debate a favor de la libertad, la primera vez que va a tener cabida la voz de las mujeres en el mundo patriarcal de la palabra.
El auge de la prensa diaria y de las revistas fue una puerta abierta para las escritoras, donde muchas autoras publicaron sus primeras obras. Y así, muchas escritoras románticas, empuñando como armas la pluma y la palabra, fueron participando, poco a poco y, en algunos casos, fundando, no solo revistas, también liceos, centros culturales para mujeres y ateneos.
Ejemplo del escándalo que provocaba en la época la actividad pública de las mujeres es el caso de la primera mujer que pronunció una conferencia en el Ateneo de Madrid, en 1884, la escritora y librepensadora, Rosario de Acuña (1851-1923). En una reseña sobre el acontecimiento, se afirmaba que la sala se llenó de tal forma de señoras que «los socios no encuentran donde sentarse […] y la prensa advierte del peligroso precedente y asegura que no es probable que la situación vuelva a repetirse».
Fue notable el activismo que las mujeres llevaron a cabo en sociedades de librepensadoras, ateas y republicanas; e influyó en ellas la actitud romántica que intentaba hacer visibles a los marginados. Esta romántica bajada a los submundos la recorren también en sus versos algunos poetas varones: Espronceda en sus canciones «El pirata», «El mendigo», «El reo», «El verdugo» y «Los cosacos», diseña el canon poético de la exclusión social de los fuera de ley. Hubo escritoras que volcaron su actividad literaria en sociedades de cariz cristiano; tal es el caso de la granadina Enriqueta Lozano (1829-1895) que dedica sendos poemas a «El mendigo» y a «Un expósito». Es otra la ideología de Rosalía de Castro, que da voz a los emigrantes y asalariados en varios poemas en gallego y en castellano.
El poderoso movimiento abolicionista de las intelectuales españolas, influidas por norteamericanas e inglesas, tiene que ver con este aspecto del romanticismo, ya que publicaciones de estas llegaban a España; y españolas como Concepción Arenal (1820-1893) ―conocida en toda Europa como insigne jurista― publicó algún artículo en revistas de EE.UU. Las españolas no solo escribieron poemas, dramas y ensayos antiesclavistas, sino que participaron públicamente en actos como manifestaciones y mítines.
Desde principios del XIX se produjo en EE.UU. la participación de las mujeres protestantes en movimientos sociales a favor de la abolición de la esclavitud, lo que ayudó a la rápida concienciación de las mujeres. La analogía entre los esclavos sin derechos y las mujeres era evidente. Se fundaron tres organizaciones femeninas, en Boston, Filadelfia y Nueva York; en las dos primeras luchan codo con codo negras y blancas.
Y en 1837 se convoca el Primer Congreso antiesclavista femenino; se dieron además conferencias en muchas ciudades, en las que, entre otras cuestiones, denunciaban la complicidad de la Iglesia en el mantenimiento de la idea de que los negros eran inferiores. La reacción de los Pastores no se hizo esperar con una declaración en la que afirmaban que las mujeres no debían ocuparse de los asuntos públicos. Pero las mujeres no se acobardaron ante esta crítica y, a la denuncia de la esclavitud, sumaron la de los derechos de las mujeres, así Angelina Grimké declaró: «No solo defendemos la causa de los esclavos, sino también la de la mujer como ser normal y responsable».
El Gobierno español, presionado por el inglés, promulgó la primera ley de abolición de la esclavitud en 1837, pero se aplicó solo al territorio metropolitano y excluía a los de ultramar.
En 1865 fue decisiva la presencia en España del matrimonio formado por Harriet Brewster, abolicionista de origen estadounidense y Julio de Vizcarrondo, hacendado y periodista puertorriqueño. Ella convirtió a su esposo a la causa antiesclavista y, después de haber liberado a sus propios esclavos en Puerto Rico, vinieron a Madrid para promover la abolición. Gracias a su iniciativa se crea la «Sociedad Abolicionista Española». El mismo año se funda el periódico El abolicionista que en 1866 organizó un concurso literario ganado por Concepción Arenal con su poema «La esclavitud de los negros».
Después de la revolución de corte liberal conocida como «La Gloriosa», se promulgó en 1870 una ley llamada de «vientres libres» que concedía la libertad a los futuros hijos de las esclavas. En 1871 la Sociedad Abolicionista Española hace un manifiesto a la nación y a las Cortes españolas, exigiendo la inmediata abolición. Y en 1872 se elaboró un proyecto de ley de abolición en Puerto Rico, contra el que se desató una feroz oposición, pues se veía en la liberación de los 31.000 esclavos portorriqueños, el preámbulo de la liberación de los casi 400.000 cubanos. A este respecto es ilustrativa la novela de Carme Riera Por el cielo y más allá donde la escritora da cuenta de que
- la isla de Cuba, la siempre fidelísima perla, contaba con una población de un millón siete mil doscientas sesenta y cuatro almas. A pesar de que para algunos los negros no la tuvieran, también habían sido incluidos en el cómputo y por primera vez sobrepasaban a los blancos en casi doscientos mil.
Para oponerse al proyecto, se crearon en varias ciudades Círculos Hispano Ultramarinos y la Liga Nacional Antiabolicionista. Muchos no utilizaban razonamientos esclavistas, sino que justificaban su actitud con argumentos supuestamente patrióticos, como su oposición a someterse a los dictados del extranjero, que los propietarios de las plantaciones responderían haciéndose independentistas o que el daño económico de la medida sería incalculable ―aunque algunos propietarios cubanos echaban sus cuentas y les salían más baratos trabajadores asalariados que esclavos―; y otro de los argumentos antiabolicionistas era que actuaban por el bien de los propios esclavos: si se los liberaba, los esclavos «quedarían en paro», en palabras de hoy.
Sin embargo, después de la abdicación en 1873 del rey Amadeo I de Saboya, el Parlamento, dominado por una alianza de monárquico-progresistas y de republicanos, Castelar entre otros, proclamó la Primera República y en 1873 aprueba, por voto unánime, la ley de abolición en Puerto Rico.
Años más tarde, en 1880 el conservador Cánovas aprobó, casi sin oposición por parte de los que antes defendían ideas esclavistas, una ley de abolición de la esclavitud de forma gradual en Cuba. Lo paradójico del asunto estriba en que muchos esclavos se habían «autoliberado», aceptando la libertad que les ofrecían los independentistas cubanos a cambio de luchar contra el ejército español. Así pues, sucedió lo contrario de lo que pronosticaban los antiabolicionistas: la abolición de la esclavitud convirtió en independentistas a los esclavos y no a los propietarios de esclavos.
Varias escritoras abolicionistas han dejado constancia de sus convicciones antiesclavistas: la granadina Rogelia León (1828-1870) escribió un artículo con el largo y significativo título: «A las piadosas señoras de todos los países que trabajan con ardor en la emancipación de los esclavos» y compuso «La canción del esclavo», poema al que confiere un ritmo similar al de las dos primeras estrofas de la «Canción del pirata» de Espronceda. En él desgrana sus ideas sobre el oprobio de la esclavitud en boca de un esclavo y expone la idea del «buen salvaje»:
Soy esclavo, nombre infausto;
nombre odioso y maldecido;
soy el perro escarnecido
que castiga su señor.
[…]
Dejadme ver a mis hijos
y a mi amada, yo os lo ruego,
[…]
esos hombres inhumanos
deben, sí, deben morir.
No, no, debo esclavizarlos,
ser cruel cual ellos fueron
y que sepan lo que hicieron
y que aprendan a sufrir.
Impresionante fue la lectura que Carolina Coronado realizó de su soneto «A la abolición de la esclavitud en Cuba», con motivo de la fundación de la Sociedad Abolicionista. Desde un balcón, con gesto teatral, el cabello al viento y voz firme, recitó ante la multitud:
[…] Sonó la libertad, ¡bendita sea!
Pero después de la triunfal pelea,
no puede haber esclavos en España […].
Tal escándalo provocó el poema, así como unas declaraciones suyas contra «los manejos yankees», que le costaron el cese a su marido, Horacio Perry, como primer secretario de la Embajada de Estados Unidos en Madrid.
En 1841, Gertrudis Gómez de Avellaneda (1814-1873) publicó en España su novela Sab, tildada por algunos críticos de romántica-sentimental, ya que se basa en un triángulo amoroso. Sin embargo, lo nuevo de esta novela es que la autora cubana se distancia de la reconocida como novela feme¬nina al crear unos protagonistas que se salen de la norma: el esclavo Sab y las dos mujeres, Carlota y Teresa, no se contentan con el papel que se les ha asignado en la vida.
La Avellaneda se centra en el análisis de la injusticia social que supone el esclavismo y la crítica de las condiciones de vida de las mujeres; y proclama, certeramente, que las cadenas que ataban a los negros de Cuba estaban forjadas en la misma fragua de la intolerancia, de la explotación y del abuso en que se venían fabricando las que oprimían a las mujeres. Lo que termina haciendo de ella la primera novela abolicionista escrita en español y anterior a La cabaña del tío Tom, de Harriet Beecher Stowe (1811-1896) publicada en 1852.
Faustina Sáez de Melgar (1834-1895) escribe el drama La cadena rota en 1879, en el que denuncia la permanencia de la esclavitud en Cuba. La obra está ambientada en un ingenio del que es dueña Rosa, la cual va a casarse con Horacio, primo suyo, que llega de España. Él se queda desconcertado al comprobar el trato que la hacendada da a sus esclavos, porque ya no se conoce la esclavitud en España, exclama: […]esa negra esclavitud / baldón de la humanidad / me hace daño […], muestra así su punto de vista la autora.
Y uno de los personajes explica su actitud:
[…]ten presente que en España
no se conoce el esclavo
y que Horacio al fin y al cabo
estas costumbres extraña […].
En la hacienda trabajan dos esclavos hermanos: Azella y Ruderico, son mulatos e instruidos. Horacio se enamora de Azella e intenta liberar a los dos. La autora, construye con acierto un desenlace trágico, plateando frente a la liberación ―lo que convertiría a la obra en un melodrama― la muerte. En palabras de Azella:
Siendo libre viviré
si así lo quiere mi suerte
pero, si no, con la muerte
mi cadena romperé.
El poema de Concepción Arenal, «La esclavitud de los negros», fue publicado en El Abolicionista en 1875. Incomprensiblemente, aunque citado en algunos estudios, no ha sido publicado hasta 2006. Llama la atención la solemnidad épica de esta larga silva (500 versos) que comienza con un endecasílabo, a manera de invocación de estilo homérico: ¡Oh musa del dolor! Dame tu llanto ―compárese con el comienzo de La Ilíada: «Canta, oh diosa, la cólera del Pélido Aquiles».
La autora enumera los horrores de la esclavitud y en nombre de la justicia, invoca a los hombres para que rechacen tal ignominia:
¡Hombres, venid a redimir al hombre;
la causa es santa, desertarla mengua!
Resulta muy valiente su acusación contra los cristianos, los traficantes y los poseedores de esclavos, a los que da el calificativo de «fieras». También culpa a las mujeres del abuso ―¡Oh, Esclavitud! […]¿De los hombres no basta que hagas fieras? / ¡Las mujeres también, las nobles damas!-, hasta el punto de llamar a una dueña de esclavos «leona furiosa» y «feroz verdugo». La poeta, en este punto, no excluye a las mujeres del horror, adelantándose a las historiadoras feministas de la década de los setenta que investigaron sobre las mujeres que ejercieron la violencia y la opresión sobre sus semejantes a lo largo de la historia.
El poema concluye con un apóstrofe a la patria, pidiéndole que no consienta tal crimen de lesa humanidad:
[…]si fue la esclavitud tu horrible herencia,
la santa libertad lega a tus hijos.
[…]
Sé justa ¡oh patria mía! y serás grande.
Es necesario recordar que España fue la penúltima nación del mundo que abolió la esclavitud en 1886, seguida de Brasil. La pavorosa situación en que se encontraban los esclavos y su ineludible liberación, se convirtieron, por simpatía, en un motivo reiterado de la literatura romántica escrita por mujeres. Son ellas las que deben de llevarse el mérito de haber denunciado por humanidad, por solidaridad, tal ignominia.
Victoria Prieto Grandal, (Instituto de Enseñanza Secundaria. Granada, España), febrero de 2010
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BIBLIOGRAFÍA
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Con este artículo continuamos la temporada de reflexiones sobre el tema de género y medio ambiente, con trabajos presentados en la edición 2010 del Coloquio Internacional «Mujeres y ambiente en la historia y la cultura latinoamericanas y caribeñas», organizado, como cada año, por el Programa de Estudios de la Mujer en la Casa de las Américas.
Fuente: http://laventana.casa.cult.cu/modules.php?name=News&file=article&sid=6038