EL ESPEJO DE LA POLÍTICA ITALIANA En un artículo reciente publicado en «Il Manifesto», Rossana Rossanda, refiriéndose al fenómeno de la corrupción que a modo de metástasis se extiende en Italia por todo el cuerpo social, explicaba -meridianamente- como el tan denostado Berlusconi no solo se había apoderado del poder, sino también de la conciencia […]
EL ESPEJO DE LA POLÍTICA ITALIANA
En un artículo reciente publicado en «Il Manifesto», Rossana Rossanda, refiriéndose al fenómeno de la corrupción que a modo de metástasis se extiende en Italia por todo el cuerpo social, explicaba -meridianamente- como el tan denostado Berlusconi no solo se había apoderado del poder, sino también de la conciencia de la mayor parte de sus conciudadanos. Son ellos, comentaba, los que le mantienen en el poder, ante la impotencia de una izquierda paralizada y sin ideas, empeñada en interminables luchas intestinas o involucrada ella misma, a distintos niveles, en el proceso de descomposición que abrió una ancha avenida ante el Cavalieri y sus huestes.
En nuestro país, la marea de casos de corrupción que salpica periódicamente la primera plana de los periódicos, ha llegado a convertirse en una variante más de la fiesta nacional, casi en un hecho cultural digno de ser preservado y protegido. Se da así la paradoja de que el que posee un historial de corrupto, el que más y mejor roba es, en muchos lugares, el candidato que suelen elegir los votantes, frente al defensor del sentir y de los intereses de los ciudadanos. ¿No cabe preguntarse, ante una situación como esta, si no estamos haciéndole ya la cama a un Salvador de nuevo cuño? Mezcla, como Berlusconi, de simpática sinvergonzonería y, como Le Pen, de irreductible voluntad de defensa de los valores patrios.
LA OLA DE CORRUPCIÓN QUE NOS ASOLA
Entre todos los casos que a diario nos hacen olvidar el de la víspera, cabe aludir a la figura de Jaime Matas, otrora hombre fuerte en su feudo de Baleares, ex ministro en el gobierno del PP y al parecer hombre apreciado en su partido, cuyo principal y más reciente título de gloria, es el monto -juzgado exorbitante por su abogado- de 3.000.000 euros de fianza, solicitado por el fiscal para evitar el tener que meterle inmediatamente entre cuatro muros… El caso Matas es uno de tantos. Y van… Pero es especialmente útil, como los demás, para tapar la realidad y las miserias del sistema político en el que vivimos. Estamos rodeados, (sugieren con pretendida objetividad los que espolean o tranquilizan la opinión pública desde las páginas de sus diarios o desde sus pantallas), de ladrones, de políticos indignos, de empresarios que nos roban y estafan, en algunos casos impunemente y hasta con la complacencia de los poderes públicos (como es el caso del Sr. Ferrán, espejo de empresarios).
A uno, todo esto se le antoja como simple agua de mayo. Nuestro sistema está tan podrido por dentro y por fuera, que este tipo de situaciones -la ola incontenible de corrupción que nos asola- más que un efecto me parece una causa: la consecuencia del engaño del que fuimos víctimas los españoles. Salimos en efecto de una dictadura cruenta e interminable para instalarnos en otra dictadura: la del dinero, de la prevaricación, de la dureza, avidez e impunidad patronal y, a nivel del hombre de la calle, del cómodo principio del «allá me las den todas, pero a mí que no me toquen lo mío»… Grado cero pues de la conciencia democrática y cívica en un país al que han enseñado a prosternase ante un balón esférico en vez de hacerlo, como nuestros padres y nuestros abuelos, ante los mártires, los sabios y los santos…
UN SUEÑO LLAMADO TRANSICIÓN
…Quizás haya faltado tiempo y voluntad política de cambio en las fuerzas progresistas de este país para forzar la llegada de un régimen democrático. Los sucesores del régimen anterior, para perpetuarse en el poder, inventaron un sistema de gobierno, la Transición, que el mundo entero al parecer nos envidia. Se trataba en realidad de cambiar todo para que no cambiase nada. En Europa y en muchas partes del mundo las dictaduras, como instrumento de sometimiento y de control social, ya no se «estilaban». Gracias a eso pudimos disfrutar, como diría Rajoy, de «un Estado de Derecho». Pero el Derecho y la Democracia no son cáscaras vacías, sino principios de gobierno que se nutren a diario, para seguir vivos, de la conciencia y las exigencias ciudadanas. Nuestra sociedad, acostumbrada a obedecer, a «pasar» de todo lo que huele a compromiso y en sus elementos más modernos o más progresistas a «desencantarse» a la primera de cambio, cayo fácilmente en ese sueño profundo llamado «Transición». La cloroformaron y se dejo seducir por el señuelo de un consumo compulsivo, obtenido con el dinero de humo y de plástico de los bancos. Ahora, con los casos de corrupción que saltan a diario a los medios de comunicación, con la crisis y el paro, parece que se nos ha despertado cierto deseo de justicia, de moralidad y hasta de castigo de los malhechores (léase a este respecto las cartas indignadas de los lectores de periódicos como El País o Público). Nos hemos percatado, un poco tarde, de que nuestra sociedad carecía de conciencia cívica, de instituciones imparciales y eficaces, (en primerísimo lugar la Justicia, uno de los búnkeres, pero no el único, heredados del régimen anterior), de instrumentos de control social, etc. Desacreditados los partidos políticos y tetanizadas, a golpes de subvenciones, las burocracias sindicales, hemos descubierto de repente que estábamos desnudos e impotentes ante los saqueadores y maleantes de todo signo y todo tipo que asolan el suelo patrio. «Dispuestos, como afirmaba amargamente uno de los lectores de El País, a llevarse nuestro dinero».
UNA PRENSA DEL CORAZÓN DE NUEVO TIPO
Nos indignan los compromisos y los manejos de los partidos políticos, instrumentos destinados en principio a obrar por el Bien público, y convertidos a la postre en simples maquinarias con vocación de distribuir prebendas y perpetuarse en el poder. Los privilegios, los emolumentos de la clase política, sea cual sea su color, circulan por la red y deben ser causa de más de alguna que otra apoplejía. (Curiosamente ni los banqueros, ni los grandes especuladores, ni los jugadores en Bolsa, ni los poseedores de fortunas que se cifran en miles de millones, ni los contratos de las estrellas del fútbol, provocan ese tipo de pasmos y de indignaciones)… Ausente, por defunción, nuestro espíritu critico y la capacidad de ir mas allá de lo que nos cuenta a diario esta prensa del corazón de un nuevo tipo (hoy el caso Matas, ayer el caso Roldan, anteayer las fechorías del «Bigotes», o el bolso de la alcaldesa de Valencia o los trapicheos de la Pantoja y su telegénico camarero), solo nos queda la posibilidad de indignarnos y afirmar, (expresión última, marcadamente peligrosa, de la falta de cultura política de este país, «que en el fondo todos son iguales: la izquierda, la derecha y el centro»).
DEFENDER LA «COSA PÚBLICA»
Lo sucedido en Italia debiera servirnos de ejemplo… e inquietarnos. Berlusconi y los gánsteres que como él se apoderaron del poder, con el consentimiento y la complacencia de los países de la Unión Europea, no surgieron por generación espontánea, sino al término de un proceso de descomposición de la sociedad italiana y de desinterés hacia «la cosa pública» similar al nuestro. Tolerando las componendas, los tráficos y las combinaciones de los políticos tradicionales y aceptando la ascensión de estos políticos de nuevo cuño, con antecedentes mafiosos, neofascistas o, simplemente surgidos del alcantarillado. Sin pedigrí político, pero con una sed inextinguible de poder y de riqueza. Es lo que suele ocurrir cuando el ciudadano renuncia por abulia y comodidad a exigir, cuando menos, a los políticos que cumplan sus compromisos electorales, una vez apagado el eco de sus cantos, sus mítines y sus proclamas. Cuando los ciudadanos, véase la abstención creciente en los comicios de todos los países europeos, se limitan a depositar en una urna, cada cuatro años, una papeleta y no asumen, entre dos elecciones, el papel que les corresponde: participar, a su nivel y en la medida de sus deseos y posibilidades, en la mejora y/o la transformación de la sociedad en la que viven.
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