¿Por qué abandonamos IU? Compañeras, compañeros. Después de compartir durante años la singladura de IU -así como de Ezker Batua y de Esquerra Unida i Alternativa en Euskadi y Catalunya respectivamente-, hemos llegado, no sin amargura, a la conclusión de que, por coherencia política y fidelidad a los ideales de lucha y de transformación socialista […]
¿Por qué abandonamos IU?
Compañeras, compañeros.
Después de compartir durante años la singladura de IU -así como de Ezker Batua y de Esquerra Unida i Alternativa en Euskadi y Catalunya respectivamente-, hemos llegado, no sin amargura, a la conclusión de que, por coherencia política y fidelidad a los ideales de lucha y de transformación socialista que nos trajeron hasta aquí, debemos abandonar ahora las filas de estas organizaciones para seguir trabajando de modo consecuente en la construcción de una izquierda anticapitalista. Una izquierda de combate más necesaria hoy que nunca; pero una izquierda que -pensamos- no sólo ya no representan IU y sus referentes, sino que una larga crisis y la deriva de estos últimos años han incapacitado definitivamente para impulsar o vertebrar. Sirvan pues estas líneas explicativas de nuestro gesto de acta de dimisión de los órganos de dirección en que hemos participado hasta ahora y de las responsabilidades que hemos asumido.
En efecto. Resulta ya incontrovertible que estamos entrando en una gravísima y profunda crisis del capitalismo globalizado. Crisis sistémica y crisis de civilización en que se dirimirá el futuro de la humanidad a lo largo de años de convulsiones sociales, guerras, revueltas populares -acaso revoluciones… Pero también de tentativas autoritarias y regresivas por parte de las clases poseedoras, que tendrán como escenario los cinco continentes. El desplome de las finanzas mundiales al que asistimos no es sino el inicio de un proceso que atravesará sociedades industriales, países emergentes y zonas empobrecidas del planeta, sacudiendo hasta sus cimientos los parámetros legados por el neoliberalismo. Desmintiendo a quienes, ante el agotamiento de los proyectos de emancipación del siglo XX, proclamaron «el fin de la Historia», la lucha de clases vuelve por sus fueros.
Y resulta no menos innegable que el Estado español está sumido en el corazón de la tormenta. El «modelo de crecimiento» basado en la especulación inmobiliaria, el turismo, los bajos salarios, la precariedad y el consumo sostenido por el endeudamiento generalizado de las familias, se desmorona dejándonos un panorama social y medioambiental desolador. El número de parados crece de día en día. La industria acusa la falta de liquidez y la contracción de los mercados. Los debilitados sistemas de protección social se ven sometidos a una tremenda presión, atenazados entre las restricciones presupuestarias de las administraciones y las demandas crecientes de la población. La incertidumbre se apodera de los hogares más humildes. He aquí una crisis, sólo comparable por su alcance a la que conoció el mundo en la década de los años treinta -pero agravada esta vez por la amenazadora degradación de la biosfera a que nos ha conducido el capitalismo.
Una crisis que, desde sus primeros compases, está minando los cimientos de la arquitectura política imperante tanto en Europa como aquí: la armazón de esa Unión Europea de las desigualdades y la erosión de las conquistas sociales, sometida a los dictados de las grandes corporaciones y sorda a la voz de los pueblos; la estructura de esa «España de las autonomías», heredada de una transición que nos dejó la monarquía restaurada por Franco y el poder intacto de la oligarquía. Una crisis, en fin, que ha situado a la izquierda llamada «transformadora» ante responsabilidades y retos inmensos. Y que, al hacerlo, desvela la gangrena política y moral que ha ido ganando a sus cuadros de dirección y sus organizaciones a lo largo de los años de ascenso imparable del liberalismo.
A lo largo de ese período, la vieja socialdemocracia europea ha sufrido un proceso de conversión al neoliberalismo y de profunda imbricación en sus instituciones políticas, en sus ámbitos de gestión e incluso en sus dispositivos militares. Si Reagan y Thatcher inauguraron la «revolución conservadora», Mitterrand inició las reformas neoliberales en Francia, Felipe González condujo una dura reconversión industrial según las exigencias de integración al mercado comunitario y el gobierno de Lionel Jospin privatizó más empresas que la derecha. Dirigentes «socialistas» han encabezado o encabezan organismos como el FMI, la OMC o la mismísima OTAN, puntas de lanza de la globalización y el «orden» neoliberal. Durante cerca de tres décadas, gobiernos de derecha y de centroizquierda -o «social-liberales»- se han ido alternando en un proceso continuado de desregulación del mercado laboral, de privatización de servicios públicos y de progresiva liquidación de las conquistas sociales alcanzadas por el movimiento obrero tras la segunda guerra mundial.
Es cierto que la caída de la URSS hizo aparecer al capitalismo como un horizonte insuperable y certificó el declive de los partidos comunistas. Pero no lo es menos que, apenas unos años después, las primeras resistencias de masas al neoliberalismo y, singularmente, el surgimiento de amplios y variados movimientos sociales contra la globalización brindaron a las fuerzas militantes y alternativas la posibilidad de configurar otra izquierda, independiente, plural, de ruptura con el neoliberalismo y perspectiva socialista e internacionalista, en ósmosis con la ecología política y el feminismo. A través de los Foros Sociales y la movilización internacional contra la guerra, Rifondazione Comunista se convirtió en emblema y referencia de ese fenómeno. Pero también participaron de él otros agrupamientos de izquierdas, como la efímera unidad de partidos y colectivos que arrancó el «No» francés a la Constitución europea en la primavera de 2005. Y tampoco fueron ajenos a ese proceso algunos prometedores episodios de la izquierda en nuestro país: ahí estuvieron los inicios de EUiA en Catalunya, la atracción que ejerció su proyecto sobre numerosos colectivos, sus multitudinarios cortejos en las manifestaciones contra el Banco Mundial o por la retirada de las tropas españolas de Irak… Ahí estuvo durante unos años también para Ezker Batua, sobre todo tras la ruptura del pacto de Lizarra, la posibilidad de jugar un papel independiente, referencial y de puente entre las aspiraciones soberanistas de la sociedad vasca y la izquierda del resto del Estado -lejos de esa desesperante alternativa entre connivencia con la sangrienta y estéril vía armada con que ETA hipoteca la izquierda abertzale… o la aceptación del centralismo español.
Ninguna de esas expectativas se ha cumplido. El cénit de IU, con Julio Anguita como Coordinador General, puso ya al descubierto profundas limitaciones que nunca han sido superadas. La teoría -y la práctica- de «las dos orillas» pudieron liderar una cierta contestación de las derivas más infames del «felipismo», pero no armar una alternativa al PSOE, representativo, a pesar de su adhesión al sistema, de una determinada izquierda social -por razones culturales, históricas y por sus vínculos con una franja sustancial de la población trabajadora- que recurre a él frente a la derecha más agresiva. De hecho, la impotencia de esa orientación apareció ante el ascenso de un PP de raíces franquistas, pero asentado en las transformaciones sociológicas propiciadas por el liberalismo. Casi sin transición, IU saltó de la ilusión del «sorpasso» a la subalternidad respecto al PSOE. El asustadizo pacto entre Paco Frutos y Almunia constituyó un primer aviso.
Los años siguientes brindarían sin embargo a IU la posibilidad concreta de recomponer una izquierda alternativa y crítica. Las movilizaciones ciudadanas contra la guerra, contra los trasvases, la crisis del «Prestige»… acabaron desgastando al gobierno del PP y auparon de nuevo al PSOE hasta La Moncloa. Poco antes, el electorado catalán había puesto fin a veintitrés años de hegemonía del nacionalismo conservador, castigando los pactos de Pujol con Aznar y llevando una mayoría de izquierdas al Parlament de Catalunya. Pero IU no supo «leer» ninguna de esas coyunturas… o sus equipos dirigentes no se atrevieron a actuar de un modo coherente frente a ellas. Si bien esos gobiernos surgían de una voluntad de cambio – y, bajo el impulso que los llevó al poder, se estrenaron con ciertas medidas progresivas en política exterior o en el ámbito de los derechos civiles -, los poderosos vínculos de la socialdemocracia con los grandes intereses patronales no tardarían en manifestarse, confiriendo a tales gabinetes un carácter continuista respecto a sus predecesores de derechas en materia económica, fiscal, de relaciones laborales, educación o defensa.
IU interpretó su declive electoral no como la expresión de que era necesaria una paciente reorientación hacia los movimientos sociales y un acompañamiento del movimiento obrero, preparando sus resistencias hacia las medidas gubernamentales de corte liberal que no tardarían en producirse… sino como una legitimación del social-liberalismo. Lejos de actuar como una oposición de izquierdas, IU se convirtió en una muleta del PSOE, avalando sus presupuestos, sus leyes favorables a los privilegiados -como la LOE-, su gestión del conflicto vasco… IU se adentraba así en una senda que ya había abierto ICV en Catalunya: la transformación en un partido de corte clásico, vertebrado en torno a un aparato de políticos profesionales y profundamente institucionalizado; un partido que había renunciado a disputar seriamente influencia alguna al reformismo entre las clases populares y que, por el contrario, sólo pretendía mantener un espacio político acotado, basado en las capas superiores del sindicalismo, profesiones liberales y una parte de la juventud universitaria, como una «conciencia crítica» y de sensibilidad ecologista, acompañando al social-liberalismo hegemónico en las izquierdas. EUiA, que había surgido en ruptura con semejante proyecto, no tardó en sucumbir a esa tentación pragmática.
Las experiencias de participación gubernamental en Catalunya y en Euskadi -paralelas a la subalternidad de IU respecto al PSOE- han sido determinantes en el agotamiento estas formaciones. La vieja política togliattiana acerca del «partido de lucha y de gobierno» se ha demostrado una vez más de una lógica devastadora. Finalmente, se acaba dando la espalda a las luchas sociales en nombre de la presencia en un gobierno… cuya orientación determina su componente mayoritaria (PSC o PNV). Baste señalar, por citar unos ejemplos próximos, que de todas las campañas planteadas por el Foro Social Catalán en cuanto a deslocalizaciones industriales, apoyo a luchas sindicales como la de TMB, defensa de los servicios públicos o del territorio, no había ni una sola que no chocase frontalmente con la gestión del tripartito de Montilla, defendido por EUiA como único horizonte de la izquierda. Por no hablar de su connivencia con la gestión de la Conselleria de Interior por parte de Joan Saura, marcada por la criminalización y persecución de las disidencias sociales y de la izquierda independentista.. En la anterior legislatura, bajo la presidencia de Pasqual Maragall, la aceptación cobarde por parte de EUiA del pacto entre Zapatero y la derecha nacionalista catalana para acotar la reforma autonómica, significó la renuncia a lo que es piedra de toque de una izquierda realmente avanzada: unir la aspiración democrática popular a la autodeterminación nacional con los objetivos de progreso y transformación social y de entendimiento solidario con los otros pueblos de la península.
En el caso de EB, se ha practicado una política de seguidismo permanente al gobierno de Ibarretxe en la mayoría de los proyectos del mismo, como el voto en contra de la iniciativa legislativa popular por la abolición de la deuda externa, restando aún mas credibilidad de cara a los movimientos sociales, o la ambigüedad mantenida en la defensa de las aulas de 0 a 2 años para no incomodar a los socios de gobierno.
Ciertamente, nada surge de la nada. Esas tendencias siempre han estado latentes en IU, presentes en no pocas prácticas municipales o autonómicas junto al PSOE. En una especie de movimiento pendular desde el período anguitista, esa deriva ha terminado por generalizarse e imponerse inconteniblemente bajo el mandato de Gaspar Llamazares. Aquí y allí, la organización se ha desvitalizado, la mayoría de sus asambleas se han convertido en realidades virtuales. Los censos falseados tratan de enmascarar una pérdida de influencia social que, unos comicios tras otros, la vida se encarga de recordarnos. Finalmente, la supervivencia institucional se ha convertido en la principal razón de ser de los cuadros de dirección de IU, en una inextricable situación en que las distintas «familias» se destrozan en inacabables peleas fratricidas… y se ven obligadas a permanecer juntas para evitar un naufragio general. Una organización de estas características no puede afrontar los tiempos que se avecinan.
La próxima Asamblea Federal -como la V Asamblea de EUiA que la precederá o la recientemente celebrada de Ezker Batua- fueron y serán, muy probablemente, el escenario de una falsa reconciliación, ahogando críticas, soslayando balances y anclando la organización en una perspectiva impotente: la gestión de un espacio electoral de un millón de votos, para hacerse valer ante aquellos socios mayoritarios que permitan acceder a alguna cuota de poder. No se atisba ninguna consideración crítica hacia el pasado, ni garantía de un nuevo curso de cara al futuro. Desgraciadamente, ese diagnóstico es transversal por lo que se refiere a las distintas corrientes que pugnan por pesar en la nueva dirección de IU. Ni siquiera el texto más a la izquierda, el llamado «documento del PCE», se atreve a ser tajante en cuanto a la participación en gobiernos social-liberales -¡a pesar de los fracasos de Francia e Italia y de nuestras propias experiencias!-, ni acerca del lastre de la transición. Por no hablar de la ambigüedad ante el derecho a decidir de los pueblos, donde la unidad incuestionable de una futura República Federal parece llamada a sustituir la unidad no menos inquebrantable de la «nación» que proclama la Constitución del Reino de España. En tales condiciones, la Asamblea de IU se presenta como el marco viciado de una enésima componenda, de un «abrazo de Vergara» sin auténticas alternativas hacia la izquierda.
Pero la lucha de clases no tolera interrupciones y se acomoda mal con apaños burocráticos. Desde luego, no seremos nosotros quienes demos nuestra caución a tales asambleas. Ni asistiremos a ellas, ni participaremos en ninguna de las listas concurrentes -¡si es que todo el estrépito de estos meses no termina en una lista única, certificando la reconciliación de las fracciones y, por ende, la consagración de una orientación que ha liquidado definitivamente el impulso fundacional de IU! La tarea acuciante se sitúa ya en otro terreno, exterior a la que ha sido hasta ahora nuestra organización: pasa por las redes de resistencia de la izquierda sindical que se movilizan contra la directiva comunitaria de las 65 horas o la «directiva de la vergüenza»; se enraíza en las luchas obreras que resurgen, como en Nissan, ante las acometidas de la crisis; se apoya en los movimientos sociales contestatarios, en la juventud estudiantil que se rebela frente a la mercantilización de la universidad, en el combate feminista, en la conciencia ecologista… Es la lucha por la constitución de un nuevo sujeto político, de una izquierda anticapitalista, plural, democrática y combativa, fiel a las y los oprimidos, libre de hipotecas respecto a esa izquierda cuyo única perspectiva es la gestión del sistema -incluso ahora, cuando cada día nos da muestras de su crueldad y del abismo hacia el que conduce a la humanidad.
La experiencia de IU, que ha consumido las energías de toda una generación militante, formará parte del acervo de la nueva izquierda anticapitalista. Su construcción necesita nuevos horizontes. No pocas compañeras y compañeros que, desde las filas de IU, aún hoy dudan, lo verán claro mañana y esperamos poder converger con ellas y ellos no sólo en las luchas sino en plataformas y foros que contribuyan a forjar ese nuevo sujeto político anticapitalista. El predecible resultado de la Asamblea Federal acabará siendo, por mucho marketing publicitario que se busque, un jarro de agua fría para quienes aún albergan ilusiones. La experiencia y la lucha común terminarán de disiparlas, forjando nuevas complicidades militantes. Es hora de tomar decisiones, de dar un paso al frente. Aunque IU pueda sobrevivir todavía durante algunos años como un referente electoral a la izquierda del PSOE, su papel en tanto que marco de agrupamiento de fuerzas revolucionarias está definitivamente agotado. El nuevo vector del anticapitalismo está por construir. A esa tarea nos comprometemos a consagrar todas nuestras energías.
Brian Anglo (miembro del Consell Nacional de EUiA), Mikel Labeaga (ex-miembro de la Presidencia de Ezker Batua), Jaime Pastor (miembro del Consejo Político Federal de IU), Lluis Rabell (miembro del Consell Nacional de EUiA), Teresa Rodríguez-Rubio (miembro de la Presidencia Federal de IU).
Militantes de Espacio Alternativo Confederal
http://www.espacioalternativo.org