Escribe, me dice mi amigo Mohamed Embarek, no tenemos balas, solo palabras. Escribe. Embarek ahora vive en Salamanca, con su mujer y su hijo, pero hace diez años nos conocimos en Tindouf, Argelia, cuando fui a visitar los campamentos de refugiados para escribir un reportaje. Los saharauis vivían ya entonces ¡25 años! en haimas en […]
Escribe, me dice mi amigo Mohamed Embarek, no tenemos balas, solo palabras. Escribe.
Embarek ahora vive en Salamanca, con su mujer y su hijo, pero hace diez años nos conocimos en Tindouf, Argelia, cuando fui a visitar los campamentos de refugiados para escribir un reportaje. Los saharauis vivían ya entonces ¡25 años! en haimas en medio del desierto. Habían sido expulsados de sus territorios por Marruecos, viéndose forzados a abandonar sus ciudades frente al Atlántico y abandonados por España, pues eran entonces colonia española, que permitió la Marcha Verde y que calló cuando fueron bombardeados y asesinados. Los que pudieron, huyeron a refugiarse en el desierto, y allí continúan, en espera de que la comunidad internacional, España, o alguien, les haga justicia. Los que quedaron, vieron como el gobierno de Marruecos poblaba sus ciudades con colonos marroquíes, mientras ellos, los saharauis, perdían todos sus derechos y eran relegados a la exclusión social.
Marruecos levantó siete muros para que el Frente Polisario que comenzaba a organizarse en los campamentos de refugiados, no pudiera penetrar a recuperar sus ciudades sitiadas. Y a los insurrectos que quedaron dentro los persiguió, los encarceló, los torturó o simplemente, los hizo desaparecer.
Y España siguió callada.
Hace unos días, los saharauis de las zonas ocupadas decidieron que ya era hora de al menos, protestar. Tan solo fue eso, alzar la voz, decir: aquí estamos, sin derechos, sin protección, sin nada. Que alguien mire. Pero el gobierno de Marruecos no quiere que nadie vea nada. Que nadie diga nada. Que nadie escriba nada. Y cargó contra ellos. Y atropellaron dos veces a un chico hasta matarlo. Y hubo más muertos, y más apaleamientos, y más desaparecidos de nuevo.
Están escondidos, me relata mi amigo que ha conseguido hablar con unos primos suyos que están allí, no pueden salir ni a comprar los alimentos básicos. Ayer bajó la vecina del piso de arriba a por leche y pan y le dieron una paliza. Van armados. Todos. Los soldados con armas de fuego, el resto con machetes.
Y España sigue callando.
Pero es preciso despertar las conciencias. Porque independientemente de los intereses de un gobierno u otro, el pueblo, la gente de a pie, aquí en España, en Marruecos y en cualquier parte del mundo, tiene que saber la verdad.
Y como decía Brecht en boca de Galileo: «Quien no sabe la verdad solo es un estúpido. Pero quien la sabe, y la llama mentira, es un criminal»
Gemma Ortells es escritora y directora escénica
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