Para mis maestros catalanes Jordi Nadal y Josep Fontana En el debate histórico de 1932 donde la República aprobó el primer Estatuto de Autonomía en España, Manuel Azaña, ante la campaña «patriótica» de la derecha contra la aprobación del nuevo Estatuto para Cataluña, dijo solemnemente que «ningún programa político tiene escrita su solución en el […]
En el debate histórico de 1932 donde la República aprobó el primer Estatuto de Autonomía en España, Manuel Azaña, ante la campaña «patriótica» de la derecha contra la aprobación del nuevo Estatuto para Cataluña, dijo solemnemente que «ningún programa político tiene escrita su solución en el código del patriotismo».
Podríamos repetir sus palabras 85 años después, porque la actual movilización patriótica españolista contra el movimiento soberanista catalán ha sido extraordinaria, siendo conscientes que esa no es la solución, es el problema. Sin diálogo, sin respeto y sin pacto, el catalanismo, el nacionalismo catalán, no se sentirá integrado en nuestro país, y la desafección y el desencuentro impedirán el progreso democrático de España.
Y ya sabemos que no hubo ni diálogo, ni respeto, ni pacto con Cataluña, al revés, el gobierno del PP ha tenido una actuación negacionista frente al intento catalán de potenciar su autogobierno primero, y de declarar la independencia después, negacionismo españolista que como respuesta ha provocado la fuga hacia delante del catalanismo, esto es, la derecha española ha puesto en marcha una dinámica de polarización bien conocida desde hace un siglo, pues ya en 1927 el líder histórico del nacionalismo conservador catalán Francesc Cambó, en su libro Per la Concordia , dejó escrito que «cuando el encono contra Cataluña se acentúa, cuando en ésta se debilita la esperanza de una solución armónica del pleito catalán, entonces la irritación y la desesperanza engendran en el espíritu de muchos catalanes un sentimiento secesionista». Fue lo que pasó entonces en Cataluña frente a la dictadura de Primo de Rivera, y es también lo que pasó estos años frente al gobierno de España con el «pleito catalán».
¿Y qué paso realmente en España? Pues que hemos vivido la campaña más patriótica de la historia de nuestro país, solo igualada con la que se vivió contra la independencia de Cuba y los «malvados yankis» que la apoyaban en la guerra colonial de finales del siglo XIX, pues allí como aquí todos los medios sin excepción, todas las instituciones y todos los poderes españoles incluida la iglesia se volcaron al grito unánime de ¡viva España!.
Fue precisamente esa guerra de Cuba y la pérdida de la joya de la corona colonial en 1898 la que abrió una crisis sin precedentes en España, una crisis que fue contestada por dos nuevos proyectos de país, uno desde el punto de vista ideológico que impulsó el movimiento regeneracionista encabezado por Joaquín Costa, y otro planteado desde punto de vista territorial que encabezó el catalanismo, un catalanismo que entre 1892 -cuando se aprobaron las Bases de Manresa- y 1901 -cuando se crea la Lliga Regionalista liderada por por el moderado Enric Prat de la Riba- impulsa un movimiento regional que reclama el reconocimiento político de la singularidad catalana.
Desde entonces, desde hace más de un siglo, al calor de la crisis del régimen de la Restauración, y fuera de los gobiernos dictatoriales de Primo de Rivera y de Franco, el catalanismo no ha parado de crecer, viviendo 3 etapas históricas fundamentales. La primera, la Solidaritat Catalana, nacida en 1907, fue de corto recorrido -duró un bienio, pues la Semana Negra se la llevó por delante- pero de fuerte calado. Liderada por el viejo republicano federalista Nicolás Salmerón, aglutinaba a un amplio abanico de partidos catalanes y catalanistas en contra de la promilitar Ley de Jurisdicciones, y planteaba a Madrid la autonomía política catalana con una Hacienda propia. La segunda gran etapa histórica del catalanismo tiene lugar en el periodo republicano entre 1931-1934, que aspiraba a una república federal. Y la última etapa es la que estamos viviendo, que comenzó con la demanda de más autonomía y ha terminado pidiendo la independencia.
Autonomía frente al poder corrupto y caciquil fracasado de la Restauración monarquica. República federal frente a una república centralista secuestrada además desde 1933 por las derechas dinásticas. Independencia frente a una autonomía limitada por Madrid. Tres patas del mismo banco catalanista que en principio se inspiran en la misma idea proclamada en el mitin fundacional del Tivoli donde se puso en marcha la Solidaritat Catalana : «nuestros enemigos dicen que nuestro movimiento revolucionario va contra España. No es cierto. Los catalanes hemos aportado a España un rico patrimonio, una lengua enaltecida por grandes poetas, un derecho civil, una industria fuerte y poderosa, y hoy, señores, hoy mismo, le llevamos un sentido político que nos da derecho a hablar en nombre de España. Levantémonos del banquillo de los acusados y preguntamos a nuestros eternos acusadores qué han hecho del patrimonio que les confiamos. Levantémonos del banquillo de los acusados y reclamemos con energía nuestro derecho a gobernar».
Eso pedían los catalanistas todos unidos de la Solidaritat, que para empezar cesaran las acusaciones contra su supuesto anti españolismo y acto seguido el derecho a gobernar. Un derecho a gobernar que sería conquistado a base de muchas luchas y movilizaciones a lo largo del siglo XX. Primero fue la creación en 1914 de la Mancomunitat de Cataluña, en la que se integraban las 4 diputaciones provinciales, todas unidas en defensa de su nuevo organismo autonómico. Después fue la rehabilitación de la histórica Generalitat y el nuevo Estatut entre 1931 y 1932. Por fin, acabada la dictadura franquista y vueltos a la democracia, fue el reconocimiento del autogobierno nacional catalán con la recuperada Generalitat y el Estatut.
Pues bien, lamentablemente todos esos hitos históricos de avance del catalanismo terminaron mal. Primo de Rivera acabó de un plumazo en 1925 con la Mancomunitat que había presidido Prat de la Riba. Ya en la Republica, y como respuesta al gran avance del Gobierno de las derechas con su política de «rectificar» la Republica durante el llamado «bienio negro», el presidente de Generalitat Lluis Companys, en el contexto del Octubre del 1934 español, declaraba el «Estado catalán dentro de la República Federal española», por lo que fue destituido y encarcelado, siendo liberado de la cárcel a comienzos de 1936, cuando ganó las elecciones de febrero de aquel año histórico el Frente Popular con el programa común de la amnistía para los presos políticos de Octubre del 34 -junto con Companys y otros catalanistas y republicanos insurrectos fueron liberados también cientos de presos asturianos protagonistas de lo que Albert Camus llamó «Comuna de Asturias»- pero después de la guerra civil sería fusilado por Franco en 1940. Por último, en este año 2017 vuelve a haber presos políticos y políticos presos catalanes por proclamar la independencia unilateral en Cataluña, lo que pone otra vez de actualidad -como a comienzos de 1936- el grito de amnistía y libertad para estos presos, y también un nuevo «frente popular» -ahora un » frente soberanista»- para las elecciones catalanas del 21 D.
Decía un catalanista avanzado, Martí i Juliá, en 1915 que «el nacionalismo es la forma más perfecta de la libertad política de los pueblos y el socialismo es la forma más perfecta de la libertad de los pueblos económicamente». Nacionalismo frente a socialismo, catalanismo frente a españolismo, república frente a monarquía, esas son las confrontaciones básicas que han atravesado el siglo XX español. Las izquierdas españolas han sido internacionalistas, obreristas y también republicanas pero la izquierda catalana fue además catalanista, y hoy todavía bastantes españoles de izquierda fieles ortodoxos de esos principios han rechazado el movimiento catalanista, e incluso algunos se han hecho eco de la política del palo y tentetieso españolista del PP contra el nacionalismo catalán.
Ideario frente a ideario, principios frente a principios, España ha vivido estos años tensionada por la cuestión catalana, pero del 1 de Octubre, día del referéndum, al 27 de Octubre, dia de la proclamación unilateral de la república catalana, hubo 27 días que conmovieron a España. El catalanismo firmó entonces su voluntad de independizarse de España en el peor momento histórico posible, porque hoy sabemos que la secesión existe pero la independencia no. No puedes independizarte de tus vecinos, ni de tus mercados, ni de los españoles -cerca del 75% de los catalanes son de origen español-, ni de la UE, ni de la globalización, pero impresiona la determinación de Cataluña por ser soberana. E impresiona también el empeño de España en imponer a Cataluña cuatro siglos después la política imperial del Conde Duque de Olivares: «hay que reducir estos reinos a las leyes, a la lengua y al estado de Castilla sin ninguna diferencia».
Ni con la Unión de Armas de Olivares en el siglo XVII, ni con los decretos de Nueva Planta de Felipe V después, ni con los bombardeos de Espartero contra las «carlistadas» se ha podido «reducir» a la fuerza a Cataluña a lo largo de los últimos siglos. ¿Se puede ahora resolver un gran conflicto histórico con palos y amenazas, con persecuciones y con Tribunales, con campañas mediáticas, con cárcel y guerra sucia contra Cataluña? ¿se puede construir un país mejor y más democrático movilizando contra Cataluña los peores sentimientos nacionalistas de la vieja España, una, grande y libre? ¿se puede defender la unidad de España y de los españoles contra la voluntad democrática de Cataluña y hasta haciendo campaña contra la venta de productos catalanes en España? Pues todo eso y más todavía es lo que ha hecho el PP durante estos últimos 10 años, después de que los parlamentos catalán y español y el voto de los catalanes aprobaran democráticamente reformar su estatuto de autonomía para tener más autogobierno.
EL PP es en efecto el padre de la criatura de la crisis política y territorial más grave que ha vivido España en estos 40 años, porque para tapar sus vergüenzas y su corrupción, para que no hablemos de la Gurtel y de los sobres de Rajoy, de que España es el líder europeo del paro, de la precariedad y de la desigualdad en la UE, ha encontrado en Cataluña el instrumento perfecto para su perversa política de camuflaje españolista.
El PP ha sido ciertamente la verdadera fábrica de independentistas, que hace poco más de una década no pasaban del 10% de los catalanes y que hoy se han multiplicado por 5. La conclusión es clara: el verdadero partido anti patriota, el que más ha impulsado la división y la fractura de España, es el PP, que utilizando a Cataluña ha antepuesto sus intereses partidistas a los intereses españoles.
Claro que en esta operación funesta tienen una responsabilidad complementaria el nuevo partido Ciudadanos y el viejo PSOE como compañeros de viaje. Ahora bien, Cs nació en Cataluña en 2005 financiado y promovido por la banca y el IBEX 35 para hacer lo que está haciendo, combatir el catalanismo y diversificar las opciones de derechas, su objetivo siempre fue potenciar el españolismo político y el espacio liberal-conservador, así que está aprovechando la cuestión catalana para sacar la cabeza, avanzar empujando un nuevo centralismo neoliberal y un nuevo españolismo virgen y juvenil sin la pesada mochila postfranquista del PP, que además cortocircuite el ascenso de Podemos.
Sin embargo el PSOE, la clave de bóveda del régimen del 78, había hecho una traumática mudanza desde el posfelipismo liberal al nuevo «sanchismo» socialdemócrata para reconstruir un partido dividido, en crisis y desvertebrado. Sánchez llegaba después de muchos vaivenes a la secretaría general del PSOE marcando territorio: «somos la izquierda». Y planteando 4 propuestas estratégicas, la primera y principal reforzar al partido apoyándose en la participación activa del voto militante, luego reconociendo la España plurinacional, acercándose a Podemos para echar al corrupto PP del gobierno, y por último, para que todo quedara claro, confirmando el «no es no» a Rajoy y a la derecha.
Hizo todo lo contrario. Lo que hemos vivido estos meses es el silencio sepulcral de sus militantes, que en nunca fueron llamados a opinar en un momento tan crítico para España. Es también el «si es si» a un PP invadido por la metástasis de la corrupción. Es el apoyo a Rajoy y a la España uninacional. Es el alejamiento de Podemos. El Psoe, la bisagra de España, el equilibrio de sistema, el moderantismo político y la integración territorial, tomaba partido por dios, por la patria y el rey, daba un nuevo giro a su historia y a su política salvando al PP de la quema. El Psoe de nuevo se quitaba la careta. Y retratado, aparece ahora como una bisagra oxidada y rota, que ni abre puertas ni tiene otro horizonte que un callejón sin salida. Si hubiera cumplido con sus promesas, en vez del gallo negro otro gallo cantaría, aunque es cierto que el PSC, los socialistas catalanes con Iceta el frente, quisieron llegar al rescate con sus propuestas conciliadoras tratando de tender puentes, pero la definitiva confrontación en marcha hizo inviable la política del parachoque.
Unidos Podemos, el partido español aliado con los Comunes de Ada Colau en Cataluña -alianza que en sí misma se entiende como una declaración de principios-, es la excepción que confirma la regla de los partidos españolistas. Rechazando el secesionismo unilateral pero defendiendo el referéndum pactado en Cataluña y el estado plurinacional en España introduce dos nuevos productos políticos en la crisis territorial española muy democráticos pero de muy difícil digestión patriótica en España, aunque esas propuestas políticas hayan sido probadas con éxito en Quebec y en Escocia, en Canadá y el Reino Unido, países que a diferencia del nuestro han demostrado desde hace siglos su fortaleza democrática.
Pablo Iglesias afirma en un reciente artículo que estamos viviendo «un periodo histórico de cambio en España» y sin duda una buena parte de ese cambio se debe a Podemos. En efecto, Podemos destapó el velo que cubría las vergüenzas del régimen del 78, puso en el centro del debate político el agotamiento del bipartidismo, denunció el austericidio que aprobaron en mancomún Psoe y PP reformando el artículo 135 de la Constitución para pagar los préstamos con la banca internacional antes que la enorme deuda social con los españoles, y además abrió el debate sobre el modelo de Estado que amenazaba quiebra en Cataluña. Hacer todo eso era en resumen una enmienda a la totalidad que, como respuesta, cambió los discursos políticos, reforzó las defensas del régimen y movilizó al sistema entero -político, financiero y mediático- para apartar a los nuevos infieles del templo del poder caffe rede la II restauración borbónica.
Sin embargo pienso que Podemos, con sus lógicos errores adanistas, ha sido una gran respuesta democrática a la crisis política española, y creo que a pesar de la permanente y atronadora pitada contra Podemos en la inmensa mayoría de los medios de nuestro país, y a pesar además de la enorme polarización política en Cataluña, muchos catalanes le reconocerán el 21 D su difícil esfuerzo por encontrar una salida integradora y democrática al «pleito catalán», y que más temprano que tarde España reconocerá también su compromiso con la construcción de un país más democrático, más igualitario y más plurinacional.
Pero si el padre de la criatura de esta grave crisis catalana fue el PP, la madre fue el antiguo partido alfa catalán Convergencia i Unió. Está claro que sin la fuga hacia adelante del nacionalismo catalán entonces hegemónico nada de esto hubiera ocurrido, y en consecuencia nos habríamos quedado sin la foto fija del sistema político español del 78 y sus miserias. Como es sabido el motor lo habían puesto en marcha Pascual Maragall y el tripartito con la reforma del Estatut para tener más autonomía, un estatuto que como decía antes había pasado todos los controles de calidad democrática, o sea había sido aprobado por el parlamento catalán, las cortes españoles y el pueblo de Cataluña en referéndum. El PP lo bloqueo con el recurso al Tribunal Constitucional donde tenía una amplia mayoría, pero con el motor arrancado esa huida hacia delante fue la respuesta del catalanismo conservador entonces en el poder, que ante la crisis económica que ponía en cuestión su hegemonía y ante la crisis institucional que rodeaba al corrupto Pujol y a sus discípulos, el primero de los cuales era su sucesor Artur Mas, decidieron poner el moto a toda marcha para no perder el control político de la patria catalana amenazada de quiebra. Así empezó el «proces».
Desde 2010, desde la sentencia del Tribunal Constitucional que controlaba el PP contra el Estatut, todo se precipitó. Rajoy pudo cantar victoria, la victoria españolista frente al catalanismo autonomista, y de nada sirvieron después las diadas, las grandes manifestaciones en Barcelona, la movilización social o las llamadas al diálogo. El PP no movía ni una pieza como defensor de la unidad de la patria -¡viva España!-, mientras el catalanismo conservador iba avanzando con un nuevo presidente -Puigdemont- y nuevas compañías como ERC y la CUP por el precipicio del secesionismo hacia la república – ¡visca Cataluña!-.
El resultado está a la vista. Ganó España, ganó el PP y sus muletas, ganó el tripartito monárquico, el bloque llamado constitucional. Perdió Cataluña, perdió el catalanismo que se empeñó en conquistar la independencia con un apoyo insuficiente como era la mitad del censo electoral, perdió incluso el seny y hasta la rauxa separatista.
Rajoy, la derecha españolista, contaba con todas las cartas a su favor, la carta de la corona beligerante, los aparatos de Estado, los poderes institucionales, la judicatura, la policía y los medios de comunicación, todos a una. Contaba también con la mitad de los catalanes. Contaba con el apoyo de la Unión Europea y de EEUU. Y contaba además con un nuevo y poderosísimo ejército empresarial y financiero dispuesto a sacrificarse en el altar de la estabilidad, con un ejército que fue el definitivo batallón de infantería que con su marcha de Cataluña derribó de una vez los muros del llamado «proces».
Con tantos y tan poderosos apoyos Rajoy no hubiera necesitado retratar a España como el reino de las porras y los palos para resolver el conflicto. Pero lo hizo porque quería humillar al independentismo. Las fotos del país de la intolerancia fueron las cargas policiales del 1 de Octubre contra pacíficos votantes, las urnas secuestradas, la Cataluña sometida por la fuerza y el referéndum fallido. Después vendría la DUI, la cárcel, Bélgica, el 155, el Parlament disuelto y la Generalitat intervenida.
Y también la convocatoria de elecciones el 21 D por el gobierno de Rajoy, la participación en ella de los partidos independentistas y el consiguiente reconocimiento de facto del gobierno de España, que es quien convoca las elecciones, unas elecciones donde se traslada a la ciudadanía la búsqueda de una salida al conflicto territorial catalán que los políticos de aquí y de allí no han sido capaces de encontrar después de muchos años de jugar con trampas al escondite patriótico.
Lo que queda de esta nueva pelea histórica, de este tercer gran choque entre Cataluña y España, es mucha tierra quemada, mucha política rota y mucho malestar al norte y al sur del Ebro. Los gobiernos catalanes de estos años oscuros y el catalanismo militante no supieron entender correctamente ni el poder del Estado, ni lo que Cambó llamó «el espíritu mundial de la época», ni siquiera lo que había enseñado a la izquierda catalana el abuelo Marx, esto es, que el capital no tiene patria, y se quedaron solos. El gobierno del PP y sus socios no quisieron escuchar las demandas catalanas y se quedaron en el ordeno y mando. Pero esta última crisis catalana anuncia el fin de una época, una época que durante estos últimos años de grave crisis económica y territorial nos enseñó las vergüenzas y las limitaciones de la trucada democracia española.
Esperemos que en los campos donde crece el futuro brote pronto la cosecha de un nuevo país. Un nuevo país verdaderamente democrático, España, donde no quepan tanto españolismo ultramontano anticatalanista, tanto patriotismo partidista y tanto centralismo uninacional. Un nuevo país, con Cataluña a la cabeza, como motor democrático de la España plurinacional, que pueda realizar por fin la tarea histórica que hace ya un largo siglo le encargó el gran vasco Miguel de Unamuno: «el deber de los catalanes, como españoles, consiste en catalanizar España».
España no se puede entender sin Cataluña. En la política y en la economía españolas todo lo importante ha empezado y terminado en Cataluña: la pérdida de la Europa central próspera y luterana en Flandes, la separación de Portugal y la enorme fractura del imperio ultramarino, la guerra de Sucesión y el paso de los Austrias a los Borbones, la Nueva Planta centralista y castellanizadora, el gran salto de la monarquía a la república y también del centralismo a las autonomías, no se entienden en efecto sin el papel central de Cataluña, que, por cierto, nunca tuvo ni privilegios especiales, ni concierto económico, ni cupo tampoco, y que aportó a nuestro país el gran progreso económico y político que la caracteriza. Por eso los españoles que aspiramos a una España mejor y amamos también a Cataluña y a los catalanes, no queremos que se divorcien de nosotros, queremos como pedía Unamuno que nos catalanicen. ¡Visca Cataluña!
Germán Ojeda. Profesor Titular de Historia e Instituciones Económicas. Universidad de Oviedo.
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