Enviamos este artículo bajo la fuerte impresión que nos causara el resultado electoral de ayer en Grecia. Confiábamos que se confirmaría el triunfo de Syriza augurado por las prospecciones de las últimas dos semanas. Aunque quizá debamos ceder a la valoración positiva de un amigo, que considera este el mejor resultado posible, dado que podría […]
Enviamos este artículo bajo la fuerte impresión que nos causara el resultado electoral de ayer en Grecia. Confiábamos que se confirmaría el triunfo de Syriza augurado por las prospecciones de las últimas dos semanas. Aunque quizá debamos ceder a la valoración positiva de un amigo, que considera este el mejor resultado posible, dado que podría permitir a Syriza acumular fuerzas y demostrar -ya no sólo desde la calle, sino con un bloque parlamentario sólido- que hay otras alternativas a la política recesiva impulsada por la UE. Tal valoración se apoya en la consideración de que, de triunfar Syriza, el boicot de la troika (UE+FMI+BCE) hubiera sido de tal envergadura que habría podido inviabilizar su gobierno.
Por nuestra parte, quisimos suponer que tales amenazas -con destaque para Ángela Merkel- en vez de acobardar a un pueblo que viene sufriendo las terribles consecuencias de la política neoliberal, podrían causar el efecto contrario: una respuesta de frontal rebeldía. Nos equivocamos. Es evidente que el temor pudo más. Hasta tener nuevos elementos de análisis, nos basta la reflexión que el filósofo Augusto Klappenbach hiciera en su artículo aparecido en «Público»:
«No se trata solo de tiempos pasados, del terror que provocaban regímenes abiertamente autoritarios y violentos. Los tiempos actuales han generado otro tipo de miedo: el miedo a perder un modo de vida al que los europeos nos habíamos acostumbrado, para lo cual se nos exige una actitud de acatamiento que acepte voluntariamente los sacrificios que se nos imponen ante la amenaza de que todo podría ser aún peor, reeditando así la vieja alianza entre el miedo y la obediencia. Se nos dice que debemos «dar confianza a los mercados» cediendo a sus exigencias y renunciando paulatinamente no solo a un precario estado de bienestar sino hasta al mismo sistema democrático en beneficio de nuevos amos. Eso sí, casi sin intervenciones violentas: ya no son necesarias.» http://www.publico.es/espana/
Pero este artículo no se propone tratar de Grecia, sino de España en el contexto de la política que el establishment neoliberal está implementando, con marcado agravio comparativo hacia los países del sur de Europa.
Con su habitual inmediatez y superficialidad, los medios locales y sus tertulianos han venido enfatizando -casi con exclusividad- «el peligro» (para el dominio neoliberal, claro) que traería aparejado un triunfo de «Syriza» en las elecciones griegas, omitiendo lo que -a nuestro juicio- es un polvorín potencial en el corazón de Europa: España.
Por los motivos que detallaremos a continuación, nos parece que el establishment está jugando con fuego al minusvalorar -como pareciera- las posibles consecuencias de una previsible respuesta política de la sociedad española a la brutal política de recortes que se le está aplicando.
No caeremos en la inocente pretensión oracular de prever cuándo ni bajo qué circunstancias podría sobrevenir esta respuesta. No somos adivinos, sólo pensamos. Y la reflexión nos lleva a hacer un análisis del conjunto de las variables críticas de la actual situación española, con carácter diferencial (en mayor o menor grado según el ítem de que se trate) respecto al resto de los denominados -en la soez jerga anglosajona- PIIGS (Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y Spain). A saber:
a. España es el país con mayor déficit democrático relativo de este grupo de países. El único que ha sufrido un genocidio aún impune. Italia y Alemania -a su modo- ya saldaron cuentas con el fascismo y el nazismo. En España los golpistas / genocidas no sólo salieron indemnes, sino que han prolongado los tentáculos de su estilo de vida y de gobernabilidad hasta el presente. Tal vez sea el término «corrupción sistémica» el más adecuado para definir la herencia del régimen franquista. Azote que, quizá por su genealogía e historia, está acotado casi exclusivamente a los estamentos del poder institucional, sin infectar al conjunto de la sociedad. Esa inmensa podredumbre se recubre de una prepotente imagen de sí que la casta «dueña de España» proyecta hacia dentro y fuera del campo social, cuya función es naturalizar tanta abyección con un tan autocomplaciente como tácito … esto aquí ha sido siempre así …
Sobran los ejemplos: desde el rey cazaelefantes a un azorado Carlos Dívar, sorprendido por lo que considera inusual ataque a su insigne investidura de jefe supremo de la judicatura, de miembro del Opus Dei y de la Federación del Valle de los Caídos, afiliaciones que debe hallar naturalmente compatibles con su tan oculta como activa homosexualidad -a costa del erario dicho sea de paso-, así como su permanente servirse de la función pública para obtener prebendas en beneficio personal; el empresario Juan Roig -propietario del próspero «Mercadona»- que augura a los españoles como única alternativa de mejora trabajar como los chinos; o su colega de profesión, Gerardo Díaz Ferrán, ex presidente de la CEOE y reconocido delincuente y vaciador de empresas; así como unos de los mayores defraudadores y evasores conocido por el fisco español, Emilio Botín, presidente del Banco Santander. Sin comentar -por la abundancia de ejemplos- las actitudes y comentarios de la clase política y ni qué decir del clero español respecto a la vida y asuntos de actualidad.
Sin embargo, hay algo que chirría profundamente en todo esto, con énfasis en la relación entre gobierno y gobernados. Un inmenso foso se abre entre esta España institucional y la del ciudadano de a pie. Este país ya no es el del franquismo. Se trata de una sociedad integrada al capitalismo europeo «desarrollado», sus indicadores socioculturales responden mucho más a los de una sociedad moderna que a un enclave tercermundista neocolonial. Sin embargo el estilo del partido actualmente en el gobierno -el PP- no se corresponde con una sociedad contemporánea europea. Su impronta es ultramontana, medieval, «casposa», de un anacronismo que sólo puede mover a risa. Y a odio creciente. Su arcaísmo y obsolescencia recuerda al zarismo en la Rusia de 1917. Demasiado a menudo declaraciones y/o actitudes de los gestores institucionales (políticos, jueces, empresarios, monarquía, clero), hacen emerger la máscara pestilente y burlona del franquismo, cuyas estructuras de poder -ahora se percibe con nitidez- la «modélica» Transición dejara -en lo fundamental- intactas.
b. España es el país con mayores índices de desempleo de Europa; recién ahora Grecia la está alcanzando.
Es cierto que este flagelo se ve relativamente mitigado por:
– el seguro de desempleo; aunque cabe destacar que buena parte de la población cesanteada ya ha dejado de cobrarlo, y otra está a punto de hacerlo (su duración máxima es de dos años);
– la ayuda de 400 euros a quienes hayan agotado el seguro de desempleo. Pero, aparte de lo exigua que resulta esta suma para afrontar las demandas económicas de supervivencia, es probable que este beneficio se cancele como parte de las exigencias de la UE, a cambio del salvataje a los bancos;
– las reservas acumuladas por los padres de quienes hoy tienen entre 18 y 30 años, obtenidas en la fase del «milagro español», lo que ha permitido continuar sufragando la vida del núcleo familiar. Pero estas gorduras se están agotando, porque nadie -ni siquiera los más consolidados- están a salvo de los recortes, disminución de pensiones, de beneficios, producto de la creciente desaparición del Estado de Bienestar que, aunque es débil si comparado a la Europa del Norte, es sólido en relación a los países del tercer mundo.
c. En España se produjo la mayor burbuja inmobiliaria del «mundo desarrollado», y es donde ha dejado las mayores secuelas sociales (altos índices de desempleo, desalojos por impagos hipotecarios, etc.).
d. Pero sus terribles consecuencias pasan factura no sólo en el plano social, sino también en el económico y en el fiscal:
– ha traído aparejada una caída general de la actividad económica, al suspenderse el efecto multiplicador que la construcción opera sobre el conjunto del tejido productivo;
– ha resultado en una brutal caída de la recaudación fiscal, por la «desaparición» de pedidos de licencias de edificación, maná del cielo recaudatorio de la administración central y de los ayuntamientos hasta el advenimiento del reventón de la burbuja;
– la minusvalía de la actividad económica general redunda en un estrangulamiento de la recaudación impositiva del Estado, extenuado al tener que enfrentar iguales -o mayores- compromisos sociales (seguro desempleo, jubilaciones, educación, salud, etc.) contando con recursos cuya declinación -en números absolutos y relativos- es creciente.
e. En el aspecto financiero, trae al menos dos consecuencias altamente destructivas:
– la asfixia del crédito a los sectores productivos, debido a la utilización que los bancos hacen de los fondos provistos por el Estado en el perverso intento de salvarse de la quiebra, en repartir beneficios y dividendos a sus accionistas, y en remunerar a sus ejecutivos que han estado el frente de la formidable estafa a la sociedad;
– como si no bastase con lo anterior, la crisis del sistema bancario español acarrea el aumento exponencial del «riesgo España» ante los mercados, obligando al Estado a financiarse a intereses desorbitantes y a asumir un déficit que, siendo originariamente de orden «privado» (bancos, constructoras y emprendedores inmobiliarios) -por un perverso mecanismo de socialización de las pérdidas- está siendo transferido crecientemente a la esfera pública.
f. España es un país con fuerte tradición de luchas sociales y políticas. Es cierto que adormecidas por décadas de una escuálida democracia contrabandeada bajo la «modélica» Transición y adobada con una fuerte dosis de consumismo, que anestesió la inteligencia y la sensibilidad de la gente. Pero este relativo «soborno» se termina cuando el sistema no consigue cobijar a las mayorías, que ven el abismo social delante de sus pies, si es que ya no han caído en él.
Y en este punto, convendría no olvidar las poderosas luchas libradas por los -otrora- combativos sindicatos mayoritarios (CCOO y CGT), así como la CGT y CNT, organizaciones estas que continúan con los bríos, integridad y prestigio de antaño, e influencian y organizan a importantes sectores del trabajo.
También es para tener en cuenta la aparición del 15-M, movimiento de rebelión y desobediencia civil que ha inspirado a otros a nivel internacional y que, al cabo de su primer año de existencia, demuestra que se ha ido enraizando en los barrios de los principales centros urbanos.
Además, en este momento está en plena efervescencia la huelga de los mineros asturianos, sector de histórica combatividad que -aunque debilitados por su menor peso específico en la actividad económica y por tratarse de actividad subsidiada- no debería ser minusvalorado en su potencial conflictivo.
g. Por último, el avance que constituye el crecimiento de Syriza en Grecia, acicate y estímulo para imponer otro rumbo económico a los pueblos del Sur de Europa, hartos de la política de austeridad impuesta por la troika, cuyas recetas constituyen una garantía de fracaso, como ha quedado demostrado -y hay cada vez más gente enterada de esto- en los países de América Latina en los décadas de ´80 y ´90 del siglo pasado.
Sumados, estos ingredientes conforman un cóctel potencialmente explosivo que podría reventar en cualquier momento. Y quién sabe hasta con una virulencia difícil de predecir. El Poder que se cuide.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.