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La iglesia parece encantada con la “movida” de Semana Santa

España es «diferente»

Fuentes: Rebelión

ESPAÑA ES «DIFERENTE» Quince millones y medio de desplazamientos -sin mencionar el número de accidentes por carretera, ni los atascos- y un 90 % de ocupación hotelera: Son cifras habituales cada Semana Santa en España. Como suele suceder, por estas fechas, las temperaturas máximas superan los 20ºC, y las calles burbujean, disputándoles a las playas, […]

ESPAÑA ES «DIFERENTE»

Quince millones y medio de desplazamientos -sin mencionar el número de accidentes por carretera, ni los atascos- y un 90 % de ocupación hotelera: Son cifras habituales cada Semana Santa en España. Como suele suceder, por estas fechas, las temperaturas máximas superan los 20ºC, y las calles burbujean, disputándoles a las playas, con terrazas a modo de chiringuito, el record de animación. En algunos restaurantes hemos tenido que hacer cola durante este periodo vacacional para conseguir una mesa, y en la madrugada del miércoles había más gente en la ciudad antigua de Cáceres que en el Cádiz viejo por carnavales, y tan entusiasmada o más que en las fallas de Valencia, o los «San Fermines» de Pamplona.

Hasta no hace mucho la Semana Santa era otra cosa. Sonaban las de Sevilla, Málaga y Granada en Andalucía, las de Zamora y Valladolid, en Castilla y León, y la de Toledo en Castilla la Mancha. Se destacaban lugares concretos por sus peculiares tradiciones religiosas, como la famosa «tamborada» de Calanda en Teruel (Aragón), o los «empalaos«, de Valverde de la Vera, en Cáceres (Extremadura), pero el montaje escénico que se ha apoderado de las ceremonias procesionales, extendiéndose por la gran mayoría de las ciudades españolas, y las aglomeraciones que el espectáculo suscita, no tienen parangón con aquellas tímidas procesiones que veíamos en nuestros pueblos, con dos exiguas filas de fieles, mujeres en su mayoría, velo en la cabeza, alumbrando el cortejo con una vela de cera.

De aquellas Semanas Santas de la dictadura franquista, inmersas en un impuesto recogimiento, por la exigencia de una normativa que obligaba a cerrar los bares, y las discotecas los Jueves y Viernes santos, hemos pasado a la apoteósica puesta en escena, de un inigualable espectáculo de música y flores, en el que con rítmico desfile se acuna pesadísimos pasos bellamente decorados, de los que emergen restauradísimas esculturas -a veces cubiertas con costosas telas bordadas en oro y piedras preciosas-, acompañadas por romanos de mentira, bandas de cornetas y tambores que cobran por desfile, costaleros que van a «jornal», mujeres ataviadas con impecables «modelitos», y laboriosos «recogidos», bajo las clásicas mantillas, cuyos lujosos prendedores compiten por su opulencia; y todo ello rodeado de tan barrocas ceremonias de baile de pasos, saetas, y entregados penitentes, que son el asombro de propios y extraños, y causan furor entre los turistas que abarrotando nuestras instalaciones hosteleras, pueden durante estos días, recuperar la imagen de la España folclórica de «flamenco, toros y olé», cargada de exotismo, que tanto vende.

Lejos quedaron aquellas semanas santas en que jóvenes y adolescentes «nos lo teníamos que montar» a base de guateques, mientras en la calle se respiraba ese estricto recogimiento, nada bueno para el sector turístico, sólo roto por el redobles de los bastones sobre el suelo y los cánticos religiosos de aquellas procesiones siempre encabezadas por las autoridades civiles, militares, y religiosas, bajo palio, con sus respectivos uniformes de gala, y todo tipo de condecoraciones, medallas y escapularios, haciendo pública ostentación de una sólida unidad de Iglesia y Estado que parece seguir pesando, hoy en día, por encima incluso de la misma ley.

Y es que esto de la Semana Santa, es una, no despreciable fuente de ingresos, aunque tiene poco que ver con el fervor religioso, y mucho con el mágico mundo del espectáculo, pero sobre todo resulta tremendamente incómoda: «las principales calles céntricas de los núcleos urbanos cortadas -con las inevitables alteraciones que esto implica-, no hay manera de atravesar las ciudades por las calles previstas en el recorrido de las procesiones, desde horas antes; y por si fuera poco, nos encontramos supeditados a la imposición de un calendario religioso, que asocia el periodo vacacional a las fiestas litúrgicas, dando lugar a trimestres, lo mismo de cuatro que de dos meses, generando -entre otros problemas- un estado de fatiga en miles de estudiantes, que hacen imposible un optimo rendimiento académico.

La iglesia, sin embargo, parece encantada con la «movida», y no es para menos si pensamos que se le autorizan entre cinco y quince manifestaciones al día, en cada ciudad, con permiso incluido para cortar el tráfico en las calles principales, y se beneficia de la promoción publicitaria gratuita que acarrean las múltiples retransmisiones, de las procesiones, y otros espectáculos relacionados con «la pasión», en directo, y simultáneamente, por diferentes cadenas, con un despliegue de medios sólo comparable con las olimpiadas de Barcelona.

Para ser un país aconfesional, resulta bastante desproporcionado, pero… ahora que me acuerdo: «España es diferente».