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España: los intereses creados

Fuentes: Rebelión

Mejor que crear afectos es crear intereses (acto II escena IX) Jacinto Benavente La grave crisis del Régimen del 78 no es más que un síntoma de otra crisis mucho más profunda, desdibujada por la niebla de la historia, que viene de muy lejos: la descomposición del imperio nacional-católico que llamamos España. Sugiero al amable […]

Mejor que crear afectos es crear intereses (acto II escena IX)

Jacinto Benavente

La grave crisis del Régimen del 78 no es más que un síntoma de otra crisis mucho más profunda, desdibujada por la niebla de la historia, que viene de muy lejos: la descomposición del imperio nacional-católico que llamamos España.

Sugiero al amable lector que vea, si no lo hubiese hecho ya, el excelente film dirigido por el cineasta Salvador Calvo: 1898 Los últimos de Filipinas.

La «modélica Transición», como origen de la crisis terminal del Estado borbónico, en la que probablemente estemos inmersos, consistió en una reforma del franquismo, pactada por un núcleo de líderes políticos, entre los que se encontraba Santiago Carrillo, Secretario General del Partido Comunista de España PCE; el principal partido de la oposición a la dictadura en la clandestinidad.

Un partido, el PCE, que había luchado heroicamente, con numerosos mártires asesinados por el franquismo, entre ellos el dirigente comunista Julián Grimau, detenido en 1962 por la Brigada Político-Social, torturado en las mazmorras de la Dirección General de Seguridad (DGS), y finamente condenado a muerte y fusilado en 1963. Acto final de una farsa de consejo de guerra, constituido por militares fascistas de alta graduación, sin ninguna preparación jurídica. Este asesinato generó una ola de protestas en todo el mundo, incluido el Papa de Roma, que intercedió por él.

Un partido, el PCE, que contaba con el valiosísimo apoyo de las Comisiones Obreras, lideradas por Marcelino Camacho ni nos domaron, ni nos doblaron ni nos van a domesticar y de numerosos movimientos sociales, que incluían una pléyade de intelectuales y artistas valerosamente comprometidos con el antifascismo.

Todo este movimiento antifascista fue deliberadamente desmovilizado y liquidado en la Transición, como contraprestación de los servicios cortesanos de Don Santiago; personaje esencial que se prestó al blanqueo de la figura del rey, de forma ostentosa, hasta el final de sus días. Absolutamente necesario, a su vez, para alcanzar el reconocimiento y promoción personal que el astuto Secretario General ambicionaba; conferido por el poder franquista que dominó la Transición.

La demonización del PCE por parte de la dictadura, y en particular de su Secretario General, facilitaron al régimen la coartada de la «reconciliación nacional» a fin de abortar una salida verdaderamente democrática, que desembocase en un proceso constituyente en libertad, es decir en la III República federal.

Fue un complejo proceso cuyo objetivo estratégico era el mantenimiento de la hegemonía del poder franquista y el de sus herederos, incluida la monarquía, en un «nuevo régimen», que se proyectó desde las cancillerías del imperio.

Se trataba del desarrollo de un nuevo sistema, mediante elaboradas técnicas de marketing político, hábilmente complementadas con el terror que inspiraba una cúpula militar ferozmente fascista, junto a la cooperación necesaria de algunos dirigentes de la izquierda. Consistió finalmente en una reforma de las leyes más antidemocráticas de la dictadura franquista, muchas de las cuales siguen hoy vigentes, y la concesión de unas escasas libertades democráticas, hoy en franco retroceso.

La preconstitucional e ilegítima «Ley de Amnistía», en realidad ley de «punto final», ignoró a miles y miles de ciudadanos asesinados vilmente por la dictadura franquista, cuyos esqueletos, esparcidos por las cunetas, siguen sin ser exhumados y constituyen una gigantesca fosa común sobre la que se asienta el ilegítimo poder del rey y de su régimen; jurídicamente una extensión del anterior: «de la ley a la ley».

La ambición personal de un núcleo muy influyente de políticos de izquierdas, opuestos formalmente a la dictadura, y sus prisas por alcanzar puestos de gran relevancia en el nuevo régimen, les llevó a colaborar con el enemigo: un ejército procedente del nazi-fascismo, cuyo jefe supremo era Juan Carlos de Borbón y Borbón, nombrado heredero directo, a título de rey, por el dictador genocida Francisco Franco.

Una poderosa trama oculta quedó durmiente en la Transición. Este aspecto, poco conocido del gran público, quedó magistralmente narrado, en forma de ficción novelada, por la escritora y periodista Enriqueta de la Cruz en El Testamento de la Liga Santa.

Hoy levantan cabeza.

La abdicación del rey en junio de 2013, presionado por una maniobra palaciega, sin el más mínimo decoro democrático, entronizó de nuevo en el Estado español a dos reyes: Juan Carlos de Borbón y Borbón, que ostenta hoy en día la «dignidad» de rey de manera vitalicia y que, como todo el mundo sabe, es un rey vividor y juerguista a costa del pueblo, comisionista de la sanguinaria monarquía de Arabia Saudí. Este rey, vividor y juerguista a costa del pueblo, realiza exclusivamente las funciones que le asigna su sucesor, Felipe de Borbón y Grecia, conocido como Felipe VI; vástago de la vieja casta borbónica que, a su vez, ha sido proclamado rey de España.

Toda aquella maniobra, urdida por la trama, quedó cocinada tras los muros de palacio, sin haber previamente consultado en referéndum al pueblo español. En fin, todo «muy democrático», como corresponde a la «modélica Transición».

Este pútrido régimen monárquico-parlamentario tiene ya poco recorrido. Sin embargo, los Borbones en apuros, siempre recurrieron a sus fieles aliados, los cruzados nacional-católicos; como hizo Alfonso de Borbón y Habsburgo-Lorena, alias «Alfonso XIII», que concluyó su reinado haciendo mutis por el burladero. O a maniobras antidemocráticas, como en el caso de Juan Carlos de Borbón y Borbón, alias «el campechano», con su autogolpe del 23 de febrero de 1981, que suscitó la connivencia de una casta política cuyo interés era descabalgar al presidente constitucional Adolfo Suarez, alzándose con el gobierno del Estado español; finalmente enajenados por el enorme poder que les otorgó la nueva situación, enriqueciéndose descaradamente de forma ilícita y mafiosa.

Esta situación de pudrimiento alcanza también a una parte influyente del Ejército, como pone de manifiesto el valeroso teniente Luis Gonzalo Segura, denunciante de corrupción, con pruebas irrefutables, en su nueva obra El Libro Negro del Ejército Español.

Hoy en día, el procés, es la muestra más palpable de una asombrosa rebelión democrática, impulsada por una mayoría de la ciudadanía de Cataluña, que, exigiendo su derecho a expresarse en libertad, ha dado -conscientemente, o no- el pistoletazo de salida para liquidar pacífica y democráticamente el régimen del 78.

Dicho proceso es en realidad la continuación de una Revolución en marcha, vote o no el pueblo de Catalunya el 1.O. No se trata, pues, de una «algarabía», como afirmaba el Sr. Rajoy. Quien no sepa o no quiera ver lo que está sucediendo, quedará relegado en el devenir de nuestra patria común, que será finalmente una República federal o confederal; lo que muchos deseamos, por el bien de nuestros pueblos.

Guárdese, por lo tanto, Sr. Rajoy, de los Borbones, de los militares nacional-católicos y de los colaboracionistas dinásticos, es decir monárquicos, tentados, como todo indica, de editar la segunda edición de una nueva maniobra auto-golpista en versión light, a fin de poner a salvo su corona, tan rentable para algunos; descabalgándole a usted, «manu militari», del gobierno de la nación.

El surgimiento de la rebelión ciudadana del 15M, que brotó pueblo en las plazas; las crecientes diadas; las mareas gallegas; las confluencias; la toma democrática de los ayuntamientos, parlamentos autonómicos y parlamento de la nación por las fuerzas del cambio; la valerosa rebelión de las bases del PSOE, exigiendo la unidad de las izquierdas, frente al golpe interno promovido por un sector colaboracionista del aparato del partido; etcétera; son, sin lugar a dudas, los primeros fulgores de una revolución pacífica que no podrán impedir las fuerzas reaccionarias sin el recurso a una mayor represión y -en última instancia- a la violencia armada; de imposible ejecución frente a una marea pacífica y democrática de tal amplitud.

La izquierda colaboracionista, emboscada en un sector de la izquierda llamada dinástica, es decir monárquica, contraerá una grave responsabilidad histórica si se deja arrastrar por el poder franquista a una espiral de represión de consecuencias imprevisibles.

Estemos, pues, vigilantes; con valor: No tic por.

Por ello, hoy más que nunca, alcemos nuestra voz y digamos ¡Viva la República!

Manuel Ruiz Robles, capitán de navío (R) de la Armada, portavoz del colectivo de militares demócratas Anemoi.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.