El autor esboza cuatro rápidas observaciones sobre el resultado electoral del 26 de junio
La primera. No nos engañemos. Sin reservas, sin matices, sin paliativos, el resultado es una catástrofe. No es una catástrofe para Unidos Podemos, que se consolida como alternativa institucional progresista sin equivalente en la UE.
Es una cataśtrofe para España y los españoles, para Europa y -no exageramos- para el mundo entero. Lo he dicho muchas veces y parece que lo hago porque me he vuelto de derechas o moderado. Nada de eso. Es doloroso realismo. La historia no es siempre más larga que la vida; hay veces en que la escala histórica es más corta que el curso de una biografía; más corta que un curso escolar; más corta que una primavera.
Sería demagógico establecer un paralelismo estricto con 1933 y las amenazas del nazismo, pero habría que ser muy frívolo para no inscribir la victoria del PP en un contexto mundial particularmente adverso, célere y explosivo: una América Latina en retroceso, un Oriente Próximo en llamas y una Europa en descomposición que se desplaza a todo vapor hacia la ultraderecha.
En ese contexto Unidos Podemos no era -no es- una revolución, por lo demás imposible: era -y es- un modesto dique a partir del cual se habría podido quizás -se podrá- revertir la tendencia rampante en nuestro continente.
Los resultados electorales, con el retorno simbólico del bipartidismo y la evaporación de un gobierno de cambio, no sólo debilitan ese dique sino que legitiman su derrota. Todo lo que no fuera sumar votos y alcanzar el sorpasso al PSOE, y más tras la convergencia con IU, era un fracaso estrepitoso, no en términos numéricos sino políticos e históricos.
España tenía una oportunidad para frenar el precipicio y la ha perdido. La historia a veces es más corta que la vida. Lo que falta ahora es tiempo.
La segunda: el crecimiento del PP, que suma 13 escaños más, y la resistencia del PSOE, sostenido por sus sectores más conservadores, revelan algo particularmente deprimente y doloroso: que la mitad larga de España no quiere ningún cambio. Aún más: indica que la mitad larga de España no cree ni en la ética ni en la democracia y, en este sentido, y al contrario de lo que habíamos empezado a creer algunos con emoción y con orgullo, indica que nuestro país no se diferencia tanto del resto de Europa.
Triunfa lo que he llamado otras veces el voto prevaricador: el de una amplia capa de la población que vota a conciencia contra sus principios y sus valores. ¿Por qué?
El error de todas las encuestas sólo puede explicarse introduciendo un factor fulminante e irreprimible: el miedo.
Igual que la «remontada» se ganó en la última semana de la campaña de diciembre, el desempate se ha perdido también en la última semana y probablemente en el último minuto. Es miedo.
El problema es que es ese mismo miedo el que explica el Brexit, el empuje de la ultraderecha en Francia, Hungría y Austria o la política contra los refugiados de la UE.
En condiciones de excepción electoral -como son las del 26J- una larga mitad de España ha vuelto a votar a la derecha; en condiciones de excepción histórica, ese mismo miedo es el que niega la protección a un judío, denuncia a un vecino o fusila a un rival político. Ese miedo, cuando es incompatible con la ética y la democracia, es ya prefascista. No tener en cuenta esa dimensión antropológica sería un error tan grave como despreciarla políticamente o darla por perdida.
La tercera. A partir de mañana habrá que afrontar los hechos y ver cómo se maniobra en una relación de fuerzas en cualquier caso muy compleja y objetivamente mejor que la de hace dos años. Pero ahora mismo el reto mayor para Unidos Podemos no es soportar el triunfalismo del PP o los guantazos de Sánchez; ni apañar una estrategia sensata y reparadora para las próximas semanas.
El mayor reto es el de mantener la unidad. El peligro de divisiones y quiebras es muy grande y nuestros rivales van a tratar de alimentar esa pendiente. Mucho cuidado.
Habrá quien eche la culpa al exceso de transversalidad o al exceso de confluencia; a la baja intensidad del discurso o a la baja intensidad de la campaña; a la desmovilización de los movimientos o al liderazgo televisivo. La victoria hubiera hecho buenos todos los pasos; la «derrota» da la razón a todas las críticas.
Es imprescindible debatir sobre lo que ha pasado, sin eufemismos ni rodeos, pero sería bueno que partiéramos del presupuesto de que en realidad no sabemos -nadie sabe- por qué ha pasado.
Hay que evitar a todo trance los análisis tajantes («ya lo decía yo») que sirvan de arma arrojadiza entre las corrientes internas divergentes. Dentro de IU y dentro de Podemos, y entre IU y Podemos, es imperativo conservar la serenidad y acentuar los cuidados. Ya no hay alternativa a la unidad, salvo la derrota definitiva del cambio; es decir, la derrota definitiva de la ética y la democracia.
Estamos ya condenados a salvarnos juntos, nos guste o no; y si hay todavía -porque la hay- alguna posibilidad de recuperar el terreno pasa porque entendamos que lo único cierto, lo único indudable, lo único que sabemos con certeza es que cualquier división nos matará y que los medios, los partidos del régimen y el gobierno de Rajoy se han sentido -y se sienten- tan amenazados que han hecho todo lo posible, y lo seguirán haciendo, para matarnos.
Ése debería ser suficiente motivo para preservar por encima de todo la unidad del proyecto, mientras lo repensamos, como condición para sumar a los que faltan.
Cuarta. En Europa sólo hay dos alternativas al neoliberalismo autoritario de nuestros gobiernos: la ultraderecha nacionalista o Unidos Podemos.
Es obvio que, una vez más, como ha ocurrido ya otras veces a lo largo de nuestra historia, nuestros gobiernos europeos prefieren la ultraderecha.
En este sentido hay que dar las gracias a Cebrián y al grupo PRISA, a nuestros intelectuales «progresistas», a la mayor parte de nuestros medios, a las instituciones secuestradas por el gobierno, a los bancos y a los partidos del régimen europeo por dejar claro que, con tal de que no gobierne una opción democrática y moderada, están dispuestos a alimentar las fuerzas oscuras que amenazan con devorar de nuevo nuestro continente.
No tienen ninguna justificación. No existe la URSS ni Stalin ni un «socialismo real» tiránico contra el que justificar alianzas negras. Esta vez no pueden esconderse. Unidos Podemos es una fuerza democrática y moderada, socialdemócrata y profiláctica, la única que puede detener la destrucción de Europa y el regüeldo infame de la historia. Nuestras élites económicas y politicas trabajan por eso contra ella. Las futuras generaciones no se lo perdonarán.
Ojalá entiendan de una vez los votantes españoles que es a eso, y no a la ética y a la democracia, a lo que hay que tener miedo.
Fuente: http://www.diagonalperiodico.net/panorama/30804-espana-no-es-diferente.html
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