Con el permiso de ustedes, quisiera empezar este artículo en un estilo muy directo y provocador: España va mal, muy mal… y la culpa de esto no es de sólo de unos señores banqueros o políticos de derecha, de ultraderecha, etc. Como queremos muchas veces cuando tenemos veinte años y más ansias de saber y […]
Con el permiso de ustedes, quisiera empezar este artículo en un estilo muy directo y provocador: España va mal, muy mal… y la culpa de esto no es de sólo de unos señores banqueros o políticos de derecha, de ultraderecha, etc. Como queremos muchas veces cuando tenemos veinte años y más ansias de saber y de hablar que de escuchar y aprender, y sobre todo de comprender, de comprender a los otros. La culpa, si existe, es de todos, sobre todo de aquellos ciudadanos, que confundidos por el ruido de los rumores y la ignorancia de los hechos que provocan los medios de comunicación, descuidan el cuidado de sus vecinos, sean de la religión que sean, vengan del país que vengan, duerman en sus casas o en los soportales de las catedrales y en los espacios públicos, que son, como tal, de todos, y también fundamentalmente, de ellos.
El motivo de este artículo es dar cuenta de un hecho que sucedió en Granada hace unas dos semanas y que conocí a través de un periódico local. En reunión con autoridades políticas locales, y fundamentalmente con el Alcalde de dicha Ciudad donde habito, varias asociaciones de vecinos del centro histórico y comercial de la ciudad, pedían al alcalde la toma de medidas para buscar, y cito palabras literales de los asistentes, tal y como lo reproducía el periódico: «una solución global» para las personas indigentes que comen, duermen, piden y descansan en esas calles preciosas de Granada. Como ciudadano que he leído más libros que visto partidos de fútbol, la expresión «solución global», entiendo que fruto de la previsible ignorancia de los que la formularon, me produjo fuertes retortijones de estómago durante todo ese día, en el que escribí a grandes rasgos estas palabras. Puesto que en España, como dice el gran escritor murciano, Arturo Pérez Reverte, no cabe ni un tonto más, creo que la forma en la que debemos leer, o la que yo uso para leer la degradación del tejido social y de la cohesión en nuestro país, es la del diálogo, la del reconocimiento del otro, sea quien fuere, y la del escrupuloso respeto a los derechos humanos, a la vida, a la libertad, a la integridad física. Todos ellos a preservar e incluso a cultivar para salir más fuertes y democráticos de esta terrible crisis moral y política en la que estamos inmersos, que lo es mucho menos y en tercer o cuarto lugar económica. Por lo tanto, el tono, como siempre ha sido el mío en mis artículos de opinión, y en todo lo que escribo es el de la llamada a la paz, a la convivencia intercultural, a la democracia… al diálogo, y quizás al silencio de los menos informados de nuestra caótica España, por desgracia muchas veces los que más cuota de micro tienen.
Creo que nuestra obligación como ciudadanos, y quizás especialmente, entre el colectivo de docentes universitarios al que pertenezco, es la de «comprender» como lo llama Pierre Bourdieu, Reflexionar… que lo han llamado miles de filósofos a lo largo de la historia, aunque las ingenierías de la construcción de discursos lo llamen reflexividad… nos entendemos. Las ciencias sociales tienen como misión legítima y necesaria, el arrojar luz sobre los hechos sociales, y el ponerla a la disposición de los actores para racionalizar sus acciones, por lo tanto para humanizarlas, porque razón y revolución (Herbert Marcuse) de la vida cotidiana son las claves para la forja de un mundo mejor, no sólo posible, sino necesario… este está ya muerto y bien muerto, aunque siga dando coletazos de zombies por todas las plazas y esquinas de nuestro castigado país.
Señalaré dos cuestiones que me parecen de extrema urgencia para comprender la degradación acelarada del andamiaje institucional de nuestro país (cuyo caso concreto en Granada que aquí relato funciona bien como indicador local de un proceso global, nacional), y lo que realmente me interesa: la destrucción de los pequeños puentes de solidaridad social que quedaban entre ricos y pobres, entre comerciantes y mendigos, entre jóvenes y sus más mayores: la sociedad se está pudriendo y la gangrena parece ser imparable, ya no sé qué órgano tendrán los sanadores que amputar… En concreto, desde la ciudad que escribo, Granada, la aparición de desheredados de la clase media, venidos de trabajadores a desahuciados por mor de la inteligencia colectiva de nuestra clase política, ha comenzado a plantear serios conflictos en la ciudad, que están siendo ocultados por otras noticias más urgentes. Quizás ese sea el principal síntoma de la sociedad-cloaca de estos últimos años… que lo urgente desplaza sistemáticamente a lo importante… que los medios de comunicación de masas, se doblegan ante no se sabe qué poderes, porque el poder vienen a ser ellos mismos, y pretenden ocultar un escándalo local en cada ciudad, con una quimera global que colocan en primeras planas de sus periódicos, o en las televisiones, especialmente en estas últimas.
Esa enorme cantidad de violencia simbólica en ejercicio, permanentemente en marcha, como una tienda 24 horas, no hace más que, por lo que percibo de la propia gente con la que hablo, crear un clima de pánico general larvado… que azuza las mismas causas de la enfermedad, y parece estar mandando al limbo las enormes posibilidades de recuperar la sensatez en este país, de recuperar la calma, de llamar a cada cosa por su nombre, y de ir en paz. Como muy bien señalan desde hace mil años los párrocos al final de sus sermones. Conviene ir en paz, y conviene quedar en paz, si se es vagabundo, al menos que se les deje en paz en las calles que hemos llenado de personas con la alegría del crédito inmobiliario de los noventa.
En tiempos de guerra global (esperemos que quede sólo en económica, que seguro que queda sólo en eso, las personas siempre reaccionamos a tiempo…), y más en un país que ha sufrido la peor de las guerras, eso aprendí de mis abuelos… y creo que eso debe de motivar nuestro trabajo en las instituciones y en la vida, aprender a respetar al otro, y especialmente si está peor que nosotros, porque las respuestas al desconcierto de los unos, las tienen siempre los otros, y si los comerciantes de los centros de las grandes ciudades están desconcertados porque sus balances no cuadran… no deberían de buscar en la calle, en los inmigrantes, en los vagabundos, en las mujeres solas sin hogar, en las familias sin casa pero con niños que están haciendo de la calle su casa; no debería de buscar ahí al enemigo, por una razón no ya moral, sino de sentido común: ahí no está… no sean ustedes tercos…
Para ilustrar este proceso, que creo global en España, puesto que he podido ver de lejos conatos de linchamiento simbólico y hasta físico, de inmigrantes, de vagabundos, de madres solas sin hijos, de homosexuales… aún hoy… sí a tropetecientos de Abril de 2014. La estupidez humana no tiene fecha de caducidad, como los yogures que ahora la Unión Europea quiere estirar… para que su mercado capitalista llegue hasta la boca de los niños desesperados de los inmigrantes, de los gitanos, de los albañiles en paro…
¡Qué vergüenza!, qué alegría no tener biografía ni trayectoria política alguna, cuanto subnormal suelto en este país de gentes honradas que han trabajado más con las manos que con la cabeza… que cayeron en un par de décadas, que caímos…, todos… en la trampa de regir más con el estómago que con el corazón… De aquel Boom vienen estos escombros.
Voy a dar paso al relato del episodio concreto que he adelantado, de conato de alzamiento de los menos pobres de la Ciudad de Granada, contra los más pobres habitantes de la misma, que llenan, verdad es, las céntricas plazas con sus biografías derrotadas por el pavimento. Sentados, a veces solos, las más de las veces en grupos de tres, seis, ocho personas, pero en mucha menor cantidad de lo que podemos ver en Madrid, por poner un ejemplo, parece ser que su presencia no es grata para un minúsculo sector de la población Granadina… hecha a los buenos tejidos para el cuerpo, y al buen yantar y libar para sus almas, desbordados en su necesidad de limosnear (dar limosna), suelen ser generosos, dicha exigua minoría: hasta el tercer pobre, y la tercera moneda por semana, ahí ya se ven desbordados, y claro la situación les desborda completamente, me parece a mí. Los pobres están eligiendo, entiendo, como los mismos ricos, los centros de las ciudades para comerse y beberse sus cuatrocientos euros de miseria que han heredado por derecho propio del boom de la construcción y la hamburguesa de vaca loca. Como me decía literalmente un señor de unos cincuenta años, carpintero de profesión, de Sevilla, que prefiere la ciudad hermana de Granada para vivir en la calle, ante completa falta de alternativa política, y ante la parálisis cerebral y coronaria de los políticos españoles al pleno: «yo mis cuatrocientos euros me los gasto donde me da la gana, y a mí me gusta el centro, porque está limpio, y hay gente, y hay jóvenes que se paran y hablan conmigo, como tú». En el fondo, este sector económico de la ciudad que rechaza la pobreza visible en sus barrios, pero alienta la pobreza general con su descualificación y su voraz necesidad de crecientes beneficios en un contexto estructural de caída de los mismos, no ha entendido, no ha comprendido lo esencial: los pobres moradores de las calles de Granada, de Andalucía y de España, son los consumidores de una sociedad de consumo post-boom como la nuestra. Es que creo que es lo que hay… no hay más, nadie tiene dinero para acudir a sus tiendas a comprar impecables vestidos de novia por tres mil euros, y la gente sigue casándose o «arrejuntándose» como graciosamente dicen los granadinos. La gente sigue paseando por el centro, pero en lugar de ir cada noche al cine, van muy de tarde en tarde, porque el IVA de la cultura los está dejando kao… y quizás le estén tomando el gusto a la llana conversación. Todo está cambiando mucho, y muy deprisa, por eso conviene no pretender una rápida restauración del boom anterior, puede que se haya ido de por vida al infierno… del que nunca debió salir. Las gentes son sabias, necesitan tiempo para encarrilar la historia, esta crisis parece un llamamiento a la calma de los más listos… y el dar una oportunidad a las gente comunes, siempre menos leídas pero menos crueles que las primeras. Historia enseña, por mucho que nos la oculten… todos la tenemos, todos la sabemos, y todos la sufrimos.
Por lo tanto traslado a la opinión popular el hecho que conocí hace unos quince días, en Granada, a través de un artículo de periódico que informaba sobre la reunión habida en Junta de distrito Centro, entre diferentes asociaciones vecinales, y especialmente asociaciones de comerciantes del centro de la preciosa ciudad, y que supuso un epicentro para mi atención sobre los problemas graves de interculturalidad e inter-clasificación económica que pueden estar creciendo en Granada, y posiblemente en muchas ciudades de España.
Por lo que se desprendía de dicho artículo, que nos traslada una reunión entre asociaciones de vecinos con intereses comerciales y autoridades políticas sociales, ciudadanos y posibles representantes de otros ciudadanos en esos barrios bien privilegiados, trasladaron por enésima vez (así lo dice el artículo de prensa literalmente), un malestar profundo que arrastran por la existencia de personas sin hogar que afean sus lindas calles y reducen las ratios de competitividad de sus muy legales negocios…. ¿Ese es el hondo sentir y la indignación de las buenas gentes del Realejo, de Sagrario Centro, y del Barrio Fígares, ante la desgracia y el hambre que está padeciendo un número considerable de personas en esta ciudad?
En Granada, como quizás esté pasando en muchas otras ciudades, y como sociólogo estoy seguro de que así es: ¿Qué es lo que exactamente le están pidiendo al Señor Alcalde de todos los Granadinos, a quien he saludado y con el que he hablado en alguna ocasión, y me parece hombre cabal, y con corazón… con mucho más corazón de lo que a lo mejor se han pensado los fariseos (entiendo que muy pocos) cuando le piden al señor Alcalde, y cito literalmente el texto del artículo: «Una solución global, porque el futuro mercado (se refiere al Mercado de San Agustín), no hará sino que se trasladen a la plaza de los lobos». ¿Qué es lo que le están pidiendo exactamente estos honestos ciudadanos, quizás confundidos, pero gentes de bien y democráticas, intachables padres y madres de familia y pagadores de sus impuestos municipales? ¿Qué es lo que piden exactamente, porque vive Dios que le da uno vueltas, y no lo entiende, creo que nadie lo ha entendido, y menos puede entenderlo un Alcalde de todos los Granadinos, que tiene que velar por el cumplimiento de la ley, de la seguridad y del bien común?
Insisto, hasta donde sabemos, nadie ha dicho que estas personas que los vecinos asociados llaman indigentes, hayan cometido delito alguno. La policía no tiene a ciudadanos desahuciados como colectivo de persecución, porque como profesor de Policías que también he sido, y como amigo de muchos de ellos, me consta que están inmersos en tareas mucho más relevantes para garantizar una seguridad en nuestras calles, y para que oriundos y turistas disfruten de una de las ciudades más hospitalarias de la ribera mediterránea… Por favor, y me permiten un taco… no nos la caguen con peticiones sin sentido… que pueden llegar a interpretarse como propuestas de muy feo olor democrático…
Dicen gentes sabias que en épocas de turbulencia es conveniente, 1) no perder la calma, 2) cuidar bien la cartera, para que no te la roben… Pero para eso es bien conveniente saber quién te roba y quien no te roba… y los indigentes son mendigos, no son ladrones, al que robe, lo pilla la policía y le aplica la ley como a todo hijo de vecino. No vayamos también a caer en la auto-argumentación de que se vive muy bien en la calle sin trabajar. NOOOOOO, NO Y NO… se vive muy mal en la calle sin trabajar. Y no se vive igual en el Centro que en Almanjáyar (un barrio marginalizado donde reside un porcentaje muy mayoritario de población gitana desempleada en la actualidad, junto con población inmigrante en idénticas situaciones, además de parados payos… y también otras familias que sí que han conservado sus empleos), a los que así lo digan, sólo tengo que señalarles la existencia de sus GPS: pongan ustedes en el localizador el nombre de Plaza Rey Badis, por ejemplo. Anden tranquilos, ustedes tienen barrios mucho más cuidados, menos deteriorados y donde se vive mucho mejor, incluso en esta terrible crisis. Eso también se puede fotografiar, las familias gitanas, payas, de ciudadanos procedentes de Africa que ahí viven, de otros lugares de Europa también, no muerden… solo le atacan al pan cuando pasa por sus mesas, y a las galletas de Cáritas y de la Cruz Roja. No hay que tenerles miedo en mi opinión, sino más bien ser conscientes de que son ciudadanos que viven en nuestra misma ciudad, en barrios menos favorecidos. ¿Puede ser esta una lectura al menos tan equilibrada sobre las desigualdades en la ciudad, como la que se dio en la Reunión del Distrito Centro? No lo sé, a mí lo que me gusta es justamente formular preguntas, y escuchar a todas las partes… ese es el oficio de un docente, dar una visión amplia del mundo, con todo lo que contiene… porque es lo que hay, la verdad… porque aunque nos hayamos confundido, la verdad no atiende a nuestros argumentos, la verdad existe… y parece ser tozuda.
La gran mayoría de los habitantes del centro de Granada, de los barrios en nombre de los cuáles estas asociaciones han entonado su fariseo lamento, alimentan, cuidan, y hablan con estos seres humanos caídos en desgracia, porque el andaluz es humanitario y justo, como todos los pueblos trabajadores de la tierra, no envilecidos por el agridulce repique de la caja registradora… Esos inmensos vecinos, que son la inmensidad, les ayudan con alimentos y conversación en unos casos, también les ayudan con limosna en otros. No se confundan esas minorías despistadas con los habitantes menos favorecidos de los centros de nuestras ciudades, como Granada. Los pobres de hoy no son ni indigentes, ni listos, ni tontos, ni blancos ni negros. Son una parte no desdeñable, por desgracia, de un cruel experimento histórico de las clases políticas neoliberales europeas: ensayar el sostenimiento con respiración asistida de un capitalismo de consumo sin consumidores. Eso va a salir mal, mejor es dejarlo cuanto antes y ponernos a trabajar más y a consumir menos, es la mejor de las vías para darle la vuelta a esta tortilla que se quema por momentos.
Por Ejemplo, en el caso de Granada, si lo pensamos bien, y si no perdemos la calma, ni perdemos la cabeza, y actuamos con el órgano que más vitalidad ha mostrado en esta ciudad a lo largo de su hermosa historia: el corazón… hasta podríamos vivir mejor pasada la crisis que antes de la crisis. Me explico… En un mundo convulso como el actual, con graves conflictos religiosos en ciudades consideradas más civilizadas que las nuestras, con problemas como el de Ukrania, con algunas docenas de guerras entre personas de religiones y credos económicos, políticos, morales, culturales, diferentes… nosotros aún podemos presumir de que en esta ciudad se acoge a jóvenes en una de las más antiguas y mejores universidades de Europa, se acoge a inmigrantes y se les ha tratado y se trata con respeto, de acuerdo con la multiculturalidad, incluso la interculturalidad que las generaciones más jóvenes ya están ensayando, se acoge con hospitalidad histórica y casi proverbial a personas de orientación sexual de toda condición… a turistas de clase alta económica, y de clases medias, y hasta turistas más pobres, todos ellos forman un paquete en el que nadie que se dedica al turismo puede acometer una selección natural de los ricos para evitar los pobres. Como bien explicaron en su momento Zigmun Bauman, y también Alain Touraine, dos magníficos sociólogos Europeos, detrás del inglés rico, llegan los ingleses menos afortunados que son sus primos, y no pasa nada, así sucede en Orgiva, una de las pequeñas ciudades más queridas por los ingleses y más amadas por su modelo muy tolerante, abierto, comprensivo y actual, de multiculturalidad.
Y creo que lo que vale para Granada, vale para el resto de ciudades, seamos ciudades de la paz, de la convivencia, de la palabra… no soy yo quien, para como el gigante Gabriel Celaya, pedir la Paz y la palabra, pero sí al menos, como cualquier ciudadano preocupado en hacer una ciudad mejor: puedo y debo pedir un favor a todos nosotros: si no somos capaces de poner a banqueros, propietarios y desahuciados de acuerdo en un nuevo pacto social por la vivienda y el empleo digno y de calidad, que debería de implicar a todos y cada uno de nosotros, dejemos al menos vivir en paz a los pobres que hacen de la calle casa, que vivan, como quiere la ley democrática, donde les dé la gana, en el centro, en las afueras, en el interior o en la costa, que pidan lo que tengan que pedir, porque millones de ciudadanos anónimos les suministran lo que pueden y eso permite que España no aparezca en los medios, como una marca que va mal… aunque vaya. Mantengamos la honestidad y la decencia, mientras vuelve el dinero, quizás nos encontremos con un regalo inesperado de la crisis: volverá menos dinero del que se ha ido, pero aparecerá más humanidad que la que regía hace diez años. Hemos salido de otras peores, y de esta vamos a salir, siendo mejores, multiculturales, solidarios y reconstruyendo la armonía de nuestras ciudades que no van a ser engullidas por el insaciable apetito de los amos locos de la cartera de Wall Street, y los ladrones del corazón del pueblo situados en pequeños puestos de mercachifles en los centros de la ciudad. Si necesitan más dinero del que ganan en una sociedad de consumo sin consumidores, siempre queda la salida, en una sociedad democrática, de irse al paraíso de las oportunidades a los EEUU, allí dicen que ríos de leche y miel corren por ciudades como Miami, Detroit, Los ángeles, aquí somos más tontos que ellos, y queremos conformarnos con lo que tenemos… pero nada menos, sino la paz y la convivencia.
Antonio Martínez López es Profesor de Sociología en la Universidad de Granada
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