Franco está muerto, pero puede revivir. El franquismo ha sido durante mucho tiempo un pasado del que quedaban restos más o menos robustos, como las últimas y molestas flemas de un formidable catarro: la judicatura y las fuerzas de seguridad nunca depuradas, las fortunas acumuladas merced al trabajo esclavo y a las que no se hizo indemnizar a sus víctimas, el mito tardofranquista de la España cainita y democratizable tan solo con sumo cuidado, tan útil a la Transición. Etcétera. Pero medio siglo después, entramos en un terreno distinto. El franquismo es ahora, puede serlo, no un persistente pasado, sino un futuro del que estemos empezando a advertir los primeros brotes.
Walter Benjamin, el gran filósofo de la historia, dejó dicho que nada de lo que una vez aconteció debe darse para la historia por perdido. El pasado, como la piedra del poema de León Felipe, se hunde en la tierra, pero a veces centellea bajo los cascos, bajo las ruedas, y puede convertirse en piedra de las hondas del futuro. Franco, su reivindicación como inspirador de la construcción del porvenir, empieza a gozar de preocupante buena salud. Los actos en su memoria ya no solo congregan a vejestorios nostálgicos, con trazas de personaje de Martínez el Facha, sino a más jóvenes cada vez; chavales que, en clase, en el instituto, tal vez provoquen a su profesor gritándole «¡viva Franco!».
El franquismo es un nuevo punk y hoy prospera en las aulas una acracia facha, un franquismo spontex, como aquel maoísmo sesentayochista que no sabía realmente nada de Mao Tse-Tung, pero percibía en él un campanazo subversivo, una completa revolución cultural. No siempre se combate este problema con cabeza. Un profesor valenciano de Secundaria explica a este columnista cómo lo hace él: no escandalizándose, no regalando a los estudiantes el placer del espanto que buscan en él, sino replicando la insolencia con insolencia; diciéndole al chaval en cuestión «¿sabes qué es lo único que yo echo de menos del franquismo? Que un profesor podía calzarle una hostia a un alumno impertinente».
Nada debe darse por perdido y tampoco a este sátrapa que goza de creciente prestigio incluso fuera de España, en sectores de ultraderechas como la trumpista estadounidense, que aprecian en Franco un referente histórico más interesante incluso que Hitler o Mussolini. El Führer era «nacional-socialista», pero el general ferrolano no tenía de socialista ni una etiqueta tramposa, engatusadora de incautos. Su fascismo no era civil, sino militar, armado hasta los dientes, derrotador de la izquierda en el campo de batalla; y no era pagano, ni tan siquiera paganizante, sino vociferantemente cristiano. En la serie Succession, Jeryd Mencken, pujante candidato neofascista a las elecciones yanquis, lo menciona como referente.
Franco ha resucitado, o puede resucitar, y en un siglo malista (lean el ensayo, estupendo, de Mauro Entrialgo), cada vez más cruel, más desinhibidamente violento cada año, no bastará recordar que mató industrialmente para conjurar su regreso, que antes bien podrá acabar acelerándose. En un planeta encaminado a la catástrofe, se piden, se irán pidiendo, líderes fuertes, presidentes malvados. No corren malos tiempos para ser genocida; no hace falta siquiera serlo por lo bajini: la era retransmite el genocidio en TikTok, se mata con transparencia y se admira al matachín, los Auschwitz y Sobibor del siglo XXI postean en Twitter/X el orden necrofílico del día.
Benjamin Netanyahu no pierde a su legión de seguidores en cuanto se viraliza el primer vídeo de un bebé mutilado, llorando a la vera del cadáver de su madre. Se sigue diciendo que «Israel tiene derecho a defenderse» incluso cuando defenderse consiste en eso; en mutilar bebés en los tabucos de Gaza, en prender fuego a cunas con diluvios terribles de fósforo blanco. Y en un mundo así, ¿qué problema hay con Franco y sus paseos de zurdos? Franco fue a la vez Bukele, Milei y Putin.
¿Pesimista? Y cómo no serlo. Pero nada de lo que una vez aconteció debe darse para la historia por perdido. Podrá volver Franco, podrá volver Mussolini, pero también podrán regresar los partisanos que lo colgaron, cabeza abajo después de lincharlo, de una gasolinera de Giulino di Mezzegra. Podrá volver 1933 y también reeditarse 1789. Hace 30 años se proclamaba el «fin de la historia», pero la historia no se acabó. Vuelve a nuestra centuria su estrépito de efemérides, la frenética redacción de páginas que los niños del futuro habrán de estudiar. Los malos convocan a los espectros de su pasado, y los buenos debemos convocar a los nuestros y combatir también a los suyos, porque pueden ganar batallas después de muertos. El tiempo no pasa –nos enseñó también Benjamin–, sino que se acumula, y medio siglo después sigue haciendo falta luchar contra Franco, colgar una y otra vez a Benito Mussolini, llevar de nuevo a Hitler al búnker de su suicidio.
Fuente: https://www.lamarea.com/2025/01/04/franco-resucitado/