Las recientes campañas publicitarias en autobuses acerca de la existencia o inexistencia del Altísimo le han sembrado a un servidor, madrileño de a pie, serias dudas acerca de una índole más profana, si bien no menos dramática. ¿Existe el Partido Socialista de Madrid? Sumido en la incertidumbre, decidí encontrar una respuesta de la manera más […]
Las recientes campañas publicitarias en autobuses acerca de la existencia o inexistencia del Altísimo le han sembrado a un servidor, madrileño de a pie, serias dudas acerca de una índole más profana, si bien no menos dramática. ¿Existe el Partido Socialista de Madrid?
Sumido en la incertidumbre, decidí encontrar una respuesta de la manera más sencilla y cercana que tenía en mi mano: el método empírico, de modo que me eché a la calle y traté de buscarlo allá donde su nombre sugería que debiera hallarse: las manifestaciones contra el decreto de mínimos de la enseñanza infantil, las concentraciones en defensa de la sanidad pública, las movilizaciones de los trabajadores contra los despidos, mas no descubrí en ellas ni un solo indicio, ni una pobre huella de su existencia.
Afligido, apesadumbrado, como la inmensa mayoría de los docentes, de los médicos, de los funcionarios, de los trabajadores de la región, decidí dar por hecha su inexistencia, como me habían recomendado algunos autobuses acerca del Altísimo, si bien ésta no me proporcionaba alegría, sino desazón, hasta que el miércoles pasado por la tarde (festividad de Santo Tomás de Aquino, por cierto, aquel monje dominico que puso tanto empeño en demostrar la existencia de Dios a partir de lo empírico), tras múltiples privatizaciones y miles de despidos de silencio, la entelequia Partido Socialista de Madrid cobró forma ante los descreídos y tomó la palabra a través de su líder supremo, Tomás Gómez (otro Tomás), ex-alcalde de Parla, para, a raíz del escándalo de los supuestos espionajes en la Comunidad, comparar a Esperanza Aguirre con Hugo Chávez por «el control que ejerce sobre un medio de comunicación público» y con Stalin «por la KGB». Sí, sí, Hugo Chávez, no Felipe González en sus tiempos, no Aznar en los suyos (¿no le suena a este señor el nombre de Alfredo Urdaci?), no Franco, cuyo ministro de Información en 1969, Manuel Fraga, fundador después del partido al que pertenece Esperanza Aguirre, ocultase con mentiras y ocultaciones de pruebas el asesinato a manos de la policía del joven estudiante Enrique Ruano. Y sin embargo, Hugo Chávez, la bestia negra del grupo Prisa, de Repsol, del BBVA, presidente de un país donde la oposición controla aproximadamente las tres cuartas partes de unos medios de comunicación hasta tal punto hostiles a su gobierno democráticamente elegido y refrendado que en ellos son frecuentes los llamamientos abiertos, sin censura estatal, a la desobediencia, la insurrección e incluso el golpe de Estado. Stalin por la KGB, no cualquier presidente de Estados Unidos por la CIA, no cualquier presidente de Israel por el Mossad, no el propio Manuel Fraga, una vez convertido en ministro de la Gobernación, por las turbias tramas ultraderechistas durante la transición, no González por el GAL. Stalin, sin duda un asesino, un dictador terrible, murió hace más de cincuenta años. Gracias a la Patriot Act, el gobierno de Estados Unidos (incluido el de Barack Obama, al menos hasta que no derogue dicha ley, lo cual no parece formar parte de sus prioridades) puede hoy en día vigilar sin orden judicial cualquier movimiento de cualquiera de sus ciudadanos.
Desgraciadamente, una vez disipadas las dudas acerca de la existencia del Partido Socialista de Madrid por la aparición pública de su líder supremo, nuevas vacilaciones cubren, como nubes negras, mi cabeza. Esta vez se refieren a la naturaleza de Tomás Gómez. Sus inquietantes palabras, como cantó una vez Radio Futura, me suenan demasiado a que esto
es una historia de play-back,
alguien dicta en la sombra y tú
sólo mueves los labios,
como para que no pueda evitar preguntarme, como Borges:
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonías?