Objetivo cumplido, ¿verdad, Señora Presidenta de la Comunidad de Madrid? Con la declaración de las corridas de toros como Bien de Interés Cultural ha conseguido su propósito: que la tauromaquia nos cueste todavía más dinero a todos los ciudadanos. Usted, como avezada mecenas de las élites que es -con fondos públicos, por supuesto- no ignora […]
Objetivo cumplido, ¿verdad, Señora Presidenta de la Comunidad de Madrid? Con la declaración de las corridas de toros como Bien de Interés Cultural ha conseguido su propósito: que la tauromaquia nos cueste todavía más dinero a todos los ciudadanos. Usted, como avezada mecenas de las élites que es -con fondos públicos, por supuesto- no ignora que nada más efectivo de unos cimientos de millones de euros para enquistar una injusticia o una aberración en la sociedad. Por eso, en su universo especista y de castas, lo mismo propugna un bachillerato para excelentes que blinda la lidia. De su división entre «listos» y «tontos», o entre «matadores» y «muertos», abriendo la mano de los billetes para los primeros, emana cierto tufillo fascistoide.
En el Decreto que declara los toros como BIC tienen la desvergüenza de indicar que «no obligan a nadie ni prohíben nada». Cierto, no me ponen un estoque en la espalda para conminarme a entrar en una plaza, pero resulta que yo, al igual que todos los que rechazamos la tortura de un animal, estamos contribuyendo económicamente a que ésta tenga lugar. «No vayas a verlos pero págalos». Llegados a esta situación, si se está en contra de la violenta exaltación del abuso sobre seres vivos que representa la tauromaquia, hay que ser un necio o un cobarde para callarse ante semejante expolio de las arcas públicas para sufragar tan miserable fin.
Y sumémosle ahora a las mayores subvenciones y a los privilegios fiscales otros factores inherentes a la declaración de Bien de Interés Cultural. Los veinte minutos de sufrimiento, agonía y muerte del toro estarán protegidos por la administración, por lo que cualquier intento de abolir tan sangrienta e infame tradición encontrará numerosos escollos legales. La pasearán por todos los foros sociales, lo harán incluso por los colegios, donde también los hijos de quienes desean la abolición de esta salvajada tendrán que escuchar las excelencias de la tauromaquia, el valor de los toreros y seguramente, hasta la felicidad que embarga al toro por morir en la arena. Saldrán a relucir términos como «patrimonio cultural» o «bellas artes», mientras utilizan los siglos pasados como digno andamio donde apoyar su «inmemorial Fiesta».
Pero nada de eso, absolutamente nada de lo que digan o hagan puede cambiar un hecho: las corridas de toros no existen sin el miedo, el dolor y la sangre derramada de un animal inocente. Que un hombre tortura prolongadamente con el acero a esa criatura hasta matarla, Doña Esperanza, no hay decreto que pueda disimularlo. Así que disfruten Usted y su familia dedicada a la ganadería de tan mezquino instante de gloria, porque al final, los ciudadanos se negarán a seguir pagando la comisión de un crimen, único sustantivo que describe la tauromaquia.
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