Octogésimo aniversario de la muerte de Antonio Machado
El hispanista, que presenta Los últimos caminos de Machado, recorre los pasos del poeta sevillano en el pequeño pueblo francés de Collioure donde falleció el 22 de febrero de 1939. «Machado tendría palabras adecuadas para describir a Abascal y su gente, porque ver este tipo de machos a caballo es como volver a la prehistoria cavernaria», considera el biógrafo.
La tumba de Antonio Machado decorada con banderas republicanas que ondean al viento en el pueblo de Collioure, al sur de Francia. 18 de febrero de 2019.
España, enero de 1939. Poco queda del cartel que, en plena plaza Mayor, aseguraba que Madrid sería «la tumba del fascismo». A cientos de kilómetros de la capital, una riada de exiliados intenta cruzar la frontera hacia Francia para escapar del bando rebelde. Luchan contra el frío, la lluvia y las balas. Entre ellos se encuentra el poeta Antonio Machado: delgado, desaliñado y con la mirada perdida. Consigue llegar junto a su madre Ana, su hermano José y la mujer de éste a un pequeño pueblo llamado Collioure. La suerte no dura demasiado. El autor de Campos de Castilla fallece los 63 años, tres semanas después de pisar suelo francés.
España, febrero de 2019. Faltan pocos días para que se cumpla el 80 aniversario de la muerte de Machado y, en el cementerio de Collioure, donde está enterrado junto a su madre, se acumulan las banderas republicanas y flores rojas, amarillas y violetas. En su lápida se lee lo siguiente: «Y cuando llegue el día del último viaje y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, me encontraréis a bordo ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos a la mar», unos versos que vuelven a ser recitados en forma de homenaje por decenas de periodistas allí presentes. Entre ellos se encuentra el hispanista Ian Gibson (Dublín, 1939), que posa en silencio sosteniendo un clavel. Lo lanza sobre el mármol. El resto le imita, y se acaba formando una montaña color carmesí que llega incluso a tapar la placa con el nombre del poeta.
El recuerdo del literato, un hombre «en el buen sentido de la palabra, bueno», sigue presente en la España por la que luchó blandiendo su pluma. «Jamás me había imaginado la presentación de un libro mío de esta forma», dice Gibson en la misma playa que el sevillano contempló por última vez. Mientras, el viento azota su pelo canoso y le apuntan con decenas de cámaras. En la mano sujeta su última biografía, Los últimos caminos de Machado: de Collioure a Sevilla (editorial Espasa), que se suma a la de otros ilustres personajes como Salvador Dalí o Lorca, al que pasó media vida investigando. Con la otra mano, la que le queda libre, señala al centro de la ciudad. Subiendo la mirada por la calle se atisba el refugio de la Casa T.H. Quintana, donde Machado se alojó cuando apenas tenía fuerza para sacudirse la ceniza que le caía de su tabaco. Sí las tenía, al menos, para abrir la ventana y sentir la brisa del mar. «Los cuidaron muy bien. Para mí es un sitio sagrado», asegura el biógrafo.
Los grandes responsables de estos cuidados fueron la mercera Juliette Figuères, que les proporcionó ropa limpia y periódicos; Pauline Quintana, dueña del hotel y simpatizante de la República; y el ferroviario Jacques Baills. Este último ayudó a los Machado en su llegada Collioure, cuando la madre del poeta, al borde del delirio, empezó a preguntar si habían llegado a Sevilla. La capital andaluza quedaba bastante lejos, pero al menos allí encontraron cobijo cuando tener cama y comida era un lujo. La localización del albergue parecía una cruda ironía: enfrente, el Mediterráneo. Detrás, el cementerio donde Machado descansaría semanas más tarde.
El poeta que nació triste
«He visto unas fotografías inéditas que tiene la familia antes del traslado. En ellas aparece su hermano Manuel [que acabaría al servicio del fascismo], de pie, que encarna la idea que tenemos del típico señorito sevillano. Sentado a su lado, Antonio aparece alicaído, como si hubiera nacido deprimido», explica Ian Gibson a eldiario.es. La profunda tristeza de Machado le acompañará a lo largo de su vida. De hecho, que su primer libro se llame Soledades no es casual.
Como demuestra el trozo de papel encontrado por José Machado en el viejo gabán de su hermano fallecido, hasta el final de sus días tuvo presente tres tipos de dolores: el del derrumbamiento de la República, el de la añoranza por la Sevilla de sus años infantiles y el de la mujer que nunca pudo ser suya. «Y te daré mi canción: se canta lo que se pierde, con un papagayo verde, que la diga en tu balcón», escribió para Pilar de Valderrama, alias Guiomar. Era católica, simpatizante del régimen franquista y, aun así, como ocurre en las tragicomedias, Machado sitió por ella un amor platónico que apenas fue correspondido. Ni siquiera con una caricia.
De hecho, cuando estalló la guerra, Pilar escapó de España con su familia y quemó gran parte de la correspondencia recibida por el poeta alegando que «no podía llevar un bulto tan grande». «Lo de Valderrama fue terrible. Solo se conservan 40 de las más de 200 cartas. Destrozó un material único en el mundo en el que Machado expresaba realmente quién era», lamenta Gibson. Tampoco se sabe nada de la correspondencia enviada por Guiomar al sevillano, ya que, como se explica en la biografía del hispanista, probablemente estuvieran en una maleta que llevaba consigo al pasar la frontera. Su paradero es una incógnita.
Aquella España de Machado
«Lo hemos enterrado ayer en este sencillo pueblecito de pescadores en un sencillo cementerio cerca del mar. Allí esperará hasta que una humanidad menos bárbara y cruel le permita volver a sus tierras castellanas que tanto amó», escribió José Machado como respuesta a la oferta de un puesto como catedrático en Cambridge que llegó el mismo día de su muerte. Pero esa humanidad no parece haber cambiado tanto. 80 años después, su tumba continúa en Francia.
Gibson, sin embargo, recalca precisamente la importancia didáctica de que su lecho esté en suelo extranjero: «Sirve para recordar cómo fue de terrible el exilio: cruzaron la frontera mientras aviones ametrallaban a gente inocente que huía, como la ambulancia en la que iba el poeta. Yo creo que está bien que Machado esté en Collioure. ¿Para qué traerlo? Y menos ahora».
El actual auge de la ultraderecha nacionalista contrasta con los deseos del propio poeta. Este señaló cómo el cainismo español persistía gracias a «ese sentimiento tan fuerte y tan vil que es el patriotismo». Criticó la monarquía, los caciques y los curas, a los que señalaba como enemigos del civismo, y le sobró tinta para amonestar a las fuerzas progresistas por su desunión. Hoy día, sus versos parecen contemporáneos.
«Machado tendría palabras adecuadas para describir a Abascal y su gente, porque ver este tipo de machos a caballo es como volver a la prehistoria cavernaria», considera el hispanista, que tacha al líder de Vox como «el Charlton Heston de la España actual».
Machado era, como apostilla Gibson, «un revolucionario tranquilo», alguien a favor del consenso y en contra de la «sagrada unidad de España». «Si crees esto no estás muy lejos del manicomio. Es ridículo creer en esta esencia como si fuera dios mismo el que ordenara que España tiene que estar unida. Si lo piensas es que eres un asesino en potencia», reprocha el biógrafo.
En una España que todavía lucha por la reconciliación, las palabras del sevillano pasan de ser anecdóticas para convertirse en imprescindibles. «Tiene muchísimo que decir a los españoles de hoy, es más necesario que nunca por su énfasis sobre la necesidad del diálogo», recalca Gibson frente a la Casa T.H. Quintana. La misma en la que el poeta vio desvanecerse sus huellas como estelas en la mar.
Fuente: https://www.eldiario.es/cultura/libros/Antonio-Machado-Ian-Gibson_0_869663724.html