El pensamiento estratégico de los dirigentes españoles es corto, histérico y reactivo. No tienen perspectiva ni serenidad. Pero tienen poder, un poder obtuso, eso sí. Desde la muerte de Franco, en Euskal Herria el Estado español siempre ha tomado el camino más corto para sofocar el deseo de reconocimiento nacional, democracia y libertad. Desde los […]
El pensamiento estratégico de los dirigentes españoles es corto, histérico y reactivo. No tienen perspectiva ni serenidad. Pero tienen poder, un poder obtuso, eso sí. Desde la muerte de Franco, en Euskal Herria el Estado español siempre ha tomado el camino más corto para sofocar el deseo de reconocimiento nacional, democracia y libertad. Desde los GAL hasta el cierre de periódicos o la ilegalización de partidos, ha hecho de la excepción norma.
En el caso vasco esa excepcionalidad que pervierte un Estado de derecho -reformas jurídicas ad hoc, violaciones de derechos humanos denunciadas por instancias internacionales, derecho penal del enemigo, supresión de derechos políticos y civiles a una parte relevante de la población…-, venía envuelta en el marco de la «lucha antiterrorista». La violencia se convirtió en la coartada perfecta para recortar derechos y libertades básicas. «La guerra contra el terror» global dio carácter geopolítico a la falsa dicotomía entre demócratas y violentos.
En Catalunya el Estado español quiere repetir la jugada antiinsurgente, pero corre el riesgo de reproducir el combate ético y político entre demócratas y violentos, solo que en sentido opuesto. Objetivamente, no es lo mismo extender el «terrorismo» hasta todo el independentismo vasco -estando ETA activa y con una apoyo social importante- que intentar someter ahora a las instituciones catalanas y a una mayoría de su ciudadanía con las mismas políticas antisubversivas. Por resumirlo gráficamente, era más fácil que CiU votase a favor de una Ley de Partidos que secuestró el derecho al sufragio a miles de ciudadanos vascos que ver al lehendakari Urkullu justificando el arresto de alcaldes catalanes. ¿O no? Es cierto, no hay garantías.
Tampoco es fácil explicar al mundo que, siendo un objetivo declarado del yihadismo y Barcelona el último escenario de un atentado, inviertan todos sus servicios de inteligencia, sus fuerzas policiales y su furia punitiva contra alcaldes, medios de comunicación y voluntarios para un referéndum.
Durante décadas Euskal Herria ha vivido un estado de excepción no declarado ante el que muchas personas, incluso personas con convicciones democráticas y liberales pero abducidas por una propaganda bélica asfixiante, han mirado para otro lado. La violencia justificaba la violencia, en uno y en otro sentido. También ha habido grandes dosis de ventajismo político. Se está demostrando empíricamente que el ánimo último de esas políticas era debilitar al independentismo y recortar libertades. En todo caso, y en Catalunya, ¿cómo van a justificar la excepcionalidad, la violencia del Estado contra un pueblo que solo quiere votar?
Qué es un estado de excepción, si no esto
Intervención de las cuentas públicas, procesamiento de cargos públicos por actividades políticas, limitaciones a la libertad de reunión y expresión, secuestro de propaganda política, servicios de inteligencia concentrados en requisar papeletas de voto y urnas, acoso de la Guardia Civil a medios de comunicación, cierre de páginas web, control de las comunicaciones, maniobras militares… Hoy por hoy en Catalunya se cumplen todas las condiciones de un estado de excepción, y que el Gobierno del PP no lo haya declarado solo muestra su debilidad política. No se atreven, ni ante la comunidad internacional ni ante la sociedad catalana.
Evidentemente, eso no quiere decir que no lo vayan a hacer. Si algo demuestra la experiencia vasca es que su falta de cultura democrática les hace ciegos al cálculo político más básico. Y que no reparan en crueldad.
Romanticismo como táctica, no para el análisis
El independentismo vasco es resistente y perseverante, y su experiencia tiene elementos interesantes en un momento como este. En uno y en otro sentido. El resultante histórico de sus luchas sociales y políticas es un espíritu comprometido y sacrificado. Los vascos hemos aprendido a recibir golpes a destajo, a levantarnos una y otra vez, pero no somos especialistas en esquivarlos. Lo nuestro es el boxeo, no las artes marciales. Y esta no es una fase de resistencia, sino de implementar escenarios resolutivos y ganadores. Convendría un análisis sincero de aciertos y errores para poder ayudar mejor a la sociedad catalana y avanzar en la lucha vasca por la emancipación en esta fase.
Una de las mayores virtudes derivadas de la resistencia vasca es su solidaridad, el cuidado mutuo entre las personas que luchan, dar refugio al perseguido, escuchar lo que necesita quien está peleando por lo derechos de todas las personas. Ayer en Bilbo se volvió a demostrar que Catalunya puede confiar en el pueblo vasco. Euskal Herria es excepcional cuando acierta en sus luchas y afectos, y Catalunya es una batalla crucial.