Héctor León Moncayo en su texto “No es el último round”, publicado en Desdeabajo, plantea que para comprender la naturaleza de la masiva movilización social que ocurrió en Colombia hay que ubicarla en el marco del debilitamiento del régimen oligárquico y del modelo neoliberal. Cuestiona el concepto de “estallido” y habla de levantamiento popular.
Precisar esos conceptos es importante. Hemos planteado que un estallido social puede convertirse en un “levantamiento” y hasta en una verdadera revolución política. Eso depende de diversas variables. Dos de las más importantes son: una, el grado de debilidad del régimen, y dos, la capacidad de las fuerzas sociales y políticas interesadas en convertir el estallido en revolución.
También hemos expuesto que la forma como se desarrolló en Colombia esta particular explosión de rebelión popular se explica, por un lado, por la diversidad y multiplicidad de fuerzas que mostraron una potencia inusitada; y por el otro, por la falta de coordinación, dirección y objetivos claros. Alcanzó a meterle miedo a la oligarquía y sorprendió a propios y extraños.
Fue un estallido porque no fue preparado, programado o direccionado. Sin embargo, es indiscutible que fue resultado de un acumulado histórico. Y claro, si hubiera existido una organización preparada para canalizar las energías y formas de organización que surgieron, seguramente se hubiera neutralizado la estrategia del gobierno y logrado mayores conquistas políticas.
Precisamente, porque no fue un levantamiento revolucionario, no generó en lo inmediato algún tipo de transformación en la estructura de dominación (Estado, poder). ¡Por ahora!
Tener claro lo anterior, comprender en detalle que la potencia mostrada -de alguna manera- está allí acumulada, es fundamental para entender que no se necesitan “nuevos rounds” de la misma naturaleza de los que se han presentado, sino que las fuerzas que aspiran a generar verdaderas transformaciones en la sociedad, deben cambiar su estrategia. ¡No dejarse entrampar!
Veamos el ejemplo de Chile. La vida demostró que el debilitamiento del régimen pinochetista y del modelo neoliberal era más profundo en ese país. Allá el estallido fue más fuerte y contundente. Podríamos decir que alcanzó a ser un “levantamiento” aunque no tuviera una “conducción formal”. El régimen sufrió un golpe y se produjo una fisura. Así Piñera se haya mantenido en el gobierno.
Pensamos que en Colombia los intentos frustrados de “conducir” el estallido por parte de diversos sectores (y viejas vanguardias) hacia un levantamiento popular o hacia negociaciones sectoriales, impidieron que el movimiento desarrollara toda su potencia y le facilitaron al bloque dominante la implementación de su estrategia de violencia, de muerte y de neutralización de la lucha.
Son paradojas que debemos dilucidar con base en la reflexión y el debate. Y aprender.
Porque era claro que a la mayoría de los llamados jóvenes o a la mayoría de la gente no le interesaba derrocar o tumbar a Duque o al Régimen. No solo porque es evidente que no hay una organización revolucionaria para hacerlo sino porque la gran mayoría de la gente sabe que proponerse esa tarea en este momento nos llevaría a una nueva guerra. Esa es una de las diferencias con Chile.
Y nadie en Colombia -con suficiente razón e inteligencia- quiere otro conflicto armado.
Especialmente porque sería la oligarquía y el imperio (y las mafias de todo tipo) quienes la ganarían, ya que están preparados y hasta les conviene. Es posible que sea lo que busquen. Ello explicaría -entre otras cosas- las acciones criminales de la policía, los autoatentados en la frontera con Venezuela (base militar, vuelo en helicóptero de Duque, etc.) y los esfuerzos mediáticos que hacen por agrandar la presencia y las fuerzas del Eln y de las disidencias de las Farc.
Por todo lo anterior y lo planteado en anteriores artículos, podemos afirmar que gran parte de nuestro pueblo ha madurado con base en la experiencia, sabe que no hay que forzar las cosas, que ese tipo de aventuras solo favorecen a la oligarquía, y por ello, en muchas regiones “controlaron” el estallido, lo aprovecharon para forzar “negociaciones” locales de nuevo tipo, y realizaron otras formas de protesta y de organización que están por ser desarrolladas y consolidadas.
Durante los primeros días en muchos municipios los alcaldes sintieron la presión popular y fueron obligados a colocarse al lado de la movilización. En el caso del norte del Cauca las comunidades forzaron a las grandes empresas -que son un verdadero “enclave industrial”- a comprometerse con reivindicaciones históricas relacionadas con el empleo de personas de la región y hacer aportes económicos a la infraestructura local. ¡Remplazaron al Estado por unos instantes!
Relacionado con ello, Moncayo (quien es un querido amigo) aborda la crítica al “legalismo” de las negociaciones y cómo esa dinámica le entrega la iniciativa al gobierno. Dice que le abre espacio al gobierno “hasta para que diseñe la forma de nuestras protestas”. Tiene toda la razón. Detrás de ese tema están los intereses sectoriales que predominan tanto en las organizaciones del CNP como en la Minga y otros sectores. Pero además, los jóvenes de las barricadas también están influidos por esa visión como se demostró en Cali, y, en parte, en Bogotá.
En ese aspecto podríamos decir que una cosa es negociar con el Estado en “su terreno” y con “sus tiempos”, y otra, es obligarlo a negociar cuando nos conviene y contamos con la suficiente fuerza.
Los nuevos retos
A diferencia de Moncayo me atrevo a pronosticar que no habrá “último round” (claro, la lucha continúa). Pueda que se presenten algunas escaramuzas posteriores pero serán marginales; fuera del “ring”. Ello, porque el CNP liderado por fuerzas de “centro”, decidió “institucionalizar” el “paro” presentando proyectos de ley a partir del próximo 20 de julio. Esa acción coloca al movimiento de protesta a la cola del Congreso y lo condiciona a los tiempos y formas legislativas.
Allí Petro quedó un poco “out” porque si insiste demasiado en ser el “campeón de la protesta”, va a complicar su esfuerzo y campaña electoral. Además, Duque -emulando a Piñera- intenta ahora apropiarse de las conquistas del “paro”. Va a presentar al Parlamento una reforma tributaria que “por primera vez va a ser pagada por los empresarios” y otras políticas “sociales” que hacían parte de los pliegos de exigencias.
En Chile, Piñera quiso hacer lo mismo, el pueblo “le cogió la caña” y se avanzó políticamente.
Oponerse a esas iniciativas del gobierno llevaría a las fuerzas democráticas, progresistas y de izquierda a aislarse del conjunto de la sociedad que, en lo fundamental, quiere trabajar y superar la pandemia en forma “tranquila”. Ya vendrán nuevos escenarios y momentos.
Eso lleva a pensar que a partir del 20 de julio, así se realice una gran movilización popular (que ojalá sea así), las fuerzas sociales y políticas que luchan por democracia, paz y por cambios de modelo (y ojalá anti y post capitalistas) deben cambiar de estrategia.
¿Cómo sería? Será tema de un próximo artículo.
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